12 de diciembre de 2011

La debacle de un gobierno decadente

¡¡¡EN DEBACLE!!!
Leopoldo Gavito Nanson
Hace 10 días dio inicio el año final de este gobierno macabro al que hemos visto pasar a regañadientes de la frivolidad del vamos ganando de los primeros meses, al sospechoso lamento por su incapacidad para proteger defensores de derechos humanos. En estos 10 días se ha revelado también la profunda descomposición y las resistencias del grupo dominante y la elite gobernante aferrada al poder.
 
Cinco años en los que Felipe Calderón cimentó su permanencia en el poder con base en el enfrentamiento con las organizaciones criminales y en las divisiones priístas como principal partido opositor. Su patético paso por la conducción nacional fue consumido en sus cruentas fantasías de liderazgo militar. Fantasías toleradas e incluso alentadas por los mandos militares.
 
A pesar de algunos reclamos que al final del día terminan por ser meros globos de aire caliente, la administración de Felipe Calderón ha tenido relaciones inusualmente estrechas con el gobierno estadounidense; en cinco años se ha reunido por lo menos cinco veces con Barack Obama. Recuérdese la visita sin precedentes que en marzo de 2009 hicieron muy altos funcionarios de Estados Unidos para trabajar con sus contrapartes nacionales las estrategias de cooperación en el combate contra las organizaciones criminales. Cooperación que, por cierto, no ha significado mucho en cuanto a resultados. Por el contrario, han significado una ampliación de la discrecionalidad en operaciones absurdas y altamente costosas en vidas como el operativo Rápido y Furioso. El incremento en la cooperación ha significado el incremento de la discrecionalidad y de la corrupción. Ante ello y el escalamiento geométrico de la violencia ambos gobiernos permanecen impasibles. Ha tocado a Felipe Calderón cargar con la defensa de la estrategia. Eso se explica porque a final de cuentas las operaciones y las masacres se llevan a cabo en territorio mexicano, pero no hay que olvidar el apoyo sin precedentes que la admnistración de Calderón ha recibido del establishment estadounidense; muy por encima de los usuales argumentos que apelan a los derechos humanos y que han sido pretexto para más de una acción intervencionista en el mundo. Ambos gobiernos han declarado que el aumento de la violencia era de esperarse dado lo exitoso de las operaciones. Sería hilarante de no ser por las ahora 67 mil muertes.
 
Vamos, la “cooperación” es suficientemente especial como para haber sobrevivido casi impertérrita a los cables de Wikileaks. Se quitó a un embajador hiperactivo para sustituirlo por un especialista en estados fallidos, fuera de eso no hubo redefinición alguna en las decisiones de políticas. Una colaboración tan singular que las quejas y reclamos por el trato a los migrantes ya son meramente rutinarias, sin contenidos significativos. Poca autoridad tendrían vista la tragedia humanitaria de los compañeros centroamericanos en su paso por México hacia el norte.

Felipe Calderón inicia el fin de su sexenio en medio de la decadencia sistémica que su administración aceleró a costos altísimos.
 
Desde la tacañería y regateo mostrados en las disculpas públicas y desagravios a los que fue condenado el Estado mexicano por la Corte Internacional de Derechos Humanos, hasta los operativos estadounidenses encubiertos de los que el gobierno de Calderón se dice ignorante. Decadencia que pasa también por la muy retrasada y apoteósica renuncia de Humberto Moreira a la presidencia del PRI. Renuncia de inquietantes signos formales que revelan –pese a la renuncia misma– el regreso recargado de aquel PRI jurásico, usuario habitual de prácticas inconfesables justificadas por ese singular sentido práctico de la vida que distingue a los priístas.
 
El presidente Calderón insulta y abofetea insistentemente a la sociedad. La forzada disculpa pública nugatoria de los cientos de feminicidios en Ciudad Juárez a donde envía al malogrado subsecretario Zamora a cumplir con el embarazoso mandato de la CIDH sólo por las tres víctimas del campo algodonero, mientras que la negligencia e incompetencia de las autoridades supuestas a investigar y hacer justicia sigue inalterada.
 
Dos días después del singularísimo discurso de reclamos e insultos a todos aquellos que no comparten sus decisiones y opinión con el que inició el último año de su sexenio, The New York Times hace público que agentes encubiertos de Estados Unidos –principalmente de la DEA– han contrabandeado o lavado millones de dólares del narcotráfico como parte de una cada vez más creciente –y evidente– papel en el combate al narco en territorio de México.
 
Puede aceptarse sin conceder que una acción como la de Rápido y Furioso hubiera podido pasar sin el conocimiento del gobierno mexicano. Pero es imposible pensar lo mismo en el caso del lavado de dinero. Ello, necesariamente tuvo que hacerse con el conocimiento y consentimiento de las autoridades mexicanas, porque frente al anuncio de algunos congresistas republicanos de investigar a la DEA, los funcionarios que apoyaron tales operaciones de inmediato declararon que contaban con el apoyo y cooperación gubernamentales. Desde luego, éste los desmintió, la vocera de Presidencia salió muy temprano ayer domingo a decir que el gobierno de FCH lo desconocía todo. No lo dijo a medios mexicanos, lo declaró a la cadena Univisión. Mala cosa, si no estaba enterado de la operación, es mucho peor que si la hubiera consentido. Significaría que no tiene ni soca de idea de las cosas sustantivas de gobierno.
 
Si eso es cierto, el que tenía conocimiento del lavado de dinero, alguien tendrá que definir muy pronto dónde termina el narcotráfico y dónde empieza el gobierno mexicano.
 
No es una pregunta retórica. Justo ayer La Jornada publicó la nota de Roberto Garduño en la que el ex ministro de la SCJN y actual diputado federal, Juventino Castro y Castro, afirma que Genaro García Luna es un peón ejecutor de los protagonistas de las relaciones entre las empresas criminales y el gobierno.

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