19 de agosto de 2014

PEMEX

Las décadas de ortodoxia neoliberal –dogmatismo es más preciso– han tenido múltiples consecuencias. El desmantelamiento de la fábrica nacional y sus derivaciones es de las más notorias, después de los millones de desempleados, los salarios mínimos anticonstitucionales y una inmensa economía informal de legalidades misceláneas.

El retorno del priísmo al poder ha implicado la imposición de la agenda de la prisa para dar tiempo a nada. Enfrentar a la sociedad a los hechos consumados. Total, para efectos de intermediación política metieron a todos los partidos en su juego, lo que hace innecesaria la intermediación y basta con los acuerdos tarifarios.

Por lo pronto, el principal complejo petroquímico nada de dorso, de muertito, mientras una empresa de participaciones extranjeras se hace cargo de él. Los trabajadores están no sólo parados, sino que lo están en medio de la incertidumbre y la indefensión. Ésa es la cruda realidad independientemente de lo que se insista en el discurso.

La experiencia sugiere ser prudentes. Las reformas al 27 constitucional llevaron al campo alicaído a una crisis punto menos que terminal. Con una población mucho mayor México, es un importador neto de alimentos.

Si el país podrá o no recuperarse de esto está por verse, la experiencia enseña que los liderazgos y las élites nacionales no funcionan con base a un acuerdo y proyecto nacionales, sino con base en decisiones en su propio beneficio.

Las élites nacionales y los inversionistas potenciales esperan que la reforma energética recoloque al país en la bonanza petrolera de finales de los 70 y principios de los 80. No poca cosa si se considera la idea estadounidense de reducir en cuanto antes su dependencia a la OPEP.

La acumulación energética estadounidense barrunta a pre escenario bélico. Inquietante posibilidad si nos atenemos a la proclividad de ese país por las falsas banderas.

Editorial de la Jornada Veracruz

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