3 de marzo de 2015

GOBIERNOS TORTURADORES

Sin embargo.
Por José Carbonell marzo 2, 2015 

“La tortura y los malos tratos durante la detención y antes de la puesta a disposición de la justicia son generalizados en México y ocurren en un contexto de impunidad”; estas palabras encierran el brutal diagnóstico sobre la lacerante situación que prevalece en el país.

Son la conclusión a la que llega el Relator Especial sobre la tortura y malos tratos de la ONU, quien visitó el país a mitad del año pasado y recién acaba de publicar su informe.

A continuación presento otras conclusiones, que reflejan la gravísima crisis de derechos humanos que se vive en el país, extraídas de dicho documento y que demuestran que la tortura y los malos tratos no solo se encuentran más vigentes que nunca, sino que son prácticas generalizadas, realizadas por las autoridades de todos los niveles de gobierno:

La CNDH registró un aumento de quejas por tortura y malos tratos desde 2007 y reportó un máximo de 2.020 quejas en 2011 y 2.113 en 2012, comparadas con un promedio de 320 en los seis años anteriores a 2007. Entre diciembre de 2012 y julio de 2014, recibió 1.148 quejas por violaciones atribuibles solo a las fuerzas armadas.

La tortura y los malos tratos son generalizados en México. El Relator Especial recibió numerosas denuncias verosímiles de víctimas, familiares, sus representantes y personas privadas de libertad y conoció varios casos ya documentados que demuestran la frecuente utilización de torturas y malos tratos en diversas partes del país por parte de policías municipales, estatales y federales, agentes ministeriales estatales y federales, y las fuerzas armadas.

La mayoría de las víctimas son detenidas por presunta relación con la delincuencia organizada. Esto se potencia con el régimen de excepción constitucional y legal que afecta a estos detenidos, que incluye el arraigo, la prisión preventiva oficiosa y la posibilidad del Ministerio Público de ampliar el plazo de detención previo a la presentación judicial.

La tortura se utiliza predominantemente desde la detención y hasta la puesta a disposición de la persona detenida ante la autoridad judicial, y con motivo de castigar y extraer confesiones o información incriminatoria.

En 2012, según una encuesta del Centro de Investigación y Docencia Económicas, el 57,2% de los detenidos en centros federales dijo haber sido golpeado durante la detención y el 34,6% declaró haber sido forzado a firmar o modificar una confesión.

Muchos de los entrevistados declaran haber sido detenidos por personas vestidas de civil, a veces encapuchadas, que conducen autos no identificados y no cuentan con una orden judicial ni informan de los motivos de la detención. Cuando se detiene en un domicilio, el ingreso suele practicarse sin orden judicial y se producen daños a la propiedad y robos. La detención va acompañada de golpes, insultos y amenazas.

Las personas son conducidas con los ojos vendados a sitios que desconocen, incluyendo bases militares, donde continúan las torturas, que combinan: golpes con puños, pies y palos; “toques” con dispositivos eléctricos, generalmente en los genitales; asfixia con bolsa de plástico; introducción de agua con un trapo en la boca (waterboarding); desnudez forzada; suspensión; amenazas e insultos.

Ante un diagnóstico tan crudo y brutal, sobran los comentarios. Nuestro sistema de procuración de justicia es propio de un país bananero. Sería bueno que tomara nota la nueva procuradora.


Twitter: @jose_carbonell

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