Francisco Estrada Correa
Algo que ha hecho mucho daño a la izquierda mexicana es la resistencia de muchos de sus militantes a definirse como izquierda. Siempre han usado todos los subterfugios posibles para evitarlo y se han llamado de todas las formas posibles, menos izquierdistas. Es el caso de Lázaro Cárdenas y de Vicente Lombardo, caracterizados de "nacionalistas revolucionarios" para ocultar sus tendencias izquierdistas pero también de los comunistas digamos "formales", me refiero a los militantes del Partido Comunista Mexicano (PCM), que primero aceptaron sumarse al PRM cardenista en aras del "frente populismo" y luego llegaron al extremo hasta de cambiarle el nombre del PCM, primero por el de PSUM y luego por el de PMS, ni más ni menos que para subir sus porcentajes de votación y "adaptar su socialismo a las traiciones mexicanas", según acuerdo que se tomó en la última sesión del PCM, el famoso XX Congreso Nacional del 5 de noviembre de 1981. Y todavía vendría otra resolución, la del II Congreso Nacional del PMS del 14 de marzo de 1989, que aprobó la propuesta de asumir el nombre de Partido de la Revolución Democrática Y adoptar los documentos básicos de ese partido, que en esencia abandonaba algunos elementos del bagaje tradicional de la izquierda y proponía la reivindicación del programa del priísmo más avanzado.
Polvo de aquellos lodos lombardistas que preconizaban, allá por los años 40, que en México era imposible un gobierno de izquierda puro, muchos menos socialista, porque la única vía posible era la Revolución Mexicana. Así que todo lo que se hiciera contra ella era contrarrevolucionario, antipopular... e ilusorio. Por nuestra idiosincrasia y, desde luego, por nuestra vecindad con los Estados Unidos.
Cuauhtemoc Cárdenas lo advirtió desde su campaña presidencial de 1988, aclarando las dudas acerca de la herencia de su padre, el general Cárdenas: "No veo –aseguró en esos días- por qué se hable de socialismo ni creo que lo realizado por mi padre en el país sea socialismo, aún cuando algunas gentes lo pudieran calificar así; fue simplemente la aplicación de la norma constitucional y el cumplimiento de los principios de la Revolución Mexicana". Y por razones como esa los comunistas han trabajado en México por una "democracia de trabajadores", luego por la "atinada izquierda dentro de la Constitución". Más recientemente por el "nacionalismo revolucionario", es decir por el programa del PRI. Por todo, menos por el socialismo. Y por supuesto nada que huela a radicalismo. Que no vaya a ser que se espanten los electores, y que se enoje el vecino del norte.
Lo denunciaron en su momento numerosos líderes y luchadores históricos, que acabaron siendo disidentes; entre otros Othón Salazar, el viejo líder de la disidencia magisterial de los cincuenta, ya muerto. Marcelino Perelló y Luis González de Alva, ex dirigentes del 68. O Rosalbina Garabito, ex guerrillera y ex fundadora del PRD, autora de "Apuntes para el camino, Memorias sobre el PRD", un crudo testimonio histórico sobre el principal partido de izquierda en México que concluye con una sentencia: "Si la izquierda no hace la autocrítica sobre sus errores difícilmente surgirá esa izquierda que muchos deseamos y que para el país es más que necesaria". Por lo que recuerda: "Todo empezó cuando Cuauhtémoc leyó el documento donde entre otras cosas proponía que 'para superar los problemas que el país y el pueblo enfrentan (...) es indispensable llevar a la práctica el proyecto nacional de la Revolución Mexicana que se expresa en la carta constitucional del 17 y en la proyección de sus principios'... Nada nuevo... La única novedad es que la confluencia de un movimiento social -el que nació este 6 de julio- con todas las fuerzas políticas de la izquierda nacional lo han adoptado como programa y se lo han tomado en serio. No se trata de reeditar al PRI fuera del PRI, se trata de partir de lo que somos como nación para transitar hacia nuevas metas de soberanía, democracia y justicia social. Más allá de cualquier doctrinarismo, este programa también es socialista".
Y no es la única. Son de sobra conocidas las críticas ni más ni menos que del propio Cuauhtemoc Cárdenas al proceso refundacional que vive actualmente su partido, al que ha llamado "un partido sin definición ideológica, sin rumbo político y guiado por un creciente oportunismo". Y todavía resuenan los reclamos de Epigmenio Ibarra en un artículo cuyo nombre lo dice todo: "Crónica de un suicidio anunciado": "Paso a paso –sostiene en él- la izquierda camina a su autodestrucción. Cegados por la ambición; por ese puñado de votos que, si siguen por este camino, nunca conseguirán, los dirigentes van demoliendo hasta sus propios cimientos no sólo esfuerzos y organizaciones construidas con el sacrificio y la sangre de generaciones de militantes y luchadores de la izquierda sino, sobre todo, las posibilidades reales de una transformación profunda del país. Los instintos suicidas, tan característicos en la historia de la izquierda mundial, se multiplican en la izquierda mexicana a tal grado, tanto por el éxito como por el fracaso electoral, que terminan haciendo, sus propios dirigentes y militantes, el trabajo sucio de la derecha".
Porque si en algo coinciden los autocríticos de la izquierda con sus críticos es en que la crisis no es exclusiva de la izquierda mexicana sino de toda la izquierda, sobre todo la latinoamericana. Los más aventajados sin duda, dentro de los segundos, Jorge Castañeda y Marco Morales, hablan por eso de "Lo que queda de la izquierda", título de su libro de reciente aparición. Y hasta acuñaron un concepto: el de la izquierda "buena" y la "mala". La primera la que es moderna, abierta al mercado, democrática, "civilizada". Y la mala la de "los radicales", la de Hugo Chávez y Evo Morales, y desde luego Fidel Castro.
Lo que pasa es que si bien en nada ayudan los rasgos autoritarios de estos últimos, sus desplantes populistas que recuerdan al viejo PRI y a próceres de ese partido como Plutarco Elías Calles, el alegato a favor de "la verdadera izquierda" se ha convertido hasta por los propios izquierdistas -quien sabe por qué artes- en un alegato en favor del capitalismo democrático-liberal y de quienes desde la izquierda se avienen a sus dictados y en contra de la izquierda "dura", "vociferante" que propugna por un cambio de ese modelo y cuyos proyectos se hacen ver como inviables, casi una locura.
Es decir, que hay una izquierda "correcta" y "viable", "blanda" le llama Castañeda: es la que "ajusta" su ideología para asimilarse al "mundo real"; la que se adapta al sistema, acepta sus reglas y entra al juego de intereses. Esas son las izquierdas a las que se define como "modernas" y han resultado exitosas, las reformistas, las que "descubren" los beneficios del dominio del mercado, las que emprenden modificaciones pero "sin exceder los límites". Aquellas que ponen el énfasis en disminuir la desigualdad y la pobreza, que aplican programas sociales sin pretender modificar el esquema de dominación establecido por la globalización imperante, que han renunciado a "estridencias" como el nacionalismo y que además se llevan pragmáticamente bien con Estados Unidos.
Castañeda lo resume de este modo: "Si la izquierda de la región persevera en el camino de la sensatez y moderación, de la democracia y el mercado, de la inserción en el mundo real y del rechazo a las quimeras tropicales -en obvia referencia a Hugo Chávez y Fidel y Raúl Castro, pero también a Andrés Manuel López Obrador- puede contribuir enormemente a ese cambio del mundo real".
Sólo que nadie habla de las debilidades y los saldos negativos de los dos paradigmas de la izquierda "moderna", el chileno y el brasileño. Y bueno sería incorporar en este debate sobre el futuro de la izquierda mexicana el análisis de estos dos casos. Pues si bien la reconstrucción de nuestra izquierda pasa por la salvación del PRD y por la redefinición de la política de alianzas con el PAN, no puede eludirse el ver los que pasa en otros lugares. Y lo haremos en próxima entrega.