SIRVEN PARA ENTRETENER A UNA SOCIEDAD PASIVA, QUE NO EXIGE LOGROS Y
MENOS, AÚN, DEMANDA EXPLICACIONES DEL USO DE LOS RECURSOS, QUE SON PÚBLICOS Y
POR LO MISMO, OBJETO DE ESTRICTA VIGILANCIA.
por Roberto Morales
Se le llama rendición de cuentas y es un derecho constitucional. Lo definen como transparencia y se hace efectivo con un término popular: rendición de cuentas.
A eso, que no es otra cosa que ser claros en su actuar público, le tienen miedo los políticos.Les gusta decir cuánto cuesta una pavimentación, pero no el nombre del contratista, ni los participantes de una licitación, o por qué descalificaron a los más aptos y le concedieron la obra al menos profesional, al que cotizaba más caro o al que lo adorna un historial de corrupción.
De la transparencia, nada quieren saber si se les emplaza a que revelen cuánto se gastan en la remodelación de oficinas, o en la pintura del palacio municipal, en la compra de camiones para la recolección de basura, o en la adquisición de patrullas de policía o de aparatos de radiocomunicación. Y sobre todo, a quién se los compran o quiénes son los proveedores.
Son opacos en sus cuentas los gobernadores. Las tienen blindadas si se trata de ocultar cuánto le dan en publicidad a Televisa, a TV Azteca, a Milenio, a El Universal, a Diario del Istmo, al Liberal. No quieren decir por qué a empresas de nueva creación les dan cientos de contratos de obra o quiénes son los que ofrecen banquetes y fiestones para el gobernador y su corte, los favoritos de palacio.
Los politicos son reacios a hablar de deuda pública, de cuanto pagan por intereses bancarios, por bursatilizaciones, por adelantos de participaciones federales. El detalle de sus finanzas, con nombre y apellido, pareciera ser secreto de estado.
No quieren hablar de sus gastos personales, que terminan siendo gastos que se cubren con el dinero del pueblo. De sus viajes de placer, disfrazados de viajes de trabajo. Dicen que van a Xalapa y luego se sabe que anduvieron por Cancún; que se llevan a la novia —sin que se entere la esposa, claro— y allá derrochan en los mejores hoteles, suntuosos restaurantes, paseos en lancha y buceo. Y se compran ropa, lentes, sombreros y todo tipo de accesorios.
Los políticos son como los magos: hacen lo que nadie se atreve a imaginar. En el primer año exhiben camioneta nueva; en el segundo, mansión nueva, y en el tercero, cuenta bancaria nueva. Obvio, el cinismo y el descaro también son nuevos.
Estamos en tiempos de informes de gobierno. Javier Duarte, el gobernador de Veracruz, ya rindió el suyo, en noviembre; ahora lo hacen los alcaldes y algunos regidores.
Escucharlos es lo de menos. Lo que asombra es la percepción que tenemos de ese ritual al que muchos ven como una generosa dádiva del gobernante y no como una obligación constitucional, que debiera resumir aciertos y errores, logros y omisiones.
El punto es ese. Los informes de los alcaldes son recuentos a modo y, por supuesto, una visión parcial, aislada y mañosa de lo que debió hacerse en cumplimiento de un proyecto de gobierno, de un presupuesto de egresos, de un plan de obras, de un fin social.
Sirven para entretener a una sociedad pasiva, que no exige logros y menos, aún, demanda explicaciones del uso de los recursos, que son públicos y por lo mismo, objeto de estricta vigilancia.
A menudo, lo que nos dicen los alcaldes es un compendio de mentiras, de verdades a medias, de datos parciales y trastadas maquilladas.
Los alcaldes no son transparentes, como indica el precepto constitucional. Obligados a hablar con la verdad, regatean información no sólo a la sociedad sino a quienes cogobiernan con ellos, los ediles que integran su cabildo.
A ellos los ven como empleados, parafraseando al alcalde de Coatzacoalcos, Marcos Theurel Cotero. Síndicos y regidores son comparsas de un carnaval político en que bailan al son que les tocan. Para ellos no hay información del manejo de los recursos públicos, que es dinero del pueblo.
Esa opacidad con que se conduce el alcalde de Coatzacoalcos, provocó un desaguisado de antología el pasado lunes 17, pues mientras Theurel rendía su segundo informe de labores, diez de los regidores se trasladaron a Xalapa y denunciaron en el Congreso el Estado múltiples irregularidades, sobre todo en cuanto al manejo del dinero municipal.
Entre otras, la queja de los ediles versaba sobre la falta de transparencia en las cuentas, la negativa a presentar los estados financieros, la intentona de Theurel para que le sea aprobado un paquete de obras cuando algunas de estas ya están en período de ejecución y la propuesta para que le aprueben remanentes de presupuestos supuestamente aplicados en los ejercicios 2010 y 2011.
De cuanto han argumentado los ediles de Coatzacoalcos, destaca que el alcalde Theurel no les informaba a ellos, que son parte del cuerpo edilicio, mientras al pueblo le informa lo que le conviene.
Se trata de un típico caso de ocultamiento de información y de opacidad. Theurel Cotero es reacio a la rendición de cuentas, algo que por ética política, debiera observarse como uno de los preceptos de importancia en la vida de un municipio.
Si Theurel es tramposo con sus ediles, lo es también con el pueblo. El síndico y regidores, que son autoridad y que están facultados para solicitar información, se quejan de las constantes maniobras del alcalde Theurel al negarles datos referentes a la aplicación de los recursos municipales. En consecuencia, los ediles decidieron denunciarlo ante el Congreso y ante el Órgano de Fiscalización Superior, y aquello reventó un escándalo del que difícilmente el munícipe podrá reponerse.
Si Theurel se atuviera a la rendición de cuentas, habría explicado por qué otorgó contratos de obra a sus funcionarios públicos, quienes al mismo tiempo son constructores y prestadores de servicios; por qué dejó a medias el malecón costero; por qué no aplicó la parte que le correspondía en la inversión para el nuevo drenaje; por qué retuvo millones de pesos a proveedores; y cómo, en plena crisis financiera, adquirió un avión particular.
El otro caso es Renato Tronco, quien también ignora al cabildo de Las Choapas y, sobre todo, lo ningunea.
A excepción del síndico Sergio Guzmán Pérez y el regidor sexto Roldán Vargas Aguilar, que le resultaron respondones y no lo solapan, el resto de su cabildo es anodino e insulso, un verdadero adorno, o mejor dicho un adefesio municipal, al que el alcalde sólo los usa para avalar sus excentricidades, los disparates propios de su administración y la falta de resultados.
Qué puede informar Tronco si su gobierno ha sido pésimo. Hacer un recuento de sus promesas de campaña, lo evidencian como un político demagogo, mentiroso y de corta visión.
Hoy reconstruye calles que él mismo pavimentó en su primera administración y que al cabo de unos meses se destruyeron por ser de ínfima calidad.
Si aplicara la rendición de cuentas, tendría que justificar por qué clausuró el basurero municipal y abrió otro, clandestino, sin autorización del gobierno federal, ignorando a la Semarnat, lo que constituyó un delito ambiental.
O las salvajes golpizas a ciudadanos que ejercían su derecho a la protesta, que es garantía constitucional, a manos de una policía que no le sirve al pueblo, pues es represora y violadora de los derechos humanos.
Si se trata de rendir cuentas, Renato Tronco debe explicar los pobres resultados de su administración en dos años en que prácticamente no se ha visto la mano del alcalde más que para suscitar condenas y reclamos de una sociedad que día a día incrementa su repudio.
La rendición de cuentas no es sólo maquillar la realidad con un relato de medianos resultados, buenas intenciones y grandes mentiras.
La rendición de cuentas es un mandato democrático con el cual se explica a la sociedad qué se ha hecho con los recursos del erario público, el impacto de las decisiones de quien ejerce el poder, ya sea positiva o negativamente, y sometiéndose al escrutinio de los gobernados.
La rendición de cuentas implica un diálogo permanente con la sociedad, alentar un debate de ideas y acatar el mandato de la sociedad.
La rendición de cuentas permite a la sociedad disponer de información para evaluar la gestión del gobernante, determinar errores y corregir el rumbo de la administración pública.
No es solo contar lo bueno y hacer de cuenta que aquí no ha pasado nada, mientras el atraso social, el rezago y los grandes retos quedan pendientes.
Para eso, como es más que obvio, ni Theurel, ni Renato, ni Duarte, están hechos. Rendir cuentas los enferma.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)