por Roberto Morales
Cada vez que leo a Javier Duarte me pregunto a qué le tira en el gobierno de Veracruz, cuándo empezó el carnaval, cuánto tiempo aguantará en el cargo, qué tan macho es para aguantar la tormenta y cómo le irá cuando deje de ser gobernador.
No ha pasado un día en que Javier Duarte de Ochoa no se meta en camisa
de once varas, ya sea por broncas financieras o porque una mañana lo despiertan
con la noticia de que hay una treintena de cadáveres, algunos mutilados,
arrojados en la zona turística de Boca del Río; o porque le hallaron un par de
mansiones en exclusivos fraccionamientos en Estados Unidos; o porque encarcela
tuiteros, criminaliza periodistas, enloda a Regina Martínez; o porque le
cae la policía federal a su gente con 25 millones de pesos en efectivo en un
avión del gobierno estatal, que todos presumen era su cuota mensual, a dos
años, para la campaña de Peña Nieto.
No sé si los escándalos persiguen a Javier Duarte o Javier Duarte es adicto a los escándalos.
Lo de hoy son los mapaches priístas de Boca el Río. De mediados de abril para acá, el gobernador de Veracruz es la comidilla de todos. El Partido Acción Nacional exhibió un video y varios audios en que los priístas se dan vuelo afinando cómo robarse la elección del próximo 7 de julio, a través del manejo de los programas sociales federales, incluyendo y excluyendo ciudadanos, incluyendo a los del PRI y excluyendo a los del PAN y de las izquierdas. Y no sólo lo difundió. Los denunció ante la PGR y ante el IFE.
El escándalo es dañino para todo gobernador. Pierde credibilidad y su poder se viene al suelo.
Es el caso de Javier Duarte. El episodio de los mapaches tiene una particularidad: es el caso más y mejor documentado de que se tenga memoria. Se puede observar y escuchar al selecto grupo de funcionarios y operadores políticos de la zona Veracruz-Boca del Río, al entonces secretario de Finanzas y Planeación del gobierno duartista, Salvador Manzur Díaz; a alcalde Anselmo Estandía, al ex secretario de Salud, Pablo Anaya Rivera; al ex secretario de Comunicaciones, Raúl Zarrabal Ferat, y a muchos otros más, debatir sobre cómo manipular los programas sociales y convertirlos en votos para el PRI.
Cuando el escándalo estalló, la primera expresión de Javier Duarte fue una auténtica obviedad: yo no aparezco en los videos. ¡Faltaba más! Lo mismo dijo el delegado de la Secretaría de Desarrollo Social en Veracruz, Ranulfo Márquez Hernández, una vez que supo que había sido separado temporalmente del cargo.
La ingenuidad en los políticos no existe. Duarte sabe que no necesita aparecer en el video y en el audio, para que se le finque responsabilidad por el uso de los programas sociales federales con fines electorales. Los jefes de las mafias suelen actuar a distancia; sus instrucciones llegan trianguladas, y son los primeros —y a veces los únicos— que disfrutan del botín.
Esa aseveración pinta de cuerpo entero al gobernador de Veracruz. No aparece en los videos ni en los audios, pero sí se observa y escucha a sus peones, Salvador Manzur y Pablo Anaya, entre otros, señalar que Duarte es el jefe máximo de la estructura priísta que se roba Oportunidades, 65 y Más y otros programas federales.
Quizá Duarte suponía que el gobierno federal lo iba a encubrir. Cuando PAN y PRD se levantaron de la mesa del Pacto por México, tras aquella desafortunada frase del presidente: “No te preocupes, Rosario; hay que aguantar”, en franco espaldarazo a la titular de SEDESOL, Rosario Robles Berlanga, Duarte sintió cómo la lumbre comenzaba a llegarle a los zapatos.
Peña Nieto congeló el Pacto. Envió así una señal de que flexibilizaba su posición ante el reclamo de panistas y perredistas, que exigían acciones legales contra los mapaches veracruzanos.
El 26 de abril, nueve días después que estallara el escándalo de los “ladrones de elecciones”, como los catalogó el PAN en una página en internet, Javier Duarte recibió la orden de entregar a su gente, comenzando por Salvador Manzur, y dejarlos a merced de la justicia, como lo exigía la oposición.
Manzur cayó una semana después, el 3 de mayo. El golpe político para Javier Duarte fue demoledor. Manzur representaba su continuidad en el poder en Veracruz, pues era el avocado a la gubernatura, con el que había construido sueños y proyectos. Pero lo tenía que entregar.
Duarte no deja de sorprender. Al anunciar el relevo en la SEFIPLAN, expresó que la salida de Manzur era para “evitar suspicacias” y para que la investigación se realizara sin presiones del funcionario.
Acaba de anunciar la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales el inicio de comparecencias de funcionarios involucrados en el caso de los mapaches. Los primeros son seis, hasta ahora ninguno del gobierno de Veracruz.
Ese hecho le sirvió a Javier Duarte para traslucir gozo y satisfacción, pues supone que, fuera de Manzur, ya la libraron los mapaches del duartismo.
A todo color, con el mayor despliegue, en los espacios que paga el gobierno estatal a precio millonario en prensa, radio y televisión, se citaron las palabras del mandatario. Que hasta donde sabía, no había sido llamado a declarar ningún funcionario estatale y recordó que sólo Manzur estaba involucrado.
Y expresó algo que no tiene desperdicio: “Creo que es lo mejor que puede haber, el deslindar cualquier responsabilidad, en el caso de que existiera, el que se aclare este asunto y en este caso particular, en este momento el gobierno de Veracruz ha venido estando muy atento y muy pendiente que exista la transparencia, la claridad y que exista la libertad plena y absoluta para que las instituciones de justicia puedan desarrollar sus funciones”, dijo el mandatario.
Sólo le faltó decir: quemen a los mapaches.
Y sobre Manzur, dijo: “Ese fue el motivo fundamental por lo cual se separó el secretario de Finanzas y Planeación, precisamente para evitar cualquier suspicacia siquiera acerca de alguna presión o de alguna participación del gobierno de Veracruz.
Es fácil oírlo pero difícil creerlo. Duarte era reacio a deshacerse de Salvador Manzur hasta que recibió la orden del gobierno federal. Y cuando consumó el cese, lo balconea como “el único que está involucrado”.
Los altibajos temperamentales del gobernador Duarte tienen en ascuas a Peña Nieto. Los escándalos lo persiguen o él va a su encuentro. Pero lo más preocupante es su impredecible reacción, pues lo mismo niega cualquier vínculo con el fraude electoral, que se congratula que a su hombre de confianza, Salvador Manzur, lo tenga la PGR en la mira para acusarlo por el robo de los programas sociales.
Duarte no le ofrece ninguna seguridad al gobierno federal. Lo ven como un político sin aplomo y, peor, sin oficio. De ahí que haya corrientes que ven como una salida al conflicto que representa Veracruz, la renuncia del gobernador.
Duarte ya no es problema para los veracruzanos, sino un serio problema para Peña Nieto.