Peña Nieto es el siervo de
la privatización y de la dependencia nacional, artífice del desmantelamiento
del Estado mexicano, operador de los poderes fácticos y maestro de la opacidad:
es, sin margen de error, la antítesis de Morelos...
Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
En las últimas ocho décadas de nuestra
historia, y resultado del crecimiento del sistema educativo que se consolidó en
el periodo posrevolucionario, surgieron en nuestro país una serie de escuelas e
instituciones, mayoritariamente públicas, dirigidas a la profesionalización de
los estudios históricos. En consecuencia, como nunca en su historia, México
cuenta hoy en día con una notable y creciente cantidad de historiadores
profesionales, presuntamente capacitados para la enseñanza y la generación de
conocimiento histórico, además de una plantilla estable de historiadores de
alto nivel adscritos a centros de investigación, que producen anualmente
decenas de libros y artículos. Algunos de ellos han encontrado su camino en la
iniciativa privada, en la producción de videos, revistas y libros de
divulgación, o incluso en la confección de novelas históricas; otros, la
mayoría, intentan sobrevivir en la enseñanza básica con salarios raquíticos, o
en actividades ajenas a su formación sin renunciar a su visión como historiadores.
En un escenario así, podríamos pensar
que nuestra sociedad se encuentra protegida frente a las constantes
manipulaciones que de nuestra historia hacen quienes ejercen el poder; que los
mexicanos cuentan con historiadores bien formados dispuestos a recordarles que
el pasado es una forma muy peculiar de presente y que deben estar en guardia
permanente frente a las constantes intoxicaciones, desviaciones y usos
perversos de la historia; que tienen en sus historiadores a ciudadanos que, sin
pretender el monopolio de la verdad histórica, asumen su función como
traductores culturales entre el pasado y las necesidades de sentido que reclama
el presente. Por desgracia la realidad es otra y nos habla del fracaso de los
historiadores como agentes de bienestar comunitario. Por supuesto que me
incluyo. Preguntémonos, por ejemplo, dónde ha quedado la indignación de los
historiadores por las declaraciones que el pasado 22 de diciembre hiciera el
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien ante la reciente y
dramática entrega de la soberanía nacional comparó a Peña Nieto con José María
Morelos. Más allá de sus aduladoras intenciones de naturaleza profundamente
priísta, la comparación de Osorio es un despropósito digno de haber provocado
un masivo plantón de historiadores en huelga de hambre a las afueras del
Palacio de Covián.
Si atendemos exclusivamente a sus
valores políticos universales, Morelos defendió la libertad e independencia de
la nación americana, la soberanía como facultad exclusiva del pueblo, la
división real de poderes, la representación política equitativa de todas las
provincias, el rechazo a la tortura, la abolición de la esclavitud y de los
privilegios. Para Morelos, la buena ley era superior a todo hombre y las que
dictara el Congreso de Chilpancingo en 1813 deberían ser talesque obliguen a
constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte
se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la
ignorancia, la rapiña y el hurto. Morelos colocó así al Estado como el garante
de la independencia y la justicia social, responsable de la correcta
administración y aplicación de los recursos públicos para el bien común: en
otras palabras, luchó por establecer impuestos justos, gobiernos eficientes,
moderados y honestos.
¿Qué pensaría entonces Morelos, por
ejemplo, de la insultante opulencia de nuestros funcionarios, sobre los puñados
de nuevos ricos que generaron los sexenios priístas y panistas, o sobre la
devolución de su inexplicable fortuna a Raúl Salinas? ¿Qué pensaría de un
Montiel, de un Moreira o de un Peña Nieto, quien compró la primera magistratura
y en su declaración patrimonial registra entre sus bienes dos casas que le
fueron donadas? ¿Qué pensaría el Siervo de la nación frente a
los salarios estratosféricos de diputados, senadores, jueces, asesores y aviadoresque
nos tienen al borde de la desintegración nacional? ¿Qué diría Morelos si hoy
pudiera recordar el punto 14 de sus Sentimientos de la nación,ese
en el cual estableció Que para dictar una ley se haga junta de sabios en
el número posible, para que proceda con más acierto, y tras releerlo volteara
la mirada hacia las actuales legislaturas sólo para tropezar, entre otros, con
los rostros cínicos de Beltrones, Gamboa,Cocoa, Penchyna, Lozano, los
Chuchosperredistas, Romero Deschamps o elNiño Verde, todos
ellos enriquecidos desde el poder y en la más absoluta impunidad? ¿Qué haría
Morelos frente a esta junta de traidores a la patria que pretenden enterrar la
independencia nacional con la ignominiosa aprobación de la reforma energética
de Peña Nieto?
Morelos fue por voluntad propia elSiervo
de la nación. En contraste, Peña Nieto es el siervo de la
privatización y de la dependencia nacional, artífice del desmantelamiento del
Estado mexicano, operador de los poderes fácticos y maestro de la opacidad: es,
sin margen de error, la antítesis de Morelos, quien hace 200 años escribió sus Sentimientos
de la nación. Hoy Peña Nieto nos impone sus sentimientos de la
traición. Osorio Chong se ha convertido en la muestra más reciente del
inaceptable uso político del pasado, práctica común en regímenes autoritarios y
antidemocráticos. Si para el secretario de Gobernación Peña Nieto es comparable
a Morelos, entonces no debemos extrañarnos de que Fox se sienta superior a
Juárez y que La Tuta se compare con Pancho Villa. Son síntomas
de nuestras actuales miserias e indicadores del fracaso social de los
historiadores, situación que, por supuesto, deberemos revertir.
* Investigador de El Colegio de San
Luis, AC