La ligereza con la cual
el Presidente Peña Nieto minimizó el impacto de la corrupción en la vida
pública de México, durante su espectáculo televisado denominado “Conversaciones
a fondo”, provoca escalofríos.
¿Así es la opinión del
Presidente de todos los mexicanos? ¿Que la corrupción es una expresión cultural
y un fenómeno social?
A una pregunta de León
Krauze sobre el posible impacto de tantos años del régimen priista para hacer
de la corrupción un sistema de gobierno, Peña Nieto, con ademanes despreciativos,
calificó la corrupción de tema cultural y social, que se alimenta tanto del
sector público como del privado.
Para menospreciarla,
señaló que la corrupción no es exclusiva de México, y que es un tema “casi
humano”, generalizado en todas partes. Ni una palabra para denunciarla. Ni una
expresión de lamento para condenarla.
Para el Presidente Peña
Nieto, la corrupción forma parte de la naturaleza humana con la cual hay que
contar.
A palabras del
periodista, expresando su resistencia a lo que llamó “la lectura cultural del
fenómeno”, el Presidente insistió con un “yo sí creo que es cultural, está en
el orden social”.
El diálogo quedó
grabado y accesible por todos. Escuchar para creer.
Preocupa -y da
escalofrío- escuchar al responsable de conducir los destinos del País
expresarse de la corrupción como una característica cultural mexicana,
componente “del orden social”, sin manifestar su voluntad decidida para
corregir esta tara y sin dar muestras de sentirse afligido por este cáncer
social (su expresión).
Para el Presidente
Peña, la corrupción es tan natural al género humano que no siente la necesidad
de hacer todo lo posible para erradicarla, o por lo menos no lo manifiesta.
Sólo le faltó decir que era una herramienta de gobierno eficaz y fácil de
aprovechar.
Su paso por la
Gubernatura del Estado de México había dejado huellas claras de su deseo de
acotar la corrupción dentro de límites que no representen molestias ni para él
ni para sus amigos.
Se podría esperar que
ya instalado en la máxima posición política de la Nación tuviera expresiones
firmes para condenar unas prácticas que constituyen un agravio al patrimonio
compartido de los mexicanos y un insulto a la ética pública.
Después de estas
declaraciones tranquilizadoras para quienes meten mano a los recursos públicos,
¿qué podemos esperar de una clase política que ha tomado el País como botín y
cuya ideología política ha sustituido el bien común por el interés particular y
el progreso social del País por procesos acelerados de enriquecimiento
individual?
¿Por qué los Felipe
Enríquez con su palacete en Renacimiento, los Jorge Luis Preciado con su
“castillo” de Colima, los Diputados cobramoches, tendrían que esconderse si no
son más que una brillante exposición de la cultura mexicana?
La sociedad civil tiene
que alzar la voz. Urgentemente. Y decirle al Presidente que la corrupción no es
una expresión cultural ni un tema “casi humano” generalizado, sino una
desviación del comportamiento de los servidores públicos (y privados también)
que la sociedad no está dispuesta a aceptar.
Nos extraña y nos
indigna que su promesa electoral de una Comisión Nacional Anticorrupción no
haya sido impulsada con el mismo vigor que la reforma energética y forme
todavía parte de los pendientes “por cumplir”.
El Presidente tiene que
saber que la impunidad de la cual gozan los corruptos es un insulto a una
nación entera y una invitación a la deshonestidad que la inmensa mayoría de los
mexicanos rechazamos.
Tenemos que expresarle
alto y fuerte que nuestra fe en la especie humana está muy por encima de las
pobres consideraciones que externó y que su deber es encabezar la lucha contra
este mal social que acrecienta las injusticias, crea desconfianza entre los
Gobiernos y los gobernados y que sustituye la fe en los valores de honestidad
por el cinismo autodespreciativo de una sociedad completa. Que mata la
esperanza en un futuro mejor.
Y le exigimos encabezar
la lucha contra la corrupción, para bien de este País, aun si él no está
convencido.
El autor es consejero
de Evolución Mexicana.
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