Está en marcha un plan desestabilizador a muy alta escala, con el fin de que México pierda su viabilidad como nación democrática y progresista. Es obvio que quien se beneficia con dicho plan es la derecha y sus aliados naturales, los conservadores estadounidenses, quienes dieron un importante avance en las elecciones intermedias del pasado martes. No son hechos aislados los crímenes aquí, allá y acullá, de personajes relevantes de la clase política y de las fuerzas armadas. Tal estrategia ha sido facilitada por la debilidad del gobierno de Enrique Peña Nieto, a la que se suma su desmedido interés por hacer negocios.
Ni que decir tiene que está cumpliendo su papel, pues no llegó a Los Pinos para gobernar, sino para seguir pavimentando el camino de los más apetitosos negocios para la oligarquía y las grandes empresas trasnacionales, tal como lo hicieron sus cinco antecesores. Con todo, es difícil predecir que el PRI seguirá en la Presidencia para asegurar la marcha del proyecto de nación ideado en los grandes centros del poder global: las condiciones de ingobernabilidad e inestabilidad generalizadas que presenta México en sólo dos años del sexenio peñanietista, hacen impensable un pronóstico de esa naturaleza. Los acontecimientos están rebasando al Ejecutivo, y lo más grave del asunto es que en su caída se está llevando todo el andamiaje institucional.
Volvió el PRI a Los Pinos y con él todos los viejos vicios del sistema, entre los más lamentables: la presidencia de corte monárquico, donde no tiene cabida una elemental división de poderes. Somos, en el conglomerado de naciones latinoamericanas, el país más alejado de prácticas democráticas básicas. De ello se están aprovechando fuerzas ultra reaccionarias, de dentro y fuera del país, que quieren asegurar el control de los mexicanos y así poder depredar el territorio nacional sin tener que enfrentar problemas jurídicos, políticos ni de ninguna índole.
El solitario de palacio está más solo que nunca, acompañado únicamente por sus subalternos, quienes esperan una buena tajada del pastel sexenal. Sin embargo, las cosas ya no son tan fáciles como antaño: ahora ya no funciona el sistema con la eficiencia de décadas atrás, por la total falta de visión política de los tecnócratas y sus desmedidas ambiciones de riqueza, alentadas por una vocación gerencial que los lleva a estar siempre con la mira puesta en los negocios. En dos años que lleva Peña Nieto en el gobierno federal, ha quedado demostrado que llegó a Los Pinos únicamente para cumplir compromisos a sus patrocinadores y aliados de la oligarquía. Como si el PAN siguiera al frente del Ejecutivo federal.
Y para que las cosas sigan tal como van, fuerzas ocultas actúan para garantizar que la Presidencia mantenga su debilidad y su divorcio de la sociedad. La coartada es la presencia creciente de la delincuencia organizada. Vamos a suponer que sea cierta esta versión absurda: en tal caso sería un hecho que las organizaciones delictivas tienen tanta o más fuerza que el Estado, pues no hay manera de controlarlas y acabar con ellas.
Lo cierto es que delincuencia siempre ha habido, incluso apenas triunfante la Revolución Mexicana, como lo demuestra la banda del automóvil gris en 1919, la cual era dirigida tras bambalinas por el general Pablo González.
La oligarquía, los barones del dinero trasnacional, necesitan un ambiente de río revuelto para poder trabajar con las menores molestias posibles, toda vez que la sociedad mayoritaria se mantiene atenta a los problemas cotidianos, y muy alarmada por los avances de las organizaciones delictivas. Mientras más noticias de violencia extrema y de inseguridad haya en los medios, menos piensa la gente en sus problemas cruciales, preocupada por lo que le pueda ocurrir en el momento menos esperado. Sobre todo cuando es un hecho que hay bases concretas para sentir zozobra y temores bien fundados.
Así como las instituciones han sido cooptadas por la élite oligárquica, el Estado vive una relación incestuosa con el crimen organizado. Lo más lamentable de esta dramática realidad es que la “izquierda” no ha tenido empacho en vincularse con la derecha en el poder con tal de obtener migajas. Así quedó plenamente demostrado con el caso de José Luis Abarca y su mujer. Lo único positivo es que su descrédito es total. ¿Sabrá aprovecharlo la izquierda verdadera?