El sociólogo
argentino Alejandro Horowicz, profesor de Los cambios en el sistema político
mundial, explica por qué las crisis de los mercados han superado los límites de
lo real.
México - 02 MAY
2020 - 14:45 CDT
El
ensayista Alejandro Horowicz en un bar de Buenos Aires, Argentina.NICOLÁS SAVINE
A comienzos de este año, cuando
Alejandro Horowicz volvió a Buenos Aires después de celebrar su cumpleaños 70
en Nueva York, el nuevo coronavirus era apenas una “misteriosa neumonía china”
y el adjetivo “histórico” recién empezaba a saltar de los titulares sobre los
incendios en Australia a las noticias sobre la decisión del príncipe Harry y
Meghan Markle de ser normales. En febrero estalló el contagio en
Europa, pero las noticias sobre el virus tardaron casi un mes en volverse algo
“histórico”: el 28 de febrero, después de siete días en picada, los mercados
bursátiles de todo el mundo informaron sus mayores caídas en una semana desde
la crisis financiera de 2008. Una caída histórica, la primera de varias en la
carrera descendente de los mercados, seguida por otro récord histórico en
Estados Unidos, en este caso ascendente: el de los números de desempleo.
“Los mercados practican el socialismo
al revés: las pérdidas son de todos, las ganancias son de los mercados”, dirá
después Horowicz, un miércoles por la mañana, del otro lado de la pantalla.
Horowicz es ensayista, doctor en Ciencias Sociales, profesor en la Universidad
de Buenos Aires y autor de varios libros, entre ellos Los cuatro
peronismos, un clásico del pensamiento político en Argentina. El año
pasado publicó su último libro, El huracán rojo (un estudio
sobre las revoluciones desde la de Francia en 1978 hasta la de Rusia en 1917),
fruto de años de investigación y escritura. El trabajo, que tenía previsto
lanzarse en España este año, “no es una visita al museo de las revoluciones”,
advierte la sinopsis; por el contrario, la obra lee las revoluciones en tiempo
presente: como condición de posibilidad de la democracia política, la
transformación tecnológica o la educación masiva que conocemos hoy.
El escritor Rodolfo Fogwill decía que
siempre se escribe en contra de algo; Horowicz parece la prueba de que siempre
se piensa y se enseña (mejor) en contra de algo. En esta entrevista, por
ejemplo, contra las explicaciones vacías y las miradas ahistóricas del presente.
Pregunta. Desde que empezó la
crisis por el coronavirus, todo el tiempo leemos que tal Bolsa de valores o tal
moneda se han desplomado por el temor de los mercados. ¿Quiénes son “los
mercados”? ¿De quiénes estamos hablando?
Respuesta. Los mercados
forman parte del género literario de los anónimos, a los cuales se les puede
hacer decir prácticamente cualquier cosa, porque uno los “interpreta” como le
viene en gana. Existen los llamados supuestos datos objetivos de los mercados,
que son el precio al que cotizan los valores. Pero para poder creerles a los
mercados es preciso ser, fundamentalmente, muy ignorante. ¿Por qué digo esto?
Si vos mirás la deuda pública soberana del conjunto de los países de este mundo
y sumás ese valor, y sumás los productos brutos, el ingreso de esos mismos
países, vas a ver un fenómeno por lo menos muy curioso que no registran los
mercados: que la deuda soberana es cuatro veces mayor a la producción anual de
riqueza del planeta Tierra. Entonces, la pregunta es: ¿cómo puede ser que se
deba cuatro veces lo que existe?
Los economistas tienen un modo muy
divertido y encantador de explicar lo que no explican y que consiste en decir
que eso es capital ficticio. Entonces, la pregunta se traslada: ¿qué es el
capital ficticio? Porque convengamos en que, cuando yo digo que esto es una
ficción, sabemos que no rige el estatuto de la verdad.
Los mercados te muestran simplemente
una aspecto, que es la compra y la venta de un bien, y parten de la
presuposición de que ese precio es el precio justo. Pero esto surge de
transformar en abstractas y en igualdades cuestiones que de ninguna manera son
iguales entre sí. Por ejemplo, a nadie se le ocurre que un señor que vende su
fuerza de trabajo es igual al capitalista que se la compra. Porque ahí estamos
frente a lo que Marx llamaba “la libertad de morirse de hambre”. Esa es la
libertad de los mercados: la de que te podés morir democrática y libremente de
hambre, de coronavirus o de cualquier otra maldita peste. La primer cuestión,
cuando decimos “los mercados”, es que estamos hablando de procesos que
ignoramos, cuya profundidad desconocemos, que no nos proponemos averiguar y que
simplemente estamos formulando una respuesta que vale tanto como el
abracadabra.
P. ¿Qué significan
entonces las crisis de los mercados?
R. ¿Qué es una crisis
en términos de mercado? Una ruptura de un conjunto de determinados equilibrios.
¿Cuál es ese equilibrio? Pues bien, que el gasto público esté por encima de las
posibilidades de esa determinada sociedad. Por lo tanto, en aceptación al
dictamen de los mercados, la Unión Europea, por ejemplo, tiene reglas
extremadamente duras sobre cuál debe ser el comportamiento de cada uno de sus
Estados nacionales miembro respecto del gasto público. Ahora, ese gasto público
tiene algunas curiosidades inenarrables. La primera curiosidad es que en 2010,
la deuda de los países respecto del gasto era de la mitad. Esto es: debían la
mitad de lo que producían. Uno puede decir que está bien, que está mal, pero
todavía no es ficción literaria pura. No estamos frente a una esquizofrenia.
Estamos frente a algo que se comporta según patrones convenidos previamente.
Pues bien, entre el 2010 y el 2020, ¿viste esa transformación de 0,5 a 4,2? [la
deuda soberana de los países pasó de ser la mitad a ser cuatro veces lo que
producían]. Lo que vos ves es una fenomenal transferencia de ingresos de los
sectores productivos al sistema financiero internacional. ¿Esta es la primera
vez que lo ves? No, de ninguna manera. Esto es una política constante.
Si vos mirás la crisis de 2008 en los
Estados Unidos, ves que un conjunto de bancos quiebran. ¿Por qué quiebran?
Porque hicieron préstamos chatarra, acumularon los préstamos chatarra,
emitieron títulos sobre los préstamos chatarra, no tenían ninguna clase de
control, prestaban a cualquiera de cualquier modo, hacían diferencias siderales
hasta que, por supuesto, la bola de nieve... pasó lo que tenía que pasar; es
decir, se cayó a pique. El dislate consiste en que el valor de mercado no tiene
nada que ver con el de la producción de bienes reales, porque el mercado no
registra la producción de bienes reales en rigor de verdad, sino las
operaciones y los flujos financieros.
¿Cuál es el sentido de esos flujos
financieros? Pues bien, como los bancos hicieron lo que hicieron, quebraron. En
el momento en que quiebran los bancos descubrimos qué es el mercado: el mercado
es la incapacidad de autorregularse; porque si la lógica del mercado funciona
librada a su propio modo de operar, lo que sucede es que el mercado y las
sociedades reguladas de este modo se van al mismísimo carajo. ¿Qué hace el
Gobierno de los Estados Unidos, que tiene una cierta comprensión fanática de
algunos principios económicos, pero que no se suicida tan sencillamente?
Establece una inyección de 750.000 millones de millones de fondos públicos para
rescatar a los bancos. ¿Qué nos enseña la economía de mercado? Que si yo pongo
la plata, yo soy el dueño. Ustedes, muchachos, quebraron, entonces los bancos
son públicos, son de aquellos que pagamos los impuestos. Pero no, los mercados
practican el socialismo al revés: las pérdidas son de todos, las ganancias son
de los mercados; es decir, del sistema financiero internacional.
Entonces, cuando hablamos de los
mercados no hablamos de ninguna otra cosa que del sistema financiero
internacional. Y cuando hablamos del coronavirus, de lo que hablamos es del
efecto que una gramática mercantil que se extiende sobre todo, produce como
efecto destructivo sobre todo. Yo no soy un infectólogo, no soy médico y no
pretendo dar lecciones de aquello que ignoro, ni mucho menos. No sé cómo se
combate específicamente esta pandemia, pero sé como se combate el sistema y la
lógica de las pandemias. Es decir: si los mercados siguen regulando la
producción, y el planeta Tierra se explota como una especie de granja sin
límites, donde el único concepto de los mercados, que es la rentabilidad, puede
destruir todo, incluido el mercado, lo van a hacer. Sin ninguna duda. Entonces,
zafemos o no zafemos del coronavirus, la pregunta es qué se hace con el virus
del capitalismo. Ese es un virus altamente peligroso.
El autor
de “Los cuatro peronismos” en uno de sus espacios de trabajo.NICOLÁS SAVINE
P. Cuando empezaron a
colapsar los mercados, recuerdo haber visto varios posteos en redes sociales
que decían: de pronto estamos descubriendo que, al final, a la economía la
sostenían los cuerpos que trabajan. ¿Esto es así o gran parte de las ganancias
de los flujos de capital que vemos son simplemente ficticias? O sea, no se
corresponden con…
R. Se
corresponden con las necesidades del capital, no con las necesidades de la
actividad. Y las necesidades del capital tienen que ver con la rentabilidad. Y
esto tiene una ecuación matemática enormemente sencilla. Tomemos el ejemplo de
los autos de Fórmula 1. Cuando vos mirás los corredores de autos Fórmula 1, ves
que la diferencia entre el primero y el último son unas centésimas de segundo,
un segundo. Entonces vos decís: ¿qué relevancia tiene esto en andar en auto?
Ninguna. Es decir: si tu auto tiene un pique de una fracción de segundo sobre 400
kilómetros respecto del mío y hace que tengas una ventaja de cuatro segundos en
llegar. ¿Qué es lo que sucede con tu auto? ¿Por qué es mejor que el mío? ¿Se
puede usar ese auto? ¿Vos podés subirte al auto y usarlo en una carretera? No.
Esta es la fantasía de los mercados y de la productividad infinita a cualquier
precio.
La idea de tardar menos para hacer
una cosa es importante si yo tardo 30 días en llegar desde Madrid a Buenos
Aires en barco; cuando yo voy en avión, la cosa cambia. Y si el avión, en lugar
de ir a 900 kilómetros por hora, puede ir a 1.800 kilómetros por hora, está
bien. Pero hay un momento en que se constituye lo que se llama un límite
fisiológico; esto es: a esa velocidad los cuerpos se desintegran. Por lo tanto
no es una velocidad útil, no nos sirve, le sirve a otra cosa. La sociedad
humana ha llegado a un punto donde la economía de tiempo ha alcanzado, en
muchos de sus elementos —no digo en todos—, topes imposible de superar, por así
decirlo. Vos fíjate que esto hasta nos produce un efecto subjetivo. Una carta
tardaba, en alguna época, cuando el correo funcionaba de verdad, seis días,
cinco días en llegar de Buenos Aires a Londres. Ida y vuelta, 15 días. Hoy,
cuando yo tengo que esperar 15 segundos en la computadora para entrar a mi charla
de Zoom con vos, digo: “¡Qué lenta que está esta máquina, carajo!”. Ahora, esta
percepción es una percepción real. No es un disparate. Pero someter a esta
percepción el conjunto de las decisiones de la existencia de un planeta sí es
un disparate. Este es el punto.
Tenemos estructuras de medición y
evaluación absolutamente arbitrarias. Y estamos acostumbrados a un ejercicio
que destruye todas las especificidades. Ahí vemos el final de esta lógica, que
es básicamente una lógica teológica. Una lógica que no admite sino un Dios
único todopoderoso. Hemos construido un Dios único, todopoderoso, que es la
gramática mercantil y su altar son los mercados.
P. ¿Cuál ha sido el
comportamiento de los mercados en otros momentos críticos de la historia
reciente? Más allá de la crisis de 2008, ¿ha habido momentos que hayan sido
esenciales para transformar la relación entre el capital y los Estados
nacionales?
R. Sin duda.
Cuando vos ves el fenómeno que arranca en 1890, que desemboca en la Primera
Guerra Mundial, ves la ampliación del mercado nacional como un mercado
insuficiente. Viene la lógica de esto que estamos planteando como lógica de los
mercados. ¿Cuándo es insuficiente el mercado nacional? Yo puedo decir que es
insuficiente porque hay una sobreoferta. Esa es una lectura. La segunda lectura
es que la demanda es demasiado pobre, es demasiado incapaz.
Cuando vos mirás al interior de los
Estados nacionales y ves, por ejemplo, una comparación entre Alemania y
Francia, ves que Alemania, teniendo un mercado mucho más grande que Francia
—numéricamente la población alemana es casi dos veces la población francesa— al
mismo tiempo tiene una demanda muy baja. ¿Por qué? Porque las sociedades
campesinas que no han hecho la revolución democrática son muy incapaces de
comprar. En consecuencia, vos necesitás vender fuera lo que no podés vender
dentro. Esta necesidad de ampliación de mercado se expresa como imperialismo
geográfico, como el imperialismo más elemental y obvio. Y entonces ves en ese
mismo período previo, entre 1860 y 1890, que Gran Bretaña quintuplica sus
posesiones coloniales. Y se mastica, ni más ni menos, que a la India. No
estamos hablando de una pequeña cuestión, no estamos hablando de las Falklands
[las Islas Malvinas], estamos hablando de la India, de un tamaño descomunal,
con una sociedad que tiene varias decenas de veces la población y la extensión
de Gran Bretaña. Entonces nos damos cuenta de que estamos frente a un fenómeno
de otro nivel.
Cuando vemos cómo ingresa el mercado
y el capitalismo en Japón, vemos que ingresa con las cañoneras. Cuando vemos
cómo ingresa el capitalismo en China, vemos que ingresa con una guerra de opio.
Cuando vemos cómo se amplía el mercado mundial, vemos exactamente mecanismos
político-militares relativamente atroces. Este ajuste es permanente y para cada
ciclo tenés nuevos ajustes. Porque no es que vos ingresaste al mercado mundial
en 1848 y por lo tanto, en la crisis posterior de 1946, te va bien. En 1848
Gran Bretaña hegemonizaba el mercado mundial. En 1946, Gran Bretaña era la gran
perdedora del mercado mundial. Termina endeudada con los Estados Unidos y, de
la potencia colonial imperial que era, tiene que retroceder, perder la India,
perder su lugar, poner fin al imperio de la reina Victoria. Entonces no hay
ninguna duda de que hay una relación directa entre una cosa y la otra. Lo que
tenemos que tener muy, muy en claro, es que esta relación no es amable.
Cuando Marx escribe “hay un adentro y
un afuera del mercado mundial”, el afuera del mercado mundial es todavía más
grande que el mercado mundial. Con la caída del Muro de Berlín y la implosión
de la Unión Soviética, el mercado mundial y el planeta Tierra se han vuelto lo
mismo. Tenemos un dominio globalizado que no tiene ninguna forma de control
democrático. ¿Quién elige al presidente del Fondo Monetario Internacional, al
presidente del Banco Mundial, al conjunto de sistemas que en rigor son los que
gobiernan y deciden en última instancia?
Hemos visto cómo el mercado mundial
cambiaba al primer ministro de Italia, al primer ministro de Grecia. Hemos
visto cuestiones que, con los estándares que usábamos para caracterizar los
golpes de Estado en América Latina, se llamaban golpe de Estado. Sin embargo,
nadie se inmutó demasiado. Nadie creyó que esto era particularmente grave.
Nadie se plantea que el problema... el problema sigue siendo cuál es el
déficit, el déficit fiscal es lo que nos quita el sueño, porque esto es lo que
pone nervioso a los mercados. ¿Y qué es, en definitiva? Lo que te está diciendo
es que lo único que se propone es garantizar que pagues lo que debes, no que
clausures la deuda. Están planteando una transferencia sistémica de bienes,
permanente, que no tiene modo de ser soportada por esa estructura sin
derrumbarse.
En Marx, la noción de competencia y
la noción de crisis son prácticamente iguales. La competencia entre capitales
supone, obviamente, la derrota de los más débiles, la reconcentración y la
crisis como modo de saldar esta actividad. Lo que tenemos que entender es que
el volumen, la importancia, la intensidad y la calidad de todo esto ha llegado
a un punto en que, desde la bomba atómica para acá, militarmente, y ahora
financieramente, somos capaces de poner fin a la existencia de la vida en el
planeta Tierra. Esta es la novedad que los diarios no ponen en tapa.