A través de la mirada de un conservador como José
Joaquín Pesado, se puede conocer cómo fueron los últimos días de Iturbide desde
el exilio hasta el fusilamiento.
31 de Marzo de 2021
El 30 de marzo de 1823 se registró el exilio de
Agustín de Iturbide del territorio mexicano rumbo a Liorna, Italia, esto como
un medida de defensa hacia su persona y su familia ante el levantamiento en
armas de Antonio López de Santa Anna y la promulgación en 1822 del Plan de Casa
Mata.
Días antes, Iturbide había abdicado al trono ante
el Congreso Mexicano. Éste no admitió que México se quedara sin gobernante, así
que decidieron condenarlo al destierro perpetuo con una pensión vitalicia de 25
mil pesos anuales.
Previo a dejar la titularidad del Imperio Mexicano
y junto con el congreso, se declararon nulos el Plan de Iguala y los tratados
de Córdoba, esto con el fin de permitir que México se constituyera
políticamente como mejor le pareciera a los intereses de la nación, esto de
acuerdo a José Joaquín Pesado, periodista mexicano de la época.
En su libro “El libertador D. Agustín de Iturbide”,
Joaquín Pesado afirmó que la decisión de salir del país se tomó en conjunto con
Pedro del Paso y Troncoso y de su hermana Victoria, quienes le anunciaron la
serie de revoluciones que se estaban planeando contra él y cualquiera que
quisiera el regreso del reinado de España.
En su viaje se embarcó en una antigua fragata,
Rowlins, con dirección a Italia. Estaba acompañado por su esposa, sus ocho
hijos, su sobrino, dos eclesiásticos, su secretario personal y su servidumbre.
Desembarcó en Italia el 2 de agosto de 1823; sin
embargo, él y sus acompañantes tuvieron que cumplir cuarentena obligatoria y
pudieron salir hasta el mes de septiembre.
No obstante, las cosas no fueron nada fáciles en ese
país, pues sólo se le otorgó seguridad durante un mes ya que, según el
periodista Pesado, en Europa “no fue bien vista la Revolución
Hispano-Americana”.
El exilio en Europa de Iturbide no duró mucho
tiempo, pues entre sus constantes mudanzas de Florencia a Londres, pudo conocer
los planes de reconquista sobre México que tenía España. A la par de recibir
noticias a través de cartas que “pintaban a la república en un estado de
anarquía”.
Con esta información y aconsejado por algunas
personas que querían una monarquía en América, decidió volver a México un año
más tarde. Se embarcó en Londres el 4 de mayo de 1824, junto con algunos
miembros de su familia, rumbo a la bahía de San Bernardo, Texas, misma a la que
arribó el 27 de junio.
Pasó días en Texas planeando su entrada a México,
quería hacer creer que él prestaba sus servicios a la patria para evitar que se
siguieran creando conflictos y evitar una reconquista por parte de España; sin
embargo, esto no funcionó y fue arrestado el 16 de julio en Tamaulipas.
Tres días después, el 19 de julio de 1824, fue
fusilado en Padilla, Tamaulipas, por órdenes del congreso local que ordenó
cumplir el decreto de fusilar al traidor Agustín de Iturbide.
El periodista José Joaquín Pesado plasmó en su
libro las últimas palabras que se registraron del que fuera emperador de
México, en las que afirma se puede observar “los sentimientos dominantes en el
corazón de Iturbide: la religión, la patria y el honor”.
“¡Mexicanos! en el acto mismo de mi muerte, os
recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión, ella es
quien nos ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y
muero gustoso, porque muerto entre vosotros: muero con honor, no como traidor.
No quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: no soy traidor, no. Guardad
subordinación y prestad obediencia a vuestro jefes, que hacer lo que ellos os
manden es cumplir con dios. No digo esto lleno de vanidad porque estoy muy
distante de tenerla”.
José Joaquín Pesado Pérez, no sólo se desempeñó como
escritor y periodista, también formó parte del Partido Conservador de México,
con el cual fue gobernador de Veracruz, ministro del Interior de México,
ministro de Relaciones Exteriores de México y secretario de Relaciones
Exteriores, Gobernación y Policía.
Se dice que sus obras formaron parte de la herencia
conservadora del México post independencia, en especial para modificar la
percepción de figuras como Iturbide o la herencia española en el país.
Las historias nacionales son variaciones sobre eso
que Borges llamó “el tema del traidor y del héroe”. Cada patria cuenta, por lo
menos, con dos panteones, el de los santos y el de los herejes, el de los
soldados y el de los desertores. El traidor, como Lucifer, no es un antagonista
originario, sino un ángel caído. Los enemigos, como se sabe, ni siquiera
cuentan con su panteón, ya que son cadáveres extramuros, sepultados fuera del
camposanto de la patria. Son muy pocos, sin embargo, los personajes históricos
que logran desafiar esta pesadilla binaria, tan propia de la imaginación
paulina. En el siglo XIX mexicano sólo hay tres biografías políticas que
oscilan, emblemáticamente, entre el heroísmo y la traición: la de Iturbide, la
de Santa Anna y la de Díaz. Los tres, como Fergus Kilpatrick, el extraño mártir
irlandés que concibió Jorge Luis Borges, fueron mitad héroes, mitad traidores.
Agustín de Iturbide es el primer traidor de la
historia moderna de México. Lo es no sólo porque el Congreso de la primera
República Federal así lo decretara, un 28 de abril de 1824, sino porque su
origen era el de un ilustrado criollo michoacano Calleja y Venegas, en tanto
realistas peninsulares, fueron enemigos, no traidores y porque fue el caudillo
que, acaso sin desearlo plenamente, consumó la independencia de la nación
mexicana. Debido a la falta de una buena biografía, poco se sabe de la vida de
Iturbide antes del Plan de Iguala. Casi todas las noticias, amén de su
vaguedad, confirman, sin embargo, cierta tendencia al vaivén político. Al
parecer, el joven Iturbide apoyó el golpe de Estado de Gabriel de Yermo contra
el virrey Iturbide en 1808, pero al año siguiente estuvo implicado en la
conspiración autonomista de Valladolid; combatió con tenacidad a Hidalgo y a
Morelos, mientras leía la literatura ilustrada francesa y española que
alebrestaba a los insurgentes; participó en la antiliberal conjura de la
Profesa en 1820 y unos meses después proponía a Guerrero un pacto separatista
sobre bases gaditanas.
A pesar de una notable reputación como coronel y
brigadier contrainsurgente, forjada con crueldad y malversación, la gran hazaña
de Iturbide no fue una batalla, ni mucho menos una férrea dictadura. Fue un
pacto: el Plan de Iguala. Con todo y la proverbial cursilería neoclásica de don
Agustín en sus discursos y proclamas siempre más contenida, por cierto, que la
de un Santa Anna o un Bustamante, el texto del Plan de Iguala es mejor
literatura política que el de la Constitución de 1824. La mínima filosofía de la
historia que se plasma ahí parece una adaptación de Gibbon por el abate de
Pradt, repujada con el providencialismo de Humboldt: si todas las naciones
europeas fueron hijas del imperio romano que, al crecer, se independizaron y
adoptaron formas imperiales, las nuevas naciones de Hispanoamérica son hijas de
la monarquía española que deberán convertirse en nuevos imperios americanos. El
estado naciente será, por tanto, una monarquía constitucional moderada,
responderá al nombre de Imperio de la América Septentrional y estará encabezado
por el propio Fernando VII o algún príncipe de la casa borbónica.
El entusiasmo que suscitó esta fórmula fue tal que
reconcilió a los adversarios de una guerra de diez años y hasta ganó el apoyo
del último virrey de la Nueva España, Juan O’Donojú. La entrada del Ejército
Trigarante a la ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821, es la
consagración del héroe. Justo ahí comienza la saga del traidor ¿Cuál fue, pues,
la traición de Iturbide? Una en tres actos: la aceptación de la corona imperial
en mayo de 1821, tras la algazara de Pío Marcha, la disolución del Congreso
Constituyente en octubre y el fatídico desembarco por Soto de la Marina, en
julio de 1824, que le costó la vida. La eficacia simbólica del imperio, como
reconoció Alamán, dependía de su ambigüedad, es decir, de que el trono se
mantuviera vacío en espera de un príncipe con sangre real. Si Iturbide hubiera
permanecido como Regente, liberando la presión de las provincias a través del
Congreso y refrenando la ambición con su eficaz melancolía, tal vez no habría
acabado en Padilla, ejecutado por un pelotón de federalistas tamaulipecos.
La mirada serena del tiempo nos persuade de que la
“traición” de Iturbide no fue más que una serie de errores políticos. Sobre
todo el último: la travesía de Londres a Tamaulipas. Acompañado por su esposa.
Ana María Huarte, dos hijos, un sobrino, dos sacerdotes, su ayudante polaco, un
editor inglés y una imprenta, Iturbide, como demostrara Bulnes, no regresaba
para levantarse en armas contra la República Federal, sino para reinsertarse en
la vida política de la nación que él, como pocos, ayudó a independizar. Este
trágico final y la condición híbrida de héroe-traidor hicieron de su tumba un
lugar mítico, una cripta sin paz, un sepulcro tan perturbado como el de los
propios caudillos del santoral nacionalista.
El general Manuel Mier y Terán, atormentado por la
independencia de Texas, se suicidó en 1832, en Padilla, dejando caer el cuerpo
sobre su espada. Al año siguiente, Santa Anna ordenó que los restos de Iturbide
se trasladaran a la Ciudad de México, donde serían honrados. La orden se
cumplió en 1838, siendo presidente Anastasio Bustamante, iturbidista de primera
y última hora, quien decretó que las cenizas del caudillo se depositaran en la
capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral de la Ciudad de México. En 1853,
el propio Bustamante, desencantado de un México independiente que se
precipitaba en la tiranía de Santa Anna, pidió, como último deseo, que su
corazón fuese enterrado junto a las cenizas de Iturbide en la cripta de la
Catedral.
A partir de 1857, los liberales profundizaron esa
satanización, iniciada por los yorkinos de los años veinte, que atribuía a
Iturbide el rol de un anti-Hidalgo. Si el cura de Dolores era el Padre de la
Independencia, su Alteza Serenísima Agustín I era el Padrastro. En 1917, los
revolucionarios dieron otra vuelta de tuerca al mito del primer traidor a la
patria. Al cumplirse el centenario de la consumación de la Independencia, en
1921, siendo presidente Alvaro Obregón, la Cámara de Diputados federal aprobó,
por 77 votos contra 5, que el nombre de Agustín de Iturbide, grabado en letras
de oro, fuera desprendido de uno de los muros de la sala de sesiones.
Hoy la leyenda negra de Iturbide, aunque atenuada,
sigue viva. Los libros de William Spence Robertson y Timothy E. Anna, más que
las apologías de Rafael Heliodoro Valle y Alfonso Trueba, han erosionado, al
menos entre historiadores, la nefasta costumbre de colocar al Emperador en la
galería de mexicanos infames. Pero el mito persiste en la imaginación
patriótica ad usum. Como en el cuento de Borges, que podría transcurrir “en
algún país oprimido y tenaz, algún estado sudamericano o balcánico”, la
“ejecución del traidor”, con las armas de la memoria, sigue siendo “un
instrumento para la emancipación de la patria”. Iturbide murió gritando al
pelotón de fusilamiento: “¡No soy traidor, no!”
Reporteros sin Fronteras pide
investigación rigurosa del asesinato de Jacinto Romero, en Ixtaczoquitlán La
organización internacional Reporteros sin Fronteras (RSF) pide al gobierno de
Veracruz y al federal una investigación rigurosa e independiente sobre el
asesinato del periodista y locutor de radio Jacinto Romero Flores, ocurrido la
mañana del jueves 19 de agosto, en Ixtaczoquitlán. Jacinto Romero, de 61 años,
trabajaba para la estación de radio Ori Estéreo 99.3 FM, con sede en Orizaba, conducía
su automóvil en el barrio Potrerillo de Ixtaczoquitlán, cuando fue acribillado.
Desde 2015, el periodista
mexicano transmitía en Facebook el programa “Un Café con El Enano del Tapanco,
con Jacinto Romero Flores” en el que abordaba temas relacionados con la
política, la inseguridad y las condiciones sociales en los municipios de la
región Altas Montañas de Veracruz. RSF menciona que Jacinto Romero recibe
varios mensajes amenazadores en febrero pasado, uno de los cuales lo insta a
“dejar de escribir mierda” luego de que el periodista denunciara presuntos
abusos de autoridad cometidos por policías y familiares de funcionarios locales
en una fiesta en la ciudad de Texhuacan.
Luego de las amenazas, el
reportero solicita protección a la Comisión Estatal de Atención y Protección de
los Periodistas del Estado de Veracruz (CEAPP) y queda bajo protección
preventiva; en un comunicado, la Secretaría de Seguridad Pública dijo que se
estaban realizando operaciones de búsqueda para encontrar a los asesinos. “El
asesinato de Jacinto Romero Flores vuelve a ensombrecer el panorama de la
libertad de prensa en México, a menos de un mes del asesinato de otro
periodista,” deplora el director de la oficina latinoamericana de RSF, Emmanuel
Colombié. “Jacinto Romero Flores, consciente de que corría peligro, ya había
pedido protección oficial. RSF hace un llamado a las autoridades para que
realicen una investigación completa, rigurosa e independiente para no dejar
impune este crimen”.
Desde principios de 2021, al
menos otros cuatro periodistas han sido asesinados en México: Benjamín Morales
Hernández, el 2 de mayo (Estado de Sonora), Gustavo Sánchez Cabrera, el 17 de
junio (Estado de Oaxaca) y Ricardo López Domínguez, el 22 de julio (Estado de
Sonora), y Saúl Tijerina, el 22 de junio (Estado de Coahuila). México ocupa el
lugar 143 de 180 países en la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa 2021
establecida por RSF.
La Secretaría de Medio
Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), con María Luisa Albores al frente
desde hace casi un año, carece de brújula y de agenda, pues dejó de lado el
trabajo con las comunidades que sufren los infiernos ambientales, firmó el decreto
que permite la pesca en el hábitat de la vaquita marina (en riesgo de
extinción) y ni siquiera ha expresado su condena pública por los 18 activistas
asesinados en 2020, denunciaron organizaciones defensoras de la naturaleza.
En cambio, la actividad más visible
de la funcionaria es su recorrido por áreas naturales protegidas, ya que de
acuerdo con la información que promueve en su cuenta de Twitter, ha visitado,
entre otras áreas, Los Tuxtlas, Sian Ka’an, el Vizcaíno –para el avistamiento
de la ballena gris–, Celestún y Yum Balam.
También en varias ocasiones ha
ido al centro de educación ambiental y cultural Muros de Agua José Revueltas,
en las Islas Marías.
Albores dejó la Secretaría de
Bienestar el 2 de septiembre de 2020 para llegar a la Semarnat en sustitución
de Víctor Toledo, pero todavía hay mucha gente que desconoce quién está al
frente de la dependencia. No saben quién es. Mis alumnos preguntan: ¿quién está
al frente de Semarnat? No tiene presencia pública. No está haciendo labor en
favor del medio ambiente, hay silencio total. Estamos en el fondo del fondo,
lamentó Gustavo Alanís, director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental
(Cemda), e indicó que estos temas deberían ser de seguridad nacional, al igual
que el cambio climático y la escasez de agua en el país.
Albores suspendió el trabajo
–impulsado por su predecesor– en los infiernos ambientales de comunidades
afectadas por emergencias, como Tula y Atitalaquia, en Hidalgo; El Salto, en
Jalisco, y Coatzacoalcos, Veracruz, afirmó a su vez Gustavo Ampugnani, director
de Greenpeace México.
▲ Ambientalistas lamentan que
haya poca preocupación de la titular de la Semarnat por el cuidado de la
naturaleza.Foto La Jornada
También es preocupante que la
Semarnat considere la quema de residuos sólidos urbanos como parte de la
economía circular, ya que ha sido una estrategia de empresas y gobiernos en
varios países para seguir vendiendo sus productos en plásticos de un solo uso.
El ecologista reconoció la
labor de la dependencia para enfrentar 26 juicios de amparo en contra del
decreto presidencial para la eliminación del glifosato y esperamos que continúe
invocando los principios de precaución en materia ambiental como lo han hecho
hasta ahora, pero también hay muchos temas pendientes.
En relación con el cambio
climático, México actualizó a fines del 2020, en el contexto del Acuerdo de
París, las contribuciones determinadas a nivel nacional (metas voluntarias de
reducción de emisiones de gases de efecto invernadero), es bueno que la
Semarnat haga mayores esfuerzos en adaptarse a los impactos del cambio
climático, pero en el concierto internacional de la lucha contra este fenómeno
esto no se considera como una meta ambiciosa, señaló la Iniciativa Climática de
México.
En entrevista, Alanís dijo que
“a casi tres años de gobierno es evidente que la agenda ambiental no existe
para el Presidente. Albores, por ejemplo, en el caso de los 18 ambientalistas
asesinados el año pasado no ha dicho absolutamente nada. Los recursos son
raquíticos, no pueden hacer nada con la pobreza presupuestal.
Sobre la vaquita marina, el
decreto del 9 de julio del Diario Oficial de la Federación indica que se
admiten hasta 65 embarcaciones en la zona de tolerancia cero, por lo que
diversas organizaciones ambientalistas pidieron que se establezca con claridad
la prohibición de la pesca en esa zona.
La víspera de su asesinato, María del
Rosario Zavala Aguilar era muy optimista.
Aquella noche llamó a Joanna, la mayor
de sus seis hijos, y le dijo que estaba muy cerca de encontrar a su hermano.
Fue la última vez que hablaron.
Yatziri Misael Cardona Aguilar tenía 16
años cuando un grupo de hombres armados lo secuestraron en su casa en León,
Guanajuato, la víspera de las navidades de 2019. Desde entonces su madre no
hacía otra cosa que buscarlo: imprimió cartelones, presionó a la fiscalía, se
unió a un colectivo de búsqueda y se recorrió todo el estado preguntando a ver
si alguien había visto a ese joven imberbe de cabeza rapada y ojos
desafiantes.
Después de una intensa tarde de
rastreo, Rosario creyó estar más cerca de su objetivo. Llevaba varias horas
recorriendo la colonia Coecillo cuando un joven le dijo que sabía dónde estaba
Yatziri. El chico aseguró que lo había visto en un punto de venta de drogas
pero no ofreció más detalles porque temía sufrir represalias. A pesar de que
las explicaciones fueron escasas las expectativas se multiplicaron. Una pequeña
pista, sin posibilidad de ser corroborada, bastó para que la madre llamase
emocionada a su hija, convencida de que el reencuentro estaba cerca.
No sobrevivió al anuncio.
Horas después de aquella última
búsqueda, dos jóvenes asesinaron a María del Rosario Zavala Aguilar en la
puerta de su casa. Tocaron el timbre antes del amanecer y esperaron a que ella
abriese. La acribillaron con seis balazos. Fue el 14 de octubre de 2020 en la
misma vivienda en la que diez meses atrás Yatziri fue secuestrado. Tenía 45
años, estaba casada y dejaba seis hijos. Uno de ellos sigue desaparecido.
Meses antes de ser tiroteada la mujer
aseguraba no tener miedo. No se sentía objetivo de nadie ni decía necesitar
protección. Si alguien la hostigaba eran las autoridades, que frecuentemente
allanaban su vivienda en busca de drogas.
“En vez de investigarme a mí, ¿por qué
no buscan a mi hijo?”, se quejaba.
La noche de su asesinato una patrulla
de la Guardia Nacional se personó en la vivienda otra vez, diciendo que habían
recibido una denuncia. Horas después no estaban allí cuando los sicarios
mataron a la buscadora.
La familia de Rosario no quiso hacer
público el asesinato durante meses. Tenían miedo. Ahora siguen sin protección
pero decidieron dar a conocerla por si alguien tiene alguna pista que les lleve
a encontrar a Yatziri. A su madre ya no se la van a devolver, pero sueñan con
que les entreguen a su hermano.
El secuestro de
Yatziri
La vida de María Rosario Zavala Aguilar
cambió para siempre el 23 de diciembre de 2019. La víspera, la familia había
estado celebrando los 16 años de Yatziri. Su hermana Joanna le prometió que le
compraría unas tenis y estaba previsto que aquel día fuesen a por ellas. Al día
siguiente podría estrenarlas en la cena navideña.
Nunca llegó a hacerlo.
Pasadas las 2 de la tarde cinco hombres
armados irrumpieron en la vivienda familiar encañonando a los que se
encontraban en la planta baja. La casa tiene tres pisos y es una de las más
altas de la colonia, situada en el extrarradio de León. Abajo hay una tienda de
abarrotes desde la que se accede al salón principal, con un gran televisor, dos
sofás y una pequeña cocina americana. Arriba, los dormitorios y una zona que se
utiliza como almacén. Yatziri bajaba las escaleras cuando vio al primer tipo
con pistola.
“¡Denos el dinero hijos de su puta
madre!”, gritó. Los hombres comenzaron a llevarse ropa que la familia vende en
el tianguis, los celulares, la laptop de una de las hijas. En mitad de la
confusión, uno de los asaltantes agarró a Yésica, hermana de Yatziri y
embarazada, y amenazó con llevársela. En ese momento la habitación era un caos:
gritos, amenazas, un tipo que perseguía a una de las chicas, niños
aterrorizados. Y Yatziri, a mitad de ese horror, logró canjearse por su
hermana. Así que se lo llevaron. “Es para que dejen de pegarle”, dijo a su tía
antes de desaparecer del lugar. Su padre, desde el tercer piso, aventó varios
ladrillos a la camioneta mientras que Rosario les gritaba desde abajo que le
devolvieran a su hijo. Los hombres rafaguearon la fachada y marcharon a toda
velocidad.
Todo esto ocurrió a plena luz del día,
en una colonia popular de León, una ciudad de casi millón 800 mil
habitantes.
A partir de ese momento comienza un
calvario para Rosario Zavala.
“Entraron unas personas armadas y de
aquí se lo llevaron. Él no salió por propia voluntad, de aquí lo sacaron”,
contó ella misma en una entrevista mantenida en agosto de 2020, tres meses
antes de que la asesinaran.
Altar a
María del Rosario Zavala Aguilar y a su hijo, Yatziri Misael Cardona Zavala, en
la vivienda en donde residian en León, Guanajuato el 17 de junio del 2021.
Foto: Fred Ramos.
Rosario era una mujer fuerte y decían
de ella que tenía un carácter difícil porque no se callaba ante nada. Tenía la
cara ovalada y ojeras muy marcadas. En el brazo izquierdo llevaba tatuada una
imagen de la Santa Muerte, de la que era devota. En el segundo piso de la
vivienda hay instalado un altar con decenas de imágenes de figura popular de
culto. Cada mes llegaban los fieles para encender una veladora o pedirle algún
imposible. Por eso era conocida en toda la colonia.
En febrero de 2012 Rosario tuvo un
traspiés. Fue detenida con mariguana y cocaína para la venta y encarcelada
durante un año. Aquel arresto le perseguirá toda la vida.
“Yo andé por malos pasos, ya se lo dije
al de la investigación. Pero salí por buen camino y me puse a trabajar. Un
error lo comete cualquiera y me está afectando con mi hijo”, dijo, en
entrevista, en agosto de 2020.
El estigma también le alcanzará en la
búsqueda de su hijo. Parecía que los policías estuviesen más interesados en
investigarla a ella que en dar con el paradero de Yatziri. Periódicamente,
patrullas estatales o de la Guardia Nacional irrumpían en el domicilio para
hacer un cateo. Lo mismo hacía la Fiscalía General de Justicia de Guanajuato a
través de agentes del Ministerio Público y de Agentes de Investigación Criminal
que la estigmatizaban por su pasado.
La Plataforma por la Paz y la Justicia
acompañó a Rosario a interponer una queja ante el Organismo local de derechos
humanos que lo canalizó a la CNDH. Actualmente se desconoce el avance sobre
este abuso de autoridad y allanamiento de la Guardia Nacional.
Joanna
Cardona Zavala, 32, despacha a un cliente, en el negocio familiar, en su casa
en casa en León, Guanajuato el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Joanna Cardona Zavala, 32, despacha a un cliente, en el negocio familiar, en su casa en casa en León, Guanajuato el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Su pasado era también una de las
razones con las que los investigadores explican el secuestro de su hijo. La
teoría era que se lo habían llevado para dar una lección a su madre. Que años
después de que fuese encarcelada, alguien buscó de nuevo a Rosario Zavala para
ofrecerle entrar de nuevo al negocio de la venta de droga. Ella lo rechazó y
capturaron a su hijo como castigo.
Alguien declaró en Fiscalía que ella
era “la Tía”, y que se habían llevado a su hijo por su negativa a vender
droga.
Su hija Joanna explica la razón del
mote: “la llamaban la Tía, pero no por el hecho de vender droga, sino porque
creía mucho en la Santa”.
Fosas que el Estado negaba
Guanajuato es el estado más violento de México. En 2020 fueron asesinadas más de 5 mil personas de las 34 mil que perdieron la vida de forma violenta en todo el país. Esto supone una tasa de 73 homicidios por cada 100 mil personas, por encima de países como Honduras o El Salvador, que durante años fueron considerados algunos de los territorios más peligrosos del mundo.
Esta violencia desmesurada se explica por la pugna entre el Cártel Santa Rosa de Lima, un grupo local dedicado originalmente al robo de combustible, y el Cártel Jalisco Nueva Generación, la estructura con mayor crecimiento durante los últimos años. La detención de José Antonio Yepes Ortiz, ‘El Marro’, líder de Santa Rosa, en agosto de 2020, no frenó los asesinatos. Hay expertos como el analista David Saucedo que aseguran que esto se explica por la llegada del Cártel de Sinaloa para disputar el territorio.
A finales de 2019, cuando Rosario ingresó a un colectivo de búsqueda, el fiscal del estado Carlos Zamarripa negaba que en su territorio hubiese desaparecidos o se hallasen fosas clandestinas. Esta versión oficial no se sostenía sobre el terreno, donde los grupos de familiares crecieron de forma desmesurada. En 2018 únicamente existían dos. Tres años después ya eran 12, desplegados en las principales ciudades de Guanajuato como León, Irapuato o Salvatierra. Desde finales de 2020 se multiplicaron los hallazgos de fosas. En noviembre, 76 cuerpos en un predio de Salvatierra. En diciembre, más de 100 bolsas con restos en una casa en las afueras de Acámbaro. Si no fuese por las buscadoras estos lugares no hubiesen visto nunca la luz. Si Rosario no hubiese sido asesinada, estaría con sus compañeras escarbando en la tierra para encontrar a sus seres queridos.
Durante los diez meses que transcurrieron entre el secuestro de Yatziri y el asesinato, Rosario no dejó de buscar. Saber qué había ocurrido con su hijo se convirtió en su gran obsesión.
María del Rosario Zavala Aguilar (centro) junto a su hermana y su esposo en su vivienda en León, Guanajuato, el 17 de julio del 2020. Foto: Fred Ramos
La última pista ofrecida por los investigadores es que el joven fue asesinado. “Nos dijeron que lo habían disuelto en ácido”, recordaba.
En Guanajuato son habituales las historias sobre secuestros perpetrados por el crimen organizado como forma de reclutamiento forzoso. Se llevan a adolescentes a los que obligan a vender droga o convertirse en sicarios. Si dejan de ser útiles, simplemente se deshacen de ellos.
Eso es lo que la Fiscalía cree que hicieron con Yatziri.
La única prueba es una camiseta con manchas de cloro que se encontró en un centro de exterminio y que su familia cree que pertenecía a Yatziri. También se encontraron doce fragmentos de dentadura. Allí estaban secuestrados varios jóvenes que lograron salvar la vida gracias a la llegada de la policía. Uno de ellos dijo a la familia que lo tenían desnudo y preparado para disolver en ácido cuando los sicarios se emborracharon y olvidaron que iban a matarlo. Poco después fueron rescatados. Según la Fiscalía, Yatziri pudo pasar por aquel siniestro lugar pero en su carpeta de investigación no aparecen estas detenciones. Casi dos años después del secuestro no se han cotejado los restos de ADN de la playera o de los dientes con los de sus hermanos.
Animal Político consultó con la Fiscalía General de Guanajuato (FGE) y con la Comisión Estatal de Búsqueda, pero al cierre de la edición no había recibido respuesta.
Para Raymundo Sandoval de la Plataforma por la Paz y la Justicia en Guanajuato, quien acompañó a Rosario en la búsqueda de Yatziri, este caso ejemplifica la triple victimización que sufren las familias: la desaparición, la estigmatización y el asesinato. Además, denuncia la impunidad y recuerda que existen sospechas sobre la colusión de la fiscalía con grupos criminales.
También interpusieron una queja por la lentitud de las pesquisas y se reunieron con la secretaría de Gobernación, sin resultados. “Hay una especie de encubrimiento político a la fiscalía”, dijo Sandoval.
Rosario siempre estuvo inconforme con los avances en la investigación. Por eso acudía a fiscalía continuamente para exigir resultados. Ella no estaba buscando culpables, solo quería saber qué ocurrió con su hijo. Esta es una declaración de principios habitual en quienes tienen familiares desaparecidos, casi una oferta a los criminales: ayuden a encontrar que nosotros olvidaremos quién fue el responsable.
“A mi me entregan a mi hijo y retiro todo, pero que me digan dónde está”, afirmaba Rosario.
En Fiscalía no encontró aliados. Durante los diez meses en los que buscó sin descanso siempre sintió el desdén de los investigadores.
“Le dijeron cosas feas, sí nos trataron mal”, explica Raymundo Pérez, de 29 años, esposo de Joanna y yerno de Rosario. Él se hizo cargo de acudir a las diligencias porque en FGE se quejaron de la actitud de la madre. Pero el problema no era de modales sino de resultados. “Yo quería que se agilizaran las pruebas. Ellos se molestaban y querían que se les hiciera el trabajo a los investigadores. Nosotros no nos sentíamos conformes. ¿Cómo se sentirían si fuera un familiar suyo?”, se pregunta.
Raymundo Pérez, 29, mira las camaras de la video vigilancia instaladas afuera de su casa al lado de su hija, quien mira la televisión, en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
La búsqueda es un proceso solitario y angustioso que las familias llevan a cabo con el único apoyo de otras víctimas. La intervención de las autoridades es limitada y el volumen de desaparecidos sobrepasa con mucho las capacidades de fiscalías y comisiones. Así que son las madres, los hermanos, las hijas, quienes se convierten en investigadores. Son ellas las que llegan las primeras a una fosa clandestina, las que se meten en las colonias más peligrosas tratando de dar una pista y las que se juegan la vida por encontrar a su ser querido.
Hay veces en las que estas pesquisas les llevan a la muerte.
El asesinato de la buscadora
La víspera de su asesinato, María del Rosario Zavala Aguilar era muy optimista.
Habían transcurrido diez meses del secuestro de su hijo pero ella no perdió la esperanza. Aquella tarde la pasó mostrando la foto de Yatziri a los jóvenes que encontraba en la colonia Coecillo, una zona del centro de León donde se ubica la central camionera y en la que existen diversos puntos de venta de droga.
Horas después, dos pistoleros acabaron con su vida en su domicilio.
Pasaban algunos minutos de las 6 de la mañana cuando dos pistoleros tocaron el timbre. Quién sabe si fue por casualidad pero ella abrió la puerta. Recibió seis disparos y quedó tendida en el piso, entre las bolsas de papas y las cajas con botellas de agua, mientras los sicarios escaparon corriendo. Uno de sus hijos y su esposo llegaron tras escuchar las detonaciones. Ella todavía estaba viva, así que la metieron en un coche e intentaron llevarla al hospital. ¿Qué otra cosa podían hacer?
Junto al lugar del ataque los homicidas dejaron una cartulina. Ahí quedó escrita la sentencia de muerte: acusaban a Rosario de “hablar demasiado”.
Es posible que nunca sepamos a qué se refieren esas palabras. Tampoco importa demasiado.
Aquel fue un golpe terrible para la familia.
“Ella no tenía pelos en la lengua. Pero si a sus hijos les falta algo se quitaba las cosas de la boca, como cualquier madre”, dice Joanna, de 32 años, su hija mayor. Tras el asesinato ella se mudó al domicilio familiar con su esposo. Ahí, rodeada de recuerdos, trata de sacar adelante a los suyos.
“Mi madre era una mujer muy valiente, que no se agachó a pesar de lo que le ocurrió a su hijo. Siguió adelante hasta que le quitaron su vida”, dice.
Casi todos los domingos Joanna acude al panteón para recordar a Rosario.
Joanna Cardona Zavala, 32, platica con su pareja en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Asegura que no ha movido la investigación. Que tiene miedo de que su familia sufra las consecuencias y que, en el fondo, su madre ya está muerta y nadie se la va a devolver. En México hay una impunidad de más del 90% según informes de México Evalúa. Si las familias no realizan pesquisas por su cuenta es posible que nunca se sepa quién apretó el gatillo. Así que la familia ha optado por la seguridad. También solicitaron medidas de protección a las autoridades estatales, pero apenas envían un coche de policía que da unos rondines antes de volver a marcharse.
Lo que no quieren olvidar es la búsqueda de Yatziri. Desde el asesinato de Rosario la familia dejó de acudir a Fiscalía y abandonó los rastreos en colonias peligrosas mostrando su fotografía. Sin embargo, no pierden la esperanza de encontrarlo.
“Vivimos un martirio, es algo muy feo. Se llevan a una persona, algo de ti y te quitan las perspectivas de verla viva”, dice Raymundo, que reconoce que muchas cosas cambiaron en la familia desde aquel secuestro.
Joanna reconoce que habla de su hermano en pasado, como si el subconsciente le advirtiera de un fatal desenlace. “Quiero ser realista, a veces pienso que no va a volver y otras me levanto con ánimo de que sí regresará”, afirma.
En su última entrevista, Rosario Zavala aseguró que no había día que no llorase la desaparición de Yatziri. “Veo su foto, lloro y pido a mi padre Dios que me lo devuelvan”.
Tres meses después de aquella conversación, dos pistoleros la mataron antes de que pudiese cumplir su sueño de encontrar a su hijo. Aquel día estaba convencida de que pronto iba a dar con su paradero.