3 de mayo de 2020

ADIÓS AL COMUNISMO MEXICANO




1 ENERO, 1989
Gustavo Hirales

En el Informe presentado por Arnoldo Martínez Verdugo en el acto de inauguración del XIX Congreso del Partido Comunista Mexicano (PCM), el 9 de marzo de 1981, se planteaba lo siguiente: “Los partidos —y no sólo los revolucionarios— expresan ideologías y promueven políticas cuyo contenido de clase ningún pluralismo logrará difuminar”. La asamblea plenaria, dominada por los llamados “dinos”, exigió que se añadiera, a lo dicho por AMV, este párrafo: “El Partido Comunista Mexicano rechaza el pluralismo en su seno, entendido éste en el sentido de pluralismo ideológico, por disgregador, pues un partido obrero revolucionario de masas (sic) debe basarse en la homogeneidad ideológica…”
Era la respuesta de la mayoría a la demanda de los “renovadores” por una apertura ideológica y política del PCM antes los cambios de ruta ocurridos en la sociedad mexicana y en la propia izquierda. Junto al pluralismo, se demandaba también la posibilidad de organizar corrientes diversas dentro del partido. A esto se respondió: la “organización de tendencias lesiona la democracia interna”, pues mucho militantes no están dispuestos a participar en estas corrientes organizadas y, por tanto, se les deja fuera del debate y al toma de decisiones.
Lo anterior no tendría probablemente la mayor importancia si no fuera porque recientemente, el 21 de octubre de 1988, algunos de los principales representantes de la corriente comunista suscribieron un Llamamiento para la constitución de un nuevo partido que, casi punto por punto, es la antítesis de aquella concepción. Entre los cientos de firmantes del llamamiento leído por Cuauhtémoc Cárdenas aparecen tres nombres altamente significativos: Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo y Pablo Gómez, considerados los “bastiones” contemporáneos de la tendencia histórica comunista.
El Llamamiento plantea, en efecto, que se necesita un partido nuevo que sea “expresión de pluralidad” del voto del 6 de julio. El partido será “una alianza en la cual convergerán… demócratas y nacionalistas, socialistas y cristianos, liberales y ecologistas”. Frente al partido obrero revolucionario de masas, el documento del 21 de octubre propone una “organización de ciudadanos” que incorpore “la capacidad de acción y decisión propias de un partido de flexibilidad, inventiva y autonomía de sus diferentes componentes, propias de un movimiento”; es decir, un partido “movimientista” y con libertad de corrientes.
Pero antes incluso de la aparición del Llamamiento, como respuesta a la convocatoria de Cuauhtémoc Cárdenas del 14 de septiembre en el Zócalo, el Partido Mexicano Socialista (PMS) había expresado su plena disposición a concurrir a este llamado y, por tanto, a su autodisolución. Parece —escribió M. A. Granados Chapa— que se ha resuelto liquidar  al PMS: “Será oportuno, entonces, que se cante un réquiem por el partido de los comunistas mexicanos, nacido en 1919…”. Otras veces han empleado, a este respecto, el término liquidacionismo, que en la jerga de la izquierda tiene una connotación más o menos precisa: se refiere a la “pretensión desmesurada” de liquidar a un partido comunista.
Dentro del mismo Mexicano Socialista ha surgido una “corriente comunista” que se define por la idea de que la lucha por el socialismo en México es “un objetivo irrenunciable e inocultable” y que, por tanto, no es admisible “la liquidación del socialismo es como fuerza política organizada y autónoma”.
La llamada “corriente comunista”, que en realidad se opone a la disolución del PMS y su incorporación al Partido de la Revolución Democrática, pone como una de sus condiciones para ingresar al nuevo partido que se admita en su interior la existencia de “corrientes organizadas”. Y no es la última paradoja de esta historia el que este grupo, encabezado por Eduardo Montes y M.L. Posadas, haya sido el mismo que en el XIX Congreso del PC se opuso con más virulencia a la demanda renovadora de “libertad de corrientes”.
Para este grupo, todo ha ocurrido de manera misteriosa, como si el comunismo mexicano hubiera sido víctima de algún encantamiento de un maleficio: “en los años setenta el PCM había alcanzado un importante desarrollo político, conquistado su legalidad, acumulado un capital teórico importante, estaba en plena madurez, como lo demostró el XIX Congreso, y a punto de iniciar un despegue… Nueve años después el balance es desalentador, la influencia política organizada del socialismo es menor en el país, su caudal electoral descendió; como fuerza organizada se ha debilitado paulatinamente; su perfil propio se desdibujó casi totalmente tras dos fusiones. El capital político y teórico acumulado en los decenios anteriores fue derrochado lamentablemente bajo la influencia del pragmatismo inmediatista sin horizontes de largo plazo…” (doc. Mimeografiado: “La lucha por el socialismo es irrenunciable e inaplazable”).
La causa de todas estas desgracias se localiza en las fusiones: “se ha perdido mucha energía en las fusiones orgánicas, en los desgarramientos” que, presumiblemente, sufrieron los comunistas al concurrir a estas fusiones. Arnoldo Martínez Verdugo ha dicho que el problema fue que – los comunistas – no supimos evaluar las dificultades de cada una de estas fusiones. Más allá, sin embargo, de estas explicaciones, los principales protagonistas de esta corriente histórica en México no han arriesgado una reflexión que intente dar una visión más global del proceso de disolución del comunismo mexicano.
En abril de 1988, en una reunión de cuadros provenientes del PC convocada para examinar la difícil situación del PMS a raíz de la decisión de mantener la candidatura de Heberto Castillo, Montes planteó algunos rasgos de la decadencia comunista, por llamarle de algún modo. Ahora se busca, dijo, la “neutralidad ideológica”; las revistas teóricas del marxismo languidecen o desaparecen, los principales intelectuales marxistas (¿Semo, Bartra, De la Peña, Fuentes, Molinar?) se alejan del partido; han sido comunistas, sobre todo, los que han apoyado a Cuauhtémoc Cárdenas.
Todo esto ha ocurrido, dijo, porque “los comunistas han cedido ante el atraso” para buscar la unidad orgánica con otras corrientes. Advirtió: hemos llegado a una situación en la que la corriente comunista está a punto de desaparecer. Ello sucede, añadió, paradójicamente, cuando la renovación socialista en el Estado va a conducir a un gran renacimiento del marxismo en el mundo.
En esta misma reunión, Martínez Verdugo señaló que, en muchos aspectos, en el PMS se está mejor que en el PSUM. Puso como ejemplo la actitud de los soviéticos que, antes de la perestroika, “nos miraban mal, muy mal”. En contra de quienes resaltan sólo las virtudes del pasado comunista, Martínez Verdugo señala algunos defectos históricos de esta cultura política: la actitud sectaria que aún ahora se manifiesta en la desconfianza hacia otras fuerzas convergentes. De ahí que él esté en contra de crear una “ideología de regreso”. Personalmente, él no se siente parte de ninguna “corriente comunista” sino, en todo caso, de una incomparablemente más amplia: la de los marxistas.
Con esta intervención concluyó, en ese momento el debate. La autoridad de Arnoldo ante el núcleo central de cuadros dirigentes que provienen del PC es muy grande y nadie olvida que es el fundador del moderno comunismo mexicano, el jefe indiscutible del partido durante la larga y procelosa marcha que va de fines de los cincuenta hasta su disolución (y aún después, como luego se verá). Sin embargo, ni Montes, ni Arnoldo, ni nadie de los que allí participaron asumió la interrogante que ya entonces flotaba, como rojo fantasma, sobre los presentes: ¿en qué momento, y por qué causas, murió el comunismo mexicano?
Ahora, ante las resonancias que ha tenido la participación de los cuadros provenientes del PC en la convergencia cardenista, cuando de alguna manera se ha exhumado el cadáver del comunismo, conviene esbozar, al menos, la ruta que siguió esta corriente hasta llegar a su actual estado. Para empezar, hay que decir que el comunismo no murió en octubre del 1981, cuando el XX Congreso del PCM aprobó su disolución para fusionarse en el PSUM. el mismo Eduardo Montes dice, en su estalinista ensayo sobre los últimos años del PCM, que con el nacimiento del PSUM aquel 5 de noviembre de 1981 “concluía una etapa de lucha de los comunistas mexicanos” (Historia del Comunismo en México, AMV, ed., Grijalbo, p. 405).
No sólo no moría sino que, para decirlo de algún modo, se redimensionaba. Se hacía “socialista” para efectos de imagen y de amplitud interna (es decir, se aceptaba en el partido a quienes fueran solamente socialistas, al lado de los verdaderos revolucionarios), pero se mantenía el núcleo duro del arquetipo comunista. En el Informe a la Asamblea de Fusión del PSUM, Arnoldo explicaba que el PMT no se incorporó a la unidad porque hubo discrepancias profundas en torno al carácter del partido a constituir.
“El partido en el que estábamos dispuestos a fusionarnos sólo podía ser —dijo AMV— un partido de clase por su programa y su política, es decir, no un partido pluriclasista, sino un partido definitivamente (sic) obrero”. No sólo, precisamos; añadía “que el partido revolucionario, para serlo, debe basarse en una teoría revolucionaria que todos reconocemos en el socialismo científico”. A un partido así correspondía un símbolo inconfundiblemente clasista: el de la hoz y el martillo.
El PSUM también fue fundado bajo la égida de la “pirámide sacrificial” del centralismo democrático, con su constelación de sometimientos y subordinaciones, de mayorías y minorías, de organismos “superiores” y, naturalmente, “inferiores”. ¿Para qué? Para “garantizar la capacidad de acción del partido y una vida democrática plena” (Informe citado). Aquí la clave está en la “capacidad de acción del partido”, eufemismo típico de la jerga comunista que remite a la “diversidad de formas de lucha” y, en la célebre última instancia, a la lucha armada, a la insurrección.
Finalmente, el PSUM se propuso como objetivos la revolución y el socialismo, pero también… el comunismo y sus temas sacramentales: la desaparición del Estado, la creación del “hombre nuevo” y, en general, lo que Aguilar Camín llama las “mitologías del flanco izquierdo”. La hegemonía comunista en el nuevo partido fue, desde el primer momento, evidente. El aparato de “cuadros profesionales” del PC se trasladó, casi entero, al PSUM; Arnoldo fue el candidato presidencial; Pablo Gómez, el “joven león” del mexicomunismo resultó electo, casi por unanimidad, secretario general del flamante partido. Las condiciones se presentaban inmejorables, en apariencia, para un despliegue victorioso de la corriente comunista.
Sin embargo, las cosas tomaron otro curso. ¿Por qué? En otro lugar escribí que el PCM había llegado a la fusión en condiciones de “cierta crisis”, de pasmo y desmoralización, debido a la forma como se resolvió la lucha interna en el XIX Congreso. Arnoldo y Montes han dicho, refutándome, que por contrario, el PC llegó “unido y con entusiasmo” a la fundación del PSUM. la verdad es que el partido comunista encontró, en la unidad con otras fuerzas, la salida a una situación que, sin ser desesperada, era bastante amarga y confusa.
Que las heridas de la lucha interna no habían cicatrizado se hizo evidente cuando, antes del primer congreso del PSUM, una parte de los renovadores abandonaron el partido y fundaron el Movimiento Comunista Libertario. La persistencia de una división profunda entre los comunistas fue patente cuando, en vísperas del II Congreso (verano de 1983), los miembros del MCL reingresaron al partido y, junto con los “renos” que se habían mantenido en él, forjaron sus alianzas más o menos efímeras con Alejandro Gazcón Mercado, para “radicalizar al PSUM”.
En general, aquél fue un periodo muy complicado; los acontecimientos se agolpaban sometiendo a duras pruebas la capacidad de respuesta de una dirección partidaria que muy pronto mostró carencias y contradicciones. Primero fue la retirada del PMT. luego la confrontación entre el PCM y el Partido del Pueblo Mexicano por la candidatura presidencial. Arnoldo derrotó a Gazcón por un margen muy apretado, con un saldo de agravios que aflorarían posteriormente en toda su venenosa magnitud.
Poco después, a principios de 1982, el primer congreso hizo patente la división del partido en “eurocomunistas” (PC y MAP) y marxistas-leninistas (PPM y PSR), ásperamente enfrentados por los acontecimientos polacos, y la determinación de los “euros” de hacer aprobar una resolución del congreso condenando la implantación del estado de emergencia en Polonia y las injerencias soviéticas.
Y así, en cascada: malos resultados electorales en las elecciones federales de 1982, nacionalización bancaria que sorprende no sólo al partido socialista; iniciativa de ley presidencial sobre el “daño moral”, apoyada por la mayoría del grupo parlamentario pesimista, pero que provoca una oleada de controversias dentro y fuera del partido. La dirección, ante la avalancha de presiones, virtualmente se paraliza. Apoya de manera vergonzosa la posición del grupo parlamentario, lo que lleva a Rolando Cordera, su coordinador, a decir que tales apoyos son peores que un rechazo franco.
En algunos sectores del partido crece la irritación por lo que considera una actitud poco firme de la dirección ante el nuevo gobierno. Pablo Gómez, que como dirigente estudiantil y luego como parlamentario comunista había sido un miembro brillante, pronto evidencia falta de capacidad y sobre todo poca autoridad para cohesionar y dirigir a un conglomerado tan complejo y desigual como el grupo dirigente del PSUM. Levanta, a falta de una línea política viable, la bandera de la disciplina. Al tiempo que intenta controlar a Gazcón y tranquilizar a los del MAP.
Por su parte, Arnoldo habla en la Comisión Política, de la necesidad de salvaguardar el “prestigio” de los órganos de dirección partidaria. A la libertad de expresión dentro del partido (invocada en relación a la polémica interna sobre la “ley moral”) opone la “libertad de organización” del partido, esto es, la libertad de la organización para romper con – o expulsar a – los elementos “hostiles” en su seno. A partir de este momento, la dirección “histórica” del PC entra en una etapa signada por el pérdida de perspectiva, el encarnizamiento interno, el estupor y claros elementos de degradación. Golpe a golpe, acontecimiento tras acontecimiento, la “herencia” se les diluye entre las manos.
Así, contra el real o supuesto asalto de la “ola verde” de Gazcón en el II Congreso del PSUM, la corriente comunista, encabezada por Pablo Gómez y los “fontaneros”, despliegan un dispositivo táctico que no repara en medios para liquidar la amenaza a su pequeño poder. Después de su victoria en el congreso; mantienen la táctica de “lucha sin cuartel y golpes implacables”, tomando como pretexto a los diputados gazconianos que se niegan a entregar su dieta a la finanza partidaria.
Luego, cuando la escisión se ve venir, y en el Comité Central se crea un ambiente contrario a asumirla como fatalidad (un grupo amplio, encabezado por Gilberto Rincón Gallardo, se afana por encontrar una salida política al conflicto), el núcleo duro de los comunistas “cierra filas” alrededor de Pablo Gómez, para mantenerlo en la secretaría general. Arnoldo formula, entonces, la tesis de que la causa de las derrotas históricas de la corriente comunista estriba en que “siempre ha cedido” ante sus adversarios/aliados, desde la “unidad a toda casta” del 37 hasta el II Congreso del PSUM. ya no se puede ceder más. Pablo Gómez se convirtió, de esta suerte, en el último bastión del mexicomunsimo.
Encadenado a una visión sectaria y caudillesca, convertido su grupo en otro bloque impenetrable, Gazcón se escinde en plena asamblea electoral, en marzo de 1985. El partido, desmoralizado, hace la campaña casi por inercia. A unos días de las elecciones, el hasta entonces casi desconocido Partido de los Pobres secuestra a Arnoldo Martínez Verdugo (que en su momento es candidato a diputado) y pone al PSUM contra la pared. El secuestro devela uno de los que Semprún llama “secretos de sangre y mierda” del partido: el PCM se habría beneficiado, en una etapa difícil de su historia, de una parte del dinero que la familia de Rubén Figueroa pagó como rescate al grupo armado de Lucio Cabañas en el otoño de 1974.
Félix Bautista, antiguo enlace entre el PC y Lucio, quien entregará el dinero del rescate al representante de la dirección comunista (Arturo Martínez Nateras), fue a su vez secuestrado, cuatro meses antes que Arnoldo, por el mismo grupo. Se forma entonces, en la Comisión Política del PSUM, un comité ad hoc para examinar el problema y tomar decisiones. El que describe, casi por casualidad presente en una reunión de este comité, propone entablar negociaciones con el grupo secuestrador para obtener la libertad de Félix, lo que implica, en principio, ante el llamado Partido de los Pobres, que efectivamente el PCM se había quedado con ese dinero. Entre los que se opusieron a esta iniciativa, Arnoldo fue el más enérgico. Aludió a lo frágil de la legalidad que tenemos, a que no sabíamos si este grupo era realmente quien decía ser, a los probables agravios que estos hechos dejaron, por ejemplo, en el ejército, etc.
A la sordidez y malos humores que inevitablemente acompañaron a esta develación forzada de secretos, la actitud de la dirección del partido y de los principales involucrados añadió otros: nunca se informó, ni a la opinión pública ni a la militancia, cuánto se recaudó en la colecta pública para pagar los 100 millones de pesos que pedían los secuestradores, ni de dónde salió el resto del dinero. Tampoco aclararon quiénes tenían el compromiso de hacerlo ni el origen histórico de esta situación.
Arnoldo es, por fin, liberado. Félix Bautista también. El Comité Central va a discutir su posición sobre todo el problema. Pablo Gómez presenta en la Comisión Política un proyecto de resolución que, en esencia, asume como interlocutor al Partido de los Pobres, explicándoles que si bien el marxismo reconoce, en principio, “todas las formas de lucha”, incluso las armadas, ahora conviene usar unas, y otras no. La CP rechaza este enfoque y nombra, de hecho, otra comisión para que lo redacte. El nuevo proyecto se pronuncia en defensa de la legalidad constitucional, rechaza en forma tajante la violencia como método para resolver los conflictos políticos y sociales; no concede legitimidad “revolucionaria” o de cualquier tipo a grupos armados o a tribunales de excepción.
La discusión de este documento, primero en la CP y luego en el Comité Central, fue por demás sintomática: los representantes de la vieja guardia no comparten sus términos, pero encuentran muy cuesta arriba el refutarlo. Hablan de “compromiso excesivo” con la legalidad, de que hay que mantener la amenaza de las formas violentas de lucha, de que la legalidad vigente es “ilegal”. Se vota: uno en contra, una abstención. Es este un momento clave para entender la suerte del comunismo mexicano. Ante una situación extrema, en la que se exige una respuesta partidaria de cara al país, los viejos tópicos de la cultura política comunista no sirven. Parecen, si acaso, como un susurro vergonzante del pasado.
Vendrían después una serie de debates en la dirección y entre los cuadros principales del partido, donde se fue haciendo cada vez más evidente lo frágil, lo arcaico de los carismas específicamente comunistas: el partido de clase (“obrero-revolucionario de masas”), la filosofía de clase y de partido; la revolución como utopía milenarista, las irrenunciables “formas de lucha”, todo lo que antes eran las tablas de la ley y que hoy sólo es defendible a partir de una referencia íntima, autista.
La inquina contra las fusiones, a quienes se achacan todos los males y desgracias de esta corriente, parte de la idea de que lo específico del comunismo —la famosa cosmovisión— merecía salvaguardarse como promesa de un futuro grandioso. Esta visión no se hace cargo, siquiera, de la suerte del comunismo en el mundo, de los procesos de descomposición —o al menos de estancamiento— por los que atraviesa la inmensa mayoría de estos partidos, tanto en América Latina como en Europa. Si bien es cierto que aún está por hacerse el balance de estos procesos de unidad en los que se ha visto comprometida la corriente de los antiguos comunistas mexicanos, también lo es que las fusiones fueron la búsqueda, a veces más intuitiva que consciente, de superar las limitaciones pero también las taras y perjuicios que arrastraba esta corriente.
Las fusiones fueron, si se quiere, una “fuga hacia adelante” que, buscando superar en lo inmediato dispersiones y ampliar el radio de acción del socialismo mexicano, en el fondo implicaban diluir dogmatismos, recrear la unidad de lo diverso, acostumbrarse a la pluralidad. Si estos experimentos no tuvieron mejor suerte fue porque se dieron en una situación social y política general donde la respuesta de las masas era aún débil, lo que impidió romper la marginalidad. Con ello, se mantuvieron los usos y costumbres sectarios, las reminiscencias de la “cultura comunista”.

Todavía faltaba el catalizador de las rupturas que se estaban gestando en el tejido político y social. Este, como se demostró, no surgiría de la vertiente socialista-comunista, ni siquiera de la amplia izquierda independiente del país, sino a partir de una escisión de la “familia revolucionaria”. La terquedad en mantener la candidatura de Heberto Castillo, cuando todo indicaba que las rupturas no se procesarían por este flanco, obedecía, en el fondo, aparte de las motivaciones personales, a la incapacidad para concebir que el nuevo liderazgo popular no surgiría de la corriente histórica que de ese objetivo había hecho la razón de su existencia.
Si el fenómeno del liderazgo cardenista se presta, como se dice, a múltiples lecturas, hay una que es inocultable, la del fracaso histórico del tópico específicamente socialista (con su carga de milenarismo, esto es, de abstracción histórica, como lo señaló mucho tiempo atrás Carlos Pereyra) y su pretensión de convertirse en origen y núcleo del nuevo bloque social. En este marco, la pretensión de mantener al socialismo como “fuerza organizada” al margen de la corriente principal-popular que ha surgido en estos meses quintaesenciados no tiene ninguna viabilidad. Y menos cuando el discurso cardenista no es antisocialista sino, en sus propios términos, convergente con los objetivos racionales y nacionalizados del socialismo democrático mexicano.
El comunismo mexicano, que a diferencia por ejemplo del español tuvo un curso más discreto -lejos de los reflectores protagónicos de un Santiago Carrillo, pero también a salvo del ridículo y la descomposición que signaron al PCE-, ahora se dispone, conscientemente, a apagar la débil flama de su existencia para, transfigurado en socialismo democrático, hacer su aporte a la constitución del Partido de la Revolución Democrática.
Los cuadros más influyentes y representativos de la corriente comunista (sin comillas), en sus diversos niveles y generaciones, han comprendido que la “herencia” no se salvaguarda con misas de difuntos, sino poniendo en juego aquello que, a pesar de todo, se constituyó como su aspecto más luminoso: la consecuencia y la perseverancia en la lucha democrática, la capacidad para poner por delante la política y el sentido común antes que la ideología.
Faltan, es cierto, ajustes de cuentas ideológicos y políticos sin los cuales la conversión será, en varios casos significativos, superficial, “táctica”; es necesaria la exhumación del “secreto” cuya preservación ahora no tiene sentido. Por ejemplo, ¿cuál es la historia real de la ruptura con el encinismo a principios de los sesenta, cuál el papel del Partido Comunista de la Unión Soviética en el caso? Si en la propia URSS la glasnost está develando llagas dolorosas de la etapa estalinista y de la era Brezhnev, no hay razón para seguir ocultando, aquí, la verdadera urdimbre de las relaciones PCM-PCUS.
A propósito: la disolución del PMS conlleva otro elemento singular: desaparece en México el “partido de Moscú”, no en el sentido vulgar -pero histórico- del partido “agente del comunismo internacional”, pues el PCM dejó de cumplir este papel, en general, desde la derrota del encinismo. Lo que desaparece es el partido con el cual el PCUS tiene la “relación privilegiada”, y no parece claro que el PPS o el grupo de Aguilar Talamantes puedan llenar ese hueco; tampoco que a alguien le interese que se llene. En sus estertores, el comunismo también contribuye a la modernización política. 
Gustavo Hirales
Dirigente del Partido Mexicano Socialista y colaborador en Nexos.  


PESE A PANDEMIA; DEVOTOS DE LA “SANTA MUERTE” MARCHAN EN TEPITO


 -
2 mayo, 2020

Cientos de devotos de la Santa Muerte marcharon por las calles del barrio de Tepito, en la Ciudad de México, pese a las recomendaciones de las autoridades sanitarias para evitar el contagio de coronavirus COVID-19.
Los creyentes acudieron a la calle de Alfarería para orarle, llevarle flores, veladoras o algún otro obsequio a la también denominada “Niña blanca”.
Algunos asistentes portaron cubrebocas e incluso guantes para evitar contraer del coronavirus, sin embargo, otros más se saltaron las medidas de protección.
Con figuras de la muerte, flores y más regalos, adultos y niños no defraudaron su fe hacia la “Niña Blanca”.
lps

MILLONES SE QUEDAN SIN EMPLEO EN EU MIENTRAS QUE LA ÉLITE SE VUELVE 10% MÁS RICA DURANTE LA PANDEMIA


Millonarios se hacen más ricos durante la pandemia mientras crece el desempleo en EU. Foto: EFE.
Millones se quedan sin empleo en EU mientras que la élite se vuelve 10% más rica durante la pandemia

mayo 03, 2020

Mientras que el nuevo coronavirus ha dejado sin empleo a millones en Estados Unidos, la fortuna de los multimillonarios estadounidenses creció en 282 mil millones de dólares, casi un 10 por ciento, según estimaciones del Instituto de Estudios de Política (IPS) de Estados Unidos. El que más se ha beneficiado durante la pandemia ha sido el fundador y director ejecutivo de Amazon.

Ciudad de México, 3 de mayo (AP/RT/SinEmbargo).– En medio de la pandemia del nuevo coronavirus, entre el 18 de marzo y el 10 de abril de 2020 más de 22 millones de personas perdieron su trabajo y la tasa de desempleo creció hasta un 15 por ciento, mientras que la fortuna de los multimillonarios estadounidenses creció en 282 mil millones de dólares —casi un 10 por ciento— durante el mismo período, según estimaciones del Instituto de Estudios de Política (IPS) de Estados Unidos.
El reciente estudio del organismo concluyó que el fundador de Amazon, Jeff Bezos, así como Bill Gates y Warren Buffet “siguen poseyendo tanta fortuna como la mitad inferior de todos los hogares de EE.UU. juntos”. “Entre tanto, se estima que un 78 por ciento de los hogares viven de sueldo a sueldo, mientras que un 20 por ciento tiene un patrimonio neto nulo o negativo”, señalaron los investigadores.

Ocho multimillonarios —Jeff Bezos, Elon Musk, MacKenzie Bezos, Eric Yuan, Steve Ballmer, John Albert Sobrato, Joshua Harris y Rocco Commisso— han aumentado su patrimonio neto en más de mil millones de dólares entre el 1 de enero y el 10 de abril, indicó el instituto.

El que más se ha beneficiado durante la pandemia ha sido el fundador y director ejecutivo de Amazon. Para el 15 de abril la fortuna de Bezos se incrementó en 25 mil millones de dólares desde el inicio del año, mientras que para el 10 de abril sus ganancias constituían más de 10 mil millones.
“La riqueza de los multimillonarios ha crecido asombrosamente en las últimas décadas y para algunos ‘especuladores de la pandemia’ incluso más drásticamente desde la crisis del covid-19, aún cuando las obligaciones fiscales de los multimillonarios han caído en picada”, resume el informe.

A falta de reformas fiscales y supervisión a corto y largo plazo “la ‘condición preexistente’ de extrema desigualdad de EU.” no solo podría abrumar a la economía del país, sino que también a la democracia, opinan los autores del estudio.
DESEMPLEO EN EU

Apenas el 30 de abril se dio a conocer que más de 3.8 millones de trabajadores recién despedidos en Estados Unidos solicitaron beneficios por desempleo a medida que la economía del país se hunde aún más en una crisis que se está convirtiendo en la más devastadora desde la Gran Depresión de la década de 1930. La cifra significa que más de uno de cada seis trabajadores estadounidenses no tiene empleo.
Ahora suman aproximadamente 30.3 millones de estadounidenses que han solicitado ayuda por desempleo en las seis semanas desde que el nuevo coronavirus que causa el COVID-19 comenzó a obligar a millones de empleadores a cerrar sus negocios y recortar sus fuerzas laborales.
Esa cifra supera la de las personas que viven en las áreas metropolitanas de Nueva York y Chicago combinadas, y es, con mucho, la peor serie de despidos registrados hasta ahora.

Apenas el 30 de abril se dio a conocer que más de 3.8 millones de trabajadores recién despedidos en Estados Unidos solicitaron beneficios por desempleo. Foto: AP,

A medida que más empleadores recortan sus nóminas para ahorrar dinero, los economistas han pronosticado que la tasa de desempleo para abril podría llegar al 20 por ciento. Esa sería la tasa más alta registrada desde la de 25 por ciento durante la Gran Depresión.
El Gobierno de Donald Trump calculó la semana pasada que la economía se contrajo a una tasa anual de 4.8 por ciento en los primeros tres meses del año, la caída trimestral más marcada desde la crisis económica de 2008. Aun así, es probable que el panorama empeore mucho más: Se espera que la economía se contraiga en el trimestre de abril-junio a una tasa anual de hasta 40 por ciento. Ningún trimestre anterior había sido tan débil desde que el Gobierno empezó a obtener tales cifras después de la Segunda Guerra Mundial.
En una entrevista con El País publicada hoy, el ensayista Alejandro Horowicz reflexiona sobre el capitalismo: “Entonces, cuando hablamos de los mercados no hablamos de ninguna otra cosa que del sistema financiero internacional. Y cuando hablamos del coronavirus, de lo que hablamos es del efecto que una gramática mercantil que se extiende sobre todo, produce como efecto destructivo sobre todo. Yo no soy un infectólogo, no soy médico y no pretendo dar lecciones de aquello que ignoro, ni mucho menos. No sé cómo se combate específicamente esta pandemia, pero sé como se combate el sistema y la lógica de las pandemias. Es decir: si los mercados siguen regulando la producción, y el planeta Tierra se explota como una especie de granja sin límites, donde el único concepto de los mercados, que es la rentabilidad, puede destruir todo, incluido el mercado, lo van a hacer. Sin ninguna duda”’.
Agrega: “Entonces, zafemos o no zafemos del coronavirus, la pregunta es qué se hace con el virus del capitalismo. Ese es un virus altamente peligroso”.
“Los mercados practican el socialismo al revés: las pérdidas son de todos, las ganancias son de los mercados”, agrega Horowicz a El País. El escritor es doctor en Ciencias Sociales, profesor en la Universidad de Buenos Aires y autor de varios libros.


“LA PREGUNTA ES QUÉ SE HACE CON EL VIRUS DEL CAPITALISMO”

El sociólogo argentino Alejandro Horowicz, profesor de Los cambios en el sistema político mundial, explica por qué las crisis de los mercados han superado los límites de lo real.


El ensayista Alejandro Horowicz en un bar de Buenos Aires, Argentina.NICOLÁS SAVINE

A comienzos de este año, cuando Alejandro Horowicz volvió a Buenos Aires después de celebrar su cumpleaños 70 en Nueva York, el nuevo coronavirus era apenas una “misteriosa neumonía china” y el adjetivo “histórico” recién empezaba a saltar de los titulares sobre los incendios en Australia a las noticias sobre la decisión del príncipe Harry y Meghan Markle de ser normales. En febrero estalló el contagio en Europa, pero las noticias sobre el virus tardaron casi un mes en volverse algo “histórico”: el 28 de febrero, después de siete días en picada, los mercados bursátiles de todo el mundo informaron sus mayores caídas en una semana desde la crisis financiera de 2008. Una caída histórica, la primera de varias en la carrera descendente de los mercados, seguida por otro récord histórico en Estados Unidos, en este caso ascendente: el de los números de desempleo.

“Los mercados practican el socialismo al revés: las pérdidas son de todos, las ganancias son de los mercados”, dirá después Horowicz, un miércoles por la mañana, del otro lado de la pantalla. Horowicz es ensayista, doctor en Ciencias Sociales, profesor en la Universidad de Buenos Aires y autor de varios libros, entre ellos Los cuatro peronismos, un clásico del pensamiento político en Argentina. El año pasado publicó su último libro, El huracán rojo (un estudio sobre las revoluciones desde la de Francia en 1978 hasta la de Rusia en 1917), fruto de años de investigación y escritura. El trabajo, que tenía previsto lanzarse en España este año, “no es una visita al museo de las revoluciones”, advierte la sinopsis; por el contrario, la obra lee las revoluciones en tiempo presente: como condición de posibilidad de la democracia política, la transformación tecnológica o la educación masiva que conocemos hoy.

El escritor Rodolfo Fogwill decía que siempre se escribe en contra de algo; Horowicz parece la prueba de que siempre se piensa y se enseña (mejor) en contra de algo. En esta entrevista, por ejemplo, contra las explicaciones vacías y las miradas ahistóricas del presente.

Pregunta. Desde que empezó la crisis por el coronavirus, todo el tiempo leemos que tal Bolsa de valores o tal moneda se han desplomado por el temor de los mercados. ¿Quiénes son “los mercados”? ¿De quiénes estamos hablando?

Respuesta. Los mercados forman parte del género literario de los anónimos, a los cuales se les puede hacer decir prácticamente cualquier cosa, porque uno los “interpreta” como le viene en gana. Existen los llamados supuestos datos objetivos de los mercados, que son el precio al que cotizan los valores. Pero para poder creerles a los mercados es preciso ser, fundamentalmente, muy ignorante. ¿Por qué digo esto? Si vos mirás la deuda pública soberana del conjunto de los países de este mundo y sumás ese valor, y sumás los productos brutos, el ingreso de esos mismos países, vas a ver un fenómeno por lo menos muy curioso que no registran los mercados: que la deuda soberana es cuatro veces mayor a la producción anual de riqueza del planeta Tierra. Entonces, la pregunta es: ¿cómo puede ser que se deba cuatro veces lo que existe?

Los economistas tienen un modo muy divertido y encantador de explicar lo que no explican y que consiste en decir que eso es capital ficticio. Entonces, la pregunta se traslada: ¿qué es el capital ficticio? Porque convengamos en que, cuando yo digo que esto es una ficción, sabemos que no rige el estatuto de la verdad.

Los mercados te muestran simplemente una aspecto, que es la compra y la venta de un bien, y parten de la presuposición de que ese precio es el precio justo. Pero esto surge de transformar en abstractas y en igualdades cuestiones que de ninguna manera son iguales entre sí. Por ejemplo, a nadie se le ocurre que un señor que vende su fuerza de trabajo es igual al capitalista que se la compra. Porque ahí estamos frente a lo que Marx llamaba “la libertad de morirse de hambre”. Esa es la libertad de los mercados: la de que te podés morir democrática y libremente de hambre, de coronavirus o de cualquier otra maldita peste. La primer cuestión, cuando decimos “los mercados”, es que estamos hablando de procesos que ignoramos, cuya profundidad desconocemos, que no nos proponemos averiguar y que simplemente estamos formulando una respuesta que vale tanto como el abracadabra.

P. ¿Qué significan entonces las crisis de los mercados?

R. ¿Qué es una crisis en términos de mercado? Una ruptura de un conjunto de determinados equilibrios. ¿Cuál es ese equilibrio? Pues bien, que el gasto público esté por encima de las posibilidades de esa determinada sociedad. Por lo tanto, en aceptación al dictamen de los mercados, la Unión Europea, por ejemplo, tiene reglas extremadamente duras sobre cuál debe ser el comportamiento de cada uno de sus Estados nacionales miembro respecto del gasto público. Ahora, ese gasto público tiene algunas curiosidades inenarrables. La primera curiosidad es que en 2010, la deuda de los países respecto del gasto era de la mitad. Esto es: debían la mitad de lo que producían. Uno puede decir que está bien, que está mal, pero todavía no es ficción literaria pura. No estamos frente a una esquizofrenia. Estamos frente a algo que se comporta según patrones convenidos previamente. Pues bien, entre el 2010 y el 2020, ¿viste esa transformación de 0,5 a 4,2? [la deuda soberana de los países pasó de ser la mitad a ser cuatro veces lo que producían]. Lo que vos ves es una fenomenal transferencia de ingresos de los sectores productivos al sistema financiero internacional. ¿Esta es la primera vez que lo ves? No, de ninguna manera. Esto es una política constante.

Si vos mirás la crisis de 2008 en los Estados Unidos, ves que un conjunto de bancos quiebran. ¿Por qué quiebran? Porque hicieron préstamos chatarra, acumularon los préstamos chatarra, emitieron títulos sobre los préstamos chatarra, no tenían ninguna clase de control, prestaban a cualquiera de cualquier modo, hacían diferencias siderales hasta que, por supuesto, la bola de nieve... pasó lo que tenía que pasar; es decir, se cayó a pique. El dislate consiste en que el valor de mercado no tiene nada que ver con el de la producción de bienes reales, porque el mercado no registra la producción de bienes reales en rigor de verdad, sino las operaciones y los flujos financieros.

¿Cuál es el sentido de esos flujos financieros? Pues bien, como los bancos hicieron lo que hicieron, quebraron. En el momento en que quiebran los bancos descubrimos qué es el mercado: el mercado es la incapacidad de autorregularse; porque si la lógica del mercado funciona librada a su propio modo de operar, lo que sucede es que el mercado y las sociedades reguladas de este modo se van al mismísimo carajo. ¿Qué hace el Gobierno de los Estados Unidos, que tiene una cierta comprensión fanática de algunos principios económicos, pero que no se suicida tan sencillamente? Establece una inyección de 750.000 millones de millones de fondos públicos para rescatar a los bancos. ¿Qué nos enseña la economía de mercado? Que si yo pongo la plata, yo soy el dueño. Ustedes, muchachos, quebraron, entonces los bancos son públicos, son de aquellos que pagamos los impuestos. Pero no, los mercados practican el socialismo al revés: las pérdidas son de todos, las ganancias son de los mercados; es decir, del sistema financiero internacional.

Entonces, cuando hablamos de los mercados no hablamos de ninguna otra cosa que del sistema financiero internacional. Y cuando hablamos del coronavirus, de lo que hablamos es del efecto que una gramática mercantil que se extiende sobre todo, produce como efecto destructivo sobre todo. Yo no soy un infectólogo, no soy médico y no pretendo dar lecciones de aquello que ignoro, ni mucho menos. No sé cómo se combate específicamente esta pandemia, pero sé como se combate el sistema y la lógica de las pandemias. Es decir: si los mercados siguen regulando la producción, y el planeta Tierra se explota como una especie de granja sin límites, donde el único concepto de los mercados, que es la rentabilidad, puede destruir todo, incluido el mercado, lo van a hacer. Sin ninguna duda. Entonces, zafemos o no zafemos del coronavirus, la pregunta es qué se hace con el virus del capitalismo. Ese es un virus altamente peligroso.

El autor de “Los cuatro peronismos” en uno de sus espacios de trabajo.NICOLÁS SAVINE

P. Cuando empezaron a colapsar los mercados, recuerdo haber visto varios posteos en redes sociales que decían: de pronto estamos descubriendo que, al final, a la economía la sostenían los cuerpos que trabajan. ¿Esto es así o gran parte de las ganancias de los flujos de capital que vemos son simplemente ficticias? O sea, no se corresponden con…

R. Se corresponden con las necesidades del capital, no con las necesidades de la actividad. Y las necesidades del capital tienen que ver con la rentabilidad. Y esto tiene una ecuación matemática enormemente sencilla. Tomemos el ejemplo de los autos de Fórmula 1. Cuando vos mirás los corredores de autos Fórmula 1, ves que la diferencia entre el primero y el último son unas centésimas de segundo, un segundo. Entonces vos decís: ¿qué relevancia tiene esto en andar en auto? Ninguna. Es decir: si tu auto tiene un pique de una fracción de segundo sobre 400 kilómetros respecto del mío y hace que tengas una ventaja de cuatro segundos en llegar. ¿Qué es lo que sucede con tu auto? ¿Por qué es mejor que el mío? ¿Se puede usar ese auto? ¿Vos podés subirte al auto y usarlo en una carretera? No. Esta es la fantasía de los mercados y de la productividad infinita a cualquier precio.

La idea de tardar menos para hacer una cosa es importante si yo tardo 30 días en llegar desde Madrid a Buenos Aires en barco; cuando yo voy en avión, la cosa cambia. Y si el avión, en lugar de ir a 900 kilómetros por hora, puede ir a 1.800 kilómetros por hora, está bien. Pero hay un momento en que se constituye lo que se llama un límite fisiológico; esto es: a esa velocidad los cuerpos se desintegran. Por lo tanto no es una velocidad útil, no nos sirve, le sirve a otra cosa. La sociedad humana ha llegado a un punto donde la economía de tiempo ha alcanzado, en muchos de sus elementos —no digo en todos—, topes imposible de superar, por así decirlo. Vos fíjate que esto hasta nos produce un efecto subjetivo. Una carta tardaba, en alguna época, cuando el correo funcionaba de verdad, seis días, cinco días en llegar de Buenos Aires a Londres. Ida y vuelta, 15 días. Hoy, cuando yo tengo que esperar 15 segundos en la computadora para entrar a mi charla de Zoom con vos, digo: “¡Qué lenta que está esta máquina, carajo!”. Ahora, esta percepción es una percepción real. No es un disparate. Pero someter a esta percepción el conjunto de las decisiones de la existencia de un planeta sí es un disparate. Este es el punto.

Tenemos estructuras de medición y evaluación absolutamente arbitrarias. Y estamos acostumbrados a un ejercicio que destruye todas las especificidades. Ahí vemos el final de esta lógica, que es básicamente una lógica teológica. Una lógica que no admite sino un Dios único todopoderoso. Hemos construido un Dios único, todopoderoso, que es la gramática mercantil y su altar son los mercados.

P. ¿Cuál ha sido el comportamiento de los mercados en otros momentos críticos de la historia reciente? Más allá de la crisis de 2008, ¿ha habido momentos que hayan sido esenciales para transformar la relación entre el capital y los Estados nacionales?

R. Sin duda. Cuando vos ves el fenómeno que arranca en 1890, que desemboca en la Primera Guerra Mundial, ves la ampliación del mercado nacional como un mercado insuficiente. Viene la lógica de esto que estamos planteando como lógica de los mercados. ¿Cuándo es insuficiente el mercado nacional? Yo puedo decir que es insuficiente porque hay una sobreoferta. Esa es una lectura. La segunda lectura es que la demanda es demasiado pobre, es demasiado incapaz.

Cuando vos mirás al interior de los Estados nacionales y ves, por ejemplo, una comparación entre Alemania y Francia, ves que Alemania, teniendo un mercado mucho más grande que Francia —numéricamente la población alemana es casi dos veces la población francesa— al mismo tiempo tiene una demanda muy baja. ¿Por qué? Porque las sociedades campesinas que no han hecho la revolución democrática son muy incapaces de comprar. En consecuencia, vos necesitás vender fuera lo que no podés vender dentro. Esta necesidad de ampliación de mercado se expresa como imperialismo geográfico, como el imperialismo más elemental y obvio. Y entonces ves en ese mismo período previo, entre 1860 y 1890, que Gran Bretaña quintuplica sus posesiones coloniales. Y se mastica, ni más ni menos, que a la India. No estamos hablando de una pequeña cuestión, no estamos hablando de las Falklands [las Islas Malvinas], estamos hablando de la India, de un tamaño descomunal, con una sociedad que tiene varias decenas de veces la población y la extensión de Gran Bretaña. Entonces nos damos cuenta de que estamos frente a un fenómeno de otro nivel.

Cuando vemos cómo ingresa el mercado y el capitalismo en Japón, vemos que ingresa con las cañoneras. Cuando vemos cómo ingresa el capitalismo en China, vemos que ingresa con una guerra de opio. Cuando vemos cómo se amplía el mercado mundial, vemos exactamente mecanismos político-militares relativamente atroces. Este ajuste es permanente y para cada ciclo tenés nuevos ajustes. Porque no es que vos ingresaste al mercado mundial en 1848 y por lo tanto, en la crisis posterior de 1946, te va bien. En 1848 Gran Bretaña hegemonizaba el mercado mundial. En 1946, Gran Bretaña era la gran perdedora del mercado mundial. Termina endeudada con los Estados Unidos y, de la potencia colonial imperial que era, tiene que retroceder, perder la India, perder su lugar, poner fin al imperio de la reina Victoria. Entonces no hay ninguna duda de que hay una relación directa entre una cosa y la otra. Lo que tenemos que tener muy, muy en claro, es que esta relación no es amable.

Cuando Marx escribe “hay un adentro y un afuera del mercado mundial”, el afuera del mercado mundial es todavía más grande que el mercado mundial. Con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, el mercado mundial y el planeta Tierra se han vuelto lo mismo. Tenemos un dominio globalizado que no tiene ninguna forma de control democrático. ¿Quién elige al presidente del Fondo Monetario Internacional, al presidente del Banco Mundial, al conjunto de sistemas que en rigor son los que gobiernan y deciden en última instancia?

Hemos visto cómo el mercado mundial cambiaba al primer ministro de Italia, al primer ministro de Grecia. Hemos visto cuestiones que, con los estándares que usábamos para caracterizar los golpes de Estado en América Latina, se llamaban golpe de Estado. Sin embargo, nadie se inmutó demasiado. Nadie creyó que esto era particularmente grave. Nadie se plantea que el problema... el problema sigue siendo cuál es el déficit, el déficit fiscal es lo que nos quita el sueño, porque esto es lo que pone nervioso a los mercados. ¿Y qué es, en definitiva? Lo que te está diciendo es que lo único que se propone es garantizar que pagues lo que debes, no que clausures la deuda. Están planteando una transferencia sistémica de bienes, permanente, que no tiene modo de ser soportada por esa estructura sin derrumbarse.

En Marx, la noción de competencia y la noción de crisis son prácticamente iguales. La competencia entre capitales supone, obviamente, la derrota de los más débiles, la reconcentración y la crisis como modo de saldar esta actividad. Lo que tenemos que entender es que el volumen, la importancia, la intensidad y la calidad de todo esto ha llegado a un punto en que, desde la bomba atómica para acá, militarmente, y ahora financieramente, somos capaces de poner fin a la existencia de la vida en el planeta Tierra. Esta es la novedad que los diarios no ponen en tapa.

ETIEM JIMÉNEZ, REGIDOR DE MORENA DEL AYUNTAMIENTO DE CÓRDOBA, VERACRUZ, DEFIENDE A LA ALCALDESA PANISTA AL SEÑALAR QUE ES UN TRABAJADOR DEL AYUNTAMIENTO QUIEN HA DESOBEDECIDO ÓRDENES.


Córdoba, Ver.- Torpe regidor de MORENA no conoce cuáles son sus atribuciones y facultades que le confiere la ley orgánica del municipio libre para el estado de Veracruz y solo se justifica, incluso en las sesiones de cabildos del ayuntamiento de Córdoba siempre ha levantado la mano para aprobar las propuestas de la alcaldesa Leticia López Landero, siempre complacientes, no propone, siempre calla, por lo tanto los 10 regidores y el síndico son responsables junto a la inepta alcaldesa de los hechos y actos de corrupción y ahora quieren castigar a un trabajador "chivo expiatorio". ¡Cobardes, cínicos y corruptos!

ETIEM JIMÉNEZ, REGIDOR DE MORENA DEL AYUNTAMIENTO DE CÓRDOBA, VERACRUZ, DEFIENDE A LA ALCALDESA PANISTA AL SEÑALAR QUE ES UN TRABAJADOR DEL AYUNTAMIENTO QUIEN HA DESOBEDECIDO ÓRDENES.