• Manuel Camacho Solís
En octubre de 1992, cuando se celebraban 500 años de la llegada de los españoles a América, en San Cristóbal de las Casas ocurrió una extraña movilización: marcharon por la ciudad de manera ordenada y como en regimientos miles de indígenas que, en vez de dañar monumentos o agredir a los coletos, se dedicaron a barrer las calles.
Se retiraron en paz y muy pocos cobraron conciencia de que en su disciplina estaba expuesta su marcialidad. El primero de enero de 1994 regresaron a esa ciudad y a otras, ahora con una declaración de guerra, armados, como EZLN, conmocionado al país entero y sorprendiendo a la opinión mundial. Ahora, en 2012, contra lo que muchos opinaban, el 21 de diciembre, un día antes de la conmemoración de la matanza de Acteal, el EZLN ha hecho una manifestación de fuerza al movilizar en silencio y con sorprendente disciplina a miles de sus militantes. ¿Qué anticipa esta movilización?
Las marchas muestran que a casi 20 años de distancia, el zapatismo conserva su base social y su capacidad de movilizarla. Han resistido la presión de las fuerzas militares y hasta la tentación de las ganancias fáciles del narcotráfico. A diferencia de entonces, las condiciones para una rebelión armada no son las mismas que en 1994. Entre otras razones porque su territorio está permanentemente vigilado y sus cálculos políticos con seguridad habrán cambiado. Su capacidad organizativa sí es, en cambio, un dato mayor ante cualquier intento o descuido que pudiera afectarlos. Han demostrado que tienen una capacidad de movilización que podría rápidamente poner en entredicho la estabilidad de ese estado. El recuerdo de lo ocurrido en Acteal debería ser una alerta permanente para el gobierno local y nacional.
Pero la presencia del zapatismo vuelve a tener un significado político nacional en 2012. Con otros, vienen a encontrarse a los movimientos y potenciales protestas de los excluidos en contra del statu quo. Hay una inconformidad social y política con el statu quo que recurrentemente aparece y que seguramente será un actor político en los próximos años. Una de sus expresiones ha sido el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que tuvo uno de sus grandes respaldos precisamente en San Cristóbal de las Casas. Luego vino el #YoSoy132, la inconformidad por la elección, otros movimientos y protestas, así como los hechos del primero de julio.
Dispersos, sin agenda común y sin organización, su influencia será limitada. Lo que podría cambiar la situación son hechos que galvanizaran la inconformidad latente y dispersa que está a la vista y que también se reconoce en los estudios de opinión. Lo que estará de por medio en los próximos meses y años no es una elección cuya capacidad para canalizar la inconformidad se ha reducido por los últimos desenlaces. Lo que podría alterar los equilibrios básicos del sistema político son las movilizaciones radicales en las calles. Una falta de mesura por parte del poder federal o de sensibilidad por parte de las representaciones partidistas y parlamentarias no haría sino catalizar la inconformidad.
Para un Estado ya sometido a muy fuertes presiones por la violencia y la delincuencia extendidas y difíciles de revertir, la única política inteligente es la apertura política, la inclusión social y la activación del sistema democrático con una renovación a fondo del sistema de partidos, un ejercicio auténtico de separación de poderes y elecciones incuestionables. Si hace cerca de 20 años la mesura (cese del fuego) y la activación democrática (inicio de la autonomía del IFE) fueron los únicos instrumentos efectivos para frenar la guerra, sería lamentable que esa lección se hubiera olvidado. Por lo pronto los zapatistas, con su silencio, nos han recordado que ellos siguen siendo parte de la política nacional. Falta ver si la política nacional es capaz de ofrecerles a ellos, y a otros, respuestas incluyentes que contribuyan a frenar la violencia y a reconciliar al país.