* Callejas Arroyo: el paraíso perdido * Insultos y reclamos al líder de los
maestros * Fidel agita a un sector del magisterio veracruzano * “No podemos
dejar que nos tomen las calles”: FGB * La protesta y la represión * Lu-pilla
sonríe pese a las palizas domésticas * Theurel imita a Iván Hillman * Banquetas
y guarniciones para completar el desastre.
Se vaya o se quede, se imponga o lo
echen, Juan Nicolás Callejas Arroyo da muestras de decrepitud sindical. Lo
torean sus agremiados, lo denuncian penalmente, asaltan su feudo magisterial,
lo insultan en las calles y sus bases beligerantes lo retan, mientras el viejo
cacique apela a sus demonios internos para justificar una revuelta de maestros
que nunca, ni por error, llegó a imaginar.
Pisoteado, Callejas está en plan
deprimente. No pudo contener la furia del magisterio por la reforma educativa,
por los derechos sindicales amenazados, por el sistema de evaluación que en el
fondo entraña acabar sutilmente con la disidencia, por la inestabilidad
laboral, por la pérdida de privilegios. No pudo mantener el control de un
gremio que lo toleró hasta el límite pero que hoy lo repudia.
Callejas Arroyo enfrenta una rebelión de
antología. Ve marchar por las calles a maestros que suponía mantenía a raya con
prebendas y comisiones sindicales, con una o dos plazas y con la herencia para
familiares. Los ve rabiosos, gritones, insolentes con el Presidente Peña Nieto
por su reforma educativa y contra él mismo por el agotamiento de su cacicazgo y
porque, a fin de cuentas, lo conciben como un líder corrupto.
Los vio tomar casetas de peaje y dejar
pasar vehículos con cuota cero, en agravio del erario, del peculio de Caminos y
Puentes Federales, tan sólo para ganarse a la opinión pública.
Los ha visto en plan radical. Su
incontrolado magisterio ha tomado escuelas, ha suspendido clases, ha afectado a
los niños que no merecen quedarse sin las letras, los números, el medio
ambiente, el cuerpo humano y el civismo. Su magisterio se ha enfrentado a
padres de familia que les reclaman su proceder, la inconciencia de cerrar
planteles aunque sea su derecho natural a defender su trabajo.
Su magisterio ha allanado oficinas de
gobierno, tomado delegaciones educativas y la misma sede de la Secretaría de
Educación de Veracruz, sin que él, como líder, haya movido un dedo.
A Callejas le gusta el juego sucio y si
es en la cancha contraria, mejor. Cuando las protestas eran en el DF, en la
cancha de Enrique Peña Nieto, el viejo cacique la gozaba. Allá, en la capital,
que tomen el Zócalo, que se movilicen a Los Pinos, que cerquen el Congreso, que
se planten en la Bolsa Mexicana de Valores, en Televisa, en el monumento a la
Revolución. Y acá, en Veracruz, Callejas en la grilla, ultimando su enésimo
arribo a la Legislatura, vía una diputación plurinominal, para ser líder de la
mayoría priísta.
Callejas tiene problemas de vista y el
olfato agotado: no vio ni olió cuándo pasó el balón a su cancha. Del bloqueo de
autopistas y toma de casetas de peaje, en un instante estalló la suspensión de
clases, justo cuando el gobernador Javier Duarte de Ochoa presumía que en
Veracruz las escuelas seguían su marcha.
Exigido por el gobierno federal, por el
gobernador Duarte, por la cúpula del SNTE, Callejas Arroyo no pudo, no quiso o
no supo meter orden. Le crecieron los enanos y el circo se le vino abajo. El
magisterio desoyó sus llamados, sus arengas a volver a los salones de clases.
Su nivel de operación es nulo. Sus
operadores regionales son fantasmones que no resuelven. Él, su hijo Juan
Nicolás Callejas Roldán, orgullo de su nepotismo y actual secretario general de
la Sección 32 del SNTE, y la corte que los circunda fallaron en la encomienda
de reencauzar las aguas.
Mentir no es bueno y maniobrar es peor.
Entre el gobierno de Veracruz y el viejo cacique se firmó un acuerdo que
garantizaba derechos laborales, salario, antigüedad, prebendas, premios y todo
con lo que el sistema ha consentido al magisterio, pero a cambio había que
volver a las aulas.
No hay mayor peligro que la pólvora en
manos de tarugos, reza el refrán popular. Al verse desoído, Callejas activó una
estrategia suicida: primero la descalificación de sus adversarios, de los
líderes disidentes, de sindicatos independientes, para quienes tuvo lodo de
sobra, y luego la amenaza a los suyos, a las bases del SNTE, y después
pretender apretar a sus agremiados.
Apeló a sus demonios internos, al
fantasma de la guerrilla, a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación (CNTE) tildándolos de ser factores de desunión y de implementar una
labor desinformativa para provocar la revuelta magisterial.
Sin embargo, toda pantomima trae sus
consecuencias. Callejas fue incapaz de controlar a su gremio ni lo pudo
embaucar. Optó entonces por el recurso de la amenaza. Envió a sus bufones a
advertir que el regreso a clases era obligatorio y allá quien se resistiera,
pues el patrón, o sea la Secretaría de Educación de Veracruz, aplicaría las
sanciones de ley, incluida la rescisión de contrato.
Hoy está acusado, junto con su hijo Juan
Nicolás Callejas Roldán, su máscara en la Sección 32, de enriquecimiento
inexplicable, e instado a entregar cuentas de los recursos producto de las cuotas
sindicales, las aportaciones de la cúpula del SNTE y el dinero que le traslada
el gobierno. Ventilada en la Procuraduría General de la República, la denuncia
tiene carácter de ineludible pues se presume lavado de dinero.
Su fragilidad es pavorosa. En respuesta,
los maestros que lo increpan tomaron la sede sindical de las secciones 32 y 56
del SNTE, en Xalapa; retuvieron las escuelas en paro, pese al intento de padres
de familia de abrirlas y forzar el inicio de clases; exigen la destitución de
Callejas Roldán y una profunda investigación sobre la fortuna del viejo
cacique, sus ranchos, sus casas, sus automóviles, sus cuentas bancarias.
Protagonista de su propia debacle, Juan
Nicolás Callejas Roldán no atina a contener a un gremio que lo rebasó y que hoy
exige su cabeza. La revuelta de sus borregos, como se hacen llamar, crece y no
hay cómo frenarla, mientras el dirigente magisterial se mantiene estático,
azorado.
Rebasado por sus bases, el viejo cacique
es espectador de primera fila en un filme que trata del desmoronamiento de su
propio imperio.
Sólo es cuestión de esperar.
Archivo muerto
Siniestra su mano, Fidel Herrera mueve a
un sector del magisterio veracruzano. Mansos como son, institucionales,
soldados del sistema, aplaudidores de candidatos y gobiernos priístas,
sorprende ver a maestros en paro de actividades, en las calles, la protesta en
sus labios, la mentada al Presidente. Unos se mueven porque ven sus derechos
laborales en riesgo, pero a otros les mece la cuna el fidelismo. Refieren los
reportes del CISEN que un núcleo de esa agitación es movida por los tentáculos
de la fidelidad para sabotear la reforma educativa, para provocar la
negociación, la inserción del ex gobernador en la política nacional, vetado
como está por Enrique Peña Nieto, quien lo quiere lejos y más cuando el
incendio jurídico de Pancho Colorado, los caballos para Los Zetas y el juicio
en Austin está por alcanzarlo de nuevo. Fidel le agitó a un sector del
magisterio en Veracruz y quiere en su mesa, frente a frente, al Presidente Peña
Nieto. ¿Habrá medido el zarpazo del tigre?… “No podemos dejar que nos tomen las
calles”. De los labios de Fernando Gutiérrez Barrios, la frase resumía la
visión del régimen echeverrista ante la revuelta estudiantil. La consigna el
general Jorge Carrillo Olea, entonces miembro del Estado Mayor Presidencial, en
su libro ‘México en Riesgo’. FGB, subsecretario de Gobernación, advertía cómo
transpiran represión los grupos en el poder, sea quien sea el presidente. En
aquel 1971, el 10 de junio, el Jueves de Corpus dio cuenta de que el sistema no
se deja tomar las calles. Usó el gobierno echeverrista a los halcones, asesinos
entrenados en Japón, en la nómina del gobierno capitalino, y aplastó el ímpetu
de los universitarios que sólo pedían un régimen de libertades, ni un preso
político en las cárceles, que el PRI dejara de ser el único partido con acceso
al poder, que no se reprimiera la libertad de expresión, que ellos pagaron con
sus vidas y que hoy muchos mexicanos gozan. Cualquier semejanza con lo que hoy
ocurre con los maestros, no es coincidencia, es realidad. Tomarle las calles al
gobierno es una afrenta política y el sistema cobra facturas, así sea con la
fuerza bruta. Es el modus operandi del Estado opresor… Estoica, Lu-pilla
aguanta vara. Se le ve sonriente, bien portada, en todo acto público, consumada
actriz que cumple puntual el guión teatral que le tocó interpretar. Va a todas,
a arranques de obra, a entrega de parques, a eventos políticos, a seguir
cultivando una imagen que ya dio de sí, su futuro en el aire. En tres meses más
la burbuja reventará. Volverá la princesa a su rol de Cenicienta, sin
reflectores ni reseñas de prensa, rumbo al olvido y la opacidad. Hoy se le ve
sonreír pese a las felpas, reclamos, el insulto que cala, el asedio diario,
tomada como sparring de box y muchas, muchas veces, haber quedado peor que el
Canelo tras su aventura ante Mayweather. Firme, de una pieza, aguantó Lu-pilla
la violencia intrafamiliar, el instinto criminal y los desvaríos de Marcos, el
maltrato frente a todos. Era el precio que pagó por su derecho a saquear arcas,
por invadir un espacio político ajeno. Lo bueno es que en tres meses más se
acaba el show, ella y su fauna sin cabida en Coatzacoalcos. Y a enchinchar a
otro colchón… Imitador de Iván Hillman, otrora peor alcalde de Coatzacoalcos,
Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— causa pena ajena.
Dilapidó miles de millones y hoy construye banquetas y guarniciones, sin arroyo
vehicular. Es su legado a las colonias, sin reparar en lo fallido de esa
técnica. Iván Hillman hizo lo mismo, como coartada para justificar gastos que
nadie vio y menos se podían comprobar. Si eso lo había hecho pasar a la
historia como el peor entre los peores —amén de una obra nula que le costó al
pueblo 2 mil millones de pesos perdidos entre la tesorería y las gasolineras
del ivanismo—, Theurel quiso transitar por la misma ruta y ganarse, por
supuesto, la condena popular. Iván El Terrible puede estar tranquilo. Theurel
lo superó…