Existen múltiples coincidencias entre el Distrito Federal y el Estado de México, además de su ubicación geográfica, de su alta concentración demográfica y la avasallante desigualdad de la riqueza y de la calidad en la dotación de servicios públicos. Un aspecto coincidente es el vehemente deseo de sus jefes de Gobierno y de sus gobernadores por alcanzar la Presidencia de la República: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Rosario Robles Berlanga, Andrés Manuel López Obrador y Miguel Ángel Mancera Espinosa, por el lado capitalino; Arturo Montiel Rojas, Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila Villegas por el mexiquense. Existe otra gran semejanza en los territorios de perredistas recalcitrantes y priistas a ultranza: bajo sus gobiernos han desaparecido más niñas que en ninguna otra parte de México. Y por mucho. Si hemos visto con indignación el hurto de 200 pequeñas nigerianas al otro lado del mundo, debemos detenernos e ir a medio mundo de distancia para ver como, ésta, la gran Ciudad de México, es también un monstruo que a sus niñas se traga.
Ciudad de México, 18 de junio (SinEmbargo).– En ninguna parte del país desaparecen más niñas que en la Zona Metropolitana del Valle de México: 516 menores de edad se han esfumado en el conjunto de delegaciones del Distrito Federal, los municipios mexiquenses y uno hidalguense que integran el macizo urbano de la Ciudad de México.
La cifra representa casi la mitad de los mil 106 casos registrados en todo el país por la Procuraduría General de la República (PGR) y recopilados mediante su Programa de Apoyo a Familiares de Personas Extraviadas, Sustraídas o Ausentes.
La Zona Metropolitana del Valle de México es la segunda zona conurbada más poblada del mundo y está conformada por las 16 delegaciones del DF, 59 municipios mexiquenses y uno más de Hidalgo. Aglomera alrededor de 20 millones de personas, menos del 18 por ciento del total nacional.
Si bien existen diferentes registros de desapariciones, presumiblemente un centenar, la base de datos del Ministerio Público federal es una recopilación homologada y de carácter oficial, nutrida por los reportes de las Procuradurías estatales.
Los registros más antiguos para el caso de la zona metropolitana de la capital datan de 1990 y los más recientes de 2014, así que la panorámica es de 25 años de antigüedad.
Tan sólo la delegación Iztapalapa, con 67 casos, ha sufrido más ausencias que cualquier estado de la República, excepto el propio Distrito Federal que encabeza la lista con 322 menores desaparecidas; el Estado de México, con 192, y Veracruz con 170.
Como muestra de la dimensión del fenómeno puede decirse que en solo día, el 23 de noviembre de 2010, cuatro niñas desaparecieron en Chimalhuacán, Gustavo A. Madero e Iztapalapa. En Aguascalientes, durante cinco lustros, se han registrado 3 ausencias de mujeres antes de arribar a la mayoría de edad.
LA VIDA SIN LUZ I
Yolanda Jiméne
Luz María Jiménez Pérez, desaparecida en Ecatepec, Estado de México. Foto: Humberto Padgett, SinEmbargo
z de Alonso dice que no ha pasado un día sin que casi todas sus horas estén dedicadas al recuerdo de su hija, Luz María Jiménez Pérez, nacida el 26 de noviembre de 1999 en el estado de Puebla.
En realidad, Luz María no es –o no fue– la hija biológica de Yolanda, sino su sobrina. La niña perdida es hija de una sobrina suya, Leticia, una atractiva mujer a quien tocó vivir el último tramo de su vida con esclerosis múltiple.
El dolor y la agonía, supone Yolanda, arrojaron a esa mujer a una miseria más interior que la hacía golpear y descuidar a su hija única, Luz María.
El padre de la niña jamás se interesó y el padre de la mujer fallecida no estaba en condiciones de hacerse cargo de la pequeña, pues era ciego de años atrás.
–Tía, te doy a mi hija.
–No, Lety, ¿cómo crees?
–Si tía, es que yo siento que me voy a ir.
Legalizaron la adopción y Yolanda tomó a Luz María desde sus primeros años y en adelante la crió como su hija, en la sección Playas de la colonia Jardines de Morelos, Ecatepec.
Leticia murió al poco tiempo, luego de cumplir 24 años de edad.
La niña trajo luz a una casa de la que los hijos de Yolanda ya se habían marchado, excepto una, Patricia. Luz María reía y creaba en su tía abuela la esperanza de educar a una muchacha con un futuro prometedor cada que llegaba con la boleta de calificaciones cubierta de dieces.
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Ni siquiera la suma de los estados volcados en la violencia del narcotráfico se acerca a los que ocurre en la conjunción del DF y el Edomex cuyos actuales gobernantes, Miguel Ángel Mancera Espinosa y Eruviel Ávila Villegas, respectivamente, han restado relevancia a la presencia de los cárteles de las drogas en sus entidades.
Chihuahua, incluida Ciudad Juárez, referente mundial del odio a las mujeres y desierto sangrante por la reyerta de los cárteles de Juárez y Sinaloa, registra 39 hechos, uno menos que la Delegación Gustavo A. Madero.
El panista estado de Baja California, sede menguado, pero hace dos décadas preponderante Cártel de Tijuana, muestra siete ausencias de mujeres menores de edad. Chimalhuacán, bastión político y clientelar de la organización Antorcha Campesina, filial del PRI, aglutina 8 desapariciones.
Michoacán y las guerras de La Familia Michoacana, Caballeros Templarios, Zetas y Policía Federal muestran ocho desapariciones. Cuautitlán Izcalli, incipiente campo de batalla de las bandas criminales, suma 10.
Tamaulipas, cuna y zona de guerra de Los Zetas y El Golfo, arroja el dato de 15 desaparecidas; Coyoacán, 17.
O Guerrero, que tras dos administraciones perredistas y la pulverización del Cártel de los Beltrán Leyva se ha convertido en el estado más mortal del país, extraña 13 niñas, mientras que Azcapotzalco a 14.
Nuevo León otro frente de batalla de El Golfo y Los Zetas suma 18 ausencias. La delegación Miguel Hidalgo, cuyo índice de desarrollo humano es equiparable al de Alemania, ha sufrido 19 pérdidas.
Con 10 casos, Sinaloa, río del que nace el narcotráfico mexicano, ha vivido una desaparición menos que el municipio de Ixtapaluca.
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Iztapalapa suma más casos que Ecatepec y Ciudad Neza juntos, siendo estos los municipios más poblados del país.
Si a las tres anteriores demarcaciones se les suma Gustavo A. Madero, integradas en la misma zona nororiente, las pérdidas alcanzan la cifra de 168, casi lo mismo que la totalidad de Veracruz, el tercer peor estado en el tema y 4.3 veces más que Chihuahua completo, estado con la mayor tasa de feminicidios en la actualidad.
La situación en el Distrito Federal es de subrayarse más allá de ser un sitio gobernado por un partido de izquierda que presume como prioritaria la agenda infantil y de género.
Puebla y Tlaxcala, referentes mundiales de trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, registran, respectivamente, 37 y 12 casos. De esta manera, el primero de estos estados, gobernado por Mario Marín Torres y Rafael Moreno Valle, se sitúa en la quinta posición nacional. El otro, distinguido por su proclividad a formar proxenetas, posee una alta concentración de ausencias no aclaradas en función de su baja población.
En contraparte, dos delegaciones capitalinas receptores de aquellas jóvenes explotadas muestran 38 y 20 desapariciones. La primera demarcación fue gobernada por Dolores Padierna y la segunda por Ruth Zavaleta, ambas mujeres de izquierda y públicamente declaradas a favor de los derechos de las mujeres.
Algo más sobre estas delegaciones en que 58 niñas parecen tragadas por la tierra: son asiento del Palacio Nacional y de la sede del Gobierno del Distrito Federal, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, de la Cámara de Diputados y de la Asamblea Legislativa del DF.
Ninguna delegación capitalina queda exenta del problema.
LA VIDA SIN LUZ II
Mientras Yolanda se internaba en la vejez, su hija –o sobrina nieta–, Luz María, se adentraba en la adolescencia.
En los primeros dos años de secundaria, la niña descubrió que heredaría de su madre un lindo rostro con un lunar en la mejilla derecha. La muchacha se empeñó en pronunciar su figura con pantalones entallados y su rostro con maquillaje.
Yolanda veía con preocupación el cambio de la niña y se afligía con la idea de que la muchacha preferiría una madre más joven y menos conservadora. Pero las cosas estaban dadas de esa manera y no podía quedarse callada ante lo que a su parecer eran unos pantalones demasiado entallados.
–Mira, estás estudiando, estás estudiando, llegará un tiempo en que te podrás arreglar, pintar y hacer lo que tú quieras –proponía Yolanda ante el fastidio de Luz María, quien se quejaba en la escuela de la tiranía a la que se sentía sujeta.
–¿Tienes novio? –insistía la mujer, pero la niña sólo apretaba más lo labios.
El 8 de agosto de 2013, Yolanda tenía cita médica con el reumatólogo para dar seguimiento a su artritis reumatoide. A media mañana, la mujer cocinó unos chilaquiles con huevo para desayunar antes de salir al Distrito Federal y revisó sus recetas médicas y medicamentos para pasar el resto del día y quizá uno más en casa de una de sus hijas.
Descubrió que le hacía falta omeprazol, su antiácido de cabecera para aliviar la gastritis producida por las pastillas para la artritis. Eran las 12:20 del día y pidió con apuro a Luz María que fuera a la farmacia.
–Ten, hija, ten 10 pesos más para que no vayas a dar la vuelta en balde –le dijo y puso 60 pesos en la mano de la niña que salió a la calle con el cabello recogido, pantalón de mezclilla azul, chamarra ligera blanca y la cabeza tocada con una boinita ladeada.
La niña evitaba el negocio más cercano y caminaba dos o tres cuadras más hasta la farmacia que le inspiraba más confianza.
Dio la una y media de la tarde y Yolanda no podía esperar más. Tomó su bolso y metió algunas manzanas para comer en el camino. Pensó en encontrar a la niña en el camino a la farmacia y tomar rumbo al DF. Averiguó con la dependienta que una muchachita había pasado por ahí varios minutos antes preguntando por el omeprazol.
La mujer caminó con prisa hacia la calle en que suponía vivía la mejor amiga de la muchacha, una chica de nombre Adriana. Cada paso en sentido contrario del autobús la retrasaba y le dolía en las rodillas. No la encontró.
Volvió a casa, se sentó frotándose las manos y decidió no esperar más. Visitó al médico y volvió con prisa a Ecatepec, esperando encontrar a Luz María frente al televisor.
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Si se revisan las fechas de desaparición puede verse que el peor año entre 1990 y mediados de 2014 en la zona conurbada de la Ciudad de México ha sido 2006, con 55 casos.
De estos, 33 ocurrieron en el DF y 22 en el Edomex. A su vez cada una de estas entidades ha tenido su récord en 2006, año en que la capital fue gobernada por el actual Senador Alejandro Encinas Rodríguez en suplencia y bajo la tutela de Andrés Manuel López Obrador, quien ese año se postuló a la Presidencia de la República. Marcelo Ebrard Casaubón fue Jefe de Gobierno durante los últimos días de ese año y hasta fines de 2012.
El Palacio de Gobierno de Toluca fue ocupado íntegramente durante 2006 por Enrique Peña Nieto [2005-2001], hoy Presidente de la República. Ese mismo, año el Edomex sufrió la segunda mayor tasa feminicida a nivel nacional.
Pero, con respecto a desapariciones de niñas y jovencitas, el primer lugar del podio lo ocupó reiteradamente Marcelo Ebrard Casaubón. El peor año de Peña Nieto [2006, con 22 ausencias] fue igual de desastroso al menos malo de Ebrard [también 22, pero en 2007].
El caso más antiguo registrado en la base de datos data del 19 de junio de 1990 y ocurrió en la delegación Venustiano Carranza. El más reciente ocurrió el 9 de mayo de 2014 en la delegación Álvaro Obregón.
En 32 municipios conurbados existe al menos una desaparición, mientras que en 12 municipios se contabiliza un asunto en cada uno. Sólo Ecatepec acumula más ausencias que todos los municipios mexiquenses no conurbados a la Ciudad de México, que son 30, incluidos los de su capital Toluca.
Llama la atención cómo en los municipios con mayor presencia originaria son pocas o nulas las desapariciones. No existen alertas para los casos de San José del Rincón, San Felipe del Progreso o Villa Victoria, entre otros.
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María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, apunta la preocupación que pasa por la posible explotación sexual a la que estarían sometidas algunas de las capitalinas y mexiquenses sustraídas.
La mayor concentración de desapariciones está asociada a la mayor concentración poblacional. Las zonas metropolitanas de Monterrey, Guadalajara y de la Ciudad de México representan focos rojos.
“Identificamos que desapareen y luego las encontramos asesinadas. Por eso es importante saber con la autoridad las condiciones en que las mujeres fueron encontradas, vivas o muertas, y conocer qué delito ocurrió. Nos hemos sentado con funcionarios de distintas procuradurías para entender por qué se nos presentan números tan grandes de desapariciones y, de repente, muestran grandes cifras de localizaciones.
“¿Cuántas encontraron vivas y cuántas muertas? ¿Cuántas fueron sujetas de trata, cuántas se fueron con algún conocido? La autoridad no muestra esto con claridad. Nuestra preocupación, en el caso del Estado de México, es la gran cantidad de niñas de entre 11 y 19 años desparecidas, porque esto sugiere su sometimiento a trata”.
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A propósito de la edad, del análisis hecho a la base de datos de la PGR con la revisión de cada registro existente para la Zona Metropolitana del Valle de México se puede decir que al menos 212 desaparecieron entre los 11 y los 18 años menos un día.
No es posible presentar un dato preciso pues, con cierta frecuencia, el reporte individual carece de la fecha de nacimiento de la menor ausente.
Una falla recurrente en las hojas de vida disponibles en la página de la dependencia federal es que no existen retratos actualizados de mujeres, muchas ya en edad adulta, pero extraviadas durante su infancia. El promedio de edad de ese rango de edad al desaparecer es de 15 años.
Las niñas menores de 11 años de edad suman la cantidad de 62. Aquí es aún más recurrente el desconocimiento que la PGR tiene del día de nacimiento de estas pequeñas. Su promedio de edad es de 4 años con 3 meses.
De las 516 desaparecidas identificadas por la autoridad federal, 107 de ellas han estado lejos de casa 10 años o más. Una de ellas, Erika González Arteaga, desapareció el 19 de junio de 1990, así que esta semana cumplirá 24 años ausente.
Otras 211 muchachas han permanecido desaparecidas entre 5 y 10 años. El resto, 198 mujeres menores de edad, llevan entre 5 y 10 años sin que sus familias sepan de su destino.
LA VIDA SIN LUZ III
Foto: Humberto Padgett, SinEmbargo
Yolanda entró a casa con la esperanza de encontrar evidencia del paso de su hija por la cocina, pero todo estaba intacto. Gritó el nombre de Luz María varias veces, desde la planta baja de la casa y esperando que los alaridos se le metieran hasta el alma a la muchacha y que bajara de su cuarto con cara arrepentida.
Silencio.
El corazón de la madre se apretujó y volvió a la calle a ver si encontraba alguna compañera de la escuela que supiera dar razones. Halló a las otras niñas, pero ninguna la había visto.
–Perdón, mamá Yola, ¿qué pasó, por qué anda llorando? –le preguntaron dos niños que jugaban en la banqueta de la calle.
–¿No han visto a Luz?
–No la hemos visto, ¿por qué?
–La mandé a un mandado y no ha llegado.
Los vecinos se reunieron alrededor de la anciana y buscaron a su niña por la colonia.
La oficina del Ministerio Público del Estado de México en Ecatepec hizo esperar a Yolanda cuatro horas antes de tomarle la declaración.
–A ver señora, ¿usted se auto robó a la niña? –soltó un oficinista a Yolanda. –¿Es verdad que usted antes le robó la niña a su verdadera mamá y que ella todavía vive? ¿Es cierto que usted la maltrata y que es muy estricta?
–¿Cómo me voy a robar a mi niña?
Entonces comenzaron las llamadas de extorsionadores asegurando que tenían a la muchacha y que su regreso con vida costaría algunos miles de pesos. Nada era cierto. La policía informó de la captura del chantajista, pero esto tampoco es algo seguro para la familia de Yolanda.
–Mami, ayúdame por favor, te lo suplico ayúdame, mami estoy en grandes problemas –escuchó Yolanda decir a una muchachita, pero sin certeza de que en verdad fuera la voz de su hija.
Desde octubre, ningún agente se ha aparecido ni Yolanda ha recibido noticia de avance alguno de la investigación.
Lo único que llegó fue la vida sin Luz.
“Cada día pienso en ella. No hay uno sólo en que no lo haga”, solloza Yolanda sentada a la orilla de la cama de la niña.
Esto es algo común en todas las madres: en adelante, cada día, sus vidas giran alrededor del instante en que sus niñas desaparecieron.
Si se suman todos los días de sollozos, de llamadas de extorsionadores oportunistas, de interrogatorios de funcionarios aburridos y de búsquedas en centrales camioneras y morgues que han sufrido todas las madres y todos los padres de las niñas devoradas por la gran Ciudad de México es posible distinguir un pálido destello: 1 millón 239 mil 886 días al 16 de junio de 2014.