COLUMNA: FUERA DE
FOCO
Arribé al “Penalito”
en Playa Linda alrededor de las 14:15 horas. Pretendía llegar antes, pero
derivado de una entrevista previa me fue imposible. En el lugar se encontraba
uno de los hermanos de María Josefina Gamboa Torales, a quien me dirigí y le
pregunté que me orientara sobre el mecanismo para ingresar y ver a “Majo” –como
cariñosamente le dice una de sus hermanas- y me dijo que el asunto estaba un
tanto complicado, porque había una larga fila para verla.
El sol, molestaba y
penetraba, mientras sudábamos a cántaros. Quienes laboran en dicho lugar,
mantienen a las personas bajo los rayos penetrantes del sol por horas, sin
importarles un comino si se trata de visitantes que llevan niños pequeños o
ancianos. Una actitud absolutamente deshumanizada y con la finalidad de tratar
como “basura” a los familiares de los presos.
Recorrí el lugar con
la mirada y afuera del portón principal del “Penalito”, había alrededor de 20 a
25 personas esperando. Como parte del sistema de control de la Policía Naval
(PN), te solicitan que te registres en una libreta y adviertas a que reo vas a
visitar. Lo curioso, y para asombro mío, toda esa gente que esperaba afuera
impaciente y malhumorada, todas, estaban anotadas para entrar ver a Maryjose.
Pregunté a la familia si conocían a toda esa gente, pero nadie las conocía, ni
sabían la causa por la que la querían visitarla. Cuando se les preguntó su
procedencia, todas alegaban ser parte del Instituto de la Mujer, pero
honestamente, su vestimenta aludía a personas de bajos recursos, además que yo
jamás las he visto ni por error en las instalaciones.
Los familiares y
amigos de la colega periodista –entre ellos yo- veíamos como estás empezaron a
remolinarse en la entrada del portón principal y hablaban con el Policía Naval
que resguardaba el acceso, presionándolo para su ingreso.
Sus hermanos
agradecieron las muestras de apoyo, pero les solicitaron que permitieran la
entrada a la familia y amigos de la comunicadora, pues estábamos siendo
relegados por ellas. La respuesta fue la agresiva explosión de una mujer
morena, sudorosa y que “boca jarro” gritaba intentando hacer un escándalo
afuera de las instalaciones del “Penalito”. Sin un gramo de educación, la mujer
vociferaba a gritos, que la estábamos ofendiendo con palabras denigrantes,
cuando ella sola “la cantaba y la chiflaba” pues nunca dejó hablar a nadie.
Acto incongruente que
me alertó e hizo que comenzara a observarlas minuciosamente. Su lenguaje muy
limitado, su forma de vestir de manera humilde, como si su procedencia fuera
alguna colonia marginada de la conurbación. Su actitud despótica –porque nos
miraban con recelo como si los intrusos fuéramos nosotros y le estuviéramos
quitando el derecho a algo- me hizo tener la absoluta certeza que dichas
personas habían sido enviadas y pagadas por parte del gobierno de Javier Duarte
de Ochoa, con la intención de impedir y bloquear que la familia pudiera
ingresar a ver a la comunicadora. En verdad que faltos de imaginación y acto
tan denigrantemente y pueril.
Las mujeres empezaron
a presionar y advertir a la policía que queríamos impedirles la entrada. Para
ingresar a la visita se tiene que entrar formando un pequeño grupo de tres por
reo, que es elegido a través de la dichosa libreta donde ellas mañosamente se
anotaron desde temprana hora; a una de las mujeres que consideré más prudente
–porque fue la que intentó controlar a la mujer que gritaba sin control- le
pedí que si me permitía ingresar con ellas y que sólo una de ellas no entrara.
Su respuesta una absoluta negativa.
Su familia, lo único
que lograron convencerlas es que metieran dos botes de agua, acto que al final
las hizo reflexionar y una de ellas fue por mí para decirme: “Pasa, te dejo el
lugar para que la veas”. Le agradecí gustosa.
Feliz de lograr ver a
mi compañera, ingresé con credencial en mano, con una camiseta prestada muy
grande porque llevaba una blusa tejida de color negra, la cual no está
permitida, sin aretes, sin pulseras, sin celular, pero con dos botes de
agua y un pequeño empaque de Halls –mi único tesoro para Maryjose- y mis deseos
más fervientes de poder darle un sincero y prolongado abrazo.
Primero tuvimos que
hacer una fila donde dos oficiales de la Marina volvían anotar nuestros nombres
a un cuaderno. Mientras tanto, una mujer policía revisaba las bolsas de
productos que las personas que habían logrado ingresar al primer retén de
control. Conmigo fue sencillo, pues no llevaba gran mercancía, sólo dos
botecitos de agua. Luego nos condujeron en fila india –ridículamente controlada
por un policía que no fuera rota, pues si no te reprendía- caminamos hasta una
reja, ahí subimos una escalinata y en el segundo piso, otro retén. Una mujer
sentada en un escritorio, nos volvía a pedir nuestra credencial de elector y
nos anotaba en otra libreta. Luego nos conducía a un pasillo, nos pararon para
esperar a ingresar a un cuarto donde una corpulenta policía te inspeccionaba
absolutamente todo.
Te quitan zapatos, te
hace quitar la blusa –afortunadamente yo llevaba una debajo de la gran camiseta
que me prestaron- me tocó piernas, bolsas del pantalón, volteó mis
botines para ver si no traía el arma letal que tanto teme Javier Duarte –papel
y pluma- y para manosear más la tipa, me pidió que subiera mi blusa y que
jalara mi sostén al grado de que no la convenció y me ordenó de mala gana que
me lo desabrochara. Tocó los bordes de él –no fuera ser trajera una granada o
una cuerno de chivo escondido en las costuras- y me dijo que me lo abotonara de
nuevo. Conforme de que no llevaba nada “peligroso”, la voluminosa mujer me
pidió que volviera con la mujer del escritorio, la cual me hizo firmar dos
veces la libreta y luego como res me selló la muñeca: Visita Familiar.
Cuando yo llegué a la
celda de “Majo”, las mujeres tenían dos minutos de ventaja conmigo y ya estaban
hablando con ella. Ingresé y las tipas se despidieron con todo el cinismo,
aludiendo que querían dejarnos solas para que pudiéramos platicar a gusto. Se
fueron y volví la mirada a la entrada, en donde se encontraba una mujer policía
mirándonos con sigilo, sentada en una silla de plástico. Nunca nos dejó solas,
nunca se quitó del lugar, se quedó para escuchar la conversación entre Maryjose
y yo.
Lo prometido. Al
verla me dio mucho gusto de poder darle el abrazo solidario que no había tenido
oportunidad de ofrecerle. Me agradeció. Conversamos sin preámbulos sobre ese
lamentable hecho que la mantiene en tan indignante circunstancia. La celda es
pequeña, fría, desoladora y sin los elementos necesarios para mantener a una
persona prisionera. Una sola ventanita, donde está su ventilador. Alrededor de
la celda se aprecia un pequeño borde que circunda toda la celda y la hace de
asiento. En medio del cuartucho decadente, una colchoneta con una sábana que la
cubre a rayas. Cómo tesoro, pude observar unos libros, los cuales hacen la
función de sacarla de esta imperdonable realidad, de la cual la mantiene
arbitrariamente el gobierno estatal.
Su rostro destella
tranquilidad, pero también un mutis de dolor. ¿Te duele? –Le pregunté- “Si
mana, la verdad que el dolor del brazo es cada vez más intenso, el cuello y la
espalda me traen en jaque también”. Me indigné de ver la intolerancia de un
diminuto ser. Le di otro abrazo como para intentar traerme a casa su malestar
físico y que ella dejara de sentirse mal.
Platicamos de todo un
poco, de la intolerante actitud de la mayoría de los medios vendidos. También
bromeé con ella, para intentar sacarla por un instante de esa absurda e inmoral
situación en la que la mantienen arbitrariamente quienes se suponen debería de
detener a los verdaderos delincuentes y procurar nuestra tranquilidad. Pero
esos andan sueltos, actuando impunemente, mientras la atención la concentran en
una persona trabajadora, una mujer, una madre, qué su único error, es haber
coincidido en hora y tiempo con un joven, quien sin precaución alguna pasó una
arteria de manera temeraria.
De pronto una seña de
la celosa y atenta celadora a Maryjose. “Tienes que irte me advirtió” Qué ya
terminó la visita. La abrazo nuevamente y afuera en el pasillo que minutos
antes estaba vacio se encontraba repleto de personas. Mujeres y hombres
vestidos de naranja conviviendo con sus parientes, todos ahí afuera sin
problema alguno. A “Majo” como es una delincuente peligrosa para Duarte, se le
impide tener comunicación con los demás internos. Nadie puede cruzar palabra
con ella, pues es sumamente peligrosa.
Me indigné de las
condiciones en las que la tienen, pero me despedí e intenté salir librando a
las personas que impedían que yo transitara por tan estrecho pasillo. Cómo pude
llegue a la primera reja para solicitar mi salida, me la negaron; me
advirtieron que no podía irme hasta que todo ese grupo que estaba apostado en
el corredor se fueran también. Tenía que esperar. Le reclamé que entonces
porque me había sacado la policía de la celda de Maryjose; el policía me pide
que regresemos y le reclama, cosa que niega. Majo se acerca a la reja y
sonriente le dice, si nos dijo que ya terminó: “Pero porque no mejor dejamos
que entre algún familiar o amigo, que también quieren verme”.
Accedió el policía y
me condujeron a la salida, recogí credencial de elector, bajé las escalinatas y
libré la segunda reja. Afuera el gran patio, lo caminé siempre acompañada del
policía que me advertía por donde e intentaba hacerme plática.
El portón se abrió y
afuera impacientes, asoleados sus hermanos y parientes cercanos. Todos en
grupo, atrás, las mujeres desconocidas se mantenían en el lugar para intentar
quitarles el lugar y entrar. Me preguntan por las otras dos mujeres habían
ingresado conmigo, pues la vigilancia decía que hasta que ellas no salieran no
podían pasar otras tres personas.
“Las mujeres no
estuvieron ni dos segundos y se fueron (…) Con Maryjose únicamente estaba yo”
les expliqué, mientras me miraban con cara de asombro. ¿Las dos mujeres quiénes
eran? Nadie supo, porque jamás las sacaron por la puerta principal. El Policía
Naval advirtió que tenían que verificar que no existieran más personas. Los
minutos pasaban y casi daban las cuatro de la tarde, hora en qué concluye la
visita. Se autorizó la entrada y un hombre gordo con camisa verde logró meterse
en el siguiente grupo, impidiendo nuevamente que la familia ingresara
Adentro, teniendo a Maryjose a su merced, ese sujeto inicia su perorata.
No se limita y comienza agredir verbalmente a la periodista, ante la permisiva
tolerancia de supuesta celadora, sentada en la silla de plástico. Información
que posteriormente nos dieron. Se supo que dicho sujeto era enviado de Nino
Baxin Mata, el flamante y agresivo diputado local del PRI y mejor conocido “El
Rey de los Pepenadores” quien siempre se ha distinguido por “aborrecer” a los
periodistas
Con este acto delincuencial
del abominable legislador priísta, se puede casi dar por un hecho que todas
esas personas de bajos recursos que mañosamente se enlistaron para ver a
Maryjose Gamboa, eran un panel organizado por parte del gobierno del estado y
de su limitado legislador. Bloquear e impedir que los amigos y familiares de la
columnista ingresen a visitarla, en verdad es el acto más pueril y absurdo de
parte de quienes se sienten con derecho de agredir de la forma como la están
vejando.
Indudablemente amable
lector, no podemos pedirle “peras al olmo”. Esperar que le suban de nivel a la
manera de ejercer el poder, es casi imposible. Nadie puede actuar
inteligentemente si la habilidad no les da. Su denigrante e infantil forma de
proceder, a los únicos que lastiman es a ellos mismos. No quiero lanzar
improperios que muestren su denigrante actitud, pero como atinadamente advierte
mi querida colega, la columnista del Notiver en su espacio “La araña en
palacio”: “Ríanse si quieren, pero los carniceros de hoy, serán las reses del
mañana”. Tengo la virtud de ver caer a la gente. He visto muchos casos, pero la
factura se pasa y nadie se salva. Es la ley de la vida.
Lo disfrutaré
ampliamente, no lo duden.