Columna: Fuera de Foco
Silvia Núñez Hernández
Una tarde como cualquiera, mientras veía de reojo a mi hija de 4 años que jugaba en la recepción de los consultorios dentales donde soy secretaría, atendía una llamada telefónica de un paciente el cual solicitaba una cita. Alternando la atención hacia mi pequeña y las llamadas telefónicas, tocaron el timbre de la puerta. Como siempre abrí y regrese a mi escritorio para dar atención al sujeto quien me preguntaba si se encontraba la doctora en ese momento.
Una de las tres odontólogas se encontraba
trabajando en su consultorio, por lo que le pregunté qué tipo de atención
requería para canalizarlo. El tipo me dijo que le dolía la quijada mucho,
padecimiento que no es atendido por ninguna de las doctores y por lo que le
recomendé que fuera mejor a la Cruz Roja o al Hospital General para su
atención.
Entendiendo que ahí no podría ser atendido, el
señor se retiró. Al cabo de un rato, volvió a sonar el timbre y en esta ocasión
era una mujer con una adolescente que preguntaba acaloradamente si se
encontraba la “dentista”. Apenas le iba a responder mientras que le pedía que
entrara a la recepción, cuando a escasos pasos de ella ascendía por las
escaleras nuevamente el mismo sujeto, pero esta vez, venía encañonándome como una
pistola. Me exigió que ingresara, la mujer en ese momento quedó en segundo
término la cual era utilizada como “gancho” por el asaltante.
Me quitó mi monedero y mi celular –mientras yo
abrazaba a mi pequeña que no entendía lo que pasaba- y me ordenaba casi a
gritos que le indicara en cuál de los consultorios estaba la otra doctora. A él
ingresó la mujer, en ese momento la odontóloga se encontraba trabajando en su
computadora cuando fue sorprendida por la mujer la cual le exigió le diera sus
dos celulares y la Lap Top que estaban a la vista de ella, también le ordenó
que no saliera del lugar. Fueron breves instantes pero que honestamente se me
hicieron eternos. El sujeto entre amenazas me preguntaba donde estaban las
otras doctoras o que les abriera los consultorios.
Me apuntaba directamente con la pistola
mientras yo con el cuerpo le servía de escudo a mi hija. Le dije muy asustada
que no tenía llaves de los otros consultorios, por lo que gritándome palabras
altisonantes salió corriendo del lugar. Para ese entonces no me percaté en qué
momento la mujer junto con la chiquilla –como de 13 años- habían desaparecido
con los objetos que nos habían robado.
Corrí a cerrar la puerta, la piernas me
temblaban, pensé que nos iban a matar a todas. Abracé a mi pequeña que ya
lloraba por el susto que le hicieron vivir; me dolió ver sus ojitos llenos de
lágrimas, me dolió mucho que tan pequeñita haya tenido que vivir esto. Mientras
la cargaba, ingresé para ver las condiciones de la doctora quien yacía sentada
sin color y sin entender absolutamente nada de lo que había pasado. Nos
abrazamos prolongadamente y comenzamos a llorar todas.
El desconcierto nos invadió, no atinamos a
saber qué hacer. Lo único que se nos ocurrió fue hablar a una de las doctoras.
Muy asustada por lo que sucedía, nos pidió que mientras se trasladaba a dónde
estábamos nosotras, le llamáramos a la policía. Muy cerca de edificio de
consultorios, se encuentra una caseta de policía pero desafortunadamente su
reacción de respuesta fue realmente tardía. Llegaron una hora después del
llamado y su actitud más que sentirnos seguras, nos provocó desaliento.
Llegaron dos policías, uno gordo y el otro
delgado, pero este último, muy chaparrito –con aspecto de una desnutrición
realmente alarmante- preguntándonos sobre cómo se habían dado los hechos. Nos
preguntaron nuestros nombres y el policía gordo lo anotaba una libretita sucia
y bastante maltratada. Preguntaron sobre las características de los asaltantes
y sobre qué tipo de cosas nos habían robado. El asunto se me antojaba más como
para verificar que “tesoros” habían saqueado para después demandar la
equitativa división de lo robado.
Cuando le pregunté si harían un operativo para
intentar dar con el asaltante, la mujer y la “chamaca”, se miraron con dejo de
burla entre ellos y me respondió el flaco desnutrido:
“Uy señito, den gracias que no las hayan
matado (…) Son cosas, lo material va y viene señito, ta’ muy difícil que demos
con ellos”.
Desde ese momento, supimos que fue en vano
haberles llamado, puesto era notorio que estos no tenían la mínima intención de
dar con ellos, primero por su evidente y nula capacidad para llevar una
investigación y luego, porque es evidente que no les interesa en lo absoluto
brindar seguridad a la ciudadanía.
La seguridad en debacle
Lo
vivido por estas mujeres amable lector, es parte de la cruda realidad que se
vive en el estado veracruzano. El problema de éstas estadísticas, es que ya nos
estamos acostumbrando a escucharlas. Llegar a ese grado, es un indicador
alarmante sobre la ola de violencia persistente en la entidad y como las
supuesta dependencia encargada de brindar seguridad, simplemente hace caso
omiso y en el peor de los casos, son activos participantes en dichos actos
delictivos.
En
las unidades habitacionales, fraccionamientos y colonias, los habitantes ya se
encuentran hartos de no contar con vigilancia de la Secretaría de Seguridad
Pública (SSP) y de la Policía Naval (PN) perteneciente a la Secretaría de
Marina, por lo que se han dado a la tarea de organizarse para combatir a la
delincuencia que impera en sus zonas.
Los
colonos del Costa Verde reaccionaron también y ya anunciaron su Comité de
Vigilancia Ciudadana. Se dicen hartos de estar siendo ultrajados por los
delincuentes, quienes ingresan tanto a sus domicilios como a sus negociaciones.
Mi
pregunta ante este tipo de compromiso social que está esforzándose conformar
los ciudadanos es:
¿Vamos
a continuar pagando salarios a quienes no están brindándonos protección?
Es
inadmisible que se siga canalizando recursos al “ejército” de incapaces que
cobija la SSP. Pareciera que estos nomás son utilizados por otros “rubros” y no
para lo que los gobernados les pagamos.
Silvia Núñez Hernández
Licenciada
en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, directora general y columnista.
Sustenta su trabajo, tras 23 años de ejercicio periodístico adquirido en
diversos medios de comunicación situados en el estado de Veracruz. Su principal
objetivo dentro de su carrera profesional es ofrecer a la ciudadanía una
editorial ética y objetiva. Un espacio donde los temas sociales y políticos,
son analizadas con una visión crítica, con la finalidad de mostrar una
perspectiva sustentada y razonada sobre la problemática social de Veracruz y de
la República Mexicana.
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