TEXTO IRREVERENTE
Por Andrés Timoteo
Ayer se cumplieron tres años del atentado contra el periódico cordobés El Buen Tono. La historia es conocida por todos: un comando de hombres armados –en su mayoría jóvenes de esos que enganchan las cadenas de crimen- llegaron de madrugada, amagaron al personal que logró huir a las bodegas del fondo sin daño físico mientras que los atacantes prendían fuego a las instalaciones. El Buen Tono tenía un mes de haber salido a la circulación y a muchos les molestaba su nacimiento. ¿Qué habría pasado si el fuego se hubiera extendido hacia la bodega y los trabajadores hubieran sido alcanzados por las llamas como sucedió en el ataque al casino Royale en Monterrey, Nuevo León?.
Hoy todavía se estaría llorando muchas víctimas: reporteros, editores, prensistas y personal administrativo. Aquel 6 de noviembre del 2011 fue una noche de terror y los días que siguieron también fueron de miedo, mucho miedo. No solo estaba la sombra del crimen organizado como mano ejecutora del ataque y el temor de que se repitiera sino que a eso se sumó el aparato estatal. Desde palacio de gobierno se recurrió a lo mismo, filtrar versiones temerarias para enlodar la fama pública del fundador del periódico, José Abella García, a quien todavía no le perdonan haber roto el monopolio informativo de la zona centro. Las plumas amaestradas hablaron de autoatentados y protagonismo.
Aplicaron lo de siempre, criminalizar a las víctimas en la parte mediática mientras que en la judicial se detuvieron las investigaciones para garantizar impunidad a los autores tanto materiales como intelectuales. Los días y semanas posteriores estuvieron marcados por la incertidumbre y el pánico debido a las versiones de un nuevo ataque y amenazas veladas contra los colaboradores, especialmente reporteros y directivos. Algunos no aguantaron la presión y se fueron. Otros siguieron frente al proyecto pese a que el miedo calaba. Así, a contracorriente han transcurrido tres años de impunidad porque el gobierno estatal nunca quiso indagar el caso ni detener a los que pretendieron destruirlo.
A tres años de distancia, la impunidad se mantiene para los autores tanto materiales como intelectuales del atentado. Dos procuradores han pasado en el duartismo, Amadeo Flores Espinosa y Luis Ángel Bravo Contreras y ninguno quiso investigar a fondo el caso pese a que el gobernante en turno, Javier Duarte de Ochoa empeñó su palabra de que se esclarecería el atentado –vaya, como lo ha dicho con todos los crímenes de periodistas- pero hay un dato adicional que pocos conocen y que explicaría, en parte, el motivo por el cual archivar el expediente para garantizar la impunidad de los delincuentes.
El primer encargado de conocer el caso judicialmente y elaborar la indagatoria fue el entonces subprocurador de Justicia en la zona centro, Enoc Maldonado Caraza, un personaje cuestionado por organizaciones defensoras de periodistas e incluso por sus mismos excompañeros de la fiscalía. Es señalado como un experto en alterar peritajes, fabricar delitos, buscar “chivos expiatorios” y alterar el curso de las pesquisas para que no llegue la justicia a las víctimas. “La cara perversa de la procuraduría e inventor de culpables”, lo llamó el exsuprocurador de Justicia en Coatzacoalcos, Jorge Yunes Manzanares, en una entrevista a los periódicos Diario del Istmo e Imagen de Veracruz.
También fue el encargado de integrar los expedientes de investigación en los asesinatos de los periodistas Regina Martínez y Gregorio Jiménez de la Cruz, en los cuales se bloqueó las hipótesis de una muerte relacionada con su actividad periodística para anteponer la línea de problemas de tipo pasional y personal. Además, Maldonado fue enviado a Boca del Río en julio pasado para retorcer peritajes, fabricar pruebas, falsificar declaraciones en el caso de la compañera periodista Marijose Gamboa para mantenerla encarcelada por un accidente vial pese a que tenía derecho a la libertad bajo caución.
Marijose lleva tres meses en prisión por las maniobras de ese oscuro asesor de Bravo Contreras pero está retenida ilegalmente y en breve de nueva cuenta se les caerá el teatro porque si algo tienen Maldonado Caraza, Bravo Contreras y Duarte de Ochoa es que son torpes hasta para cometer marrullerías. En resumen, el atentado a El Buen Tono no es un asunto aislado sino tiene relación no solo con el caso de Marijose Gamboa, Regina Martínez y Gregorio Jiménez por la forma de pervertir investigaciones y criminalizar a las víctimas sino que sucedió el mismo año en que inició la etapa de terror en Veracruz con la cacería y asesinato de reporteros. Es, pues, una mancha más que lleva en la frente Duarte de Ochoa.
EL CORO DE LOS HIPÓCRITAS
En las movilizaciones estudiantiles del miércoles pasado, algunos jóvenes que protestaba en Jalapa prendieron fuego a la reja de la entrada principal de palacio de gobierno e inmediatamente se desató una ola de condenas. Las descalificaciones vinieron de la rectoría de la Universidad Veracruzana, de las cámaras empresariales, de los diputados, de las organizaciones partidistas, de los jerarcas religiosos y, obvio, del gobierno estatal que extendió un comunicado erigiéndose magnánimo y perdona-vidas al decir que no presentaría denuncia penal.
Todos esos que externaron lamentaciones porque la protesta no fue “ordenada ni pacífica” también pusieron calificativos a los que incendiaron la puerta palaciega. Los llamaron anarquistas, infiltrados, encapuchados, delincuentes, entre otras linduras. Pero esos mismos rectores, líderes partidistas, legisladores, religiosos, empresarios y funcionarios que hoy se desgarran las vestiduras han guardado silencio cuando la policía estatal ha desalojado a punta de macana a maestros, ha mandado la caballería contra pensionados, ha golpeado a periodistas, ha disuelto manifestaciones de campesinos con perros de ataques y ha detenido a jóvenes, muchos de ellos desaparecidos hasta la fecha.
Se espantan por la lumbre en una puerta pero bailan, como Nerón, alrededor del incendio que consume a la entidad. ¿Qué los estudiantes están infiltrados?. Esa misma versión la están utilizando para justificar la desaparición de los 34 normalistas en Guerrero. ¿Qué están encapuchados?. Claro, de tontos se arriesgan a ser identificados y después desaparecidos por la gente de Arturo Bermúdez Zurita. ¿Qué hacen protestas violentas en lugar de marchar en silencio y rezando?. Los levantones, los secuestros, los desalojos, la represión son peor –y más violentos- que gritar, pintar leyendas o incendiar puertas. El coro de los hipócritas está cantando en Veracruz. Son esos que cuelan el mosquito pero se tragan un camello. Hoy lloran porque la lumbre les está llegando a los aparejos.