El sur del país, es la representación desoladora de una latente
realidad, a la que con frecuencia se le resta importancia. La última frontera
de México, es un vasto campo de tragedias, donde habita una sociedad
indiferente, pero también ignorada, de rostros escondidos y desgracias
enclavadas dentro de una franja donde realidades como la prostitución y
delincuencia de menores extranjeros, no trascienden más allá de los límites
fronterizos, como si el mundo nunca volteara en esa dirección.
El chico comenta que nació
en la zona tres de Guatemala, es alto y delgado, de tez blanca, con pecas en el
rostro y ojos cafés claros. Al hablar nunca ve de frente, prefiere bajar la
mirada y jugar con sus manos.
“Mi mamá y yo vinimos a México para ganar un poco mejor en el
comercio ambulante, pero ella se volvió a embarazar, quién sabe cómo la
pendeja, y ni me diga que está mal decir eso, pero el wey que la preñó se fue,
la dejó y a principio pues como quiera que sea todo iba bien, yo limpiaba
zapatos y ella vendía cosas en los mercados, pero resulta que mi hermanito se
enfermó hace unos años, y cada vez que iba al doctor le daban cosas diferentes
y nada lo curaba, hasta al final, hace como un año le dijo un doctor que el
chamaquito tiene mal la sangre, que iba a costar mucho su tratamiento…
Mi madre dijo que con lo
poco que ganábamos mi hermano se iba a morir, si a penas y comíamos, así que
ella se fue de prostituta al parque, porque no queda de otra, le dan varios
pesos a los policías para que no se la lleven y a mí me tocó está pinche chinga.
Aquí no soy el único, algunos weyes hasta les gusta meterse con hombres, pero
yo cada día me doy más asco, aquí nadie dice nada, pero nos drogamos por la
“depre”, yo le entró a cualquier cosa, lo que sea con tal de olvidar. Jamás
pensé que llegara a esto, y no me voy al norte porque además de que es una
chinga cruzar, me pueden ejecutar y ahí sí que vale madres mi hermano y la que
lo parió”. Rodrigo, 14 años.
Obligados
o por decisión propia, a diario decenas de menores de edad, de origen
centroamericano atraviesan el río Suchiate, con destino al municipio de
Tapachula, capital económica del estado. Ellos no tienen ningún plan de
continuar hacía Estados Unidos, pero sí de tener un trabajo, trabajan lustrando
zapatos o vendiendo dulces, algunos más limpian los vidrios de los carros, pero
muchos otros, con la necesidad de obtener con mayor rapidez ingresos, que a su
vez sean constantes y seguros, recurren a la prostitución.
La
zona ‘más común’, de prostitución infantil en aquella región es el centro de la
ciudad y calles aledañas; la socióloga Alejandra Malpica asegura, “en los años
que llevo estudiando el fenómeno de la prostitución infantil, ésta se sigue
manteniendo arraigada al parque central, con más actividad por las noches,
después de las once, sin que por el día se detenga, pero con mayor disimulo,
siendo los policías quienes se encuentran al cuidado y vigilancia de las niñas,
sin embargo, desde hace aproximadamente tres años, la trata de niños (hombres)
comenzó a incrementarse, incluso aún más que la de las menores”.
En dos meses Joel va
cumplir trece años, lleva un mes prostituyéndose, llegó hace unos cuantos más a
Tapachula, dice que el poco dinero que tenía se lo robaron los policías una vez
que lo encontraron durmiendo en el parque, ‘era eso o que me metieran a la
cárcel y les di lo que tenía’.
“Le pregunté a un chavo
que vendía dulces qué cómo se le hacía para entrar, ya nos fuimos con su jefe y
me puso a vender dulces, pero nos vigilan siempre a donde vayamos y uno de los
que nos cuida se dio cuenta que siempre me molestaban algunos señores, me
decían que cuánto por sexo con ellos”.
Pese a su coraje, que
también mantenía una cantidad de miedo, decidió transitar por sitios donde
hubiera más gente. “Pero luego de unos días, el vigilante le contó al jefe,
entonces me dijo que haría otra cosa, que ya no tendría que caminar por toda la
ciudad, trabajaría unas cuantas horas a partir de las 2 de la tarde y toda la
noche, estaba bien, pero resulta que el muy cabrón decidió meterme a esto,
porque según ganaré mucho, que porque tengo ojos verdes y piel blanca”.
De mi gente ya no me
acuerdo, cuando comencé hacer esto y ahora yo no valgo, así que prefiero que
piensen que me morí o me fui a los Estados Unidos, aunque eso siempre les valió
en mi casa.
“Las
Huacas, es el nombre del burdel más grande de la frontera, ubicado a las
afueras de Tapachula, y aunque los habitantes lo saben un sitio inseguro,
peligroso y violento al cual incluso los taxistas se resisten a llevar pasaje.
No les causa molestia alguna y mucho menos indignación, que ahí hayan poco más
de 40 niñas y 45 niños prostituyéndose. Ahí en ese antro conformado por 15
prostíbulos, hay hombres cuidando cada puerta, con mejores armas que las de la
policía, que pocas veces se acerca, anteriormente, todavía en 2010 las
patrullas pasaban recolectando cuotas para a fin de no llevarse a las menores,
pero desde que llegaron los vigilantes, ya no lo hacen”, asegura Malpica.
UNICEF,
le ha cuestionado a la autoridad de Seguridad Pública, por qué permitir un
escenario tan deplorable y evidente, a lo que han respondido, “La Huacas se
fundó específicamente como un sitio donde hay sexoservicio. Esto es para que
no pululen por toda la ciudad, porque así es mejor”.
Sobre la problemática
Salud Pública se ha opuesto a la existencia de ese sitio en muchas ocasiones,
un representante de la oficina de Salud Pública, que ha preferido omitir su
nombre, asegura a Revolución TRESPUNTOCERO,
“donde existe un mayor problema de prostitución infantil, Las Huacas, es el
mismo sitio donde por años hemos demostrado se genera gran parte de
enfermedades como el VHI, en niñas y clientes, aunque no mantiene un índice de
casos alto; hoy tenemos un grave problema de prostitución infantil en niños,
quienes se encuentran en mayor vulnerabilidad, si a las niñas no las protegen y
solamente les impiden el embarazo con la píldora del día siguiente, a los
menores los tienen a la deriva, desatando graves enfermedades venereas, sin
ningún caso aún de VIH, pero lamentablemente en cualquier momento pasará”.
Y
asegura, “no sabemos qué hacer, porque tan solo en esa zona, se dedican al
sexoservicio 44 niños, provenientes de pueblos cercanos de Guatemala, tienen
entre 12 y 16 años, la mayoría, sino es que todos, tenía otra idea cuando les
ofrecieron trabajo, cuando los dueños se dan cuenta que oponen resistencia los
amenazan con matarlos y los cuidan para que no salgan ni a la puerta del
burdel”.
Asimismo
se afirma que a los que se encuentran laborando por las noches en las
principales calles de la ciudad, tampoco se les puede dirigir la palabra,
porque un vigilante es capaz de dispararle a quien hable con ellos, excepto si
es la policía municipal, la cual nunca se acerca a ellos, porque en esos casos
sí pasan con los proxenetas a recoger la cuota, que va entre los 300 y 500
diarios.
Yo tengo 16 años, me llamo
Salvador y yo vine a la ciudad a lo que fuera, me fui de mi casa, porque no
aguanté al borracho de mi padastro, me fui el día que llegó borracho, me abrió
el pantalón con una navaja y me lastimó la entrepierna, luego me violó, en ese
momento no quise matarlo, saqué lo que pude y desaparecí, pero hoy estoy aquí,
aguantando lo mismo que él me hizo, cuando yo estaba seguro que me iba a matar,
pero no puedo asegurar que ya no lo hice, por el momento gano 450 diarios, lo
demás es de los jefes y de los ‘polis’.
Un
policía que accedió hablar con el medio, afirma, “los niños, mucho más que
ellas, vienen con mucha violencia, odio y resentimiento, por la pobreza y el
maltrato que vivieron en sus casas, cuando se les trata de levantar depende
quién sea el cuidador, muchos creen que nos gusta solapar esta barbaridad, lo
que pasa es que si no lo hacemos, nos matan, nosotros también vivimos
amenazados, claro a unos les pagan, a los jefes les dan una cuota de hasta 5
mil mensuales”.
Además
comenta, “de vez en cuando se les levanta, que dizque para disimular, luego las
volvemos a soltar, me han golpeado, son chamacos con fuerza, y odio, a veces me
piden que los deje más tiempo, para ellos eso es la gloria, que estar
padeciendo el tener sexo con hombres de hasta 70 años que por las noches van al
parque a buscarlos. Pero finalmente no les queda de otra que seguir en eso,
porque ya tienen contrato de muerte y porque tienen que comer, yo les puedo
decir, ‘piensa que esto te traerá cosas malas adelante, has algo más, cuídate,
intenta irte, pero salen y piensan que el jefe no es uno y tiene jefe en todos
lados, que irse para su casa ya no es opción y que emigrar a los Estados Unidos
es una jugada con la muerte, no tienen para dónde hacerse, ya desde pequeños
están condenados a la barbarie”.
Según
datos de UNICEF, poco más de 100 niños extranjeros se encuentran
prostituyéndose en la frontera sur, y al mismo tiempo drogándose, para ‘no
sentir. “Desde que nacen, por las condiciones de su hogar, su familia y el
país, están destinados a una infancia robada, lo que les queda de vida, siendo
difícil y dolorosa, no resta más que drogarse, viven en la calle, lo que tienen
suerte encuentra un sitio en el ambulantaje, los demás piden algunos pesos,
pero nadie los ayuda, acto seguido se suman a las filas de la delincuencia, ya
sea trasladando paquetes de drogas por la ciudad, narcomenudeo, o el destino
final y el que todos quieren evitar, la prostitución, aunque este último grupo
tiene una esperanza de vida muy corta”, comenta Malpica.
Y
asegura, “evitar estas problemáticas podía significar el trabajo de dos
décadas, poco más, pero con constancia, compromiso de las autoridades y los
activistas, pero también y principalmente de la población, aunque
lamentablemente Tapachula, mantiene una sociedad muerta, pasiva que es
indolente a lo que pasa incluso con ellos como ciudad, aún más con los
extranjeros. El lado sur del país es un fantasma, donde todo pasa, permitido
por una ciudadanía autómata, que también es culpable”.