Escrito por: Sebastián Eisenring
Díaz*
Mientras la guerra contra el narcotráfico, la corrupción y la
explotación hacen estragos en México, las mujeres pagan el precio más alto y
las autoridades no mueven un dedo.
En junio pasado Dayana, una niña de cinco años, fue raptada en una
camioneta pick up sin placas cuando iba hacia la tienda. Su cadáver apareció
cuatro meses después en un descampado a las afueras de Navolato, en Sinaloa.
Ella, como tantas niñas y mujeres en México, fue víctima de un asesinato por
violencia de género. En Latinoamérica se conoce bajo el término de
“feminicidio”. Tan sólo el año pasado mataron en México a 2 735 mujeres, aunque
sólo 313 casos se tipificaron como feminicidios. Los crímenes se denominan así
cuando las víctimas son asesinadas debido a su género. Es decir, cuando el
cadáver muestra signos de abuso sexual o cuando el homicida ya tenía un
precedente de violencia en contra de la víctima, o bien, un vínculo emocional
con ella.
Desde Ciudad Juárez hasta Chiapas
El feminicidio no es un fenómeno nuevo en México. De 1985 a 2017 han
muerto 30 991 mujeres por esa causa. 2007 fue el año con menor número de casos,
ningún consuelo si se considera que asesinaron a mil mujeres a sangre fría.
Desde el comienzo de “La guerra contra el narcotráfico” en 2006, se incrementó
de manera notoria la cifra y en 2012 alcanzó un récord de 2 761 feminicidios.
¡Ese año mataron a una mujer cada tres horas!
En el norte del país, Tijuana y Ciudad Juárez alcanzaron la cima de la
violencia hace 20 años. La prensa internacional y numerosas ONG se mostraron
muy alarmados por la situación en Ciudad Juárez. En ese entonces las víctimas
de feminicidio eran sobre todo jóvenes, de 13 a 22 años, que trabajaban en las
infames maquiladoras, grandes fábricas textiles para el mercado del vecino del
norte. En su mayoría provenían del sur de México y planeaban emigrar a los
Estados Unidos. Finalmente se quedaban varadas en Ciudad Juárez, donde estaban
condenadas a vender lo único que tenían: su fuerza de trabajo o sus cuerpos.
La guerra contra el narcotráfico
Los cárteles de drogas desempeñan un papel particularmente repulsivo en
el tema de los feminicidios. La trata de personas, ya sea de mexicanas o de
migrantes centroamericanas, representa una de sus principales fuentes de
ingreso, junto con la venta de droga. Pero en este negocio el cuerpo femenino
tiene una fecha de caducidad, que por lo regular no sobrepasa los 18 años. Para
las cautivas cumplir la mayoría de edad significa la muerte. Sus cuerpos sin
vida pueden servir también como una advertencia para otros cárteles, pues
anuncian entre líneas: “Éste es ahora nuestro territorio”. En ambos casos, los
cárteles hacen notar su menosprecio por la vida y la dignidad de las mujeres.
En el marco de “la guerra contra el narcotráfico”, el combate estéril en contra
de los cárteles, valiéndose del Ejército, condujo a que las pugnas internas por
el poder terminaran en divisiones ulteriores. En ese contexto la violencia se
recrudeció y los cárteles se expandieron desde el norte hacia todo el país. Hoy
en día las entidades más peligrosas para las mujeres son Guerrero y el Estado
de México, ubicadas en el centro de México. Al igual que en Ciudad Juárez,
siempre son migrantes, trabajadoras y muchachas las víctimas de secuestro,
violación y homicidio. Se trata del mismo horror, propagado de norte a sur.
El Estado, los cárteles de drogas y la iglesia católica
Las estadísticas gubernamentales no deberían aplaudirse con tanta
complacencia, pues sólo 20% de los feminicidios son reconocidos como tales.
Esto sólo se esclarece si consideramos la estrecha interconexión entre el
estado mexicano y los cárteles de drogas. La corrupción entorpece las
pesquisas. Pero cuando los asesinatos son investigados a fondo, los homicidas
pueden declararse víctimas de una “emoción violenta”, a fin de reducir la pena
de cárcel y el crimen no se catalogue como un feminicidio.
En este sentido las medidas de prevención estatales deben interpretarse
como un gesto hipócrita. ¿Cómo habría el gobierno mexicano de proceder
efectivamente en contra de los feminicidios, si sólo intensifica las causas
directas? Desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLCAN, 1994)
con los Estados Unidos y Canadá, la economía mexicana ha sufridos dos
recesiones y sobre todo estancamiento. La falta de oportunidades convierte la
migración hacia el norte en la única salida. El desempleo, el bajo nivel de la
educación pública y la violencia cotidiana son factores decisivos para que los
jóvenes se unan a los cárteles de drogas.
Este proceso ya ha sido bien observado en Honduras y Guatemala. Así se
integra la “narcocultura” (narcotráfico), el estilo de vida de los capos, en la
sociedad mexicana. Por supuesto, las grandes “narcofamilias” viven justo bajo
las narices del gobierno hipócrita. El narcotráfico y el Estado se han fusionado.
Al mismo tiempo, la guerra contra el narcotráfico prosigue sin éxito. La
población y las mujeres en específico pagan con su vida los platos rotos.
La narcocultura degrada a la mujer a un objeto sexual masculino.
Simultáneamente los representantes de la Iglesia católica declaran que si han
muerto miles de mujeres es “porque ellas se suben al auto de cualquiera”. Esto
fortalece aún más el machismo, la idea de la superioridad del hombre, que en
México está ampliamente difundida. Las víctimas por antonomasia son, como he
señalado antes, mujeres de los sitios marginados del país, así como migrantes
centroamericanas que, buscando una vida digna, deben cruzar las regiones más
peligrosas de Latinoamérica. Pero los feminicidios son sólo la cumbre del sexismo
y para frenarlo debemos preguntarnos de dónde surge.
Sexismo y capitalismo
El sexismo -el sometimiento económico y, por consiguiente, físico y
psíquico de las mujeres- no nació junto con el capitalismo, sino que es tan
antiguo como la misma sociedad de clases. Engels adjudica uno y otro a la
acumulación primigenia de la propiedad en manos de particulares. El sexismo no
corresponde entonces a ninguna ley de la naturaleza. Sin embargo, hasta ahora
se ha manifestado en todas las sociedades de clases, incluyendo a las
capitalistas. Pero ¿qué función concreta cumple en estas últimas?
Como mano de obra no remunerada, las mujeres sufren de explotación
doméstica. En México, la mujer promedio invierte el 65% de su tiempo en labores
del hogar, sin obtener ningún sueldo, mientras que el hombre promedio sólo
invierte el 24%. Además, las mujeres representan una inmensa parte de la
población que, en épocas de bonanza, suelen incorporarse al mercado laboral,
pero en épocas de crisis, son arrinconadas de nuevo en sus casas. En palabras
de Carlos Marx, forman parte del ejército industrial de reserva. Pero el factor
más importante para la burguesía es la división de la clase trabajadora en
hombres y en mujeres, es decir, en dos sectores de la población con intereses
supuestamente contrarios. La mujer proletaria está sometida a una doble carga:
en esta sociedad patriarcal debe hacerse cargo del hogar y, al mismo tiempo,
vender su fuerza de trabajo en el mercado laboral. Incluyendo las faenas
domésticas, las mujeres en México destinan 10% más horas al trabajo que los
hombres.
Marcha de las catrinas
Las mexicanas no se han quedado cruzadas de brazos frente a la orgía de
violencia. Desde hace años ha habido marchas para protestar en contra de la
opresión femenina y especialmente en contra de los numerosos casos de
feminicidio. La mayoría son reacciones ante un feminicidio reciente, que capta
entonces una gran atención mediática. A menudo se conglomeran en las calles
miles de personas de forma espontánea. El primero de noviembre de 2017, se
llevó a cabo por segunda vez en la Ciudad de México la “Marcha de las
Catrinas”, una procesión de mujeres-calavera. El mismo día se celebra en el
país el tradicional “Día de Muertos”. Con la marcha de protesta, la festividad
adquiere una connotación totalmente distinta.
Latinoamérica
Los feminicidios no son un fenómeno exclusivamente mexicano. Afectan a
toda Latinoamérica. En 2016, Honduras y El Salvador encabezaron la lista con
466 y 371 feminicidios respectivamente, seguidos de Argentina, con 254 feminicidios.
Hoy en día se vive en Argentina un intenso movimiento feminista, con grandes
marchas de protesta bajo el hashtag de #niunamenos, que se oponen también a las
legislaciones en contra de los abortos. Esto atenta contra los conservadores
católicos, representantes de una poderosa fuerza en el parlamento.
¡Viva el feminismo proletario!
México tiene una larga historia de liberación combativa de mujeres
rurales y proletarias. A principio del siglo XX, era un país subdesarrollado
con una gran población campesina. Cuando empezó la Revolución Mexicana de 1910,
los trabajadores agrícolas y campesinos se unieron a los ejércitos
revolucionarios del sur y del norte y, junto a ellos, campesinas y trabajadoras
agrícolas. Así surgieron las llamadas “soldaderas” o mujeres soldado, que
tomaron parte activa en los batallones. Incluso una de ellas, Petra Herrera,
dirigió todo un regimiento disfrazada de hombre. En el trascurso de la
Revolución, las mujeres desarrollaron una conciencia propia y después
encabezaron su lucha política específica. Con el apoyo de sus camaradas
estadounidenses, establecieron estructuras para organizarse en las fábricas. De
este modo incorporaron su lucha al movimiento obrero. No fue sino hasta la
posterior estalinización del Partido Comunista Mexicano, que las demandas de
las mujeres fueron relegadas.
¿El reformismo como solución?
El problema de los grandes movimientos feministas de la actualidad son
los límites que se fijaron a sí mismos. Se circunscriben a los recursos del
estado burgués, sin percatarse de que éste es justo parte del problema. No
están combatiendo la sociedad de clases ni el sistema que la perpetúa, el
capitalismo y su mancuerna, el estado burgués, sino sólo ciertas anomalías,
como la prohibición del aborto o la cosificación de la mujer. Por lo tanto, el
sistema que se beneficia ulteriormente del sexismo permanece incólume.
No debemos entonces limitarnos a combatir los síntomas, sino contemplar
el sexismo en el marco de la sociedad capitalista. Ahí es precisamente donde
entra en escena el feminismo proletario. No debemos combatir únicamente las
irregularidades, sino extirpar la raíz, pues sólo garantiza la igualdad de
género si se producen los recursos materiales. Para colocar este cimiento ya no
basta con emprender una reforma del capitalismo. Necesitamos la construcción
del socialismo.
*Artículo publicado bajo el título de “Feminicidios.
Das grässlichste Gesicht des Kapitalismus”, en Der Funke. Marxistische Strömung
in der Juso und den Gewerkschaften [La Centella. Corriente Marxista en el
Partido Juvenil Socialista y en los Sindicatos], el 7 de diciembre de 2017.
Disponible en internet: https://tinyurl.com/y7nkd8r5