CIUDAD DE MÉXICO (Proceso)
Dostoievski pensaba que ninguna nación podía existir sin una idea sublime. Lo
parafraseo en alusión a las comunidades nacionales que han forjado Estados
incluyentes, libres y prósperos. Y agrego que, como escribí alguna vez, solo
quien concibe su propia cima de grandeza puede aspirar a escalarla.
Pero
aclaro: concebirla es mucho más que soñarla. Nadie puede llegar a esas alturas
y gobernar sin proyecto y estrategia coherentes, es decir, sin un conjunto de
fines y medios planeados y articulados meticulosamente y con visión de largo
plazo.
Esto
es lo que le hace falta al presidente López Obrador. Proyecta en su cuarta
transformación un México post neoliberal, pero carece de los planos y el
andamiaje estratégico para construirlo. Es difícil, por cierto, elaborarlos a
partir de la ambivalencia: en la 4T hace suyos algunos puntos del “consenso de
Washington” –la disciplina fiscal y el libre comercio, de entrada– y al mismo
tiempo repudia otros, empezando por la privatización, y muy especialmente la
del sector energético.
Por
una parte, descalifica anecdóticamente al neoliberalismo sin explicar qué
significa para él y sin confesar que en la praxis adopta algunos de sus
postulados, y por otra omite la descripción específica del modelo que
reemplazaría al neoliberal. Tampoco precisa, más allá de lo que puede
interpretarse de sus decisiones casuísticas y sus acciones cortoplacistas, cómo
va a instrumentar una política económica heterodoxa en medio de un sistema
financiero global diseñado para castigar el alejamiento de la ortodoxia.
El
post neoliberalismo de AMLO es tan nebuloso como regresivo. Gasta demasiado
dinero en resucitar a Pemex y apuntalar a la CFE, cambia las reglas a las
compañías que generan electricidad y de paso se ve obligado a apostar por el
petróleo, el combustóleo y el carbón, que además de ser contaminantes ya van de
salida.
Si
hay que reivindicar lo público, ¿por qué no crea una empresa productiva del
Estado de energías limpias y renovables, empezando por aquellas en que tenemos
ventajas naturales –la solar y la eólica– para que eventualmente compita con
las privadas en un esquema similar al de Statoil?
AMLO
denuncia, sin duda con razón, contratos leoninos y corrupción entre la
tecnocracia y el gran capital para debilitar a las paraestatales. Pero a un
estadista no lo mueve el revanchismo estéril sino el realismo. ¿El objetivo es
desfacer entuertos? Que se enjuicie a Peña y a los exdirectores de Pemex y CFE
y se rompa el pacto de impunidad. La estrategia ante el mercado energético no
puede ser la misma de antes porque su realidad es muy distinta.
Por
lo demás, no se trata de abandonar a Pemex sino de levantarla sin hundir a
México y en tanto sea útil para los mexicanos.
Poco
se puede hacer contra el paradigma neoliberal sin una acción internacional
concertada. ¿Qué incluye la estrategia de la 4T para contrarrestar la presión
de las subastas en reversa para subsidiar inversión extranjera y del
otorgamiento del crédito externo en función del criterio de calificadoras, por
ejemplo?
Ahora
bien, en lo que AMLO no requería ayuda del exterior y lo que a mi juicio debió
haber sido su primer acto de gobierno es una reforma fiscal progresiva, con la
cual hoy tendría menos pleitos afuera y más recursos adentro para su proyecto y
para apoyos a las pymes en la pandemia, en vez de una administración pública
anémica y miles de damnificados de la “pobreza franciscana”.
¿Detonaría
tal reforma enojo en los altos estratos empresariales? Sí, pero sería más
provechoso invertir capital político en ese esfuerzo que en cancelar un
aeropuerto o modificar regulaciones establecidas. Yo creo que los grandes
empresarios prefieren pagar más impuestos a vivir en la incertidumbre en torno
a sus inversiones. Si bien en una transformación las pugnas son inevitables, un
buen estratega escoge sus batallas. El conflicto debe manejarse con sentido
estratégico: cuánto, cuándo, con quién.
AMLO
se autosabotea. La polarización que ha provocado –o 4T o neoliberalismo– allana
el camino a la derecha para afirmar que los mexicanos estamos condenados a
optar por el echeverrismo o el salinismo. Y es que la tierra prometida que AMLO
imagina post neoliberal es, en realidad, pre neoliberal, con algunos retoques.
Es la que habitaron, entre 1929 y 1982, políticos a los que nunca tacha de
corruptos, aunque lo fueron tanto como los tecnócratas.
Imposible
abrir una tercera opción socialdemócrata moderna sin poner en la agenda temas
como el uso de la inteligencia artificial para reducir la desigualdad. Al
rechazar la modernidad AMLO renuncia al uso inclusivo de la tecnología, abraza
la peligrosa propaganda de la “ciencia neoliberal” y nutre la falacia de signo
contrario: el Estado es viejo y malo y el laissez faire es nuevo y bueno. Así
no podrá gestar una sociedad de avanzada, emprendedora y equitativa, pujante y
armónica.
En
1995, en Puerto Príncipe, el presidente Aristide me dijo algo estremecedor: “mi
misión es portentosa: llevar a mi pueblo de la miseria a la pobreza”. Ese era
el gran desafío de Haití, pero el de México es mayor. Los mexicanos tenemos que
concebir, de cara al futuro, una idea sublime que apunte a una nación de
conciencias y cielos limpios, libre de cadenas y abismos, inserta en el
progreso que es de todos o no es. Pedir a los pobres que aprendan a ser felices
con sus carencias es atarse al pasado como ancla; crear las condiciones para
que asciendan a un estadio superior de bienestar es elevarse con la historia a
guisa de hélice.
Este análisis forma parte del número 2274 de la edición impresa
de Proceso, publicado el 31 de mayo de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí