Memoria histórica.
UNA DE TANTAS HISTORIAS QUE DAN
GANAS DE VOMITAR CUANDO LOS GRINGOS TE HABLAN DE DEMOCRACIA Y DERECHOS
HUMANOS... Otra historia de Afroamericanos:
El adolescente George Stinney Jr.
de ascendencia africana, fue la persona más joven con condena a muerte en el
siglo XX en los Estados Unidos.
Solo
tenia 14 años cuando fue ejecutado en una silla eléctrica. Durante su juicio, hasta el día de su
ejecución, siempre llevaba una biblia en sus manos, clamando inocencia. Fue acusado de matar a dos niñas
blancas, Betty de 11 años y Mary de 7, los cuerpos fueron encontrados cerca de
la casa donde residía el adolescente con sus padres. En ese momento todos los miembros
del jurado eran blancos. El juicio duró sólo 2 horas y la sentencia fue dictada
10 minutos después. Los padres del niño fueron
amenazados y se les impidió hacerle regalos en la sala de juicio para luego expulsarlos
de esa ciudad.
Antes de la ejecución, George
paso 81 días sin poder ver a sus padres. Quedo atrapado en un celda
solitaria, a 80 km de su ciudad. Fue oído solo sin la presencia de sus padres o
de un abogado. Fue electrocutado con 5,380
voltios en la cabeza.
70 años después, su inocencia fue
finalmente probada por un juez en el sur de Carolina. El niño era inocente,
alguien armo todo para culparle solo por ser negro.
Stephen King se inspiró en este
caso para realizar su libro "La milla verde", la cual fue llevada al
cine con la actuación de Tom Hanks y Michael Clark Duncan interpretando a John
Coffey.
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EL TERRIBLE CASO DE GEORGE STINNEY
Inés Almendros
24 abril, 2019
Con sólo 14 años fue el condenado a muerte más joven de la historia de los
Estados Unidos. La silla eléctrica era demasiado grande para él, y le tuvieron
que sentar sobre su biblia para poder matarle. Setenta años después, la revisión
del juicio estableció que la sentencia carecía de cualquier legitimidad. Este
es el dramático e injusto caso del pequeño George Stinney.
A veces la fatalidad, el odio y la ignorancia se alían
para dar lugar al monstruo de la injusticia. Y el protagonista de nuestra
historia real de hoy, el pequeño George Junius Stinney, sufrió la injusticia
más bárbara, descomunal y brutal. Siendo solo un niño, con catorce
años, George murió ajusticiado en la silla eléctrica, condenado por un crimen,
sin pruebas ni testigos, y que, como se demostraría años después, era imposible
que él hubiera cometido. Pero George fue ejecutado sin defensa, sin familia
y sin la más mínima humanidad.
En la cárcel
Esta triste historia sucedió en Alcolu, una pequeña
localidad de Carolina del Sur, en 1944, cuando el racismo y las leyes
segregacionistas todavía imperaban en el sur de los Estados Unidos. Las vías
del tren marcaban la frontera entre la zona de los blancos y las casas de los
trabajadores negros de la localidad. Una mañana de marzo, dos niñas blancas,
Betty June Binnicker y Mary Emma Thames, de 8 y 11 años, cruzaron estas vías
con su bicicleta y se adentraron en la zona de los negros: querían buscar
flores silvestres para hacer infusiones. Pocos metros más allá se encontraron
con el joven George, de 14 años, que cuidaba la vaca de su familia. A George le
preguntaron donde podían encontrar las plantas, el niño les dio las
indicaciones y las dos pequeñas siguieron su camino.
CON CATORCE AÑOS, GEORGE MURIÓ
AJUSTICIADO EN LA SILLA ELÉCTRICA, CONDENADO POR UN CRIMEN, SIN PRUEBAS NI
TESTIGOS.
El infierno se desató en la misma noche, cuando las
familias de June y Mary Emma se alertaron al ver que las niñas no regresaban.
Se organizó una búsqueda comunitaria en la que participó todo el pueblo,
incluso el pequeño George. Pero no fue hasta la mañana siguiente cuando
alguien encontró los cuerpos de las dos pequeñas a pocos metros de la Iglesia
Bautista Misionera Green Hill, conocida como “la iglesia negra”. El informe
del forense estableció que las dos chicas habían sido asesinadas a golpes: sus
cabezas presentaban enormes contusiones realizadas con algún objeto pesado. Una
de ellas también mostraba signos de abuso sexual. Unos metros más allá apareció
el arma del crimen: una pesada viga de madera llena de sangre.
Las niñas asesinadas
Pero la policía del condado pronto halló “al
culpable”: pocas horas después del asesinato, detuvieron a George Stinney,
quien inocentemente había relatado durante la búsqueda que se había encontrado
a las niñas. Esto le convertía, según la policía, en la última persona en tener
contacto con las pequeñas y por tanto, en el sospechoso número uno de las
muertes. Se lo llevaron a la comisaría y le sometieron a un
interrogatorio durante el que estuvo solo con los agentes; ni un abogado, ni
sus padres: nadie pudo acompañar a George. Según declararon los
agentes, le dieron al niño un helado, y este voluntariamente confesó el
crimen. Según la policía, George declaró que había matado a la niña
pequeña para violar a la mayor, y que luego también asesinó a esta. Sin embargo,
nunca hubo un registro escrito de esta supuesta confesión. Por el
contrario: la hermana del chico, Amie, aseguraba que había estado en casa junto
a ella. Pero Amie no pudo hablar: el mismo día de la detención, el padre de
George fue despedido del aserradero en el que trabajaba y la familia entera
tuvo que salir huyendo de la localidad por las amenazas recibidas.
No quedó ninguna declaración por escrito
del condenado
Ochenta y tres días de martirio
Menos de un mes después del crimen se celebró el juicio contra George. El proceso se desarrolló sin las más mínimas garantías para el acusado. El abogado defensor no tenía ni idea de asesinatos, en realidad, era un cobrador de impuestos que en ese momento estaba en plena campaña para su reelección. Temiendo, sin duda, la presión social, no hizo ni el más mínimo intento para defender al muchacho, ni siquiera llamó a un solo testigo. El jurado lo compusieron diez hombres blancos (los únicos con capacidad legal entonces). Las únicas pruebas presentadas fueron los relatos de los agentes sobre la supuesta confesión del niño, que no constaba ni siquiera por escrito.
LA HERMANA DEL CHICO, AMIE,
ASEGURABA QUE HABÍA ESTADO EN CASA JUNTO A ELLA.
Nadie encontró sangre, ni ningún rastro del crimen, en
la ropa de George. Durante el juicio, los negros de la localidad no pudieron
entrar en la sala y mucho menos votar. Tampoco la familia -que tuvo que
permanecer lejos por las amenazas de linchamiento- pudo asistir. El
juicio duró menos de tres horas, y el jurado tardó menos de 10 minutos en
emitir su veredicto: condena a muerte a la silla eléctrica. Desde Alcolu,
George fue enviado a una prisión de adultos hasta su muerte. Aunque algunas
peticiones de clemencia fueron dirigidas al gobernador Olin Johnston, este las
denegó argumentando la confesión que supuestamente el niño había contado a los
agentes.
El pequeño George como preso número 260
Una chapucera masacre
El 16 de junio de 1944, tan solo 83 días después del doble crimen de las niñas, otro niño, George Stinney, falleció. El chico fue ajusticiado en la silla eléctrica en la Penitenciaria Estatal de Carolina del Sur en Columbia. Su muerte fue una tortuosa y chapucera masacre: George medía tan solo 1,55 metros y pesaba 40 kilos, por lo que era demasiado pequeño para la silla eléctrica. Le tuvieron que sentar encima de su biblia (la única compañía que había tenido en la cárcel), para poder aplicarle los electrodos. A la primera descarga de 2.400 voltios, se le cayó el saco con el que habían tapado su cara (también era demasiado grande para él) y los presentes pudieron ver al pequeño llorando, con la boca babeando y los ojos abiertos, en pleno sufrimiento. El proceso tuvo que pararse (alargando así su agonía) para volver a ponerle la máscara. Hicieron falta dos descargas más para acabar con su vida.
El 16 de junio de 1944, tan solo 83 días después del doble crimen de las niñas, otro niño, George Stinney, falleció. El chico fue ajusticiado en la silla eléctrica en la Penitenciaria Estatal de Carolina del Sur en Columbia. Su muerte fue una tortuosa y chapucera masacre: George medía tan solo 1,55 metros y pesaba 40 kilos, por lo que era demasiado pequeño para la silla eléctrica. Le tuvieron que sentar encima de su biblia (la única compañía que había tenido en la cárcel), para poder aplicarle los electrodos. A la primera descarga de 2.400 voltios, se le cayó el saco con el que habían tapado su cara (también era demasiado grande para él) y los presentes pudieron ver al pequeño llorando, con la boca babeando y los ojos abiertos, en pleno sufrimiento. El proceso tuvo que pararse (alargando así su agonía) para volver a ponerle la máscara. Hicieron falta dos descargas más para acabar con su vida.
Carta de respuesta del gobernador a una solicitud
de clemencia
Pero la familia de George no olvidó: aunque tuvieron
que huir de Alcolu, buscaron una justicia que sólo pudo llegar después de
muchas décadas. En 2014 el juicio se reabrió, y la jueza de Carolina
del Sur, Carmen Tevis Mullen, declaró la inconsistencia del proceso de 1944 y
la ilegitimidad de la condena. Tras la revisión de la documentación
original, quedó plenamente demostrado que no había pruebas para la
condena; que la defensa no actuó como tal; que la familia no pudo declarar por
las amenazas; en resumen, que no existió justicia. Durante este nuevo
juicio, la hermana mayor de George, Amie, testificó (algo que no había podido
hacer en 1944) que cuando el crimen se había producido, ella se encontraba con
su hermano. Como conclusión, la jueza invalidó el juicio original y
dictaminó que había estado lleno de “violaciones fundamentales y
constitucionales”. George quedó exonerado de su condena. Algo inútil
porque había muerto muchas décadas antes, pero útil para su memoria y la paz de
su familia.
Amie, la hermana mayor de George
Aunque el segundo juicio no estableció la inocencia o
culpabilidad de George, también sirvió para que algunos expertos examinaran la
única prueba real existente en el caso, que no era sino la viga con la que
alguien había matado a las niñas. Las conclusiones eran muy claras:
aquel objeto pesaba más de 20 kilos, con lo cual, hubiera sido imposible que el
pequeño, que solo pesaba 45, hubiera podido levantarla y golpear con ella
fuertemente a las pequeñas.
En 2019, la historia
de George Stinney también ha sido narrada en la película 83 Days,
del director Andrew Paul Howell, que ha recibido distintos premios en
festivales de cine. La justicia y la verdad a veces se empeñan en limpiar las
historias empañadas por algunos hombres, y ponerles un honroso punto y
final. Afortunadamente, esto ha sucedido en el caso de George.