La guerra contra el narco ha terminado. La ha perdido el Estado mexicano. La razón de ser de la República ha sido demolida por la generación de la clase política mexicana del primer cuarto del siglo XXI. Olvidémonos ya de membretes, de partidos, de colores y de banderas. La corresponsabilidad del desastre humanitario y social al que nos han llevado los actuales políticos mexicanos es autoría absoluta de todos y cada uno de ellos. Presidentes, senadores, diputados federales y estatales, alcaldes municipales, agentes y burócratas al servicio del Estado, es especial aquellos vinculados a los servicios de seguridad.
Ha sido la generación de los políticos de estos últimos 25 años, -"la generación torcida"- la que, subida en el tren de una ambición demencial pues a pesar de controlar y abusar del billonario presupuesto publico, desearon tambien las billonarias ganancias que deja el negocio de las drogas. ¿El pacto entre política y los carteles?: "hagan lo que quieran, pero financien nuestras campañas, impunidad garantizada". Es asi que la Generación Torcida ha conducido bestialmente a la República para estrellarla de lleno contra la pared brutal del desinterés. Ahora simulan culparse entre ellos del desastre. Culparan al neoliberalismo, culpan al Banco Mundial, al FMI, a las bolsas de valores, al Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, a la OCDE, etc. Todos tienen la culpa. Ellos no. La Generación Torcida de la política mexicana NO. Ellos se declaran patriotas e inocentes. Los 200 años de esfuerzos republicanos, iniciados con la Constitución de 1824 que en su primera línea reza: "En el nombre de Dios todopoderoso, autor y supremo legislador de la sociedad", -destacando con ello la sagrada misión de la función política-, han sido pulverizados por una camarilla de individuos de todos los partidos que, ahora también lo sabemos, nunca velaron por el cuidado de la ciudadanía. Ya no hablemos de “Narco Estado” ni de “Estado Fallido”. En México, el Estado, simplemente, no existe.
Son los campos de exterminio como el de Teuchitlán, la prueba final de la ruptura absoluta entre Estado y Sociedad. La simbiosis fermentada durante los últimos 25 años entre los políticos mexicanos y el crimen organizado, han significado cientos de miles de muertos y desaparecidos. En cualquier país con esas cifras, la clase política representa un absoluto fracaso. Partidos mexicanos de derecha, de izquierda, progresistas, humanistas, o como quieran nombrarse, han perdido por completo el poder del relato, el poder del discurso. Hoy en día, la palabra de la políticos y de las "autoridades" mexicanas está en cero. Significan cero. Su valor es proporcional a la tragedia nacional que han propiciado durante los últimos 25 años. No existen. Ya no creemos ni queremos su letal democracia que solo conduce a fosas clandestinas, o a campos de exterminio como los de Teuchitlán u otras decenas de casos similares diseminados en todo el país desde hace más de 20 años.
Timorata, la Fiscalía General de la República (FGR) anuncia que “hará una investigación”. Estas instancias continúan hablando como si no formaran parte de la ecuación del fenómeno del narcotráfico. Se conducen como si fueran ajenas al empoderamiento que, con estrategias de complicidad e inacción durante décadas, le ofrendaron a los carteles mexicanos. Y es esto a lo que hemos llegado: Teuchitlán. No queda Estado, ahora solo queda la Nación. Con eso es suficiente de momento, para sobrevivir y fortalecernos como sociedad. El Colectivo de Guerreras y Guerreros Buscadores de Jalisco son la nación.
En Jalisco, Salvador González de los Santos, titular de la Fiscalía niega los hechos. Él es el Estado. Él es la voz de la política. El alcalde municipal de Teuchitlán José Ascención Murguía Santiago, afirma que él y la policía de su jurisdicción "nunca vieron nada anormal". ¿Quién les cree? Lo dicho: sus palabras están en cero, y un político sin palabra, no tiene nada, ya no merecen ser escuchados. Este tipo de declaraciones -como las del Fiscal y las del Alcalde- han favoreciendo durante décadas a los ejecutores de los peores crímenes masivos en tiempos supuestamente "democráticos". Declarar en medio del escandalo mundial, que los hechos de Teuchitlán "no son lo que parecen", sólo devela que ellos, los políticos de la Generación Torcida, siguen siendo adictos a su relación con el crimen organizado. Ellos son la política.
Las preguntas que resultan de este nuevo episodio en una infernal cadena de eventos en los que la política ha actuado durante décadas, con la complicidad espectadora de los brazos cruzados son: ¿Qué significa la democracia en este contexto?, ¿Para qué sirven los partidos políticos?, ¿Para qué sirven los políticos de hecho?, ¿Qué significa “votar” en este país?, ¿De qué sirve el poder político o el poder del Estado si este no garantiza la seguridad de los mexicanos?
La única respuesta que tenemos al día de hoy, luego de 25 años en los que la política se ha encargado de demoler los valores de la República y la democracia es que en México, votar en las elecciones, no es otra cosa más que el derecho que tenemos como ciudadanos para elegir a qué partido político le cedemos la misión de entregarnos al crimen organizado.
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