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Voy a violar una de las reglas propias del contenido de mis análisis en medios de comunicación. Confieso, de salida y para evitar falsas interpretaciones: Jorge Ramos fue alumno mío en la Universidad de Miami. Frecuentó un curso sobre el pensamiento latinoamericano, parte de su currículo de una maestría en Relaciones Internacionales. El vínculo entre un profesor bienintencionado y el alumno aventajado se mantuvo con el paso de los años. La admiración y el respeto son mutuos.
Por lo tanto, no soy enteramente neutral al analizar los hechos y el contexto del enfrentamiento entre Ramos y el posible candidato a la presidencia de Estados Unidos por el opositor Partido Republicano, Donald Trump.
Como indican todas las repeticiones del incidente acaecido el 25 de agosto en Dubuque, en el estado de Iowa, Ramos acudió a una conferencia de prensa del magnate. Su prestigio es enorme: apareció en la portada de la revista Time como una de las 100 personalidades más importantes de Estados Unidos.
Entre el sector hispano o latino solamente está aparentemente superado por la jueza Olga Sotomayor, que integra la Corte Suprema de Estados Unidos. Como conductor estrella de Univisión, la principal cadena de televisión en español del país, y columnista de varias docenas de diarios, durante meses había intentado conseguir una entrevista con Trump.
Fue rechazado sistemáticamente y le llegó a mandar una carta manuscrita, con su número de su teléfono móvil personal, como invitación para dialogar sobre los temas a tratar. El silencio fue la respuesta, pero Trump publicó en Internet la carta. Ramos tuvo que cambiar su móvil.
Univisión había cancelado el acuerdo con Trump para el concurso de Miss Universo, por sus denostaciones sobre los inmigrantes mexicanos y su país de origen, por lo cual el millonario le ha propinado una demanda judicial de 500 millones de dólares.
Trump había ya tenido diversos enfrentamientos con la prensa, entre ellos una despreciable referencia (menstruación) a Megyn Kelly, una de las más reconocidas anclas de la cadena conservadora Fox. Frustrado por la negativa, Ramos se fue a Iowa, lugar emblemático en la cadena de las primarias republicanas del año próximo, donde caerán o se consolidarán los aspirantes.
En ese escenario clásico de las conferencias de prensa, donde los periodistas disciplinados se sientan delante de la personalidad, Ramos alzó su mano para ser llamado, pero Trump eligió a dos colegas antes, y esperó su turno, que no llegaba. Trump lo siguió ignorando. Ramos entonces se levantó y comenzó con su interrogatorio, sin esperar el permiso.
Sus preguntas y aseveraciones eran tiros que iban en la dirección de cómo pretende Trump expulsar a 10 millones de personas indocumentadas, cómo va a construir un muro a la largo de toda la frontera sur con México, y cómo les va a rescindir la ciudadanía a aquellos nacidos (de padres residentes o indocumentados) en territorio de Estados Unidos.
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Numerosos periodistas se escudan en su labor excesivamente prudente y “profesional” por una regla que tristemente ha sido rebasada por la práctica. El periodista pretendidamente objetivo ha sido sustituido por maneras diversas de “activismo pasivo”.
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Trump silencia que una enmienda de la Constitución concede el derecho automático a la ciudadanía a estos hijos de inmigrantes, en aplicación explícita del “Jus soli (derecho de suelo)”, el termino en latín que consagra la nacionalidad para todos los nacidos en el país, más genuinamente estadounidense que la Coca-Cola.
El precandidato lo ignoró, y le conminó a que se sentara. Y que se fuera a Univisión. O que regresara “a su país” (Ramos, mexicano de nacimiento, tiene la ciudadanía estadounidense desde hace largo tiempo). Ramos tozudamente insistió en sus “preguntas”, ya convertidas en acusaciones y recordatorios de la legislación.
Finalmente, Trump ordenó a sus guardias de seguridad que expulsaran al periodista. Ramos protestó, y fue físicamente empujado hacia el exterior de la sala.
Las consecuencias del acto han sido que el tema de la inmigración se ha insertado en pleno corazón de la campaña y ninguno de los precandidatos lo pueden evitar. A los republicanos los ha atrapado con el paso cambiado, temerosos de tener que debatir esa envenenada polémica y con temor de que gran parte del electorado natural no los respalde en los requerimientos de Trump.Ramos entonces se convirtió en interlocutor del debate con Trump, quien aguantó bien el tipo. Contestó que, como constructor de rascacielos, podría levantar un muro impresionante y efectivo entre el océano Pacifico y el Caribe, y que la legislación se podría cambiar, porque así se lo habían dicho “autoridades académicas”.
Saben que la mayoría de los electores hispanos, no solamente los del gobernante Partido Demócrata, apoyan las tesis de proteger los derechos de los inmigrantes, y no abogan por medidas drásticas de expulsión, sino de una progresiva integración y legalización.
Los candidatos demócratas también se sienten indecisos en un terreno resbaladizo.
Las acciones de Ramos han revelado también el lamentable estado de numerosos medios de comunicación en Estados Unidos, y en otros lugares, que se han convertido en vehículos serviles del poder y del respaldo condicionado que concede la necesaria publicidad.
Numerosos periodistas se escudan en su labor excesivamente prudente y “profesional” por una regla que tristemente ha sido rebasada por la práctica. El periodista pretendidamente objetivo ha sido sustituido por maneras diversas de “activismo pasivo”. Unas veces se opta por la colocación de “preguntas” que inviten a la defensa de un programa. Otras se agota el tiempo disponible con temas ajenos a lo que importa. En ese contexto, contrasta el “activismo” de Ramos.
¿Qué hacer con unas declaraciones que etiquetan a todo un país como generador de narcotraficantes y terroristas? ¿Cómo hay que tratar objetivamente el mito de que los indocumentados roban puestos de trabajo a los residentes y ciudadanos escrupulosamente “legales”? ¿Cómo se explica que esos llamados “ilegales” son los únicos que están dispuestos (porque no tienen más remedio, claro) a hacer los trabajos que los autóctonos rechazan? ¿Cómo se confronta el mito de la inmovilidad de la “esencia” nacional cimentada en una ya desaparecida universalidad blanca, anglo, protestante?
Desde luego, no se consigue con conferencias de prensa orquestadas como una charla en un parvulario. Gente como Ramos se han cansado con esta parodia de unos falsos modales.
Editado por Pablo Piacentini