Por Daniel Martínez Cunill
Rebelión
Javier Sicilia
En estos días de México luctuoso, de marchas de puños apretados y de lágrimas a flor de ira, he visto llorar al poeta Javier Sicilia. Como muchos, muchísimos, me duele la muerte absurda e innecesaria de su hijo y otras seis personas, por causa de una guerra no declarada que ni es nuestra ni tiene por qué convertir a los ciudadanos en víctimas y rehenes. Como muchos padres he pensado, esto podría ocurrirle a mi hijo y la sola idea me revuelve el corazón.
El poeta Sicilia es un hombre de paz y es un hombre sabio. Al poeta Sicilia yo lo admiro. Lo admiro porque en medio de su tragedia ha tenido la lucidez de decretarse en “asueto poético” sabiendo que si escribir es difícil, escribir con dolor en el alma y el corazón es poco aconsejable. Yo, que tengo pensamiento subversivo y soy hombre de combate, no encuentro palabras para expresarle mi solidaridad en estas líneas y compartirle el desprecio que me causan nuestros gobernantes, por la insensibilidad con que nos han metido en este lodazal de sangre e inseguridad. De tal manera que no me queda más que pedirles que lean este “Poema Triste” de Alejandro Aura, que dice así:
No se puede escribir si se está triste,
el oficio se atasca, predomina la línea pedregosa
por la que no puede fluir ni una palabra cierta,
el paisaje es escombro de nombres sin sentido
y los ojos erráticos no se pueden fijar en cosa alguna,
transcurre un coche despacio por el siglo pasado de la ventana
y se lleva arrastrando la poca magia que la imaginación,
sirvienta remolona del deseo, estaba queriendo construir
y queda sólo un tiradero de añicos vidriosos y salados,
no hay nada tan triste como un poeta triste
tratando de escribir en su tristeza.
Estamos hasta la madre
Estamos hasta la madre, es decir hartos e iracundos, porque un grupo de políticos de ideas trasnochadas y antidemocráticas han sumido a los mexicanos en una ola gigantesca e irracional de muerte y dolor. Estamos hasta la madre porque la oposición a este grupo de políticos se comporta de manera mezquina y clientelista, queriendo convertir nuestra molestia ciudadana y nuestra negativa a ser cómplices de tanto desperdicio de vidas, en un botín político para sus aspiraciones.
Unos y otros, políticos al fin, son incapaces de sentir el malestar de la sociedad civil, sólo lo miden, como si lo cuantitativo fuera la esencia. Olvidan que detrás de los cuarenta mil muertos hay cuarenta mil madres adoloridas, hay cuarenta mil padres desconcertados, hay cuarenta mil hermanos, hermanas, novias y novios, primas o lo que sea; gentes que se resisten a ser cuarenta mil votos para un necio que quiere convertir lágrimas en boletas electorales. Y de eso también estamos hasta la madre.
A la sociedad mexicana se le quiere culpar porque desconfía de las autoridades, de los militares y policías, de los impartidores de justicia. Como si fuera culpa de los ciudadanos el grado espantoso de corrupción de todas las instituciones. Como si el ciudadano pudiera confiar en un Estado que cada día da muestras de su impotencia y complicidad con el crimen. Y aquí no quiero proponer un debate de si se trata de una “Estado fallido” o de un “Gobierno fallido”, sino reclamarle al Estado su responsabilidad para garantizar la seguridad de los ciudadanos. El Estado mexicano, como nunca, ha olvidado también su deber de dar a los ciudadanos educación, salud y trabajo digno. A cambio le pide hacerse cómplice y mártir de un combate al narcotráfico que no le incumbe.
Pongamos las cosas muy claras. Al inicio de la cadena está la producción de drogas, cuya gran mayoría proviene de otros países. (Ni el 20 % se produce en México). En medio están los grupos o cartels que la “pasan” a EEUU donde la comercializan con márgenes de ganancia exorbitantes. Y al final están los consumidores norteamericanos, que ostentan el dudoso honor de tragar, inhalar, inyectarse, fumarse o quién sabe qué más, la mitad de las drogas que se producen el mundo. En sentido inverso, la cadena trae miles de millones de dólares ilegales que se “lavan” de diversas maneras y permiten corromper policías, militares, jueces y un abanico de desalmados dentro de todas las estructuras del Estado.
¿Hay alguna razón para que mueran cuarenta mil personas en una guerra mal planeada y peor ejecutada contra el narcotráfico? ¿Qué resultados traería legalizar las drogas? Más crudo aún: ¿Tiene que morir un joven mexicano para que un estadounidense se drogue? Al parecer aquí si cabe la frase ¡¡¡Es el sistema, estúpido!!!
Mientras en EEUU la droga sea una salida artificial a la mierda que es el sistema, mientras en México traficar drogas sea el camino fácil para acceder a la ostentación y el consumo, mientras las leyes del mercado estén por encima de las leyes y los Derechos Humanos, no habrá guerra capaz de poner fin a la espiral de violencia que desató Felipe Calderón.
Un problema de salud pública se ha convertido, no se bien si por perversión o por incompetencia, en un problema de Seguridad Nacional. No obstante ello no significa que la solución sea exclusivamente militar. La solución debe ser integral y en ella el componente represivo debe ir acompañado de un proyecto económico y social que restituya a los ciudadanos mexicanos sus derechos y opciones de una vida digna. Pero tecnócratas, políticos y uniformados de todo color y pelo, no nos quieren escuchar y de esa sordera también estamos hasta la madre.
Contra el crimen organizado sociedad civil organizada
Felipe Calderón no es el político más inepto ni más limitado del PAN, (hay peores), se presentó a las elecciones presidenciales como el candidato del empleo. Una vez instalado en Los Pinos se olvidó de sus ofertas sociales. Cuando se posesionó de sus poderes de comandante supremo, se disfrazó con una chamarra que le quedó grande en el más extenso de los sentidos y se lanzó de manera irreflexiva en una guerra en la que estaba derrotado de antemano.
Hoy que el Estado está infiltrado hasta la médula por el llamado crimen organizado, uno se pregunta ¿por qué Calderón se cierra en su terquedad de dar una respuesta represiva y mantiene una modalidad de guerra destinada al fracaso?
Arriesguemos algunas hipótesis:
1.Los poderes fácticos y los dineros poco transparentes que difundieron y financiaron su campaña presidencial lo comprometieron desde antes a desatar esa guerra.
2.La condición impuesta por el gobierno norteamericano para reconocer su triunfo electoral consistió en comprometerlo a combatir el narcotráfico bajo la modalidad de “colombianizar”, es decir someterse.
3.Sectores interesados lo persuadieron de que lograría la legitimidad que no poseía por medio de una rápida guerra que lo llenaría de gloria.
4.Todas las anteriores juntas.
“Haiga sido como haiga sido”, para citar su frase emblemática, lo cierto es que sin la más mínima estrategia previa, comprometió demasiadas cosas en el conflicto y ahora está atrapado en su propia trampa. El problema es que nos involucró a todos los ciudadanos en ella.
El desafío entonces reside en asumir la parte que nos compete y forzar al Ejecutivo, desde posiciones de fuerza, a rediseñar una nueva estrategia, esta vez con el interés de la mayoría por delante. Será desde la sociedad civil, movilizados en la defensa de la seguridad ciudadana que comience una nueva fase de la lucha. Pero no para sacar a Calderón del atolladero, sino para que no tengamos que pagar con la vida de nuestros hijos sus errores ante el crimen organizado.
La solución definitiva llegará hasta que la sociedad civil se libere de la opresión del sistema, sólo entonces se podrá enfrentar con soluciones de fondo a la delincuencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.