Manuel Martínez Morales
Cuando estiréis esas manos cuyas fuerzas alabáis
para arrebatarnos nuestros palacios y nuestra dorada comodidad,
os mostraremos lo que es la fuerza. Nuestra respuesta estará modulada
en silbidos de obuses, en estallidos de granadas y crepitar de ametralladoras.
Despedazaremos a los revolucionarios bajo nuestras botas y caminaremos sobre
vuestros rostros. El mundo es nuestro, somos sus dueños y seguirá siendo nuestro.
Palabras del señor Wickson, representante de la oligarquía,
en El talón de hierro, novela de Jack London.
Tal vez sea necesaria una relectura de la novela de London, escrita en 1907, para entender los actuales barruntos de rebelión manifestados en los alrededores de Wall Street, corazón financiero del imperio. En esa novela, Talón de Hierro es justamente la expresión enérgica con la que Jack London designa a la oligarquía, y en ella describe la lucha generalizada que algún día estallará entre la oligarquía y los desposeídos. En el prefacio a una de las ediciones de este libro, escrito por Anatole France, un poco después de la Segunda Guerra, se dice que “London tenía el genio que veía lo que permanece oculto a las muchedumbres y poseía una ciencia que le permitía anticiparse a los tiempos. Previó el conjunto de los acontecimientos que se desarrollan en nuestra época… Pero un día comenzará de nuevo la lucha entre el capital y el trabajo. Entonces se verán días semejantes a los de las revueltas de San Francisco y de Chicago cuyo horror indecible Jack London nos muestra por anticipado. No hay, sin embargo, ninguna razón para creer que ese día –próximo o lejano– el socialismo será una vez más despedazado bajo el Talón de Hierro y ahogado en sangre”.
Y es que se imaginaría improbable que en la nación que presume de adalid de la democracia y de las libertades individuales –cualidades por cierto ausentes al interior de su propia sociedad– apareciera una rebelión en las entrañas mismas del poder económico. Pero lo improbable e inesperado ocurre tarde o temprano. Ya no son sólo las minorías raciales pobres, discriminadas y oprimidas las que levantan sus puños y su voz ante el Talón de Hierro; es una multitud formada en buena proporción por jóvenes educados y sin empleo, por miembros de las clases medias golpeados por la debacle económica que ven disminuido su nivel de vida. Su manifestación es pacífica, protestan contra la rapiña de los banqueros y contra los políticos que prestan servicio a éstos. Dicen que ya no es posible que el uno por ciento de la población se apodere del noventa por ciento de la riqueza, en tanto que el otro 99 por ciento tiene que arreglársela con el restante diez por ciento de la misma.
Con un primer encuentro en Wall Street entre estudiantes y trabajadores, de pronto se asoma algo que podría convertirse en un nuevo movimiento social en Estados Unidos, dice el periodista David Brooks.
Hace un par de días, la sección de Nueva York del sindicato de trabajadores de transporte público (TWU) fue el primer gremio en expresar formalmente su solidaridad con los jóvenes que conforman la mayoría del plantón de Ocupa Wall Street, y poco a poco se fueron sumando otros. Y mientras puede cambiar todo, el sindicato industrial más grande del país –el siderúrgico USW– se convirtió en el primer gremio nacional en expresar su apoyo. De repente, se escuchaba en el plantón el coro de estudiantes y trabajadores unidos.
Esa alianza, históricamente, hace temblar al Talón de Hierro, al poder en cualquier país: en El Cairo la unión de sindicatos y jóvenes fue fundamental. En Seattle, en 1999, en un mitin del sindicato siderúrgico durante las protestas contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio, los trabajadores se dieron cuenta de que aparecieron cientos de jóvenes a su lado. Un líder sindical, el actual presidente del USW, Leo Gerard, estaba al micrófono y de pronto interrumpió la lectura de su discurso y dijo: “Hermanos y hermanas, por favor, volteen a su lado y abracen a los jóvenes, a nuestros nuevos hermanos, el futuro de todos nosotros”.
La pasada semana empezó a ocurrir algo parecido, pero al revés: ahora los sindicalistas llegaron a la concentración de los jóvenes a ofrecer su abrazo de solidaridad. Apenas son palabras, ya que sólo han llegado pequeños contingentes de sindicalistas al plantón y sus marchas, pero es un aviso de algo que no se ha visto desde Seattle. Está muy lejos de ser una primavera árabe en Estados Unidos, pero representa el potencial que puede llegar a ser el primer movimiento de rebelión contra un sistema político y económico que ya no responde a las grandes mayorías.
El terreno no puede ser más fértil, añade Brooks, pues las encuestas más recientes demuestran algunos de los niveles más altos de desconfianza y repudio contra la cúpula política y económica del país; por todas partes se repite que esta es la peor crisis desde la “gran depresión”, pero que los costos de esta recesión se trasladan a los trabajadores y los pobres, mientras los ricos gozan cada vez más de una concentración de riqueza no vista desde 1928.
Poco a poco se asoma la posibilidad de que la acción en Wall Street, iniciada por una agrupación de individuos sin vínculos con organizaciones y con poca experiencia en lo que podría llamarse un movimiento, podría detonar el estallido que tanto esperan sectores progresistas, y tanto temen las autoridades, que sí estudian lo que ocurre en Madrid, Chile, Grecia y Londres, y que recuerdan –más que muchos de los manifestantes– a Seattle.
No puedo dejar de citar lo que Cornel West, en entrevista con Amy Goodman, de Democracy Now, dijo: “Estamos hablando de un despertar democrático; estamos hablando de elevar la conciencia política para que se vierta por todas partes del país, para que la gente empiece a ver lo que sucede a través de un lente diferente… Porque estamos hablando al fin de lo que Martin Luther King llamaría una revolución; un traslado del poder de los oligarcas a la gente de todos los días, de todos los colores, y eso es un proceso de paso a paso. Es un proceso democrático, es un proceso no violento, pero es una revolución, porque estos oligarcas han estado transfiriendo riqueza de la gente pobre y trabajadora a un ritmo muy intenso en los últimos 30 años, con impunidad, y aún así sonríen en nuestra cara y nos dicen que –la crisis– es nuestra culpa. Eso es mentira, y este bello grupo es un testimonio de que es mentira…. Digo, es sublime ver todos los diferentes colores, los diferentes géneros, todas las diferentes orientaciones sexuales y diferentes culturas, todos juntos aquí en la Plaza Libertad”.
Estas palabras aún suenan grandilocuentes y empapadas de intensa esperanza – y en algo me recuerdan la novela de London– ya que en los hechos aún no aparece un movimiento social masivo en las calles del país. Ocupa Wall Street permanece como un grito noble en la larga noche de este país, una iniciativa algo desorganizada, que padece de amnesia histórica y comienza apenas relaciones con otros sectores sociales y hasta es un poco vanidosa –somos la inspiración para el mundo, grita un participante, mientras otros proclaman una revolución, aparentemente ignorando lo que pasa en Grecia, Chile, España y el mundo árabe.
Pero sin duda, el grito desde Wall Street –término que identifica al sector financiero que ahora es el supremo poder en este país– encuentra un eco que podría ser un anuncio de un amanecer en el país, y tal vez en el mundo. Eso depende en gran medida de si los estudiantes y trabajadores pueden traducir sus elocuentes palabras y buenas intenciones en un movimiento organizado. (David Brooks: American Curious, La Jornada, 4/10/11).
En tanto, el movimiento poco a poco se extiende a otras ciudades estadounidenses, los ocupantes de Wall Street reciben la solidaridad de destacados académicos, entre los que destaca la declaración de apoyo de Noam Chomsky: “Cualquiera que tenga los ojos abiertos sabe que el gansterismo de Wall Street –las instituciones financieras en general– ha causado un daño severo al pueblo de Estados Unidos –y del mundo. Y deben saber que ha sido así a lo largo de más de 30 años, al incrementarse de manera radical su poder en la economía, y con ello su poder político. Eso desencadenó un ciclo vicioso que ha concentrado riqueza inmensa y poder político en un sector muy reducido de la población, una fracción del uno por ciento, mientras el resto se vuelve cada vez más lo que a veces se llama ‘un precariado’, es decir, sobrevivir en una existencia precaria”.
Conviene volver al pasaje de la novela de London, donde Wickson, burlón, afirma: “Y aunque tuvieses la mayoría, una mayoría aplastante en las elecciones, ¿qué dirías si nos negásemos a entregaros ese poder conquistado en las urnas?”.
A lo que el líder rebelde responde: “Y el día que hayamos conquistado la victoria en el escrutinio, si os rehusáis a entregarnos el gobierno al cual llegaremos constitucional y pacíficamente, entonces replicaremos como se debe, golpe por golpe, y nuestra respuesta estará formulada por silbidos de obuses, por estallidos de granadas y crepitar de ametralladoras”.
Siempre hay algo que aprender de los grandes maestros de la literatura.