Enviado por DIFUNET. Por Renato Consuegra / *
Hablar de democracia implica decir de la forma más perfecta, menos perjudicial y más avanzada para tener una convivencia donde las mayorías marquen el rumbo de quién, cómo y hasta cuándo debe gobernar; es decir, existe la posibilidad de que otro grupo o partido político llegue al poder de manera institucionalizada.
Todo lo contrario es la dictadura donde el poder se concentra en torno a la figura de una sola persona o grupo de personas y los beneficios son para los cercanos al dictador o junta, generalmente militar; esta forma de gobierno en su acepción clásica impide que la oposición acceda al poder de forma institucionalizada, aunque en la época moderna ésta práctica quienes la ejercen buscan las maneras de pintarla de democrática.
El político español Enrique Múgica Herzog, un miembro histórico del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), afirma que “la democracia no es el silencio, sino la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos”.
Mirándolo así, en México están dados los dos supuestos que marca la democracia. Existe libertad para expresar los problemas y medios para resolverlos. Esta forma democrática se ha visto privilegiada desde 1988, cuando finalmente el PRI perdió el poder omnímodo que ejercía, la dictadura perfecta que señaló Mario Vargas Llosa.
Que debieran ser mejores y con mayor equilibrio las formas democráticas de nuestro país, cierto. Sin embargo, la sociedad no tiene por qué pagar la falta de equilibrio que los propios partidos no quieren resolver y, por el contrario, no sólo la omiten, sino que la promueven para, en el caso de llegar al poder, beneficiarse de ella.
Entonces, la falta de equilibrios es una carencia que debemos imputar única y exclusivamente a los partidos políticos de la oposición, quienes poco o nada hicieron con la representación que las minorías les otorgaron en los congresos estatales y federal.
Por este motivo, resulta fastidioso que hoy no sólo el PRD y su líder Andrés Manuel López Obrador, sino todavía más el PAN y su presidente Gustavo Madero, pretendan descalificar una elección que ellos mismos no supieron o no quisieron cuidar.
Y este cuidado no se trata sólo del día de la elección, mucho menos del periodo electoral que incluye preparación de la elección, campañas y votación, sino todo el armado de la elección desde años previos.
Pero resulta que todos los partidos políticos estuvieron más ocupados en cómo hacer trampa que en armar una estructura legal y política para evitarlas. Comenzaron desde el momento en que sometieron a la picota al anterior presidente del IFE y se dedicaron a tratar de hacer llegar a personas afines quienes los representaran. Y de ahí, p’al real.
Si los partidos políticos tienen una representación popular que encarnizadamente buscan en cada proceso electoral, deben rendirnos cuentas de lo que hicieron con nuestro voto. Y por la forma cómo ocurrió la elección del pasado 1º de julio, son los partidos los que le han quedado a deber a los ciudadanos porque, en todo caso, ellos no supieron cuidar el sentido de nuestro voto.
Es muy fácil para ellos culpar a los ciudadanos, porque finalmente eso es lo que realizan, acusan al pobre de haber vendido el voto, cuando fueron ellos quienes no supieron o no quisieron hacer las reglas para que esto no se diera.
Como depositarios de la mayoría del voto ciudadano, hoy los priístas tendrían la gran encomienda de generar un país todavía más democrático, pero como tienen el poder, como todos, su inclinación será la de volver a aceitar las formas para mantenerlo de cualquier forma dentro de los cauces democráticos.
Entonces, es la oposición, PAN, PRD, PT, PANAL y Movimiento Ciudadano, que juntos pueden formar una verdadera oposición, los moralmente comprometidos para generar el cambio en la estructura electoral.
Si no presionan para generar tales cambios, que no sigan culpando a la sociedad de que vendió el voto ni al partido en el poder que lo compró.