por Roberto Morales
Veracruz está enfermo. Lo aquejan mil males, las enfermedades sociales, el dengue, la tuberculosis, la desnutrición con todas sus secuelas, pero más, todavía más, la negligencia oficial y el silencio de las autoridades que suponiendo que es mejor callar para no alarmar, dejan inerme a la sociedad.
Los vemos decir, los escuchamos por doquier, con el aparato de prensa a su lado, que el dengue no vencerá a Veracruz, que hay campañas y operativos para enfrentar la proliferación del mosco transmisor y que ya hay conciencia entre los veracruzanos de cómo combatir los criaderos, mientras cientos de casos son registrados a diario, aunque no pasena la estadística y se les enmascare con diagnósticos de otros padecimientos.
Pasa lo mismo en el campo y en algunos sectores urbanos. La tuberculosis se ha recrudecido por las condiciones insalubres en que viven millones de veracruzanos, por su desnutrición, por el fracaso de las campañas de prevención, por la no aplicación de vacunas.
Bien dicen que cuando los políticos gobiernan, se abaten las enfermedades sociales. Pero desde que llegaron los tecnócratas al poder, esas enfermedades, que se suponían erradicadas, vuelven a amenazar a la sociedad.
Veracruz tiene gobiernos que sufren el síndrome del avestruz. Meten la cabeza en el agujero y creen que nada pasa a su alrededor. Es una forma de autoengaño, de no querer ver la realidad, de suponer que engañando a los gobernados los males desaparecen o no afectan a nadie. De ahí que digan que el dengue, la tuberculosis y otras enfermedades sociales están siendo derrotadas.
El problema para quienes gobiernan a Veracruz es que nadie les cree. Off the record, fuera de cámaras, se justifican con argumentos huecos y hasta estúpidos. Si ocultan la información es, dicen, “para no alertar a la gente”.
Así se oculta el número de infectados, el número de enfermos y el número de muertos. Así se oculta que Veracruz está siendo devorado por las enfermedades sociales y que el gobierno está rebasado.
Lo peor que le puede ocurrir a la sociedad es que quienes ejercen el poder le mientan, que sean negligentes y que además sean incapaces.
El dengue, por ejemplo, es un problema de salud pública. No se le ha atacado con operativos de fumigación ni con programas de abatización, sino con vil palabrería, con el discurso simplón, con las cifras maquilladas y con la opacidad en las acciones y en los resultados.
El dengue está descontrolado en todo Veracruz. Los operativos para erradicar los criaderos han fracasado porque no se invierte lo suficiente, mientras se destinan miles de millones de pesos de origen público para comprar elecciones, para asegurar que la gente de las zonas marginadas, las del campo o las de los cinturones de miseria, les dé su voto, el voto priista, con el que el grupo en el poder no dejará el control del gobierno estatal.
Puede no haber dinero para enfrentar el dengue, pero los políticos nos sorprenden a menudo cuando se les ve estrenar auto de super lujo, presumir de semanas vacacionales en el extranjero, comprar mansiones, crear empresas, adquirir hoteles o hacerse de ranchos de ensueño que en realidad parecen latifundios.
O sea, el dinero destinado a garantizar mejores niveles de bienestar para los veracruzanos, sin dengue, es usado para constituir fortunas personales.
El asunto no se reduce a una mera especulación. Uno de los allegados al poder, el diputado electo Renato Tronco Gómez, de Las Choapas, el segundo municipio con casos de dengue en Veracruz, con tremendo exabrupto y quizá sin medir el alcance de sus palabras, delató al gobernador Javier Duarte cuando reveló que las cifras del dengue se ocultan y que hay muchos, muchísimos casos de enfermos y que la enfermedad está fuera de control.
Las cifras no se ocultan por buena voluntad. Se ocultan porque el político no es amigo de la verdad. Tampoco es amigo de la sociedad, pues si así fuera, le hablaría de frente y encararía la realidad como es.
Ocultar la verdad es una actitud ruin. Su objetivo es ofrecer a nivel internacional una imagen de estado saludable, aunque a diario miles de veracruzanos sufren la enfermedad y cientos mueren en medio de desgarradores dolores.
El problema de salud pública en que se ha convertido el dengue, se combate con educación y cultura, pero son dos cosas que el gobierno que padecemos confunde con eventos para que la realeza política y empresarial se codeen, y no en la promoción y sobre todo financiamiento para mejorar la infraestructura educativa y las actividades culturales de manera popular y no elitista.
El problema de salud pública en que se ha convertido el dengue se atiende con una infraestructura hospitalaria eficiente que en Veracruz no existe, pero que en el fantasioso reino de la prosperidad se le hace propaganda a un estado saludable.
El dengue crece y lejos de reconocer la magnitud del problema, que es el primer paso para llegar a su solución, se apela a la mentira, que sólo contribuye a agravar la situación.
Miles están cama, aquejados por dolores de cuerpo, de cabeza, de articulaciones, fiebre intensa, o en el caso del dengue hemorrágico, con secreciones y a un paso de la muerte, mientras se les diagnostica una enfermedad distinta para que la estadística no se dispare y Veracruz fracase en su intento de ser un estado saludable.
Esa negligencia es criminal. Hace unos días, una joven mujer murió estando embarazada. Ocurrió en el municipio de Las Choapas. Se llamaba Susana Álvarez Rosique. Acudió a la clínica del Seguro Social, donde le diagnosticaron una fuerte infección en la garganta. Su caso se agravó. Fue con un médico particular, quien le ordenó unos análisis clínicos. Le revelaron que era dengue y regresó al IMSS, donde comenzó a enfrentarlo. Una semana después su cuadro se complicó. Era dengue hemorrágico. Cayó en coma y fue operada logrando salvar a su bebé. Ella murió.
Es uno de tantos casos de negligencia oficial. Todos los días, a toda hora, en los hospitales se escucha lo mismo. Los pacientes presentan los síntomas del dengue y las autoridades los enmascaran con otras enfermedades. Así es como funciona la mentira, destinada a que no se diga que Veracruz, Duarte y su equipo de gobierno fueron derrotados por una enfermedad social.
Veracruz está enfermo porque sus instituciones lo están. Su enfermedad es como un cáncer y es terminal. Ese cáncer es la corrupción.
Veracruz está enfermo porque los recursos que debieran destinarse a enfrentar los grandes males, lo que diezma la salud de la población, los que los postra en cama y les quita la vida, son desviados para hacer más ricos a los gobernantes de lo que ya son.
Veracruz está enfermo porque a los veracruzanos, que son lo más valioso, su gran tesorero, los gobernantes no les hablan con la verdad.
fuente: PLUMAS LIBRES