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Erick Lagos más de lo mismo
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por Roberto Morales
Pensemos en lo primero. ¿Puede un político oscuro, marrullero por excelencia, traficante de candidaturas, sórdido ex diputado, maniobrero de la ley, conducir la maltrecha política interna de un gobierno como el de Veracruz, que naufraga en el caos y se hunde en la corrupción?
La respuesta va en sentido afirmativo. Si se trata de Erick Lagos Hernández, el nuevo secretario de gobierno veracruzano, por supuesto que sí. Continuar con el vacío de autoridad generado por el titular del Ejecutivo, Javier Duarte de Ochoa, y el iluminado, pero ahora fundido, Gerardo Buganza Salmerón, ex número 2 de palacio, no es tarea propia de mentes brillantes, mucho menos de funcionarios de mediana solvencia moral. Y en ese punto, Erick Lagos da el perfil.
Ahora pensemos en lo demás. Erick Lagos no llega a la
Secretaría de Gobierno precedido de prestigio alguno ni se sabe que le
haya aportado algún beneficio a Veracruz. Llega por su filiación fidelista y
por un proyecto transexenal en el que su viejo mentor, Fidel Herrera Beltrán,
sienta ya las bases para acumular seis años más a su maximato y así consumar 18
años en el poder.
Erick Lagos no viene a corregir nada. Viene a lucrar, exprimir alcaldes, a transar con líderes sociales para sofocar conflictos, o a provocar esos conflictos para obtener beneficios y prebendas políticas porque para eso fue formado y adiestrado. Eso es lo que Erick sabe hacer.
El nuevo secretario de gobierno es un político con fama de marrullero, poco fino pero al fin marrullero. Su graduación en esa materia se dio en el Senado de la República y su sinodal fue Fidel Herrera, entonces senador, con quien vivió el desenfreno del poder, una avalancha de ideas absurdas y de mentiras sin límite para engatusar a quien estuviera dispuesto a comprarle sus productos fantasiosos que solía vender.
Erick Lagos fue ahí secretario particular de Fidel Herrera. Luego saltó al Congreso de Veracruz para convertirse en vicecoordinador de la bancada priista y presidente de una comisión clave: la de Hacienda, la que tenía que ver con los dineros, sus leyes, sus códigos y cómo aplicarlos, y vocal en la de Vigilancia, la que observa, castiga o solapa el uso de los dineros del gobierno y los municipios, pero sobre todo, cómo encubrir los grandes latrocinios de los que mandan.
Al inicio del sexenio duartista, Lagos ocupó la Subsecretaría de Gobierno, un puesto cosmético en el que mantenía contacto con los alcaldes, a los que hacía desfilar por su pomposa oficina y con los que posaba la foto tan sólo para que se supiera que el joven marrullero ya tenía un sitio más digno en el cual despachar.
De ahí paso al PRI, a la presidencia del partido en Veracruz para operar la elección intermedia, la renovación del Congreso estatal, que no fue más que el posicionamiento del grupo fidelista rumbo a la próxima sucesión gubernamental.
En el PRI, Erick Lagos se mostró como es. Negoció con todos, engañó a muchos y finalmente vendió candidaturas a alcaldes y diputados, siendo acusado por los mismos priistas que sufrieron el atraco, los que se sintieron burlados y los que predijeron derrotas por haber sido ignorados los grupos con mejor intención de voto.
Lagos fue el operador de Fidel en una elección donde campeó la marrullería, la compra de figuras de la oposición para ser atraídos al PRI a cambio de espacios, candidaturas, diputaciones, regidurías o hasta la promesa de obras públicas a futuro. Hijo de marrullero, marrullerito.
Erick Lagos impuso candidatos impopulares que se significaban por su conducta inmoral o por un historial de corrupción. Revivió políticos en el olvido, una especie de muertos vivientes egresados del panteón y de las catacumbas, y los envió a pelear por el voto de mayoría.
A juzgar por lo que ocurrió, el triunfo del PRI no obedeció a
un voto de conciencia sino a las prácticas fraudulentas en las que los
programas sociales juegan un papel preponderante y que sirven para que las
grandes masas de pobres se le tiendan de alfombra al PRI, que por una dádiva
menor obtienen millones de votos.
Tras esa elección, Fidel Herrera dispuso cambios en el gobierno de Javier Duarte, y Duarte, como siempre, acató la orden.
Erick Lagos es el nuevo secretario de Gobierno. Desplaza al panista Gerardo Buganza Salmerón, al que no le valió seguir en el cargo ni con el pago de cuotas al PRI, sin ser miembro afiliado, ni haberle prendido una docena de veladoras al Santo Niño de Atocha, fervoroso como es él.
El nombramiento de Erick Lagos, así como el de Alberto Silva Ramos en la Secretaría de Desarrollo Social, y Marlon Ramírez en la subsecretaría de Gobierno, es el posicionamiento del fidelismo con miras a la próxima elección de gobernador.
Son fidelistas de escaso prestigio, sobre quienes pesan variadas acusaciones por su mal desempeño en su gestión pública. Silva Ramos endeudó como nadie antes al municipio de Tuxpan y a Marlon Ramírez se le recuerda por el episodio en que el líder campesino, Ramiro Guillén, se inmoló en la plaza Lerdo, frente al palacio de gobierno de Veracruz, por la enésima evasiva a concretar una cita para solucionar el despojo de tierras de que eran víctimas sus representados en la sierra de Soteapan.
Fidel Herrera decidió traer a sus hijos políticos al escenario de la sucesión y romper los acuerdos con sus aliados emergentes, entre ellos Buganza y Marcelo Montiel, que debieron dejar las secretarías de Gobierno y de Desarrollo Social, olvidando el papel que uno y otro habían jugado en la elección de 2010.
Buganza había aspirado a ser candidato del PAN a la gubernatura y al verse desplazado porMiguel Ángel Yunes Linares, aceptó la invitación de Fidel Herrera para sabotear a su partido a cambio de ser secretario de Gobierno con Javier Duarte. Luego le ofrecieron ser alcalde o diputado por Córdoba, incluso liderar al Congreso, pero dijo que prefería quedarse en la Secretaría de Gobierno. Finalmente se percató del engaño y tuvo que mudarse a la Secretaría de Comunicaciones, donde lo único que halló fueron adeudos, obras inconclusas y un mundo de engaños y corrupción.
Lo mismo le ocurrió a Marcelo Montiel. Fue factor para que Javier Duarte ganara la elección en el sur de Veracruz. A cambio, se convirtió en titular de Sedesol estatal; pudo imponer a su hijo político, Joaquín Caballero Rosiñol, en la alcaldía de Coatzacoalcos, y creyó que de ahí saltaría a la Secretaría de Gobierno para preparar su propia sucesión. A cambio de los votos que sumó para que el fidelismo se fortaleciera, Duarte le ofreció el PRI estatal, donde no habrá nada relevante en los próximos dos años. Emigró al gobierno federal donde supuestamente será delegado de Sedesol en el gobierno de Veracruz.
El problema para Fidel Herrera es que se enclochó en un escenario ya superado y continúa suponiendo que mover a sus peones lo hace dueño del ajedrez político.
Hoy, el presidente de México no es Felipe Calderón; hoy los gobernadores priistas no son autónomos; hoy el presidente es Enrique Peña Nieto y es del PRI; hoy los gobernadores priistas volvieron a ser virreyes y como tales deben rendirle culto a su rey.
La sucesión de Veracruz, pese a lo que imagine Fidel, se decide en Los Pinos.
Fuente: PLUMAS LIBRES