Como los magos sin tino, engañador mediocre, o como los tahúres de pueblo, que sin tener un póker quiere sorprender y ganar la partida, Javier Duarte de Ochoa finge cambiar el rumbo de su gobierno, mueve piezas, hace enroques, estrena discurso, para que todo siga igual.
Goloso, devorador de viandas y vinos, afamado por su gusto a la bohemia de corrida larga y a trasnochar sin límite de tiempo, ahora se deja ver gobernador con aires de hombre sano, deportista, en carrera al amanecer, enfundado en tenis, short, chamarra deportiva y gorra, tan sólo para remendar su vilipendiada imagen y decirle a Veracruz que todo, a pesar de él, será mejor.
Si no se le conociera su afición por la comida chatarra y el desenfreno con los amigos, cualquiera pensaría que Javier Duarte aplica la sentencia latina: mente sana en cuerpo sano. Pero es el gobernador de Veracruz y su nuevo mensaje a los gobernados es sólo un ardid publicitario.
Esa estampa, que ha provocado risas y burlas, es el colofón de la serie de remociones y designaciones de funcionarios que aplicó para tender una cortina de humo al escándalo por el asesinato del periodista Gregorio Jiménez de la Cruz, “levantado” por un comando armado el miércoles 5 de febrero en Villa Allende, municipio de Coatzacoalcos, y hallado sin vida, torturado, degollado, en una fosa clandestina de Las Choapas.
Vituperados, maltrechos, sus más cercanos habían salido abucheados de su encuentro con la prensa el 6 de febrero, cuando los reporteros les gritaron de todo por el mensaje demagógico y las promesas de que las corporaciones policíacas buscaban afanosamente a Goyo Jiménez.
“Es usted un mentiroso”, le dijo reiteradamente Romana Ortega Cruz, entonces reportera de El Heraldo de Coatzacoalcos —luego reintegrada con un arreglo infame, historia aparte que sacudirá al gremio—, al secretario de Gobierno, Erick Lagos Hernández. Romana también increparía y lanzaría denuestos contra Francisco Sánchez Macías, sin saber que es copropietario del periódico en el que la joven reportera escribía sus textos.
Noche de perros la del jueves 6 de febrero. Felipe Amadeo Flores Espinoza vivía sus últimos días como procurador de Veracruz; Erick Lagos, sobajado; María Gina Domínguez Colío, la ex vocera del gobernador, acallada, impedida de hablar, y ella, soberbia, describía la escena como “un show” de los reporteros, y Enoc Maldonado Caraza, el brazo ejecutor de la Procuraduría —deténganlos, háganlos cantar, allanen domicilios, aparézcanlos y desaparézcanlos— era acusado de haber reprobado el examen antidoping.
Dos semanas después, el show fue el de Javier Duarte. Balconeó literalmente a Luis Ángel Bravo Contreras, un abogado con acusaciones de cohecho, amenazas, lesiones y ultrajes a la autoridad. Le limpió la hoja de servicios. Lo llevó al Instituto Veracruzano de Acceso a la Información, donde sólo sirvió de tapadera. Lo sacó de ahí y lo hizo nuevo procurador. ¡Qué cosas hace un mago mediocre!
Sin experiencia en la talacha judicial, abogado con fama de comprar agentes del Ministerio Público y de golpearlos si encarcelan a sus clientes, Bravo Contreras sólo tiene el mérito de ser amigo del gobernador. Ingresa a la Procuraduría de Veracruz en su peor momento. Sobre la Agencia Veracruzana de Investigaciones pesa una lápida de corrupción, denunciada por agentes y mandos medios; abusos y atracos, incluso desapariciones forzadas, seis de ellas en Las Choapas, al calor de los operativos para hallar a los responsables del crimen del periodista Gregorio Jiménez.
Duarte continuó su show con el enroque de otras piezas de la pandilla. No se deshizo de nadie, sólo los cambió de guarida; los mismos gatos sólo que en almohada distinta.
A Gina Domínguez la movió de la Coordinación de Comunicación Social a una “secretaría técnica” que se sacó de la manga, supersecretaria para meter las manos, la nariz y la conciencia en todas las áreas de gobierno, como ya venía actuando. Irritaba antes a los funcionarios duartistas y ahora lo hará con mayor soltura, solapada por el gobernador de Veracruz. Su fallida gestión es castigada con un premio.
Desgastada, su ciclo vencido desde hacía tiempo, no se va Gina Domínguez sino que permanece con mayor poder. ¿Qué le sabe la ex vocera a Javier Duarte para tenerlo sometido así? ¿Quién protege a Madame Mordaza? ¿Hay una razón política o una razón económica? ¿O es orden de Mario Villanueva, el ex narcogobernador de Quintana Roo, hoy en prisión, con quien escribió una historia similar a la de Veracruz? La diferencia es que de allá salió por piernas, encajuelada, y aquí sigue haciendo de las suyas.
Otros gatos de la misma historia son Alberto Silva Ramos, alias “El Cisne”, y Jorge Carvallo Delfín, ambos fidelistas, rémoras del Senado cuando Fidel Herrera Beltrán se preparaba para desgobernar, saquear, hundir y quebrar a Veracruz.
Silva fue fugazmente el elegido de la sucesión. O eso le hizo creer Javier Duarte. Lo envió a la Secretaría de Desarrollo Social estatal, a su disposición los recursos, el aparato publicitario, los reflectores. Y “El Cisne” soñó. Seis meses después, lo confinó a la Coordinación de Comunicación Social, pepenador de los pertrechos de la guerra perdida por Gina Domínguez, a seguir sembrando de chayotes la parcela de la prensa vendida, los textoservidores y los succionadores, que para efectos prácticos no le sirvieron al gobernador para tener mejor imagen.
Silva Ramos tiene una tarea imposible: convencer a los veracruzanos que Javier Duarte no es tan peor. Irreversible el daño, sin credibilidad el gobierno, tres años y medio después se percató el gobernador que la estrategia de Gina Domínguez no era la solución.
Jorge Carvallo pasó de la secretaría particular a la Secretaría de Desarrollo Social. Calza ahora los zapatos del Cisne Silva, creído que es el delfín de la sucesión.
Tiene estilo, pues, Javier Duarte para enredarse solo. Carvallo fue el coordinador en Veracruz de la campaña de Enrique Peña Nieto por la Presidencia de México. Aquí, yunistas y no yunistas, reventaron a EPN y lo hicieron perder ante Josefina Vázquez Mota. Carvallo fue el responsable del desastre electoral y Duarte hoy lo hace candidateable.
Cambiar para que nada cambie. Javier Duarte no sabe, no puede o no quiere enfrentar su realidad: el que no sirve para gobernar es él.
Sin cuadros políticos propios, Duarte ha tenido la ocurrencia de disfrazar a sus amigos de funcionarios, secretarios y directores. Incapaz de romper ataduras, ha sido el heredero de la fidelidad, de corruptelas y compromisos de su antecesor, de los operadores de Fidel Herrera –desde Erick Lagos, al que nunca pudo sacudirse, hasta Silva, Carvallo, Daniel Lugo, Manzur, y en el colmo se dejó imponer un Congreso estatal diseñado por su hacedor— y la única pieza con que pudo recomponer su imagen, el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, acusado de disponer de una policía represora, fue sostenido en el cargo.
Ni mil cambios en su gabinete resarcen el desastre de Javier Duarte. Le ha fallado a Veracruz. Gobierna sin un gramo de sensatez, a caprichos, ocurrencias, solapando los abusos, los atracos, los agravios a la sociedad. ¿De qué sirve cambiar para que nada cambie?
Javier Duarte es el catador de un vino amargo, su paso por el gobierno de Veracruz.
Archivo muerto
Cítese el refrán: el muerto al pozo y sus colegas al gozo. Condenable, hasta ahora inexplicable, la muerte del periodista Gregorio Jiménez de la Cruz también dio para el lucro y el abuso de unos, los que fingían angustia, ira y dolor, los de la expresión abatida, los de la actitud reservada, los de la voz callada, los que derramaron lágrimas de hipocresía.
Se les vio marchar junto a quienes sí sentían la ausencia de Goyo Jiménez y luego su muerte violenta. Iban por las calles, cartulinas en mano, proclamas que reclamaban hallar con vida al reportero de Notisur, Liberal del Sur y La Red y después hacerle justicia. Pero un sector del gremio fraguaba lo suyo, su beneficio, sacarle provecho a la inconformidad, a la muerte del colega caído.
Algo rasurarían del gobierno y sus medios; unos un chayote, otros un aumento salarial. Otros medios, un convenio de publicidad. Qué historias… O son mañosos o son vivales, pero eso de que ningún edil sepa o quiera revelar el monto de la deuda heredada por Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— suena, por lo menos, a complicidad. Joaquín Caballero, el alcalde, se hace el occiso; los regidores aseguran que no lo saben; la síndica, que más bien es cínica, es parte de la marrullería por ser hermana del ex presidente municipal y aparece embarrada en algunas de las corruptelas del multipolar fidelista —las gradas del carnaval, la venta de cerveza en el palenque de la Expo Feria, la impresión de publicidad—, y el tesorero municipal de Coatzacoalcos, Alfonso Morales Bustamante, oculta con desenfado cifras que el pueblo debe saber pues son finanzas públicas y es dinero de la sociedad. Toma fuerza eso de que Theurel y su hermana le invirtieron una multimillonaria suma a la campaña de Caballero y de ahí el encubrimiento.
¿Pues por cuánto se vendió el alcalde?… Saqueado, en el ayuntamiento de Coatzacoalcos no hay ni papelería, ni para agua purificada, ni para papel de baño, son obsoletas las computadoras, carecen las oficinas de mobiliario. Hay, en cambio, y bien, para los del círculo marcelista y para las ratitas de Iván Hillman.
Toca hoy esa estrechez a los regidores, que son ‘quesque’ autoridad máxima: les recortan presupuesto, les impiden contar con personal, les prometen un salario y les dan la mitad.
Así, entre miserias, sometidos, irán conociendo la bonanza de la generosa mano del alcalde Joaquín Caballero, el que lo dispensa todo: autos con cargo al erario, bonos mensuales, trimestrales y anuales, viajes, viejas y viejos, según sea la preferencia sexual, y un cheque para cuando la ocasión lo amerite. La miseria de los ediles, las apreturas de hoy, será riqueza y sometimiento mañana, el voto en el cabildo, el control al que aspira todo alcalde. Quien tiene la llave del dinero, lo tiene todo, dirían Las Infames. Y como pregona el filósofo del bajo mundo, egresado de la delincuencia común y organizada, un tal Pulgoso Lagunes: ya comerán queso fresco…
Lo prometido es deuda. Este 2014, la Auditoría Superior de la Federación reabrirá el desvío de recursos de la Secretaría de Desarrollo Social federal para beneficio del PRI en la campaña por la alcaldía de Coatzacoalcos.
Ahí, la firma de Víctor Rodríguez Gallegos, Segundo Grajales Lagunes y Carlos de la Rosa, entonces en la Sedesol estatal, en los documentos con que se requerían los embarques de cemento, unas 15 mil toneladas, supuestamente para el programa Piso Firme, pero que fueron repartidos entre los promotores priistas para comprar el voto de los electores.
¿Y así, con semejante mancha, quiere Víctor Rodríguez, por cierto hoy subdelegado administrativo de la Sedesol en Veracruz, ser candidato a diputado federal? Puede que sí, pues los priistas se tapan con el mismo lodo, pero de que gane la elección, está cañón… Que al gobernador le apodan “El Vochito”, porque cualquier pendejo lo maneja. Y si lo dice el pueblo, así es…