Escrito por Manuel Bartlett Díaz
Ahí estuvieron, en el patio de honor de
Palacio Nacional, los presidentes de las Mesas Directivas de las Cámaras y de
las Comisiones de Energía, integrantes del gabinete, gobernadores, dirigentes
del PAN, PRI y satélites, sus diputados y senadores, ex directores de Pemex y
CFE, líderes empresariales, sindicales y empleados. Mil selectos invitados a la
Promulgación de las Leyes Secundarias energéticas.
Ahí estuvieron, protegidos
por los muros de Palacio Nacional cercado por el Estado Mayor, pasando los invitados
por tres filtros de seguridad. Ahí estuvieron, la élite dispuesta a aplaudir al
menor estímulo, ahí estaban, mil personajes aislados del pueblo de cuyo destino
estaba disponiendo Peña Nieto, desde una presidencia minoritaria (38%), aupada
en el amasiato ilegítimo del PRI y del PAN —tercer lugar—. Políticos
expectantes, empresarios, ex funcionarios ya en el negocio, salivando ante la
expectativa del festín desnacionalizador; anhelantes de ganancias, puestos,
gubernaturas, bonos, en inequívoco ambiente cortesano, paseaban sus ambiciones
en el patio del poder.
La nación observó la imagen televisiva, no festejó,
ellos sí, desde luego la prensa extranjera, todos, conscientes de que la
mayoría de los mexicanos rechazan la reforma, imperturbables, ubican sus intereses
encima de todo. Ceremonia burocrática, el secretario Coldwell reitera la
propaganda machacada durante el proceso legislativo: “la propiedad del petróleo
en el subsuelo seguirá siendo de la nación, CFE y Pemex se fortalecen”.
Videgaray repite: “se fortalece financieramente Pemex, en cinco años se
reducirá su carga fiscal, su régimen será el mismo que el de los contratos a
extranjeros”. Madero, atribuye la “transformación”, al Pacto por México, se
aparta del guión fingiendo autonomía con un toque realista: “la población
requiere de información para combatir temores infundados”, “hay escepticismos y
desconfianza en algunos sectores de la población, déficit de credibilidad en la
autoridad”.
En el discurso esperado, el de
la gran transformación, Peña Nieto actúa, estereotipado lee el teleprompter,
vuelve a la carga, la coartada: “se conserva la propiedad de la nación sobre
Pemex, CFE, los hidrocarburos en el subsuelo y la renta petrolera”. “El Estado
mantendrá la rectoría, pero lo más importante son los beneficios para las
familias, más gas para abaratar la electricidad; disminuirán los precios de la
luz y el gas; los negocios pagarán menos por la energía y generarán más empleo;
miles de jóvenes estudiarán ingenierías; se reactivará la industria de fertilizantes,
aumentará la disponibilidad de alimentos.
No importa que sus argumentos
carezcan de sustento, que fueron impugnados en un Congreso silenciado, que
sostienen una transformación cuya economía va al desfalco, basada en una
producción petrolera saqueadora y fantasiosa; que es falso que mantendrán la
propiedad del petróleo o la rectoría, en el libre mercado; no importa, la
dictadura mediática hará de las mentiras, verdades.
Nada de la penetración de las
potencias petroleras y eléctricas extranjeras, fingen la reforma como decisión
autónoma, siendo la culminación del proyecto geopolítico de EU que integra
nuestro sector energético a sus necesidades de seguridad y proyectos de dominio
hemisférico; las mismas leyes secundarias que promulgan, son diseño inocultable
del proyecto hegemónico. Ceremonia de espaldas al pueblo, contra el pueblo;
contubernio con designios extranjeros, en la pérdida de valores y la corrupción
generalizada desde las alturas. Contrasta pequeñez y grandeza. Lejos de la
alegría popular y orgullo ante Lázaro Cárdenas en el balcón central y ante
López Mateos que al nacionalizar la electricidad pronosticó: “los dispenso de
toda obediencia a futuros gobernantes que pretendan entregar nuestros recursos
energéticos a intereses ajenos a la nación”, “sólo un traidor entrega su país a
los extranjeros”.
Senador de la República