Egolatría es uno de los pecados capitales que motivaron al exgobernador
Fidel Herrera Beltrán acudir con un sacerdote con el fin de espiar sus culpas y
con la absolución alcanzar la tranquilidad de su espíritu. La sobreestima
excesiva que siempre ha padecido el político veracruzano lo motivó para que
desde su primer año de gobierno inundara de espectaculares todo el
estado.
Una obsesión para que lo reconocieran. El quería ser el novio en las
bodas y el infante en los bautizos. Se abstuvo de acudir a los sepelios.
Una patología enfermiza donde quería ser el protagonista del diario
acontecer.
La iglesia Católica declara que todo sacerdote que oye confesiones está
obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus peni¬tentes que le
han confesado, si reve¬lará el mínimo de lo que le dijeron tendría penas muy
severas hasta de la excomunión automática.
El Código sobre Derecho Canóni¬co en su fracción 983 dice: El sigilo
sacramental es inviolable, por lo cual está terminantemente prohibido al
confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier modo y por ningún
motivo. El secreto de confesión no admite excepción. Todo lo manifestado por el
feligrés queda sellado.
Basado en este religioso argumento confidencial y el silencio hermético
de quien lo escuchara, el exgobernador Fidel Herrera quien sentía grandes
remordimientos por lo realizado durante su administración acudió ante el cura de
Carlos A. Carrillo y en una especie de catarsis mental quiso revelar algunos
hechos privados de su especial vida política.
Ante el ministro de la iglesia utilizó el cuenqueño este método
terapéutico-psicológico como una especie de purgación, el mayor re¬mordimiento
era por haber dejado al estado de Veracruz con una costosa e impagable deuda y
una herencia maldita de su camarilla que se había perpetuado en el gabinete de
Javier Duarte.
Freud utilizaba esta técnica de rememorar experiencias
traumáticas reprimidas para descargar esa energía y purificar su
mente.
Empezó a platicarle al sacerdote sus años de infancia transcurridos en
aquella población cuenqueña y como logró transformar su humilde y modesto
quehacer cotidiano en una soberbia y altiva actividad política.
Salió en la plática la cena que le ofreció su suegro en Ciudad Juárez
para convencer a Miguel Alemán Ve¬lasco, que él debía de ser su sucesor,
tomando en cuenta la gran amistad que le profesara el presidente Alemán Valdés
al gobernador Teófilo Borunda. A partir de ese hecho fortalecido por ancestrales
raíces familiares de sus parientes políticos aseguraba su
candidatura, por obvias razones omitió las graves con¬secuencias de este hecho
y guardó silencio sobre el singular estilo que lo transformaría en un
funcionario acomodado y opulento. Cumplía a cabalidad el dicho de Hank González
sobre un político pobre.
No pudo callar en esa falsa confesión, --ya que así lo consideró el
ministro de la Iglesia, por no haberse realizado dentro del protocolo
eclesiástico y en un confesionario--, lo cual permitió esta difusión de las
palabras e ideas del popular Tío Fide. En esa particular purificación de su
conciencia, le dijo al cura su manera de manipular las elecciones y decidir
quién ganaba o perdía los comicios, así fueran de su mismo partido político.
El manifestar ante un ministro de la iglesia su actuar tramposo se había
convertido en un gran peso de su falta de moralidad, de allí la necesidad de
esta intelectual catarsis.
Algo que le punzaba en su conciencia era su peculiar estilo de tomarles
el pelo a toda clase de personas. Recordó cuando a bordo de una camioneta con el entonces gobernador
Miguel Alemán, aparentó que se comunicaba con un secretario de Estado a fin de
reclamarle el porqué no se había realizado la petición que le había formulado,
cuando de repente sonó el celular que estaba usando, dejando en claro que
no había nadie en el otro lado de la línea. La que no se aguantó fue doña
Cristiane Magnani y le reclamó que no volviera a engañar a su marido.
Algo imposible para el Tío Fide ya que es una tarea en la que se
especializó al grado que existe ya ese verbo en el lenguaje veracruzano de una
“fidelina” cuando se dice una mentira con cierto propósito que le da ventajas y beneficios al que la pronuncia.
Facilidad de palabra y una memo¬ria prodigiosa se convirtieron en sus
aliados para convencer a cualquiera. Un estilo de persuadir que pocos han
logrado.
No todo eran sólo malos pecados, él también realizó acciones buenas como
una parcial compensación de lo negativo. Gente veracruzana lo re¬cuerda con
admiración y verdadero afecto. Entre sus hechos positivos sabía repartir una
pequeña parte de los recursos públicos que manejaba a su antojo. Aseguran que
por las mañanas colocaba un buen número de billetes en sus bolsillos.
En uno ponía los de mil pesos, en otro los de quinientos. Los de
doscientos y los de cien en diferentes sitios de la parte trasera del
pantalón. De acuerdo a las personas que se acercaban a pedir su apoyo, él
consideraba ese sexenal reparto en donde debía meter la mano para entregar ese
dinero.
Otorgar becas y apoyar a estudiantes fue una de sus tareas nobles. Pero
lo compensaba con el lado negativo y corrupto al convertir a sus contratistas
consentidos y funcionarios de su gabinete en los nuevos millonarios del país.
Lo del estupendo negocio familiar con la empresa Finamed
quedó en el silencio.
Lo que buscaba Fidel era la absolución de sus travesuras, no le
importaba la penitencia que le impusiera de millones de Padres Nuestros y Aves
Marías, siempre y cuando no tuviera que devolver alguna suma de dinero. Lo
caído… caído.
De los pecadillos de sus infidelidades como todo un caballero sabía
guardar el secreto. De los funcionarios que realizaban esa convincente tarea de
celestinos modernos conservó en el misterio su identidad. Los mismos que
cobraban los diezmos y que hoy en día ocupan las secretarías importantes del
gobierno estatal.
La fantasía musical del nuevo himno a Veracruz la hizo obligatoria a
todos los miembros de su gobierno, al igual que maestros y alumnos de escuelas oficiales al
tener que aprendérselo, lo del jalado y discutible slogan que nadie entendía
que una entidad “Late con fuerza” la fisiología del corazón al servicio del
estado.
La singular manera de como trabajaba de manera regresiva para inventar
obras y realizar inversiones que sólo existían en su mente. Eran pecadillos
veniales por los que guardó silencio. El anunciar y justificar obras
imaginarias, como contar dos veces un mismo puente por ser en dos sentidos, el
festejar que habían entregado miles de tractores y respondía con su agudeza
característica que eran detractores los que criticaban sus fantasiosas mentiras.
Es todo un caso la increíble vida pública y privada de don Fidel
Herrera, digna de una interesante y voluminosa novela que pudiera convertirse
en una entretenida película basada en su inverosímil y extraordinaria
biografía. Un escritor de ciencia ficción sería el autor.
La especulación de la maleta voladora de los 25 millones como cuota que
exigía, la guardó en el más allá de su memoria.
Hechos extraordinarios como el censurable caso de desaparecer, vender o
rentar la única cárcel que había en el puerto de Veracruz, para que la
utilizara el actor Mel Gibson, como set para una cinta cinematográfica. Los
familiares de los reclusos tenían que hacer un largo y penoso viaje hasta
Tuxpan. El gobernador Herrera Beltrán les ofreció transporte, hecho que sólo
duró unas semanas.
Rubén Leñero inventó un nuevo estilo de periodismo que lo diera a
conocer en un discurso ficticio pronunciado por el periodista Jacobo
Zabludovsky donde pedía perdón de su sucio y lamentable quehacer como
comunicador estrella de Televisa, toda una reflexiva y pecaminosa conferencia
de exculpación ante un imaginario auditorio.
Es esta singular modalidad periodística la que utiliza en esta ocasión
el columnista Maquiavelo. La misma trama inmoral que negaba el entonces
gobernador Fidel Herrera al negar su irrevocable voz de las desvergonzadas
grabaciones durante la campaña de Duarte de Ochoa.
Fidel Herrera Beltrán se puede considerar como una leyenda del
funcionario público con todos sus grandes vicios de corrupción, descomposición
y decadencia de la eterna clase política mexicana. También tuvo sus virtudes en
cuanto al cumplimiento puntual de algunos de sus múltiples compromisos, un
débil balance que lo rescata para la posteridad.
Con el epitafio de ser un consuetudinario pecador.