¿Qué importa más? ¿La
vida o las ganancias?
EL CORONAVIRUS Y LAS
MISERIAS DEL CAPITALISMO
La pandemia nos
invita a repensar(nos). A revisar un sistema que prioriza las ganancias
exorbitantes de unos pocos por sobre la posibilidad de las mayorías de tener
una vida digna. Que prioriza la producción y el consumo desenfrenados por sobre
el cuidado y la sustentabilidad del medio ambiente.
Por Pedro Gaite *
"Debemos
abandonar el individualismo que es propio de este sistema y pensar en salidas
colectivas", propone Pedro Gaite.
"Debemos
abandonar el individualismo que es propio de este sistema y pensar en salidas
colectivas", propone Pedro Gaite.
Imagen: Bernardino
Avila
La pandemia del
coronavirus puso de manifiesto las miserias del capitalismo financiero. Los
países europeos evitaron tomar medidas duras contra el virus por temor a
afectar la economía y hoy Europa tiene más de un millón de contagiados y mueren
miles de personas por día.
Donald Trump se
enfrenta a los gobernadores que decretaron la cuarentena a pesar de que Estados
Unidos ya es, por mucho, el país con más contagiados y muertos. Su principal
asesor económico, Larry Kudlow, dijo que el costo económico de cerrar las
fronteras del país para evitar la propagación quizás no valiera la pena. El
vicegobernador de Texas, Dan Patrick, consideró que las personas mayores de ese
país están dispuestas a morir para no dañar la economía y sostener a Estados
Unidos tal y como es. “¿Está diciendo que hay peores cosas que morir por
coronavirus?", le preguntó quien lo entrevistaba, y Patrick no dudó:
"Sí".
En Latinoamérica Jair
Bolsonaro exige la reapertura de comercios, despidió al ministro de Salud por
estar de acuerdo con el aislamiento social y, como Trump, enfrenta a los
gobernadores que establecieron la cuarentena ante la “gripesinha”. Incluso
había decretado la posibilidad de suspender contratos de trabajo durante cuatro
meses sin goce de sueldo, pero tuvo que dar marcha atrás ante el bombardeo de
críticas.
Decisiones que están
impulsadas por la lógica capitalista, cuyo objetivo es la maximización de las
ganancias.
La epidemia del
coronavirus solo puso sobre la mesa una pregunta que subyace al capitalismo:
¿Qué importa más: la vida o las ganancias?
DESIGUALDAD
Desde la óptica del
capital el virus puede hasta terminar siendo positivo. La población que morirá
es en su mayoría sobrante desde el punto de vista productivo. Adultos mayores
que cobran una jubilación y no aportan a la generación de riqueza. Cuando Dan
Patrick responde que hay algo peor que la muerte, solo manifiesta cuál es la
lógica que mueve al sistema.
Desde que se confirmó
el primer caso de coronavirus (21/1/2020) la enfermedad mató a unas 183 mil
personas en todo el mundo (al 22/4). En este mismo periodo fallecieron otras
950 mil personas, por otras causas, por no acceder a la atención médica, según
la ONG Oxfam. La pobreza es más letal que el virus.
Esta pobreza es la
otra cara de la extrema desigualdad que genera el sistema.
En 2019, los 2153
milmillonarios que había en el mundo poseían más riqueza que 4600 millones de
personas. Para esa elite el crecimiento de su riqueza es un cero más en sus
cuentas bancarias. Podría reducirse a una décima parte y podrían seguir pagando
cuantas mansiones, yates y lujos desearan. Mientras tanto casi la mitad de la
población mundial vive con menos de 5,5 dólares por día.
Uno de esos
milmillonarios es Paolo Rocca, dueño de Techint, que despidió a 1450
trabajadores de su empresa constructora en medio de la cuarentena argentina.
Bien podría pagar esos salarios con parte de los 400 millones de pesos que se
ahorró el año pasado por la exención privilegiada de cargas sociales que obtuvo
del gobierno macrista. Ni que hablar con los 9100 millones de pesos que
blanquearon los directivos de la empresa en 2016.
La máxima expresión
de la lógica capitalista es el neoliberalismo. Este dogma descansa sobre tres
grandes premisas:
1. El mercado es el
mejor asignador de recursos.
2. La meritocracia
3. La teoría del
derrame.
EL MERCADO
La idea madre del
neoliberalismo es que el mercado es el mejor asignador de recursos, y que por
lo tanto la intervención del Estado en la economía debe reducirse a la mínima
expresión. Cada individuo (o cada país) buscando su propio beneficio individual
contribuye de la mejor manera posible a maximizar el beneficio social.
Esta falacia se
manifiesta más claramente en situaciones críticas. En estos días atravesados
por la crisis del coronavirus vemos a fundamentalistas de la desregulación
reconocer el rol clave del Estado. Todos los países llevan adelante una
política fiscal y monetaria expansiva para intentar frenar la caída de la
actividad económica.
En algunas potencias
mundiales como Francia, el Reino Unido y Alemania los paquetes fiscales superan
el 14 por ciento del PIB. Son las mismas potencias que de la mano del FMI le
exigieron a Grecia un severo ajuste que hundió a esa economía en ocho años de
recesión y una caída de 30 por ciento del PIB y de los salarios reales.
También analizan
estatizar sus empresas más importantes ante las dificultades financieras que
genera el coronavirus. Claro que a Grecia le exigieron privatizar el sistema de
energía, telecomunicaciones, puertos, aeropuertos y cuanta empresa estatal
hubiera.
Es la doctrina de
“patear la escalera”. Todos los países centrales se desarrollaron en base a
políticas proteccionistas en sus etapas tempranas de desarrollo, con un Estado
activo que invirtió en sectores estratégicos y/o generó los incentivos para que
el sector privado lo haga. Luego exportaron al mundo las ideas del libre
comercio como la receta del éxito, y cuando no lograron convencer a los líderes
de la periferia limitaron su margen de acción con una red de instituciones como
el FMI, el Banco Mundial y la OMC.
LA MERITOCRACIA
El imaginario
neoliberal plantea que el éxito (y su ausencia) es resultado exclusivo del
esfuerzo personal. Pero se estima que una tercera parte de la riqueza de los
milmillonarios proviene de herencias. Mientras ven crecer cómodamente sus
fortunas por el frenesí de la especulación financiera, el sistema se sostiene
sobre empleos precarios y mal remunerados.
Las tareas de cuidado
de niños y niñas, personas mayores y/o con enfermedades físicas y mentales y
las tareas domésticas diarias son el ejemplo más claro. Si nadie invirtiera
tiempo en estas tareas la economía mundial colapsaría por completo. Las mujeres
realizan tres cuartas partes de este trabajo, en general sin recibir un
centavo. Por eso el 42 por ciento de las mujeres en edad de trabajar no forma
parte de la mano de obra remunerada, frente al 6 por ciento de los hombres.
De la misma manera en
los países de bajo desarrollo humano los años promedio de escolaridad no llegan
a cinco, mientras en los de muy alto desarrollo humano superan los 12.
Claramente las oportunidades no son las mismas. La meritocracia está mediada
por el género, el status social, raza, etnia, nacionalidad.
EL DERRAME
El tercer mito del
neoliberalismo es la teoría del derrame, la cual postula que una distribución
de la riqueza regresiva, o sea más para los más ricos, es lo mejor para la
sociedad. Como los que más tienen son los dueños de los medios de producción,
si tienen más invertirán más y eso generará empleo y beneficiará al conjunto de
la sociedad. Así se justifica la reducción de impuestos, la flexibilización
laboral e incluso la estatización de sus deudas. Solo 4 centavos de cada dólar
recaudado provienen de impuestos sobre la riqueza.
Los millonarios gozan
de los impuestos más bajos en décadas y además a través de maniobras financieras
como cuentas fantasmas en paraísos fiscales eluden hasta el 30 por ciento de
sus obligaciones fiscales. Mientras tanto las grandes mayorías intentan pescar
alguna migaja que se derrame, en general con poco éxito. Un aumento de medio
punto porcentual en el impuesto al patrimonio del 1 por ciento más rico
permitiría recaudar fondos necesarios para invertir en la creación de 117
millones de puestos de trabajo en sectores como la educación y la salud.
Así es como opera el
capitalismo financiero, especialmente en su versión neoliberal. Un sistema que
prioriza las ganancias exorbitantes de unos pocos por sobre la posibilidad de
las mayorías de tener una vida digna. Que prioriza la producción y el consumo
desenfrenados por sobre el cuidado y la sustentabilidad del medio ambiente.
¿Cómo se explica, si
no, que el 1 por ciento más rico de la población mundial tenga más del doble de
riqueza que 6900 millones de personas? ¿Que día tras día 10 mil personas mueran
por no tener acceso a la salud? ¿Que uno de cada cinco niños en el mundo no
pueda acceder a la educación? ¿Que se exploten montañas y se contaminen miles
de litros de agua para obtener metales preciosos para alimentar el ego de una
minoría privilegiada? ¿Que se arrase con bosques y selvas esenciales para la
vida con el fin de aumentar la superficie de cultivo de alimentos transgénicos?
¿Que el avance de la tecnología sea una amenaza para millones de puestos de
trabajo en vez de una oportunidad para eliminar los trabajos precarios y
mejorar la vida de millones de personas? ¿Que la ciencia y la tecnología se
siga poniendo al servicio de la industria armamentística, para luego matar
seres humanos? ¿Que Estados Unidos tenga más misiles que camas en hospitales?
¿Que en la Argentina los fondos buitre obtuvieran una rentabilidad de 1600 por
ciento a costa del hambre del pueblo?
La pandemia del
coronavirus nos invita a repensar(nos): ¿Qué producimos? ¿Cómo lo hacemos?
¿Para qué y para quién? ¿Qué trabajos son esenciales para la supervivencia
humana? ¿Cuáles mejoran nuestra calidad de vida y cuáles simplemente reproducen
un sistema de exclusión?
Es momento de
repensar la forma en la que nos organizamos como especie. Los recursos
naturales alcanzan para que todos los habitantes del planeta accedan a una vida
digna, sin hambre ni necesidades básicas insatisfechas. Pero para ello debemos
abandonar el individualismo que es propio de este sistema y pensar en salidas
colectivas. El avance de la ciencia y la tecnología nos da una oportunidad
única para que los trabajos insalubres y que nadie querría hacer sean
realizados por máquinas. Es momento de que la ciencia y la tecnología estén al
servicio de mejorar la calidad de vida de todos y todas. Momento de poner a la
vida y al medio ambiente en el centro.
* Economista UBA. Becario doctoral CENES-Conicet.
*Nota: Los datos incluidos en el artículo son de la ONG
Oxfam.
@pgaite5