De la Redacción
Jaime GARCÍA CHÁVEZ
Es un lugar común describir la imagen de la justicia y detenerse en la balanza que pende de su mano —signo inequívoco del equilibrio— y sus ojos vendados para impedir la contemplación de los intereses contrapuestos, de entre los cuales va a afectar a uno con sus dictados o sentencias, que si justas robustecerán la paz. La insinuación es más que obvia: si la justicia estuviese libre de obstáculos, sus ojos podrían sugestionarse, caer en la subjetividad, en la parcialidad, alejarse de lo público, aniquilándose a sí misma. Siempre he tomado como fuente de humor involuntario a los abogados retóricos que construyen sus discursos con esta imagen de la justicia y la mala estatuaria siempre me ha convencido que ha habido mucho bronce y mármol mal gastado o tras del cual es fácil detectar algún negocio de ministros, magistrados y en general gobernantes.
Me queda claro que la justicia ya tiene buen tiempo maltrecha en México, en particular cuando se involucra con los poderosos. No hay lienzo, por cerrada que sea su trama y su urdimbre, capaz de obstruir su vista. Su tendencia natural es la selectividad. Es una justicia cosmética, escenográfica. Pero no solo porque tenga ojos para percatarse sin dudas de que hay intocables, hombres y mujeres del poder y el dinero que no pueden ni deben ser molestados en lo más mínimo, sino que también acompañan su vara obsequiosa, abyecta, podrida, con otra que usan para tasar, privar y molestar a quienes carecen de todo privilegio y están sujetos a la arbitrariedad que pone en duda la Constitución misma en su esencia liberal que vive, exclusivamente, en la letra de la ley que no se cumple. Cuando digo liberal me refiero a la neutralidad judicial, farsa e hipócrita confianza en boca de los autoritarios.
Esta diosa justicia ha estado muy activa los últimos días y quiero examinar su comportamiento brevemente a la luz de dos sucesos: uno que cobra notoriedad de escándalo en la persona de Jorge Hank Rhon y está en los medios y en boca de todos. El otro es un caso de la vida cotidiana en este México violento, se trata de un hombre pobre, sin relaciones con el poder, sin recomendaciones y reducido, en unas cuantas horas, en una simple cosa a merced de la Procuraduría General de la República. De este hecho tuve conocimiento circunstancial e información confiable al buen sentido común y si no doy su nombre y apellido es porque lo mismo se puede llamar Juan, Pedro o Salvador. Da lo mismo, seguro estoy que muchos con esos nombres o están muertos y se les cataloga como daños colaterales de la guerra calderoniana, o sorteando un enjuiciamiento penal en absoluta desventaja y pisoteando el principio de presunción de inocencia. Empiezo por el hijo de Carlos Hank González, emblema del poder corrupto de la época priista.
El señor Hank Rhon nació en una familia en la que el poder —político y económico— hacía presencia hasta en los más nimios detalles. Hereda fuerza priista del grupo Atlacomulco, una riqueza proverbial solo explicable por el patrimonialismo que hace del Estado un instrumento de intereses particulares o privados, la información confidencial y el tráfico de influencias puestos al servicio de amasar imperio. Donde el padre lo dejó, ahí el hijo Jorge desplegó sus propias habilidades: a contrapelo de los buenos consejos de Don Corleone —no al narcotráfico— él sí ingresó a todo tipo de actividad en la que es imposible trazar una frontera o límite entre lo que es política y lo que es delito. Juego, prostitución, droga, lavado de dinero, homicidio, violencia, soborno, cohecho y toda clase de delitos atípicos fueron, son, prácticas que convivían con colocar un gobernador aquí y otro allá, prodigar diputaciones, senadurías, alcaldías, direcciones o jefaturas de información en medios y concesiones que se cruzaban de lo negro a lo gris, para regresar a lo negro. Capítulo especial es el del crimen del periodista conocido como “El Gato” Félix. De la familia Hank pudo ocuparse Hans Magnus Enzensberger, al igual que se ocupó de personajes como el dictador dominicano Leónidas Trujillo y sus muchos nombres.
Pues bien, un día, no ha mucho, los brazos del gobierno de Calderón llegan hasta los dominios de Hank Rhon, lo detienen en compañía de algunos de sus hombres y se practica el decomiso de un nada despreciable arsenal. Se pudieron haber abierto muchos expedientes por delitos de gran tamaño. Pero no, todo evidencia que el gobierno de Calderón se empeñó magistralmente en hacer el más grotesco ridículo. Antes de la detención se propaló que un pez gordo del priismo se vería envuelto en una riña con la justicia y no se escatimaron nombres de ex gobernadores que podían entrar en apuros, José Reyes Baeza y su procuradora, entre otros.
Parece que se conformaron con un ex alcalde, pero qué ex alcalde. Hoy Eruviel Ávila Villegas, con licencia en el municipio de Ecatepec, no le llega ni a los talones aunque ya se eleve a los cuernos de la luna. El gobierno sabía contra quién iba y además sobra decir que entendía —por elemental sentido común— que había que emprender la faena sin posibilidades de caer en una pifia, más cuando a la postre dejó maltrecho al ejército mismo, como un aparato que se puede emplear a discreción, o arrojarlo en el ridículo, cosa proscrita en todo manual de guerra, desde los muy viejitos hasta los muy recientes.
Pero todo le fracasó a Calderón. Y al gobierno local panista. Ni los arraigos de cuarenta días, ni los traslados fuera de su territorialidad inmediata, ni la recepción del problema por la buena prensa que acusó desconfianza en la medida, ni el ejército, ni las policías funcionaron. Las cámaras que se suponía habían registrado el suceso de ingreso a los dominios de Hank Rhon tampoco se activaron y, munificente, la justicia actuó de manera sumaria —sumarísima— para que Hank Rhon recuperara su libertad por partida doble en menos de veinticuatro horas y fuera a disfrutar de un juego de futbol en su propio estadio y con su propio equipo, acompañado en familia por su diligente esposa que siempre se mostró bella y confiada en la libertad o exoneración de su esposo. Pero más aún: ni las investigaciones de la DEA, ni la requisitoria de jueces norteamericanos operaron en favor de este alto delincuente heredero de la fortuna y el poder de su padre. Quizá Hank Rhon leyó El Padrino de Mario Puzo y la reflexión que hace el sucesor de Don Corleone, su hijo Michael: “…pero mi padre fue el único que entendió que el poder político y las amistades, políticas también, valen más que diez regimes. Creo que tengo en mis manos casi todo el poder político que tenía mi padre. Pero nadie, excepto yo, lo sabe”. Todo un libro inspirador, en cambio en Los Pinos solo alcanzan a leer la Imitación de Cristo del desconocido Kempis.
Para algunos estamos en presencia de la pifia del sexenio, pero en esto de las tarugadas, las iniciativas suelen ser inagotables. Cierto que Salazar Mendiguchía está en prisión, y quizá con razón, pero él es un pobre político.
El otro caso transitó por camino diferente: el detenido fue torturado en un confortable hotel que se convirtió en cuartel y que paradójicamente continúa llamándose Tierra Blanca. Trasladado con celeridad al centro de arraigo en la Ciudad de México, donde la PGR se auto concedió dos periodos de arraigo que sumados casi alcanzan los cien días. Los arraigos son una auto concesión que se hizo el poder para cubrir su negligencia y hacerse de pruebas para los cargos. No hubo mayores pruebas, ni posibilidades de abogados defensores, prácticamente ingresó a un campo de concentración que ciertamente le tendría envidia a uno de Hitler, pero en algo se le parece. Hoy está en un penal en Perote, Veracruz, lejos de su familia, sin posibilidades de gozar del equilibrio de una justicia hecha por su pares y con el auxilio de sus seres queridos. Para este procesado todo es dificultad: obtener una copia, recibir una visita, aspirar a una pronta sentencia en el sentido que sea. Ahí la presunción de inocencia suena a tópico de discurso demagógico. Ahí la justicia simplemente se tornó ciega si la estimamos como un valor primordial. La libertad se le niega cada segundo.
Y es que hay que hacernos cargo de que en este país una cosa es apellidarse Hank y otra ser un perfecto desconocido, por más que las Cartas de Derechos Humanos lo cataloguen de persona y como titular de sus prerrogativas. Al igual que sucede con Onésimo Cepeda, el muy cristiano multimillonario que un tribunal federal también le dio la patente de intocable.
Cuando la justicia tiene dos varas, está claro que no hay justicia y esa es la historia de nuestro país.
Junio 18 de 2011