miércoles 7 de septiembre de 2011
Veracruz,- 7 de septiembre de 2011.-Los Zetas tenían un territorio libre en Veracruz. Extorsionaban, cobraban derecho de piso a narcomenudistas, secuestraban y mataban.En su nómina se encontraban alrededor del 80% de las policías municipales y estatales, y contaban con una red de varios periodistas que servían para el doble propósito de informar con antelación de operativos de fuerzas federales en su contra, o de movilizar grupos sociales para protestar contra las acciones que realizaban.
Sin embargo, en los tres últimos meses la hegemonía criminal se dislocó.
Golpes sucesivos de las fuerzas federales comenzaron el debilitamiento. Hoy Los Zetas, que se habían apoderado de Veracruz, están en desbandada.
De acuerdo con información privilegiada, la Marina desmanteló una red de comunicaciones encriptadas en todo el estado, mediante la cual articulaban las operaciones de sus células y sicarios, giraban instrucciones a policías y a miembros de la sociedad en acciones de respaldo a los narcotraficantes.
El resultado inmediato es que perdieron la línea de mando y conducción táctica.
El golpe de la Marina a Los Zetas es uno de los más importantes que se han hecho en México contra esa organización en términos de estructura, que comenzó a construirse como resultado del desafío abierto que le hizo a la Armada la organización criminal en Veracruz, que con la ayuda de policías locales empezó a secuestrar y asesinar a marinos en todo el estado, y a intensificar sus resistencias “sociales” en contra de las Fuerzas Armadas.
El punto de inflexión se dio en la primera quincena de junio, cuando detuvieron a siete policías municipales en Tuxpan, presuntamente involucrados en el asesinato de un marino el 11 de junio, y días después identificaron a una célula de cinco miembros de Los Zetas como responsables de la desaparición de cuatro marinos en el puerto de Veracruz, que aparecieron en una fosa clandestina. Más adelante, la Policía Federal detuvo a Alberto González Peña, identificado como “El Tigre”, el presunto jefe de la plaza, que además del trasiego de droga hacia el norte y el centro de México, extorsionaba a dueños de bares, antros y comerciantes.
Pero la operación decisiva vino en agosto, cuando dentro del trabajo de inteligencia que desplegaron las fuerzas especiales de la Marina, descubrieron la infraestructura de comunicación de Los Zetas en todo el estado. Los Zetas tenían instaladas antenas desde Tuxpan, en el norte del estado, hasta Coatzacoalcos en el sur, que enlazaban las comunicaciones encriptadas de una central fija –no se precisó la ubicación- con teléfonos celulares en vehículos que utilizaban sus informantes.
Los informantes, conocidos como “halcones”, monitoreaban las carreteras y los límites del estado para saber su fuerzas federales entraban o salían de Veracruz, así como para detectar movimientos extraños hacia la entidad. Los informantes, que solían colocarse en las casetas de cobro, reportaban los movimientos mediante radios portátiles digitales. Igual procedimiento realizaban en colonias específicas bajo vigilancia de los narcotraficantes.
La red de comunicaciones estaba compuesta por un enjambre de repetidores de comunicación de banda de alta frecuencia, conocida por su acrónimo UHF, que tenían fuentes de alimentación autónoma y amplificadores de frecuencia y antenas conocidas como “tacos de billar”, que son espigadas y se levantan hasta 20 metros del suelo, así como antenas disimuladas en árboles.
Este tipo de red difícilmente podría haber sido instalada y mantenida sin la colaboración de autoridades locales y policías, por el tipo de infraestructura desplegada en el estado, pero no se sabe si existen funcionarios o comandantes y agentes bajo investigación por este caso en específico. La red de comunicaciones también era empleada por los policías a su servicio y por unos cuantos periodistas que por la naturaleza de su trabajo, podían saber con algunos minutos de antelación de operativos de fuerzas federales. Estas personas se encargaban de alertar a los narcotraficantes para que escaparan y, cuando esto no era posible, para movilizar grupos de personas que llegaban, en ocasiones antes que las propias fuerzas de seguridad, para protestar por los operativos y demandar su salida.
La destrucción de esa red de comunicaciones sugiere que Los Zetas pudieron irse implantando dentro de la sociedad veracruzana, tanto por medio de la compra de voluntades, como también por medio del miedo. De cualquier forma, crearon una base social como la desplegó al máximo La Familia Michoacana y hoy Los Caballeros Templarios-, y la comenzó a hacer en años más recientes el Cártel del Pacífico.
A diferencia del Cártel de Juárez, cuya criminalidad dividió familias e hizo más complejo su combate, y del resto de las organizaciones criminales, Los Zetas nunca tuvieron arraigo en ningún estado por la naturaleza de su fundación: un grupo de élite de militares que desertaron del Ejército, que se emplearon como paramilitares al servicio del Cártel del Golfo, tamaulipeco en su ADN, con quien rompieron definitivamente el año pasado.
De acuerdo con las investigaciones recientes, el desmantelamiento de la red de comunicaciones zeta generó la ruptura en la línea de mando criminal al quedarse en silencio la organización. En esta fase, añadió una de las personas que conoce de las secuelas de la operación, mandos inferiores y personas en sus nóminas están huyendo, tanto para evitar detención y buscar la forma de reagruparse más adelante, como para romper el control que tenían sobre ellos Los Zetas, que los tenían sometidos mediante el terror de asesinar a sus familias si no colaboraban.
La operación contra Los Zetas se inscribe en el mapa de persecución que hay sobre este cártel, el mejor preparado en términos militares, sanguinario e inescrupuloso, en el país, y sobre el que pareciera que tanto las fuerzas federales mexicanas, como las dependencias estadounidenses y las propias organizaciones criminales rivales, quisieran que desaparezca. No se ha logrado todavía, pero a decir por los resultados que han tenido las fuerzas federales en su contra, y el desmantelamiento de sus centros de operaciones en Estados Unidos y Europa, ese destino ya está encaminado.
Sin embargo, en los tres últimos meses la hegemonía criminal se dislocó.
Golpes sucesivos de las fuerzas federales comenzaron el debilitamiento. Hoy Los Zetas, que se habían apoderado de Veracruz, están en desbandada.
De acuerdo con información privilegiada, la Marina desmanteló una red de comunicaciones encriptadas en todo el estado, mediante la cual articulaban las operaciones de sus células y sicarios, giraban instrucciones a policías y a miembros de la sociedad en acciones de respaldo a los narcotraficantes.
El resultado inmediato es que perdieron la línea de mando y conducción táctica.
El golpe de la Marina a Los Zetas es uno de los más importantes que se han hecho en México contra esa organización en términos de estructura, que comenzó a construirse como resultado del desafío abierto que le hizo a la Armada la organización criminal en Veracruz, que con la ayuda de policías locales empezó a secuestrar y asesinar a marinos en todo el estado, y a intensificar sus resistencias “sociales” en contra de las Fuerzas Armadas.
El punto de inflexión se dio en la primera quincena de junio, cuando detuvieron a siete policías municipales en Tuxpan, presuntamente involucrados en el asesinato de un marino el 11 de junio, y días después identificaron a una célula de cinco miembros de Los Zetas como responsables de la desaparición de cuatro marinos en el puerto de Veracruz, que aparecieron en una fosa clandestina. Más adelante, la Policía Federal detuvo a Alberto González Peña, identificado como “El Tigre”, el presunto jefe de la plaza, que además del trasiego de droga hacia el norte y el centro de México, extorsionaba a dueños de bares, antros y comerciantes.
Pero la operación decisiva vino en agosto, cuando dentro del trabajo de inteligencia que desplegaron las fuerzas especiales de la Marina, descubrieron la infraestructura de comunicación de Los Zetas en todo el estado. Los Zetas tenían instaladas antenas desde Tuxpan, en el norte del estado, hasta Coatzacoalcos en el sur, que enlazaban las comunicaciones encriptadas de una central fija –no se precisó la ubicación- con teléfonos celulares en vehículos que utilizaban sus informantes.
Los informantes, conocidos como “halcones”, monitoreaban las carreteras y los límites del estado para saber su fuerzas federales entraban o salían de Veracruz, así como para detectar movimientos extraños hacia la entidad. Los informantes, que solían colocarse en las casetas de cobro, reportaban los movimientos mediante radios portátiles digitales. Igual procedimiento realizaban en colonias específicas bajo vigilancia de los narcotraficantes.
La red de comunicaciones estaba compuesta por un enjambre de repetidores de comunicación de banda de alta frecuencia, conocida por su acrónimo UHF, que tenían fuentes de alimentación autónoma y amplificadores de frecuencia y antenas conocidas como “tacos de billar”, que son espigadas y se levantan hasta 20 metros del suelo, así como antenas disimuladas en árboles.
Este tipo de red difícilmente podría haber sido instalada y mantenida sin la colaboración de autoridades locales y policías, por el tipo de infraestructura desplegada en el estado, pero no se sabe si existen funcionarios o comandantes y agentes bajo investigación por este caso en específico. La red de comunicaciones también era empleada por los policías a su servicio y por unos cuantos periodistas que por la naturaleza de su trabajo, podían saber con algunos minutos de antelación de operativos de fuerzas federales. Estas personas se encargaban de alertar a los narcotraficantes para que escaparan y, cuando esto no era posible, para movilizar grupos de personas que llegaban, en ocasiones antes que las propias fuerzas de seguridad, para protestar por los operativos y demandar su salida.
La destrucción de esa red de comunicaciones sugiere que Los Zetas pudieron irse implantando dentro de la sociedad veracruzana, tanto por medio de la compra de voluntades, como también por medio del miedo. De cualquier forma, crearon una base social como la desplegó al máximo La Familia Michoacana y hoy Los Caballeros Templarios-, y la comenzó a hacer en años más recientes el Cártel del Pacífico.
A diferencia del Cártel de Juárez, cuya criminalidad dividió familias e hizo más complejo su combate, y del resto de las organizaciones criminales, Los Zetas nunca tuvieron arraigo en ningún estado por la naturaleza de su fundación: un grupo de élite de militares que desertaron del Ejército, que se emplearon como paramilitares al servicio del Cártel del Golfo, tamaulipeco en su ADN, con quien rompieron definitivamente el año pasado.
De acuerdo con las investigaciones recientes, el desmantelamiento de la red de comunicaciones zeta generó la ruptura en la línea de mando criminal al quedarse en silencio la organización. En esta fase, añadió una de las personas que conoce de las secuelas de la operación, mandos inferiores y personas en sus nóminas están huyendo, tanto para evitar detención y buscar la forma de reagruparse más adelante, como para romper el control que tenían sobre ellos Los Zetas, que los tenían sometidos mediante el terror de asesinar a sus familias si no colaboraban.
La operación contra Los Zetas se inscribe en el mapa de persecución que hay sobre este cártel, el mejor preparado en términos militares, sanguinario e inescrupuloso, en el país, y sobre el que pareciera que tanto las fuerzas federales mexicanas, como las dependencias estadounidenses y las propias organizaciones criminales rivales, quisieran que desaparezca. No se ha logrado todavía, pero a decir por los resultados que han tenido las fuerzas federales en su contra, y el desmantelamiento de sus centros de operaciones en Estados Unidos y Europa, ese destino ya está encaminado.
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