Tulio Moreno Alvarado -
Que el Tec de Monterrey, la Anáhuac, la Ibero o hasta nuestra doméstica UX discutan sobre lo pernicioso de masificar la educación al sobrepoblar las universidades públicas de “proles” se entiende y forma parte de su propio proceso de legitimación y supervivencia. No se ve mal desde su punto de vista porque argumenta en positivo del negocio de la educación en la que esta hoy disminuida garantía constitucional forma parte de un lucrativo ámbito empresarial.
Lo grave del asunto es que desde instituciones públicas, financiadas con los impuestos que pagan los onerosos sueldos de funcionarios, académicos y administrativos –quienes además trabajan en aulas e infraestructura gubernamental para financiar la socialización del conocimiento–, cuestionen la inconveniencia de sobrepoblar las universidades.
Por ello vale preguntar cuál es el verdadero destinatario del mensaje del rector y sus invitados a la segunda Reunión General del Proyecto Infoaces efectuada ayer en esta ciudad.
De acuerdo con información oficial de la propia institución emitida por la coordinación de Comunicación Social, de la UV a cargo de Raúl Contreras, en la que se sienta que “Expertos advierten sobrepoblación de universidades” y puntualiza sobre la afirmación de Arias Lovillo quien dijo “que los gobiernos de AL no han entendido la importancia de la educación superior para el desarrollo”, es fácil entender el objetivo de este rejuego de palabras.
La UV usó el panel Sistema integral de información sobre instituciones de educación superior de América Latina, en el que participaron “dos de los más connotados expertos en la materia, los españoles José Ginés Mora y José Miguel Carot, así como la experta de la UDG, Carmen Rodríguez” para articular una severa crítica a las instituciones que “no realizan investigación científica” y que por ello “apenas merecerían llamarse universidades.
Por ende, el funcionario diagnosticó que con todo y que en México existen 3 mil 5 universidades, su cobertura educativa superior “apenas llega a 30 por ciento de los jóvenes mexicanos en edad de cursar este nivel educativo”.
Escudado en estos “expertos”, aprovechó para desacreditar los resultados que arrojan los sistemas de indicadores aplicados en las universidades, a los que calificaron sus invitados como imprecisos porque “a veces miden lo que es más fácil y no lo pertinente”, en obvia referencia “a los famosos recuentos (rankings) que posicionan a las universidades del mundo” y en los que la administración de Arias Lovillo ni siquiera de panzazo aprueba.
Delicado tema este en el que el pez muere por la boca, porque sería interesante conocer objetivamente el impacto social de los logros científicos de esta administración universitaria, por cierto, dueña de uno los mayores presupuestos del país y que, con todo eso, se encuentra mal posicionada en prácticamente todas las evaluaciones conocidas, incluida la realizada por la UNAM.
El rector encontró pues no sólo la tribuna sino un adversario a quien encarar. En una lectura más acuciosa, el mensaje de Arias Lovillo parece ir dirigido en realidad en contra del proyecto estandarte del gobierno estatal, la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV), una institución que con poquísimos recursos públicos intenta establecer, dificultosamente, un nuevo paradigma educativo.
Arias Lovillo ve en la UPAV un incómodo reflejo que magnifica su cuestionable percepción por hacer de la educación superior un precepto clasista, supeditado a las condiciones intelectuales o sociales de los alumnos.
Esta especie de eugenesia educativa ariasiana, en la que sólo cabrían quienes resultan intelectualmente aptos para acudir a las aulas universitarias, o en el peor de los casos, quienes disponen de recursos económicos para ello, al parecer se ha apropiado de la “inteligencia” universitaria que desde la declaración de la autonomía, ha hecho de la UV un rehén de intereses políticos y económicos, con resultados tan estrambóticos como el financiar anualmente con millones de pesos un equipo profesional de basquetbol cuando no hay recursos para darle mantenimiento a las aulas, o crear costosas metainstituciones de educación a distancia de dudosos resultados, como notables ejemplos.
De nueva cuenta, el rector universitario utilizó su privilegiada posición y el aparato de propaganda oficial para cuestionar el valor de otras instituciones de educación superior, que coincidentemente ayer le demandaron mesura y una disculpa al haber enviado a uno de sus subordinados a descalificar –acertadamente o no– a las universidades privadas cuyas ofertas de posgrados afirmó el vocero de la institución, no cumplen con mínimos estándares de calidad.
En el tamaño de la desmesura del rector al invalidar a quien considera sus adversarios radica su propia debilidad; en esa misma proporción, Arias Lovillo expone el agotamiento de un modelo que es rebasado rápidamente por otros proyectos educativos.