22/03/2020
Cuando trato de interpretar,
comprender y analizar el diario flujo de noticias, tiendo a ubicar lo que está
pasando con el trasfondo de dos modelos de cómo funciona el capitalismo que son
distintivos pero se entrecruzan. El primer plano estriba en la cartografía de
las contradicciones internas de la circulación y acumulación del capital como
flujos del valor del dinero en busca de beneficio a través de los diferentes
“momentos” (como los denomina Marx) de la producción, realización (consumo),
distribución y reinversion. Se trata de un modelo de la economía capitalista
como una espiral de infinita expansión y crecimiento. Se vuelve bastante
complicado a medida que se va elaborando a través, por ejemplo,de las lentes de
rivalidades geopolíticas, desiguales desarrollos geográficos, instituciones
financieras, políticas de Estado y reconfiguraciones tecnológicas, y de la
madeja siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones
sociales.
Concibo este modelo, no obstante,
como algo encastrado en un contexto más amplio de reproducción social (en
hogares y comunidades), en una relación metabólica en curso y siempre en
evolución con la naturaleza (incluida la “seguda naturaleza” de la urbanización
y el medio construido) y toda suerte de formaciones culturales, científicas
(basadas en el conocimiento), religiosas y sociales contingents que crean las
poblaciones humanas de manera característica a lo largo del espacio y el
tiempo. Estos “momentos” incorporan la expresión activa de aspiraciones, necesidades
y deseos, el ansia de conocimiento y sentido y la busqueda en evolución de
satisfacción contra un trasfomdo de cambiantes disposiciones institucionales,
contestaciones políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas, muertes,
derrotas, frustraciones y alienaciones, todo resuelto en un mundo de una
marcada diversidad geográfica, cultural, social y política. Este segundo modelo
constituye, como si dijéramos, mi comprensión operativa del capitalismo global
como mformación social distintiva, mientras que la priera se refiere a las
contradicciones dentro del motor económico que mueve a esta formación social
por ciertas sendas de su evolución histórica y geografica.
En espiral
Cuando el 26 de enero de 2020 leí
por vez primera acerca de un coronavirus que estaba ganando terreno en China,
pensé inmediatamente en las repercusiones que tendría en la dinámica
global de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios del modelo
económico que los bloqueos y alteraciones en la continuidad del flujo de
capital tendrían devaluaciones como resultado, y que si se extendían y
ahondaban las devaluaciones, eso significaría el arranque de la crisis. También
era bien consciente de que China es la segunda mayor economía del mundo y que
había rescatado de manera eficaz al capitalismo global en el periodo de las
secuelas de 2007–8, de manera que cualquier golpe a la economía china estaba
destinado a tener consecuencias graves para una economía global que ya se
encontraba, en cualquier caso, en una situación arriesgada. El modelo existente
de acumulación de capital ya estaba, me parecía a mí, en dificultades. Se
estaban sucediendo movimientos de protesta en casi todas partes (de Santiago a
Beirut), muchos de los cuales se centraban en el hecho de que el modelo
económico dominante no estaba funcionando bien para la mayoría de la población.
El modelo neoliberal descansa de manera creciente en capital ficticio y en una
ingente expansion de la oferta de dinero y creación de deuda.Se está
enfrentando ya al problema de una insuficiente demanda efectiva para realizar
los valores que el capital es capaz de producir. De modo que ¿cómo podría el
modelo económico dominante, con su decaída legitimidad y delicada salud,
absorber y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse
en una pandemia? La respuesta dependía onerosamente de cuánto pudiera durar y
propagarse la alteración, pues, como señalaba Marx, la devaluación no se
produce porque no se puedan vender las mercancías sino porque no se pueden
vender a tiempo.
Durante mucho tiempo había
rechazado yo la idea de “naturaleza” como algo exterior y separado de la
cultura, la economía y la vida diaria. Adopto una visión más dialéctica y
relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las
condiciones medioambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un
contexto de consecuencias involuntarias (como el cambio climático) y con el trasfondo
de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que andan perpetuamente
reconfigurando las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no hay
nada que sea un desastre verdaderamente natural. Los virus van mutando todo el
tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las que una mutación se
convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas.
Hay dos aspectos relevantes en
ello. En primer lugar, las condiciones ambientales incrementan la probabilidad
de vigorosas mutaciones. Resulta plausible esperar, por ejemplo, que los
sistejas de abastecimiento de alimentos intensivos o azarosos en el zonas
subtropicales húmedas puede contribuir a esto. Existen esos sistemas en muchos
lugares, incluida China, al sur del Yangtse y en el Sudeste asiático. En
segundo lugar, varían enormemente las condiciones que favorecen la rápida
transmisión mediante los cuerpos receptores. Parecería que las poblaciones
humanas de elevada densidad son un blanco receptor fácil. Es bien sabido que
las epidemias de sarampión, por ejemplo, solo florecen en grandes centros de
población urbana, pero se desvanecen rápidamente en regiones escasamente
pobladas. El modo en que los seres humanos interactúan unos con otros, se
mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta al modo en que se
transmiten las enfermedades. En épocas recientes, el SRAS, la gripe aviar y
porcina parecen haber salido de China o del Sudeste asiático. China ha sufrido
también enormemente a causa de la peste porcina, lo quer ha conllevado el
sacrificio de cerdos en masa y el aumento de los precios de la carne porcina.
No digo todo esto para acusar a China. Hay muchos lugares más en los que son
elevados los riesgos medioambientales de mutación y propagación. Puede que la
“gripe española” de 1918 proviniera de Kansas y puede que África incubara el
HIV/AIDS ,y desde luego inició el virus del Nilo Occidental y el Ébola,
mientras que el dengue parece florecer en Améroca Latina. Pero las
repercusiones económicas y demográficas de la difusión del virus dependen de
grietas y vulnerabilidades en el modelo económico hegemónico.
No me sorprendió excesivamente
que el COVID-19 se descubriera inicialmente en Wuhan (aunque no se sabe si se
originó allí). Era evidente que los efectos locales serían substanciales y que,
considerando que se trataba de un centro de producción de importancia, habría
repercusiones económicas globales (aunque no tenia ni idea de la magnitud). La
gran pregunta era cómo podrían producirse el contagio y la propagación, y
cuánto duraría (hasta que se encontrara una vacuna). La experiencia previa
había mostrado que uno de los inconveniente de una globalización creciente
estriba en lo imposible que resulta detener la rápida difusión internacional se
nuevas enfermedades. Vivimos en un mundo enormemente conectado en el que casi
todo el mundo viaja. Las redes humanas de potencial difusión son inmensas y
está abiertas. El peligro (económico y demográfico) sería que la alteración
durase un año o más.
Aunque se produjo una caída
inmediata en los mercados busátiles cuando se concieron las primeras noticias,
esto se vio seguido de un mes o más en que los mercados alcanzaron nuevas
alzas. Las noticias parecían indicar que todo seguía como de costumbre, salvo
en China. Parecía creerse que íbamos a experimentar una repetición del SRAS, el
cual terminó por contenerse con bastante rapidez y por tener una repercussion
global bastante reducida, aunque tuviera una elevada tasa de mortandad y creara
un pánico innecesario (visto a toro pasado) en los mercados financieros. Cuando
apareció el COVID-19, la reacción dominante consistió en presentarlo como una
reedición del SRAS, volviendo superfluo el pánico. El hecho de que la epidemia
arrasara China, que se movilizó rápida y despiadamente para contener sus repercusiones
llevó asimismo al resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo
que sucedía “por allá” y, por tanto, lejos de la vista y del pensamiento,
acompañado de algunas inquietantes señales de xenofobia antichina. El clavo que
con el virus pinchaba la historia, por lo demás triunfante, del crecimiento de
China se recibió hasta con regocijo en ciertos círculos de la administración de
Trump.
Sin embargo, comenzaron a
circular historias de interrupciones de las cadenas de producción global que
pasaban por Wuhan. En buena medida se ignoraron o se trataron como problema de
determinadas líneas de producto o de empresas (como Apple). Las devaluaciones
fueron locales y particulares y no sistémicas. Se minimizaron también las
señales de caída de la demanda del consumo, aunque esas grandes empresas, como
McDonald’s y Starbucks, que tenían grandes operaciones en el mercado interior
chino, tuvieran que cerrar sus puertas durante un tiempo. El solapamiento del
Año Nuevo chino con el brote del virus enmascaró su impacto a lo largo de
enero. La autocomplacencia de esta respuesta estuvo gravemente fuera de lugar.
Las noticias iniciales de la
propagación internacional del virus fueron ocasionales y episódicas con un
brote grave en Corea del Sur y unos cuantos focos más como Irán. Fue el brote
italiano el que desató la primera reacción violenta. El derrumbe del mercado
bursátil, que empezó a mediados de febrero, fue oscilando en cierto modo, pero
para mediados de marzo había llevado a una devaluación neta de casi el 30% en
los mercados bursátiles de todo el mundo.
El recrudecimiento exponencial de
los contagios provocó una panoplia de respuestas a menudo incoherentes y con
frecuencia llenas de pánico. El presidente Trump llevó a cabo una
representación del intento de detener el mar frente a una marea potencial en
aumento de enfermedades y muertes. Algunas de las respuestas han sido
verdaderamente extrañas. Hacer que la Reserva Federal rebaje los tipos de
interés a la vista de un virus parecía raro, aun cuando se reconociera que la
medida estaba destinada a aliviar las repercusiomes en los mercados, más que a
detener el avance del virus.
En casi todas partes a las
autoridades públicas y los sistemas de atención sanitaria los sorprendieron
escasos de personal. Cuarenta años de neoliberalismo a lo largo de América del
Norte y del Sur, y de Europa, habían dejado a la opinion pública totalmente al
descubierto y mal preparada para enfrentarse a una crisis sanitaria de este
género, aunque los anteriores sustos del SRAS y el Ebola proporcionaron
bastantes advertencias, además de lecciones convincentes respecto a lo que
habría que hacer. En muchas partes del supuesto mundo “civilizado”, los
gobiernos locales y regionales, que invariablemente forman la primera línea de
defensa de la salud pública y las emergencias sanitarias de este género, se
habían visto privados de financiación gracias a una política de austeridad
destinada a financiar recortes de impuestos y subsidios a las grandes empresas
y a los ricos.
Las grandes farmacéuticas [Big Pharma] corporativistas tienen poco o
ningún interés en investigaciones sin ánimo de licro en enfermedades
infecciosas (como es el caso de todos los coronavirus que llevan siendo bien
conocidos desde los años 60). Las grandes farmacéuticas rara vez invierten en
prevención. Tienen poco interes en invertir a fin de estar preparados para una
crisis de salud pública. Le encanta proyectar curas. Cuanto más enfermos
estemos, más dinero ganan. La prevención no contribuye al valor para los
accionistas. El modelo de negocio aplicado a la provisión de salud pública
eliminaba el superávit que se ocupaba de las capacidades que harían falta en
una energencia. La prevención ni siquiera era un área de trabajo lo bastante
tentadora para justificar formas de asociación público-privado. El presidente
Trump había recortado el presupuesto del Centro de Control de Enfermedades
[Center for Disease Control – CDC] y disuelto el grupo de trabajo sobre
pandemias del Consejo de Seguridad Nacional [National Security Council] con el
mismo ánimo, mientras recortaba la financiación de toda la investigación,
incluida la del cambio climático. Si quisiera ponerme antropomórfico y
metafórico en esto, yo concluiría que el COVID-19 constituye una venganza de la
naturaleza por más de cuarenta años de grosero y abusivo maltrato a manos de un
violento y desregulado extractivismo neoliberal. .
Acaso sea sintomático que los
países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singapur, han pasado
por la pandemia hasta ahora en mejor situación que Italia, aunque Irán
desmienta este argumento como principio universal. Si bien ha habido muchos
pruebas de que China gestionó el SRAS bastante mal, en esta occasion el
president Xi se movió con rápidez para ordenar transparencia tanto en la
información como en la realización de pruebas, tal como hizo Corea del Sur. Con
todo, se perdió en China algo de tiempo valioso (solo unos cuantos días pueden
marcar la diferencia). Lo que resultó, sin embargo, notable en China, fue el
confinamiento de la epidemia a la provincia de Hubei, en cuyo centro se
encuentra Wuhan. La epidemia no se desplazó a Beiying o al oeste, ni siquiera
más al sur. Las medidas tomadas para confiner geográficamente el virus fueron
draconianas. Serían casi imposibles de reproducir en cualquier otro lugar por
razones políticas, económicas y culturales. Las informaciones procedentes de
China sugieren que los tratamientos y las medidas fueron todo menos delicadas.
Por ende, China y Singapur desplegaron su poder de vigilancia personal hasta
niveles que eran invasivos y autoritarios. Pero parecen haber sido
extremadamente eficaces en total, aunque si las medidas para contrarrestarlo se
hubieran puesto en práctica unos pocos días antes, los modelos sugieren que se
podrían haber evitado muchas muertes. Se trata de una información importante:
en cualquier proceso de crecimiento exponencial existe un punto de inflexion
más allá del cual la masa en ascenso queda totalmente fuera de control (nótese
aquí, una vez más, la significación de la masa en relación al ritmo). El hecho
de que Trump perdiera el tiempo durante tantas semanas puede todavía
demostrarse costoso en vidas humanas.
Los efectos económicos se
disparan ahora sin control, tanto dentro de China como más allá. Las
alteraciones que operan en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos
sectores resultaron más sistémicas y substativas de lo que se pensó en un
principio. El efecto a largo plazo puede consistir en abreviar o diversificar
las cadenas de suministro mientras nos movemos hacia formas de producción mens
intensivas en trabajo (con enormes implicaciones para el empleo) y una mayor
dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial. La
alteración de las cadenas de producción entraña prescindir o despedir
trabajadores, lo que hace decrecer la demanda final, mientras la demanda de
materias primas hace disminuir el consumo productivo. Estos impactos por el
lado de la demanda han producido como mínimo una suave recesión.
Pero las mayores vulnerabilidades
eestaban en otra parte. Los modos de consumismo que explotaron después de
2007–8 se han estrellado con demoledores consecuencias. Estos modos se basaban
en reducir el tiempo de facturación del consumo hasta acercarlo lo más posible
a cero. El diluvio de inversiones en esas formas de consumismo guarda absoluta
relación con la absorción máxima de volúmenes exponencialmente crecientes de
capital en forma de consumismo que tuvieran el tiempo más breve possible de
facturación. El turismo internacional ha sido emblemático. Las visitas
internacionales se han incrementado de 800 a 1.400 millones entre 2010 y 2018.
Esta forma de consumismo instántaneo requería masivas inversiones de
infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques
temáticos y actos culturales, etc. Este lugar de acumulación capitalista está
hoy encallado: las líneas aéreas están cerca de la bancarrota, los hoteles
están vacíos, y es inminente el desempleo masivo en los sectores de
alojamiento. No es buena idea comer fuera y han cerrado en muchos lugares
restaurantes y bares. Hasta la comida para llevar parece entrañar riesgos. Al
vasto ejército de trabajadores de la economía “de pequeños encargos” [“gig
economy”] o de otras formas de trabajo precario lo están poniendo en la calle
sin medios visibles de sustento. Se cancelan actos tales como festivales
culturales, campeonatos de fútbol y baloncesto, conciertos, congresos de negocios
y profesionales, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Se han
clausurado esas formas de consumismo de “actividades”. Los ingresos de los
gobiernos locales se han ido por el agujero. Y están cerrando universidades y
colegios.
Buena parte del modelo innovador
de consumismo capitalista resulta inservible en las actuales condiciones. Ha
quedado mellado el impulso hacia lo que André Gorz describe como “consumismo
compensatorio” (en el que se supone que los trabajadores alienados recobran su ánimo
gracias a un paquete de vacaciones en una playa tropical).
Pero las economías capitalistas
están movidas por el consumismo en un 70 o incluso un 80 %. La confianza y el
sentir de los consumidores se han convertido en los últimos cuarenta años en la
clave para la movilización de la demanda efectiva y el capital se ha visto cada
vez más impulsado por la demanda y las necesidades del consumidor. Esta fuente
de energía económica no se ha visto sometida a desenfrenadas fluctuaciones (con
unas pocas excepciones, como la erupción del volcán islandés que que bloqueó
los vuelos transatlánticos durante un par de semanas). Pero el COVID-19 no está
respaldando una desenfrenada fluctuación sino un todopoderoso derrumbe en el
corazón de la forma de consumismo que donina en los países más opulentos. La
forma en espiral de infinita acumulación de capital está desmoronándose hacia
dentro de una parte del mundo a cualquier otra. La única cosa que puede
salvarlo es un consumismo masivo financiado e inducido por los gobiernos
conjurado de la nada. Esto exigirá la socialización del conjunto de la economía
de los Estados Unidos, por ejemplo, pero sin llamarlo socialismo.
Líneas del frente
Hay un mito conveniente según el
cual las enfermedades contagiosas no reconocen clases ni otras barreras o
límites sociales. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En
las epidemias de cólera del siglo XIX, que transcendieran las barreras de clase
fue lo bastante dramatico como para generar el nacimiento de un movimiento de
salud e higiene públicas (que se profesionalizó) que ha perdurado hasta hoy.
Que este movimiento estuviera destinado a a prpteger a todo el mundo o solo a
las clases altas no siempre estuvo claro. Pero hoy los efectos y repercusiones
diferenciales sociales y de clase cuentan otra historia. Las repercusiones
económicas y sociales se filtran a través de las discriminaciones “de
costumbre” que en todas pates quedan en evidencia. Para empezar, la fuerza de
trabajo que se espera se ocupe de cuidar a la creciente cifra de enfermos
resulta de modo característico enormente definida en términos de género, raza y
etnia en la mayoría del mundo. Es reflejo de la fuerza laboral de clase que se
encuentra, por ejemplo, en aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta “nueva clase trabajadora”
está en primera fila y lleva la peor parte tanto de ser la fuerza laboral que
soporta mayor riesgo del virus en su trabajo o de ser despedida sin recursos, debido al repliegue
económico impuesto por el virus. Está, por ejemplo, la cuestión de quién puede
trabajar en casa y quién no. Con ello se agudiza la division lo mismo que la
cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin
salario) en caso de contacto o contagio. Exactamente del mismo modo en que
aprendí a denominar los terremotos de Nicaragua (1973) y Ciudad de Mexico
(1995) “temblores de clase”, el avance del COVID-19 exhibe todas las
características de una pandemia de clase, género y raza. Si bien los esfuerzos
de mitigación se encubren con la retórica de que “estamos todos juntos en
esto”, la práctica, sobre todo de los gobiernos nacionales, sugiere
motivaciones más siniestras. La clase trabajadora contemporánea en los Estados
Unidos (que comprende de modo predoimante a afroamericanos, hispanos y mujeres
con salario), se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en nombre de
los cuidados y mantener los puntos claves de abastecimiento (como tiendas de
comestibles) abiertos o el desempleo sin prestaciones (como una adecuada
atención sanitaria). El personal asalariado (como yo mismo) trabaja desde casa
y recibe su nómina igual que antes, mientras los altos ejecutivos vuelan por
ahí en aviones y helicópteros privados.
La fuerza laboral ha sido
socializada en casi cualquier parte del mundo desde hace mucho para que se
comporte como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí
mismos, o a Dios, si algo va mal, pero no atreverse nunca a sugerir que el
capitalismo pudiera ser el problema). Pero hasta los buenos sujetos
neoliberales pueden ver que hay algo erróneo en la forma en la que se ha
respondido a esta pandemia.
La gran pregunta es: ¿cuánto
durará esto? Podría durar más de un año, y cuanto más dure, mayor será la
devaluación, incluida la de la fuerza de trabajo. Los niveles de desempleo se
elevarán, casi con seguridad, a niveles comparables a los de los años 30, en
ausencia de intervenciones masivas del Estado que tendrán que ir contra la
tendencia liberal. Son multiples las ramificaciones inmediatas de la economía,
así como de la diaria vida social. Pero no todas son malas. En la medida en que
el consumismo contemporáneo se estaba volviendo excesivo, estaba bordeando lo
que describía Marx como “sobreconsumo y consumo demencial, lo que significa a
su vez, [bordear] lo monstruoso y lo estrambótico, la ruina” de todo el
sistema. Lo temerario de este sobreconsumo ha desempeñado un papel de primera
importancia en la degradación ambiental. La cancelación de vuelos de líneas
aéreas y las radicales restricciones al transporte y el movimiento han tenido
consecuencias positivas en relación a las emisiones de gases de invernadero. La
calidad del aire ha mejorado mucho en Wuhan, igual que lo ha hecho en muchas
ciudades norteamericanas. Los lugares de ecoturismo tendrán tiempo de
recobrarse de tantas pisadas. Los cisnes han vuelto a los canales de Venecia.
En la medida en que se frene ese gusto por esos excesos consumistas temerarios
e insensatos, podría haber algunos beneficios a largo plazo. Tener menos
muertes en el monte Everest podría ser una buena cosa. Y aunque nadie lo está
diciendo en voz alta, el sesgo demográfico del virus puede acabar afectando a
pirámides de edad con efectos a largo plazo sobre las cargas de la Seguridad
Social y al futuro del “sector de los cuidados”. Se ralentizará la vida diaria
y eso será, para algunos, una bendición. Las reglas de distanciamiento social
sugeridas podrían llevar, si la emergencia continúa el tiempo suficiente, a
cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se
beneficiará será lo que yo llamo la economía de “Netflix”, que da servicio, de
todos modos, a los “espectadores de atracón”.
En el frente económico, las
respuestas se han visto condicionadas por la forma de éxodo del derrumbe de
2007–8. Esto entrañaba una política monetaria de extraordinaria soltura
emparejada con el rescate de los bancos, complementada con un aumento
espectacular en el consumo productivo por una expansión masiva de inversion
infrastructural en China. Esto ultimo no se puede repetir en la escala
requerida. El paquete de rescate establecido en 2008 se centró en los bancos,
pero también implicó la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez
resulta significativo que frente al descontento de los trabajadores y una demanda
de mercado que se hunde, las tres grandes compañías automovilísticas de Detroit
están cerrando, al menos temporalmente.
Si China no puede repetir su
papel de 2007–8, entonces la carga de salir de la actual crisis económica se
desplaza ahora a los Estados Unidos, y aquí se encuentra la ironía última: las
únicas medidas políticas que van a funcionar, tanto económica como
políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera
proponer Bernie Sanders, y esos programas de rescate tendrán que inciarse bajo
la égida de Donald Trump, presumiblemente bajo la mascara del Hacer Grande De
Nuevo a Norteamérica.
Todos esos republicanos que se
opusieron tan visceralmente al rescate de 2008 tendran que tragarse sus
palabras o desafiar a Donald Trump. Este ultimo, si es sabio, cancelará
las elecciones sobre la base de una emergencia y declarará el principio de una
presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de la “revuelta y la
revolución”.
es profesor de Antropología y Geografía en el Graduate Center de la City
University of New York (CUNY), director del Center for Place, Culture and
Politics, y autor de numerosos libros, el más reciente de los cuales es
Seventeen Contradictions and the End of Capitalism (Profile Press, Londres, y
Oxford University Press, Nueva York, 2014).