8 de abril de 2020

POLÍTICA ANTICAPITALISTA EN TIEMPOS DE COVID-19


22/03/2020
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Cuando trato de interpretar, comprender y analizar el diario flujo de noticias, tiendo a ubicar lo que está pasando con el trasfondo de dos modelos de cómo funciona el capitalismo que son distintivos pero se entrecruzan. El primer plano estriba en la cartografía de las contradicciones internas de la circulación y acumulación del capital como flujos del valor del dinero en busca de beneficio a través de los diferentes “momentos” (como los denomina Marx) de la producción, realización (consumo), distribución y reinversion. Se trata de un modelo de la economía capitalista como una espiral de infinita expansión y crecimiento. Se vuelve bastante complicado a medida que se va elaborando a través, por ejemplo,de las lentes de rivalidades geopolíticas, desiguales desarrollos geográficos, instituciones financieras, políticas de Estado y reconfiguraciones tecnológicas, y de la madeja siempre cambiante de las divisiones del trabajo y de las relaciones sociales.
Concibo este modelo, no obstante, como algo encastrado en un contexto más amplio de reproducción social (en hogares y comunidades), en una relación metabólica en curso y siempre en evolución con la naturaleza (incluida la “seguda naturaleza” de la urbanización y el medio construido) y toda suerte de formaciones culturales, científicas (basadas en el conocimiento), religiosas y sociales contingents que crean las poblaciones humanas de manera característica a lo largo del espacio y el tiempo. Estos “momentos” incorporan la expresión activa de aspiraciones, necesidades y deseos, el ansia de conocimiento y sentido y la busqueda en evolución de satisfacción contra un trasfomdo de cambiantes disposiciones institucionales, contestaciones políticas, enfrentamientos ideológicos, pérdidas, muertes, derrotas, frustraciones y alienaciones, todo resuelto en un mundo de una marcada diversidad geográfica, cultural, social y política. Este segundo modelo constituye, como si dijéramos, mi comprensión operativa del capitalismo global como mformación social distintiva, mientras que la priera se refiere a las contradicciones dentro del motor económico que mueve a esta formación social por ciertas sendas de su evolución histórica y geografica.
En espiral
Cuando el 26 de enero de 2020 leí por vez primera acerca de un coronavirus que estaba ganando terreno en China, pensé inmediatamente en las repercusiones que tendría en la dinámica global de la acumulación de capital. Sabía por mis estudios del modelo económico que los bloqueos y alteraciones en la continuidad del flujo de capital tendrían devaluaciones como resultado, y que si se extendían y ahondaban las devaluaciones, eso significaría el arranque de la crisis. También era bien consciente de que China es la segunda mayor economía del mundo y que había rescatado de manera eficaz al capitalismo global en el periodo de las secuelas de 2007–8, de manera que cualquier golpe a la economía china estaba destinado a tener consecuencias graves para una economía global que ya se encontraba, en cualquier caso, en una situación arriesgada. El modelo existente de acumulación de capital ya estaba, me parecía a mí, en dificultades. Se estaban sucediendo movimientos de protesta en casi todas partes (de Santiago a Beirut), muchos de los cuales se centraban en el hecho de que el modelo económico dominante no estaba funcionando bien para la mayoría de la población. El modelo neoliberal descansa de manera creciente en capital ficticio y en una ingente expansion de la oferta de dinero y creación de deuda.Se está enfrentando ya al problema de una insuficiente demanda efectiva para realizar los valores que el capital es capaz de producir. De modo que ¿cómo podría el modelo económico dominante, con su decaída legitimidad y delicada salud, absorber y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia? La respuesta dependía onerosamente de cuánto pudiera durar y propagarse la alteración, pues, como señalaba Marx, la devaluación no se produce porque no se puedan vender las mercancías sino porque no se pueden vender a tiempo.
Durante mucho tiempo había rechazado yo la idea de “naturaleza” como algo exterior y separado de la cultura, la economía y la vida diaria. Adopto una visión más dialéctica y relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones medioambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un contexto de consecuencias involuntarias (como el cambio climático) y con el trasfondo de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que andan perpetuamente reconfigurando las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no hay nada que sea un desastre verdaderamente natural. Los virus van mutando todo el tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas.
Hay dos aspectos relevantes en ello. En primer lugar, las condiciones ambientales incrementan la probabilidad de vigorosas mutaciones. Resulta plausible esperar, por ejemplo, que los sistejas de abastecimiento de alimentos intensivos o azarosos en el zonas subtropicales húmedas puede contribuir a esto. Existen esos sistemas en muchos lugares, incluida China, al sur del Yangtse y en el Sudeste asiático. En segundo lugar, varían enormemente las condiciones que favorecen la rápida transmisión mediante los cuerpos receptores. Parecería que las poblaciones humanas de elevada densidad son un blanco receptor fácil. Es bien sabido que las epidemias de sarampión, por ejemplo, solo florecen en grandes centros de población urbana, pero se desvanecen rápidamente en regiones escasamente pobladas. El modo en que los seres humanos interactúan unos con otros, se mueven, se disciplinan u olvidan lavarse las manos afecta al modo en que se transmiten las enfermedades. En épocas recientes, el SRAS, la gripe aviar y porcina parecen haber salido de China o del Sudeste asiático. China ha sufrido también enormemente a causa de la peste porcina, lo quer ha conllevado el sacrificio de cerdos en masa y el aumento de los precios de la carne porcina. No digo todo esto para acusar a China. Hay muchos lugares más en los que son elevados los riesgos medioambientales de mutación y propagación. Puede que la “gripe española” de 1918 proviniera de Kansas y puede que África incubara el HIV/AIDS ,y desde luego inició el virus del Nilo Occidental y el Ébola, mientras que el dengue parece florecer en Améroca Latina. Pero las repercusiones económicas y demográficas de la difusión del virus dependen de grietas y vulnerabilidades en el modelo económico hegemónico.
No me sorprendió excesivamente que el COVID-19 se descubriera inicialmente en Wuhan (aunque no se sabe si se originó allí). Era evidente que los efectos locales serían substanciales y que, considerando que se trataba de un centro de producción de importancia, habría repercusiones económicas globales (aunque no tenia ni idea de la magnitud). La gran pregunta era cómo podrían producirse el contagio y la propagación, y cuánto duraría (hasta que se encontrara una vacuna). La experiencia previa había mostrado que uno de los inconveniente de una globalización creciente estriba en lo imposible que resulta detener la rápida difusión internacional se nuevas enfermedades. Vivimos en un mundo enormemente conectado en el que casi todo el mundo viaja. Las redes humanas de potencial difusión son inmensas y está abiertas. El peligro (económico y demográfico) sería que la alteración durase un año o más.
Aunque se produjo una caída inmediata en los mercados busátiles cuando se concieron las primeras noticias, esto se vio seguido de un mes o más en que los mercados alcanzaron nuevas alzas. Las noticias parecían indicar que todo seguía como de costumbre, salvo en China. Parecía creerse que íbamos a experimentar una repetición del SRAS, el cual terminó por contenerse con bastante rapidez y por tener una repercussion global bastante reducida, aunque tuviera una elevada tasa de mortandad y creara un pánico innecesario (visto a toro pasado) en los mercados financieros. Cuando apareció el COVID-19, la reacción dominante consistió en presentarlo como una reedición del SRAS, volviendo superfluo el pánico. El hecho de que la epidemia arrasara China, que se movilizó rápida y despiadamente para contener sus repercusiones llevó asimismo al resto del mundo a tratar erróneamente el problema como algo que sucedía “por allá” y, por tanto, lejos de la vista y del pensamiento, acompañado de algunas inquietantes señales de xenofobia antichina. El clavo que con el virus pinchaba la historia, por lo demás triunfante, del crecimiento de China se recibió hasta con regocijo en ciertos círculos de la administración de Trump.
Sin embargo, comenzaron a circular historias de interrupciones de las cadenas de producción global que pasaban por Wuhan. En buena medida se ignoraron o se trataron como problema de determinadas líneas de producto o de empresas (como Apple). Las devaluaciones fueron locales y particulares y no sistémicas. Se minimizaron también las señales de caída de la demanda del consumo, aunque esas grandes empresas, como McDonald’s y Starbucks, que tenían grandes operaciones en el mercado interior chino, tuvieran que cerrar sus puertas durante un tiempo. El solapamiento del Año Nuevo chino con el brote del virus enmascaró su impacto a lo largo de enero. La autocomplacencia de esta respuesta estuvo gravemente fuera de lugar.
Las noticias iniciales de la propagación internacional del virus fueron ocasionales y episódicas con un brote grave en Corea del Sur y unos cuantos focos más como Irán. Fue el brote italiano el que desató la primera reacción violenta. El derrumbe del mercado bursátil, que empezó a mediados de febrero, fue oscilando en cierto modo, pero para mediados de marzo había llevado a una devaluación neta de casi el 30% en los mercados bursátiles de todo el mundo.
El recrudecimiento exponencial de los contagios provocó una panoplia de respuestas a menudo incoherentes y con frecuencia llenas de pánico. El presidente Trump llevó a cabo una representación del intento de detener el mar frente a una marea potencial en aumento de enfermedades y muertes. Algunas de las respuestas han sido verdaderamente extrañas. Hacer que la Reserva Federal rebaje los tipos de interés a la vista de un virus parecía raro, aun cuando se reconociera que la medida estaba destinada a aliviar las repercusiomes en los mercados, más que a detener el avance del virus.
En casi todas partes a las autoridades públicas y los sistemas de atención sanitaria los sorprendieron escasos de personal. Cuarenta años de neoliberalismo a lo largo de América del Norte y del Sur, y de Europa, habían dejado a la opinion pública totalmente al descubierto y mal preparada para enfrentarse a una crisis sanitaria de este género, aunque los anteriores sustos del SRAS y el Ebola proporcionaron bastantes advertencias, además de lecciones convincentes respecto a lo que habría que hacer. En muchas partes del supuesto mundo “civilizado”, los gobiernos locales y regionales, que invariablemente forman la primera línea de defensa de la salud pública y las emergencias sanitarias de este género, se habían visto privados de financiación gracias a una política de austeridad destinada a financiar recortes de impuestos y subsidios a las grandes empresas y a los ricos.
Las grandes farmacéuticas [Big Pharma] corporativistas tienen poco o ningún interés en investigaciones sin ánimo de licro en enfermedades infecciosas (como es el caso de todos los coronavirus que llevan siendo bien conocidos desde los años 60). Las grandes farmacéuticas rara vez invierten en prevención. Tienen poco interes en invertir a fin de estar preparados para una crisis de salud pública. Le encanta proyectar curas. Cuanto más enfermos estemos, más dinero ganan. La prevención no contribuye al valor para los accionistas. El modelo de negocio aplicado a la provisión de salud pública eliminaba el superávit que se ocupaba de las capacidades que harían falta en una energencia. La prevención ni siquiera era un área de trabajo lo bastante tentadora para justificar formas de asociación público-privado. El presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro de Control de Enfermedades [Center for Disease Control – CDC] y disuelto el grupo de trabajo sobre pandemias del Consejo de Seguridad Nacional [National Security Council] con el mismo ánimo, mientras recortaba la financiación de toda la investigación, incluida la del cambio climático. Si quisiera ponerme antropomórfico y metafórico en esto, yo concluiría que el COVID-19 constituye una venganza de la naturaleza por más de cuarenta años de grosero y abusivo maltrato a manos de un violento y desregulado extractivismo neoliberal. . 
Acaso sea sintomático que los países menos neoliberales, China y Corea del Sur, Taiwán y Singapur, han pasado por la pandemia hasta ahora en mejor situación que Italia, aunque Irán desmienta este argumento como principio universal. Si bien ha habido muchos pruebas de que China gestionó el SRAS bastante mal, en esta occasion el president Xi se movió con rápidez para ordenar transparencia tanto en la información como en la realización de pruebas, tal como hizo Corea del Sur. Con todo, se perdió en China algo de tiempo valioso (solo unos cuantos días pueden marcar la diferencia). Lo que resultó, sin embargo, notable en China, fue el confinamiento de la epidemia a la provincia de Hubei, en cuyo centro se encuentra Wuhan. La epidemia no se desplazó a Beiying o al oeste, ni siquiera más al sur. Las medidas tomadas para confiner geográficamente el virus fueron draconianas. Serían casi imposibles de reproducir en cualquier otro lugar por razones políticas, económicas y culturales. Las informaciones procedentes de China sugieren que los tratamientos y las medidas fueron todo menos delicadas. Por ende, China y Singapur desplegaron su poder de vigilancia personal hasta niveles que eran invasivos y autoritarios. Pero parecen haber sido extremadamente eficaces en total, aunque si las medidas para contrarrestarlo se hubieran puesto en práctica unos pocos días antes, los modelos sugieren que se podrían haber evitado muchas muertes. Se trata de una información importante: en cualquier proceso de crecimiento exponencial existe un punto de inflexion más allá del cual la masa en ascenso queda totalmente fuera de control (nótese aquí, una vez más, la significación de la masa en relación al ritmo). El hecho de que Trump perdiera el tiempo durante tantas semanas puede todavía demostrarse costoso en vidas humanas.
Los efectos económicos se disparan ahora sin control, tanto dentro de China como más allá. Las alteraciones que operan en las cadenas de valor de las empresas y en ciertos sectores resultaron más sistémicas y substativas de lo que se pensó en un principio. El efecto a largo plazo puede consistir en abreviar o diversificar las cadenas de suministro mientras nos movemos hacia formas de producción mens intensivas en trabajo (con enormes implicaciones para el empleo) y una mayor dependencia de los sistemas de producción con inteligencia artificial. La alteración de las cadenas de producción entraña prescindir o despedir trabajadores, lo que hace decrecer la demanda final, mientras la demanda de materias primas hace disminuir el consumo productivo. Estos impactos por el lado de la demanda han producido como mínimo una suave recesión.
Pero las mayores vulnerabilidades eestaban en otra parte. Los modos de consumismo que explotaron después de 2007–8 se han estrellado con demoledores consecuencias. Estos modos se basaban en reducir el tiempo de facturación del consumo hasta acercarlo lo más posible a cero. El diluvio de inversiones en esas formas de consumismo guarda absoluta relación con la absorción máxima de volúmenes exponencialmente crecientes de capital en forma de consumismo que tuvieran el tiempo más breve possible de facturación. El turismo internacional ha sido emblemático. Las visitas internacionales se han incrementado de 800 a 1.400 millones entre 2010 y 2018. Esta forma de consumismo instántaneo requería masivas inversiones de infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y actos culturales, etc. Este lugar de acumulación capitalista está hoy encallado: las líneas aéreas están cerca de la bancarrota, los hoteles están vacíos, y es inminente el desempleo masivo en los sectores de alojamiento. No es buena idea comer fuera y han cerrado en muchos lugares restaurantes y bares. Hasta la comida para llevar parece entrañar riesgos. Al vasto ejército de trabajadores de la economía “de pequeños encargos” [“gig economy”] o de otras formas de trabajo precario lo están poniendo en la calle sin medios visibles de sustento. Se cancelan actos tales como festivales culturales, campeonatos de fútbol y baloncesto, conciertos, congresos de negocios y profesionales, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Se han clausurado esas formas de consumismo de “actividades”. Los ingresos de los gobiernos locales se han ido por el agujero. Y están cerrando universidades y colegios.
Buena parte del modelo innovador de consumismo capitalista resulta inservible en las actuales condiciones. Ha quedado mellado el impulso hacia lo que André Gorz describe como “consumismo compensatorio” (en el que se supone que los trabajadores alienados recobran su ánimo gracias a un paquete de vacaciones en una playa tropical).
Pero las economías capitalistas están movidas por el consumismo en un 70 o incluso un 80 %. La confianza y el sentir de los consumidores se han convertido en los últimos cuarenta años en la clave para la movilización de la demanda efectiva y el capital se ha visto cada vez más impulsado por la demanda y las necesidades del consumidor. Esta fuente de energía económica no se ha visto sometida a desenfrenadas fluctuaciones (con unas pocas excepciones, como la erupción del volcán islandés que que bloqueó los vuelos transatlánticos durante un par de semanas). Pero el COVID-19 no está respaldando una desenfrenada fluctuación sino un todopoderoso derrumbe en el corazón de la forma de consumismo que donina en los países más opulentos. La forma en espiral de infinita acumulación de capital está desmoronándose hacia dentro de una parte del mundo a cualquier otra. La única cosa que puede salvarlo es un consumismo masivo financiado e inducido por los gobiernos conjurado de la nada. Esto exigirá la socialización del conjunto de la economía de los Estados Unidos, por ejemplo, pero sin llamarlo socialismo.
Líneas del frente
Hay un mito conveniente según el cual las enfermedades contagiosas no reconocen clases ni otras barreras o límites sociales. Como muchos de esos dichos, hay una cierta verdad en esto. En las epidemias de cólera del siglo XIX, que transcendieran las barreras de clase fue lo bastante dramatico como para generar el nacimiento de un movimiento de salud e higiene públicas (que se profesionalizó) que ha perdurado hasta hoy. Que este movimiento estuviera destinado a a prpteger a todo el mundo o solo a las clases altas no siempre estuvo claro. Pero hoy los efectos y repercusiones diferenciales sociales y de clase cuentan otra historia. Las repercusiones económicas y sociales se filtran a través de las discriminaciones “de costumbre” que en todas pates quedan en evidencia. Para empezar, la fuerza de trabajo que se espera se ocupe de cuidar a la creciente cifra de enfermos resulta de modo característico enormente definida en términos de género, raza y etnia en la mayoría del mundo. Es reflejo de la fuerza laboral de clase que se encuentra, por ejemplo, en aeropuertos y otros sectores logísticos.
Esta “nueva clase trabajadora” está en primera fila y lleva la peor parte tanto de ser la fuerza laboral que soporta mayor riesgo del virus en su trabajo o de ser despedida sin recursos, debido al repliegue económico impuesto por el virus. Está, por ejemplo, la cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no. Con ello se agudiza la division lo mismo que la cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena (con o sin salario) en caso de contacto o contagio. Exactamente del mismo modo en que aprendí a denominar los terremotos de Nicaragua (1973) y Ciudad de Mexico (1995) “temblores de clase”, el avance del COVID-19 exhibe todas las características de una pandemia de clase, género y raza. Si bien los esfuerzos de mitigación se encubren con la retórica de que “estamos todos juntos en esto”, la práctica, sobre todo de los gobiernos nacionales, sugiere motivaciones más siniestras. La clase trabajadora contemporánea en los Estados Unidos (que comprende de modo predoimante a afroamericanos, hispanos y mujeres con salario), se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en nombre de los cuidados y mantener los puntos claves de abastecimiento (como tiendas de comestibles) abiertos o el desempleo sin prestaciones (como una adecuada atención sanitaria). El personal asalariado (como yo mismo) trabaja desde casa y recibe su nómina igual que antes, mientras los altos ejecutivos vuelan por ahí en aviones y helicópteros privados.
La fuerza laboral ha sido socializada en casi cualquier parte del mundo desde hace mucho para que se comporte como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos, o a Dios, si algo va mal, pero no atreverse nunca a sugerir que el capitalismo pudiera ser el problema). Pero hasta los buenos sujetos neoliberales pueden ver que hay algo erróneo en la forma en la que se ha respondido a esta pandemia.
La gran pregunta es: ¿cuánto durará esto? Podría durar más de un año, y cuanto más dure, mayor será la devaluación, incluida la de la fuerza de trabajo. Los niveles de desempleo se elevarán, casi con seguridad, a niveles comparables a los de los años 30, en ausencia de intervenciones masivas del Estado que tendrán que ir contra la tendencia liberal. Son multiples las ramificaciones inmediatas de la economía, así como de la diaria vida social. Pero no todas son malas. En la medida en que el consumismo contemporáneo se estaba volviendo excesivo, estaba bordeando lo que describía Marx como “sobreconsumo y consumo demencial, lo que significa a su vez, [bordear] lo monstruoso y lo estrambótico, la ruina” de todo el sistema. Lo temerario de este sobreconsumo ha desempeñado un papel de primera importancia en la degradación ambiental. La cancelación de vuelos de líneas aéreas y las radicales restricciones al transporte y el movimiento han tenido consecuencias positivas en relación a las emisiones de gases de invernadero. La calidad del aire ha mejorado mucho en Wuhan, igual que lo ha hecho en muchas ciudades norteamericanas. Los lugares de ecoturismo tendrán tiempo de recobrarse de tantas pisadas. Los cisnes han vuelto a los canales de Venecia. En la medida en que se frene ese gusto por esos excesos consumistas temerarios e insensatos, podría haber algunos beneficios a largo plazo. Tener menos muertes en el monte Everest podría ser una buena cosa. Y aunque nadie lo está diciendo en voz alta, el sesgo demográfico del virus puede acabar afectando a pirámides de edad con efectos a largo plazo sobre las cargas de la Seguridad Social y al futuro del “sector de los cuidados”. Se ralentizará la vida diaria y eso será, para algunos, una bendición. Las reglas de distanciamiento social sugeridas podrían llevar, si la emergencia continúa el tiempo suficiente, a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará será lo que yo llamo la economía de “Netflix”, que da servicio, de todos modos, a los “espectadores de atracón”.
En el frente económico, las respuestas se han visto condicionadas por la forma de éxodo del derrumbe de 2007–8. Esto entrañaba una política monetaria de extraordinaria soltura emparejada con el rescate de los bancos, complementada con un aumento espectacular en el consumo productivo por una expansión masiva de inversion infrastructural en China. Esto ultimo no se puede repetir en la escala requerida. El paquete de rescate establecido en 2008 se centró en los bancos, pero también implicó la nacionalización de facto de General Motors. Tal vez resulta significativo que frente al descontento de los trabajadores y una demanda de mercado que se hunde, las tres grandes compañías automovilísticas de Detroit están cerrando, al menos temporalmente.
Si China no puede repetir su papel de 2007–8, entonces la carga de salir de la actual crisis económica se desplaza ahora a los Estados Unidos, y aquí se encuentra la ironía última: las únicas medidas políticas que van a funcionar, tanto económica como políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera proponer Bernie Sanders, y esos programas de rescate tendrán que inciarse bajo la égida de Donald Trump, presumiblemente bajo la mascara del Hacer Grande De Nuevo a Norteamérica.
Todos esos republicanos que se opusieron tan visceralmente al rescate de 2008 tendran que tragarse sus palabras o desafiar a Donald Trump. Este ultimo, si es sabio, cancelará las elecciones sobre la base de una emergencia y declarará el principio de una presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de la “revuelta y la revolución”.

es profesor de Antropología y Geografía en el Graduate Center de la City University of New York (CUNY), director del Center for Place, Culture and Politics, y autor de numerosos libros, el más reciente de los cuales es Seventeen Contradictions and the End of Capitalism (Profile Press, Londres, y Oxford University Press, Nueva York, 2014).


MARX EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS


TRIBUNA ABIERTA
MARX EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS
Qué implicaciones le significan a las clases sociales la reducción de actividades de todo tipo.
El covid-19 está reprimiendo la actividad productiva en gran parte del mundo, empero, no es cualquier actividad productiva de la que estamos hablando, sino que ésta, al estar operando en el marco del capitalismo, tiene un significado único y particular. Más allá de hacer un recuento en términos de crecimiento lo que le costará al mundo la crisis impuesta por el nuevo coronavirus, de lo que se hablará aquí es de qué implicaciones le significan a las clases sociales la reducción de actividades de todo tipo.
Hablar de capitalismo es comprender que la economía está constituida por tres esferas: la esfera de la producción, la esfera de la circulación y la esfera de la reproducción. La esfera de la producción no es otra cosa que todo trabajo cuyo fin sea la producción de bienes y servicios. La esfera de la reproducción alude al consumo y disfrute de aquellos bienes y servicios para asegurar la reproducción de la especie humana. Finalmente, la esfera de la circulación es aquella en la que se da el flujo de capital, dinero y mercancías.
La particularidad de estos tres aspectos en el capitalismo, no obstante, es que ambos se encuentran supeditados a la acumulación de capital: producción de bienes y servicios para el capital; consumo y disfrute de bienes para el capital. Por lo tanto, para que ambas esferas de la economía capitalista operen normalmente, necesitan que haya fuerza de trabajo puesta en marcha, en otras palabras, que la clase trabajadora acuda a sus puestos de trabajo.
La necesidad de desplazamiento de la fuerza de trabajo es también producto del modo de producción capitalista. En otros modos de producción anteriores, fuerza de trabajo y medios de producción se encontraban materialmente ligados. Por ejemplo, el siervo recibía protección de su señor feudal, por lo que vivía dentro del feudo. Con la llegada del capitalismo allá por el siglo XV-XVI, los siervos pasaron a ser asalariados: ya no estaba bajo la jurisdicción de su señor feudal, pero ahora no recibían de su protección, por lo que medios de producción y fuerza de trabajo quedaron oficialmente divorciados.
Dicha separación histórica entre medios de producción y fuerza de trabajo se problematiza (y mucho peor en esta coyuntura) si somos capaces de dar cuenta de que la vida humana se encuentra subordinada y encadenada a la producción y reproducción del capital, so pena de muerte. Marx (1867) sería el primero en darse cuenta de ello:
“El propio mecanismo del proceso de acumulación, (…) esto es, de los asalariados que transforman su fuerza de trabajo en fuerza creciente de valorización al servicio del creciente capital, y que por tanto se ven obligados a perpetuar la relación de dependencia que los liga a su propio producto, personificado en el capitalista”. (pág. 763).
Son las clases trabajadoras las que más han de preocuparse, no por convertirse en un vector del COVID-19, sino por su patente dependencia política salarial que tienen con los capitalistas. The Independent señalaba hace una semana sobre la cuerda floja en la que se encuentran posicionados las clases trabajadoras. Una realidad sutil, pero brutal. No trabajar para el capital (producción) es no tener capacidad para satisfacerse (reproducción).
La introducción de la discusión sobre la informalidad económica complejiza el análisis. Si el capitalismo es una relación social de producción salarial, entonces la informalidad no significaría que estos trabajos escapen de la dinámica de subordinación y dependencia bajo el capital (habría que saber qué porcentaje de los trabajadores en negocios informales son asalariados y qué tantos otros son empleadores); incluso, sea esta fuerza de trabajo la más indefensa a la hora de decretar cuarentena: por un lado sus capitalistas no se verían obligados a acatar el asueto laboral, poniendo en riesgo la salud de esta población, mientras que por el otro lado se encuentran económicamente dependientes del capital como todos sus congéneres.
En estos momentos de paro no sólo la clase trabajadora es la que sufrirá, sino que la clase capitalista también lo hará (y donde más le duele): al no haber fuerza de trabajo que ponga a trabajar todo su capital invertido no puede haber generación de ganancias; la esfera de la circulación estará coartada: por una parte, no habrá muchas mercancías que vender, y por otro lado, pocos consumidores que tengan la capacidad de comprar. En el momento en que el salario de los trabajadores se vea interrumpido —en este caso, por la amenaza que supondría una cuarentena—, las tres esferas de la economía capitalista (producción, reproducción y circulación) se estarían también interrumpiendo; si bien, no de manera definitoria, sí parcial y momentáneamente.
Es por ello por lo que la burguesía financiera y productiva retira despavorida sus capitales de las principales bolsas de valores del mundo; inconsciente y accidentalmente, su actuar confirma la tesis marxista de que el trabajo es la única y verdadera fuente de riqueza: a falta de trabajadores no hay producción, no hay distribución, no hay consumo y, finalmente, no hay acumulación.
Pero no todo es separación y desconexión entre los principales nodos aeroportuarios, escolares y laborales del mundo, sino hasta lo contrario.
Una de las principales aportaciones de Marx es su teoría sobre la enajenación del trabajo, que no es otra cosa que la alienación que sufre la clase trabajadora al estar insertados de forma continua (casi perpetua) en estas labores de producción y reproducción del sistema, cuya consecuencia no sólo ha sido la separación histórico-política entre medios de producción y fuerza de trabajo, sino también entre los sujetos y los objetos, entre hombres y naturaleza.
Alegremente, las cuarentenas —en un evento social pocas veces atestiguado—, han proporcionado, a las personas confinadas en sus localidades, momentos y espacios esporádicos de reunificación. Una vez interrumpido el engranaje económico, las personas se han colaborado conjuntamente desde sus balcones: Italia, China y España han registrado cantares al unísono por parte de su población recluida en un esfuerzo por incrementar la moral.
Concluyendo. Si el coronavirus es una gran amenaza, no es sólo porque afecta a ambos lados de la ecuación, tanto capitalistas como trabajadores, sino porque el capitalismo se detiene sin detenerse: la producción, distribución y consumo de los bienes y servicios tambalea y se pausa; lo que no se detiene es esta dependencia histórica furtiva, a la vez que flagrante, que tienen los trabajadores con el capital.
Referencias:
Marx, K. (1867). La ley general de acumulación capitalista en El capital (Vol. 3). México: Siglo XXI.

LAS NACIONALIZACIONES VUELVEN (UNA VEZ MÁS) PARA SALVAR AL CAPITALISMO... ¡EN TIEMPOS DE CRISIS!


Imagen modificada por desarmador político
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La pandemia del coronavirus ha vuelto a poner en jaque al libre mercado. Como en 2008, cuando mandatarios como Nicolas Sarkozy pidieron una refundación del capitalismo o líderes patronales como Gerardo Díaz Ferrán clamaban por un paréntesis que regenerara la confianza perdida en las bolsas. Casi doce años después, el líder del PP vuelve a agitar el supuesto fantasma de las nacionalizaciones. Pero el mercado responde a Pablo Casado -son necesarias para salvar balances de empresas y contener la recesión más profunda- y, de paso, entierra a dos de sus referentes ideológicos: es el final del consenso neoliberal de Reagan y Thatcher.

DIEGO HERRANZ

Cuando el 15 de septiembre de 2008, el gobierno estadounidense, cuna del libre mercado, dio orden de nacionalizar Lehman Brothers, mientras el Kremlin, arquetipo del modelo estatalista de los regímenes comunistas, decretaba la suspensión de la cotización de la Bolsa de Moscú -el gran emblema del libre mercado-, los analistas se preguntaron a qué se debía este movimiento telúrico registrado en los cimientos mismos de la arquitectura financiera internacional. En pocos días, el ambiente se aclaró.
La teoría de que la economía mundial se adentraba en un crash sin parangón desde 1929 cobró rango de mandamiento. En medio de voces de autoridades políticas y de dirigentes empresariales que reclamaban casi al unísono la urgente movilización de recetas keynesianas que sacaran al capitalismo de su paradoja, de su duda existencial.
El mercado ofrece el primer signo de "rebote técnico" tras su caída vertical de marzo, que refleja el "impacto de los gobiernos y bancos centrales por proteger sectores enteros en tiempo récord" y poder gestionar la economía real de forma efectiva.

La pandemia del covid-19, su súbita e incontenible propagación, las excepcionales medidas de confinamiento en todo el mundo y las obligadas hibernaciones económicas para detener su expansión, limitar el catastrofismo sanitario y, sobre todo, frenar el número de fallecimientos, ha vuelto a sacar a la palestra la contrariedad que crea entre los defensores del neoliberalismo a ultranza del mercado los episodios de grandes rescates públicos provocados por debacles bursátiles, deterioros de los balances financieros por altas concentraciones de activos tóxicos y recesiones económicas.

Uno de los últimos exponentes de esta recurrente crítica al intervencionismo estatal ha sido el presidente del PP, Pablo Casado, quien, en una entrevista en Telecinco, aseguró que Podemos, socio de Gobierno de los socialistas, quiere convertir España en Grecia: "Pablo Iglesias empieza a decir que la propiedad privada está supeditada al interés general. Ya vemos dónde conduce eso. A Venezuela o a Grecia. ¿Se va a nacionalizar un medio de comunicación o una empresa privada y tenemos que apoyarlo?", espetó.

La pregunta, cargada de ironía, de Casado ha tenido cumplida respuesta desde el mercado. Yves Bonzon, CIO de Julius Bär, explica en un análisis de la coyuntura global del banco suizo que el primer signo de "rebote técnico" en los mercados tras la caída vertical de cotizaciones entre el 5 y el 23 de marzo, reflejan el "impacto de los gobiernos por proteger sectores enteros de la economía en tiempo récord" y evitar "ventas masivas [en las plazas financieras] forzadas por inversores en busca de márgenes provechosos y beneficios inmediatos".
Pero "esta fase parece superada", explica Bonzon, "gracias a la decisiva intervención de los bancos centrales, que se aprovecharon de la experiencia labrada en la crisis de 2008" y que han logrado estabilizar la esfera financiera y, sobre todo, mantener sus funciones activas y al día. Un compás de espera necesario para "poder gestionar efectivamente la economía real".


El Chief Information Officer de Julius Bär, en su diagnóstico de la última semana, va más allá de esta descripción de la coyuntura, que anticipa un primer dique de contención estatal -de bancos centrales y de gobiernos-, para amortiguar la meteórica y profunda contracción de la actividad, que apunta a tasas de dobles dígitos, con históricas destrucciones de empleo.
Bonzon habla de la necesidad de acometer nacionalizaciones "para salvar los balances de las empresas", de otra tregua -o paréntesis en la economía de mercado, como reclamó en 2009 el entonces presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán- y del final del consenso neoliberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Dos de los referentes ideológicos en el PP.  O, al menos, entre los grandes arquitectos del mal llamado milagro económico español y de FAES, dos fuentes del pensamiento popular de los que nunca ha renegado precisamente Casado. Una vez más -dice Bonzon- el shock provocado [por la crisis del coronavirus] "en el sector privado ha condenado a las economías"  a pedir auxilio a modo de "respuestas monetarias y fiscales" en nombre de su propia supervivencia. "Empresas y autónomos deben recibir al menos una compensación parcial de sus ingresos perdidos" desde el ámbito gubernamental.


Como si percibieran una indemnización por daños derivados de un desastre natural por parte de una aseguradora, aclara. "En ausencia de tales transferencias", del Estado al sector privado, sus balances engordarían con "deudas adicionales" que retrasarían de forma "considerable" la recuperación posterior al confinamiento.
Saneamiento estatal de empresas
"En otras palabras" -suscribe el directivo de Julius Bär-, el sector privado no puede ser saneado con recursos voluntarios -o forzosos- que procedan del ámbito empresarial. Porque, "reducir o cancelar los alquileres, por ejemplo, de manera temporal, puede aliviar casos individuales" pero, "colectivamente, dentro de un ámbito nacional, alimentaría la espiral deflacionista".
De ahí que -asegura- en nombre del interés general, medidas de apoyo como las garantías de pago de los alquileres deban "proceder de las cuentas estatales"; lo cual revela dos lecturas claves: que el riesgo de que se instauren políticas intervencionistas bien intencionadas, aunque puedan llegar a ser contraproducentes, "es elevado en los próximos meses" y que, sin el salvavidas financiero de los gobiernos, las empresas "no tendrían salvación" posible.
cPara, acto seguido, señalar que el "consenso neoliberal nacido en los años ochenta" del siglo pasado, "con Reagan y Thatcher [como estandartes], ha muerto definitivamente" (is dead for good this time). En estos tiempos, aclara Bonzon, "nos dirigimos hacia un capitalismo de estado, similar al que una vez se practicó en la década de los cuarenta, durante la guerra". Es una inexorable pérdida de la libertad de mercado. Pero "estamos ante el peligro de que el control de la curva de rendimiento, como hace Japón, se extienda por Europa y EEUU".

"Nos dirigimos hacia un capitalismo de estado, similar al que una vez se practicó en la década de los cuarenta, durante la guerra"; es una inexorable pérdida de la libertad de mercado hasta que se restaure la curva de rendimiento en Europa y EEUU

Las valoraciones oficiales del banco de inversión suizo también son un torrente de realidad sobre las interpretaciones político-mediáticas que tildan de "ideológicas" las medidas del Gobierno de coalición y sobre discursos como los del Círculo de Empresarios, que se autodefine como un centro de pensamiento del sector privado, y que arremeten contra el carácter confiscatorio del gobierno o que, en boca de su presidente, John de Zulueta (1947, Massachusetts), que dirigió las riendas de Sanitas durante casi dos décadas, hasta 2009, y que considera a la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, como una "ultraizquierdista que trata a los empresarios como criminales", tal y como refleja en una entrevista reciente en El Mundo.

De Europa, asegura que la crisis del coronavirus la someterá a "un nuevo examen de cohesión". Después de que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, al que define como el criterio surgido en Maastricht para evitar presiones inflacionistas en la zona monetaria surgidas por déficits fiscales excesivos, "haya muerto en combate".

El analista de Julius Bär cree que la UE dejará atrás las políticas de austeridad, por efecto de las coberturas sociales de emergencia indiscutible que deja la crisis del coronavirus, aunque concede el poder en la batalla entre contribuyentes netos y los socios en dificultades financieras a los países del norte.
Los englobados en la rebautizada como Liga Hanseática, que "no dejarán opción" a las naciones meridionales. Aunque no descarta que esa futura cohesión pase por un proyecto compartido como los eurobonos, al que los vecinos septentrionales dejarán entrar a los sureños capaces de gestionar convenientemente sus niveles de endeudamiento.
Nacionalizaciones por doquier
Los procesos de intervencionismo, de nacionalización de empresas, en países como EEUU es una recurrente tradición cultural. Tan americana como el Apple Pie, dice Thomas M. Hanna, director de investigación en Democracy Collaborative y autor de Nuestra riqueza Común: el Retorno a la Propiedad Pública en EEUU, en un artículo publicado en la revista Jacobin, donde hace un repaso de esta práctica habitual; sobre todo, en tiempos de crisis.

A pesar de "las largas décadas de narrativa neoliberal" que construyó un mensaje de "ineficiencia y debilidad" alrededor de todo lo que sea considerada economía gubernamental, incluida su manifiesta incapacidad para genera un clima idóneo para los negocios.

Y aunque la Administración Obama, tras la crisis de 2008, cuando aún estaba en la Casa Blanca George W. Bush, tomó acciones decisivas para la restauración de las estructuras económicas estadounidenses, a través de casi un billón de dólares de un programa de estímulo fiscal y otro similar en cuantía que sirvió de rescate a entidades financieras -bancos y aseguradoras y grandes corporaciones- e incluían el control federal de su gestión.
Pese a los apelativos neoliberales de "ineficiencia y debilidad" a toda gestión económica pública, EEUU tiene un extenso currículum confiscatorio, desde los ferrocarriles al inicio del siglo XIX hasta la banca en la crisis de 2008

El tsunami financiero demostró que la administración económica de los estados, no sólo en EEUU, también en Europa y otras latitudes industrializadas o emergentes, están lejos de ser débiles o de estar subordinadas a los designios del mercado.
Como ha ocurrido a lo largo de la historia. Porque la tradición nacionalizadora de EEUU es rica y extensa. Desde los ferrocarriles, los teléfonos o la fabricación de armas en los años de la Primera Guerra Mundial, hasta la Tennessee Electric Power Company (Tepco) y las extracciones de oro y planta bajo el New Deal o, literalmente, cientos de compañías de múltiples sectores industriales durante y tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero también las firmas productoras de acero en la Guerra de Corea, los peajes de pasajeros y mercancías en los años setenta, el Banco Continental Illinois y varias entidades de ahorro y de préstamo en los ochenta y bancos y marcas automovilísticas en la primera década de este siglo. Un prolongado recorrido que comenzó con el presidente Woodrow Wilson en diciembre de 1917, cuando nacionalizó los ferrocarriles en una compañía federal que dio trabajo a más de 2 millones de personas y que, entonces, suponía el 12% del PIB americano.
Hasta el credit-crunch de 2008, propiciado por los activos tóxicos de la banca, que llevó a Rodrigo Rato, director gerente entonces del FMI a criticar la actitud de los mercados de individualizar las ganancias y socializar las pérdidas -considerado desde antes de su nombramiento como máximo responsable del Fondo Monetario el arquitecto del milagro económico español- que confiscó los activos y la gestión de entidades bancarias como Lehman Brothers o Merrill Lynch -que luego se integró en Bank of America- y de aseguradoras como AIG.

Pedro Sánchez apela a la "unión" para vencer al virus. / ARCHIVO

Además de las dos hipotecarias que engordaron la crisis subprime en el mercado inmobiliario estadounidense -Freddie Mac y Fannie Mae- o General Motors, entre otros grandes emporios que pasaron a manos del Tesoro. Momentáneamente o para su posterior liquidación o puesta en venta en los mercados. Al igual que ocurrió en Reino Unido, en Irlanda, Alemania, Bélgica, Holanda, Francia o Luxemburgo, donde se tomaron el control de sus sistemas financieros y se dijo adiós al liberalismo por un tiempo.
En el que el jefe del Estado galo, Nicolas Sarkozy, llegó a reclamar sin tapujos y en el seno del G-20, el foro llamado a ejercer de gobierno económico global, una refundación del capitalismo.
En España, la intervención de la banca, aquejada de activos tóxicos procedentes de años de alta permisividad hipotecaria para abastecer el fervor comprado de vivienda de un largo decenio de inmensas liberalizaciones de suelo con licencias inmediatas para edificar y bajos tipos de interés, decretados desde el BCE para ayudar a salir a Alemania de su recesión punto.com, en contra del criterio que dictaminaba la coyuntura inflacionista del conjunto del área monetaria, motivó una petición de rescate a Europa.
Edulcorado como un préstamo en condiciones ventajosas, sin los controles de la troika comunitaria -y la supervisión del FMI, como exigía el salvavidas irlandés o portugués- y con la promesa, nunca cumplida, que el sector devolvería al Estado, depositario de la ayuda europea, "hasta el último euro", según palabras del entonces ministro de Economía y ahora vicepresidente del BCE, Luis de Guindos.
De los más de 65.000 millones a los que ascendió la factura definitiva del saneamiento de las cuentas del sistema bancario español, las arcas del Estado español han tenido que sufragar algo más 54.000 millones, tal y como admitía el Banco de España a finales de 2019. Año y medio después de la salida de Mariano Rajoy de Moncloa, una de cuyas primeras medidas fue acudir a Europa a pedir el aval europeo. Banco de Valencia, Bankia, Catalunya Banc y NovaCaixaGalicia fueron las grandes beneficiarias de esta inyección.



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EL COVID-19 ES LA EXCUSA PERFECTA DEL MOMENTO PARA OCULTAR DELIBERADAMENTE LA MAGNITUD Y CONSECUENCIAS DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL



EDITORIAL El insurgente

En el marco de la política económica imperialista, el Covid-19 es la excusa perfecta del momento para ocultar deliberadamente la magnitud y consecuencias de la crisis económica mundial, fenómeno que se ha fraguado durante años en las entrañas de la economía capitalista. Todas las medidas sanitarias que se toman en realidad tienen un trasfondo económico, los organismos financieros internacionales buscan subyugar aún más a las economías dependientes a través de nuevos préstamos leoninos, en consecuencia, asegurar mayor dependencia política; medidas anticrisis que son disfrazadas de combate a la pandemia del coronavirus, la inyección de fondos económicos millonarios tiene el propósito de evitar la quiebra de “empresas afectadas”, criterio donde prevalece el frío cálculo económico por encima de la salud pública. 

La creación, promoción y difusión del pánico colectivo a través de los monopolios de la comunicación emerge como política de gobiernos antipopulares o imperialistas, está fincada en los principios de la guerra psicológica, de ella se benefician los monopolios de los diferentes giros de la economía. En este marco, gobiernos autoritarios ven en la presente coyuntura, el momento ideal para justificar medidas eminentemente fascistas de control social y sometimiento de las masas trabajadoras; Estados como el español, el alemán, italiano y norteamericano son el claro ejemplo de la dictadura burguesa en el siglo XXI. 

En México, medidas de esta naturaleza no son nuevas, en el gobierno genocida de Felipe Calderón Hinojosa se impulsaron supuestamente para combatir el virus AH1N1, una disposición policíaco militar que buscaba ganar legitimidad por ser un gobierno espurio. Hoy desde una posición reaccionaria se exige la implementación de nueva cuenta de dichas medidas fincadas en la ignorancia y la psicosis social que permitan preservar los intereses del capital y facilitar la sumisión de las masas populares para que éstas no protesten por la precariedad de su existencia, para evitar que adquieran consciencia de la agudeza de la crisis económica. Agudización de la crisis económica y distractores mediáticos siempre van de la mano, son promovidos desde el poder económico; cada administración de los intereses burgueses administra las crisis económicas y políticas según los intereses a los que responde, un gobierno que dice representar los intereses de los más pobres, si acepta las exigencias de los monopolios y del capital transnacional terminará de rodillas ante el imperialismo. 

Hoy el Covid-19 deja al descubierto una realidad que tiene décadas en México, el desmantelamiento del sistema de salud pública y su privatización de manera velada. El pueblo debe repudiar las medidas de aislamiento y “distancia social” porque entrañan una medida profascista, promueven deliberadamente la indiferencia entre hermanos de clase, con dichas medidas el único beneficiario es la oligarquía. 

En una condición de adversidad para el pueblo, lo que debe imperar es la solidaridad entre hermanos de clase, la unidad en torno al interés colectivo y preparar la guerra del pueblo contra sus opresores. En un contexto de agudización de la crisis económica, la precariedad de las masas y la anulación de los derechos de salud, entre otros fundamentales para la existencia humana, el pueblo debe tomar en sus manos la solución: recurrir al legítimo derecho de tomar y hacer uso de las mercancías concentradas en los grandes centros de acaparamiento burgués.

¡Por nuestros camaradas proletarios! ¡Resueltos a vencer! El insurgente

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