En Veracruz, para la llamada “izquierda electoral” llegó la hora de la autocrítica y la racionalidad democrática. No puede pensarse en una desgastante lucha por el reconocimiento de las irregularidades que sustenten la impugnación parcial de la elección de gobernador, sin el reconocimiento de los propios errores que condujeran a la derrota en las urnas del candidato postulado por los tres partidos en coalición, habida cuenta de que a sabiendas de las condiciones en que habría de participarse en un proceso electoral atípico, al que se ha dado en llamar “elección de Estado”, aceptaran hacerle el juego al PAN y al PRI. (Dante Delgado, exceso de confianza frente a una realidad adversa)
Nadie puede darse por engañado. Desde antes de iniciarse el proceso ya se sabía del pleito personal entre el gobernador y Miguel Ángel Yunes Linares y como este derivaría en una guerra sucia electoral sin cuartel. Las limitaciones ofrecidas por una legislación electoral federal y estatal inequitativa, un árbitro amañado, así como las condiciones asimétricas de disponibilidad legal y extralegal de recursos materiales, humanos y financieros, fueron aceptadas desde el momento mismo en que se decidiera contender.
El diseñar una estrategia de participación respetando tiempos y reglas del juego apegada a derecho, tras observarse que a lo largo del proceso los adversarios actuarían en contrario, es algo que deberá revisarse con mucha objetividad.
Igualmente es el caso de la alianza parcial entre tres partidos que prácticamente partían de cero. El supuesto de que se repetiría la experiencia del 2006, cuando desde la elección presidencial a la fecha de la firma del convenio de coalición, el PRD se encontraba prácticamente dividido, liquidado para la ciudadanía, y sumido en su propio cochinero, en tanto que el PT y Convergencia apenas habían obtenido en la elección del 2009 el mínimo de votos para no perder el registro, fue una inconsecuencia estratégica y táctica que terminó en desastre.
En 80 días no se puede cosechar lo que no se sembró en cuatro años.
Esto obliga a pensarse en serio en la necesidad de poner los pies sobre la tierra, replantearse la reconstrucción de los tres institutos políticos desde abajo y sujetos a condiciones de racionalidad democrática, con vías a su participación como alianza de centro izquierda en la elección presidencial del 2012. Sin un proceso auténtico de autocrítica, corrección y trabajo intenso a todos los niveles, esto no será posible.
La simulación ideológica en esta ocasión fue factor de peso en la configuración de la derrota electoral de centro izquierda. Los tres partidos en alianza se han asumido como centristas, de izquierda, o socialdemócratas, sin serlo. Identificados por la ciudadanía en Veracruz como enemigos irreconciliables del calderonismo, se aliaron en otras entidades con el PAN y con el colaboracionista Jesús Ortega y sus seguidores, exhibiéndose como oportunistas y acomodaticios. Los veracruzanos que en el 2006 votaran por la opción de izquierda que encabezara Andrés Manuel López Obrador, así los vieron y les dieron la espalda en las urnas. 500 mil votos “útiles” posiblemente ingresaron a la cuenta de los candidatos del PAN o del PRI. Que desperdicio.
El actual e inconcluso proceso electoral demuestra con creces que las candidaturas competitivas no se inventan ni se imponen desde la cúpula, se construyen a lo largo del tiempo en la vida partidista y con la participación activa de la militancia. Sin vida de partido sustentada en la participación democrática, la artificialidad de una candidatura queda a expensas de la corrupción y las componendas, siendo por principio rechazada por los electores e incluso, por la misma militancia.
Los resultados obtenidos en el presente proceso electoral tienen mucho que enseñar al respecto en los tres partidos en alianza. La cúpula del PRD en Veracruz mostró su cara más sucia, despreció a su militancia y traicionó a sus aliados en la coalición. El PT no fue capaz de elegir a sus dirigentes estatales, debiendo recurrir a un comisionado de la dirigencia nacional, en tanto que Convergencia, durante el lapso de tiempo comprendido entre la elección del 2006 y la del presente año, careció de vida de partido, supeditándose a las decisiones cupulares del centro, por cierto muy cuestionables. Debería asimilarse la lección y actuar en consecuencia.
La unidad para el 2012
Con el mutuo destape para el 2012 de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, se inicia una nueva etapa para los tres partidos políticos en cuestión. Divididos no ofrecen ser competitivos frente al PRI y el PAN, que irán con todo, los primeros en su afán de retornar a Los Pinos y, los segundos, a mantenerse a cualquier costo en la presidencia de la República. Siendo, por tanto, más que exigible la unidad de las fuerzas políticas de centro izquierda. De ahí la pregunta obligada: ¿podrá construirse de aquí al 2012 un proceso que desemboque en un frente amplio, unitario, en torno a uno de uno de los dos aspirantes destapados, ante el embate de la derecha? O esperaremos el triunfo de un indeseable bipartidismo en México.
En las condiciones actuales, tal frente único a mi juicio es imposible. La división es profunda y la vida democrática de partido inexistente. En tanto las bases no tomen el control, dominarán los intereses cupulares. Andrés Manuel lo dijo con todas sus letras, confía en las bases del perredismo, no en las dirigencias partidistas. Por su lado, Marcelo Ebrard, en su calidad de Jefe de Gobierno del D.F., requiere lo mismo de su acercamiento con Calderón Hinojosa que de “los chuchos” para construir su candidatura. Lograr la unidad para 2012 sin una solución a fondo de la crisis que viven los partidos de centro izquierda electoral, parece ser un reto insuperable.
Y mientras debería de esperarse una autocrítica seria, responsable para avanzar, la inconsecuencia de Convergencia se repite: el presidente nacional de este partido declara, en respuesta a López Obrador, que respetará los tiempos electorales. Vaya pérdida de tiempo y prevalencia de ingenuidad política. O los tres partidos se depuran, reconstruyen y se ponen en serio a trabajar desde ya en torno a un programa unitario, o se olvidan del futuro.