Por José Miguel Cobián
La relación de cada ser humano con el Creador es personal y única. No hay dos maneras iguales de ver y relacionarse con Dios entre las personas. Por eso, tanto en religión como en tantos otros temas, es muy difícil ponerse de acuerdo, pues cada persona tiene una percepción diferente de la realidad y de su relación con la Divinidad, por ello cuando se afirma que hay tantos dioses como seres humanos, no hay mucha falsedad, simplemente un manejo de la realidad personal y su extrapolación hacia lo que representa Dios en la vida de los humanos, pues al final, somos los humanos los que tratamos de interpretarlo, entenderlo y explicarlo.
De hecho y de facto, las manifestaciones religiosas dentro de una misma religión, dentro de una misma iglesia, varían en función de la zona, las costumbres y la historia de la comunidad que se manifiesta en un momento dado, a tal grado que esta diversidad de manifestaciones religiosas se ha convertido también en un atractivo turístico, o en motivo de peregrinación según sea el caso.
La razón de escribir este artículo surge al escuchar a algunos amigos quejarse de Dios con motivo de las tragedias veracruzanas generadas por los fenómenos meteorológicos que nos han afectado últimamente. Resulta muy cómodo para algunos culpar a un tercero Omnipresente y Omnipotente de lo que ha sucedido, en lugar de asumir nuestra responsabilidad como seres humanos. La costumbre mexicana de echarle la culpa de lo malo que nos pasa a los gringos, al gobierno o a alguna otra entidad externa llega al extremo de culpar a Dios de lo que nos sucede, y eso resulta tan ridículo como irresponsable.
Los fenómenos naturales por definición son naturales, es decir, es natural que sucedan, y son generalmente impredecibles, aunque sus efectos si son prevenibles. Los seres humanos y en particular los mexicanos somos responsables de la mayoría de las tragedias que suceden con un huracán o un temblor, salvo algunos accidentes inevitables. En la zona centro de Veracruz teníamos muchos años de no recibir un huracán, y eso provocó la comodidad de la no preocupación y la no atención a las señales que la propia naturaleza envía. Las presas dejaron de desfogarse con anticipación en un año atípico con pronóstico de lluvias mayores al promedio, esto implica una terrible irresponsabilidad en la Comisión Nacional del Agua. Los ríos dejaron de dragarse, y los seres humanos llenamos de basura todas las vías de circulación natural del agua. Se construyó en zonas bajas, aquéllas que históricamente han sido inundadas en momentos de lluvias inusuales. Los gobiernos permitieron por ignorancia o por corrupción la construcción en lagos, lagunas, humedales, pantanos, etc., y los habitantes aprovecharon los precios bajos de las casas para habitar en zonas en las cuales aunque hubiera un fraccionamiento, nadie debía de haber adquirido una casa, y el ejemplo más claro es el del Floresta en Veracruz puerto. Cuando el gobierno del estado dio la alerta, ésta no llegó a todos los lugares, debido a la ineficiencia de funcionarios de niveles inferiores, o a la lejanía y falta de vías y medios de comunicación eficientes y rápidos. Por último es de notar que cuando comenzó a crecer el río en la mayoría de las comunidades afectadas, la gente no reaccionó con prontitud, pues no midieron la magnitud de la inundación. En Cotaxtla por ejemplo, el agua comenzó a subir, y subió muy rápido, pero no fue una cortina de agua que llegó de un solo golpe. Todo ello es responsabilidad humana y no divina.
La relación personal con la Divinidad que tiene quien esto escribe, implica aceptar que Él es mí guía, que me lleva de la mano por la vida, y que cuando algo fortuito parece malo a mis ojos, seguramente es lo menos malo o lo mejor que pudo pasar en mi vida y la de mis seres queridos, pues siempre hay una razón para lo que sucede, una enseñanza, un aprendizaje, una evolución, una fortaleza y un desarrollo, por más dura que sea la prueba que se deba superar o vivir. Así, para mí, las tragedias en cualquier parte del mundo, no sólo en Veracruz, deben servir para asumir nuestra responsabilidad como seres humanos, mostrar capacidad y voluntad para hacer mejor las cosas, incluyendo la elección de nuestros gobernantes, que serán los que enfrenten en primer grado la siguiente tragedia que la naturaleza nos depare, y sobre todo, que cada quien haga su parte para que nuestra estancia en la tierra sea lo más benévola posible, y cumpliendo lo que cada uno de nosotros considera que es Su voluntad y Su designio, por el bien de la humanidad, mientras ésta exista.