Por José Luis Camba Arriola
México, D. F., a 8 de octubre de 2010
Comienza a ser común el error de pronunciarse demasiado rápido sobre alguna noticia que explote en los medios de comunicación. El de los deslaves de Oaxaca es un ejemplo y por supuesto el de Ecuador otro. Es probable que en el primero, el ayuntamiento del pueblo afectado viera la oportunidad de recibir recursos extraordinarios y el gobernador también. Declarar “estados de emergencia” es la única forma de obtener asignaciones presupuestales sin tener que discutir. Amén de que no es necesario demostrar su destino pues no son, por su carácter, sujetos a los canales normales de fiscalización. También pudieron temer, como fue el caso de la presidencia, que los acusaran de insensibilidad o lentitud para socorrer a los posibles afectados. El caso es que todos se lamentaron y solidarizaron por una tragedia que, afortunadamente por ahora, no ocurrió. Resultó que el gran incendio no fue más que la quemazón del petate del muerto.
El supuesto golpe de estado en Ecuador es otro asunto similar. Aparece la noticia en los medios, los noticieros la cubren como un golpe de estado y los políticos de se pronuncian en contra solidarizándose con Correa. En este caso el miedo empático es el móvil del apresuramiento: no vaya a ser que les pueda pasar lo mismo. Hasta los organismos internacionales participaron en la farsa: la Unión de Naciones Suramericanas, que casualmente Ecuador preside pro tempore, redactará un estatuto de sanciones contra golpes de estado; una especie de golpe de los estados contra el Estado del golpe. Contendrá cierres de frontera, suspensión del comercio, del tráfico aéreo y de la provisión de energía, servicios y otros suministros. O sea, lo que más o menos le aplicaron algunos países a la Honduras de Michelet. Así lo hizo saber, otra casualidad, el canciller de Venezuela quien oportunamente se encuentra en Quito para mostrar el respaldo de Chávez, quien ya sufrió otro golpe igual años atrás, a su colega ecuatoriano. Bueno, hasta el gobierno de Obama se sumó a la condena del deplorable golpe. No fuera que lo acabasen acusando de estar detrás de los golpistas. Rodríguez, presidente de España y, no poca cosa, de la Comunidad Europea, también se solidarizó. ¡Ah!, y Calderón, Ebrard, Peña y otros. Vamos: todos.
Sin embargo, nuevamente se apresuraron. La velocidad de la globalización los acaba. No les da tiempo para pensar. Decía Perícles Namorado, que la distancia entre la lengua y el cerebro la pusieron para no decir estupideces. Es decir, lo primero que se ocurra. Hoy parece que esa distancia ha desaparecido, pues la lengua ha crecido, multiplicando su alcance gracias a la facilidad y velocidad para hacerse ver o escuchar; manjar de todo político que se precie de serlo.
Lo de Ecuador no fue, ni remotamente, un golpe de Estado. Para serlo se requiere que quienes lo realizan pretendan adueñarse del poder político, lo que no fue nunca la intención de los participantes. Todo el tiempo se pronunciaron por la derogación de la ley que recorta sus beneficios económicos: nada más. Es más, el propio jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Ecuador, Ernesto González, al respaldar a Correa planteó la derogación de la ley. Y es que además, un golpe de Estado requiere de la participación activa de por lo menos un grupo militar o la neutralidad (complicidad pasiva) de todas las fuerzas armadas. Lo que tampoco ocurrió. 30,000 policías ecuatorianos con armamento convencional, que no fue el caso, contra 80,000 “efectivos militares” equipados para la guerra. Sólo en Costa Rica o cualquier otro estado pequeño, donde la única fuerza armada es la policía puede darse un golpe así. No, lo de Ecuador no fue eso. Fue muy distinto: un levantamiento o, de acuerdo a la doctrina española: un pronunciamiento. Es más, Correa acusó al expresidente Gutiérrez, quien se encuentra como observador electoral en Brasil, de respaldar el golpe; cuando Karina, la hija de éste, subteniente del ejército, participó en la liberación del propio Correa. Lo que realmente ocurrió parece una protesta de funcionaros del estado (policías) por futuros recortes a sus ingresos. Un asunto importante, sí; pero no un asunto de Estado. El mismo error que cometió Díaz Ordaz, un dos de octubre, hace más de cuarenta años: convertir a un asunto de tercera en uno de primera; comprometer su autoridad participando sin necesidad en algo que alguien menor debió resolver.
No cabe duda que Rafael Correa, el presidente del país con menor estabilidad política del continente aprovechará los acontecimientos por él provocados, de los que derivaron cuatro muertes, para fortalecer su posición política, endureciendo su postura, tal como lo hizo Chávez en su momento. De eso no hay duda. Lo que deben aprovechar los demás es aprender a reaccionar. El asunto de la lengua y el cerebro. Información errónea siempre la ha habido y la habrá. Tanta como interesados existan. No obstante, la clave de la diplomacia preglobalización era la prudencia: se tomaban su tiempo para pensar y contestar. Es más, sin prudencia no hay diplomacia. Señores políticos: sean más diplomáticos, simplemente: sean prudentes.
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