12 de octubre de 2010

El Baldón: La Olimpiada Bicentenaria

Por José Miguel Cobián
Que orgullo, ver en paseo de la Reforma en pleno centro de la ciudad de México, una alberca olímpica, una cancha de boleibol de playa, una pista de atletismo, una cancha de tiro con arco, un tatami para judo, un área para esgrima, una cancha de basketbol, y algunas otras áreas para disciplinas olímpicas.

Para un país como México dónde nos sobra el dinero, dónde el problema más importante es que hacer con los excedentes fiscales pues el gobierno ya no sabe qué hacer con tanto dinero. Un país donde no hay desgracias que lamentar, ni hambre, ni urgencias, y mucho menos violencia, es un país que puede darse el lujo de darle una fiestecita olímpica al presidente de la República en pleno Paseo de la Reforma, sí esa misma avenida que en otros ayeres, un candidato perdedor a la presidencia de la República, demostró que era un peligro para México al tomar dicha avenida y obstaculizar la circulación de miles y miles de capitalinos, sin importarle la situación económica y las molestias generadas por su protesta. Claro, hoy el presidente tampoco se tentó el corazón, ni para gastar ni para montar enormes escenarios deportivos, ni para volver a cerrar dicha avenida, cuando en otras épocas criticó intensamente el bloqueo de su oponente perdedor.

Usted amable lector@ haga un ejercicio crítico y dígame si usted fuera el presidente de la República ¿que hubiera hecho con el dinero presupuestado para las fiestas del bicentenario? Se lo hubiera gastado en lo que vimos por televisión la noche del 15 de septiembre. Hubiera invertido en este festival olímpico, que motivó la escritura de este artículo. O hubiera aprovechado los tres mil millones de pesos de presupuesto para beneficiar directamente a unas cuantas familias de esas que forman los cincuenta millones de mexicanos en pobreza extrema.

Claro que quizá hubiera asignado de todas maneras un buen presupuesto para las fiestas del bicentenario, pero para hacer alguna obra pública que trascendiera el momento de cada celebración. O quizá usted hubiera preferido aprovechar algo de estos recursos para aplicarlos directamente en apoyo de los damnificados de las inundaciones provocadas por el mal manejo de las presas y su uso para actividades lúdicas de alguna marca cervecera para realizar una copa náutica.

Es difícil ser presidente de este país, sin embargo, después de ver en lo que se ha gastado tal cantidad de dinero como la que nos han informado que se aplicó para las fiestas del bicentenario, no puede uno dejar de preguntarse la razón por la cual Argentina o Chile gastaron menos de una décima parte de lo que gastamos aquí, y resultó que sus festejos han sido tanto o más vistosos y dejaron mejor sabor de boca a sus compatriotas que el que dejó lo que llevamos de celebraciones para los mexicanos.

En lo personal considero ofensivo y superfluo este evento deportivo en el Paseo de la Reforma, pues la ciudad de México cuenta con la mayor infraestructura deportiva del país, así que el mismo festejo pudo haberse llevado a cabo en instalaciones más ad hoc para ello.

Me ofende pensar que hay hermanos veracruzanos sufriendo todavía por los efectos de los meteoros que han afectado el territorio del estado, y a pesar de ello, la frivolidad campea en los altos niveles de gobierno. Así como me ofendió saber que hay alcaldes como el de Medellín que están pensando en la próxima elección del dirigente de su partido en enero, o la de agentes municipales recién estrenado el próximo trienio, o cualquier otra razón, y por ello escatiman los apoyos que llegan a ellos para su administración y suministro a la población más necesitada. Así me indigna y ofende enterarme del dispendio cuando hay tantas necesidades. Me ofende la distracción de los grandes asuntos nacionales del Presidente de la República, cuando debería de ocupar todo su tiempo para resolver nuestros problemas más graves, como el de la seguridad, la falta de crecimiento económico y sobre todo la recuperación del empleo tan raquítica que todavía nos debemos un millón cuatrocientos mil empleos para poder llegar al nivel en que estábamos antes de la crisis.

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