7 de septiembre de 2010
By Francisco Martín Moreno
La Iglesia católica ha sido la enemiga más siniestra de México a lo largo de su dolorida historia. No sólo estuvo en contra de la independencia y a favor de Victoriano Huerta, el Chacal, el asesino de Madero y de Pino Suárez, sino que se opuso a las grandes causas de la patria, como fueron las Constituciones de 1824, 1857 y 1917, además de haber financiado guerras como la de Reforma y la Cristera con las limosnas pagadas por el pueblo de México y haberse colocado del lado de los invasores, como fue el caso de los norteamericanos en 1846 y de los franceses en 1862. Los comentarios anteriores son pertinentes porque en nuestros días, el propio clero católico se ha atrevido a declarar que desea formar parte de las celebraciones del Bicentenario cuando hace dos siglos persiguió, traicionó, degradó, excomulgó, juzgó y sentenció a la pena de muerte al cura Hidalgo y al cura Morelos, éste último también torturado, en acatamiento a resoluciones emitidas por su propia iglesia.
Quienes ordenan la ejecución de Hidalgo y Morelos, dos curas católicos nobilísimos, quienes los mandan fusilar porque no estaban dispuestos a poner en juego sus intereses políticos y económicos, son los mismos de su clase, el alto clero, adinerado, rico, influyente. Los auténticos príncipes de la iglesia católica, sus superiores jerárquicos, son los asesinos. ¡Claro que al gobierno virreinal le interesaba fundamentalmente aplastar el movimiento, sí, por supuesto que sí, sus razones eran evidentes, pero no perdamos de vista que el clero, integrante del tribunal que los juzgó a ambos, estuvo igualmente deseoso de acabar, a como diera lugar, con la vida de los dos, pero por diversas razones...!
Por más que la iglesia católica pretenda lavarse la cara alegando que jamás excomulgó a Hidalgo, la excomunión se llevó a cabo en los siguientes términos:
"Lo excomulgamos y anatemizamos, y de los umbrales de la iglesia del todo poderoso Dios, lo secuestramos para que pueda ser atormentado eternamente por indecibles sufrimientos, justamente con Dathán y Habirán y todos aquellos que le dicen al señor Dios: ¡Vete de nosotros, porque no queremos ninguno de tus caminos! Y así como el fuego es extinguido por el agua, que se aparte de él la luz por siempre jamás. Que el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado a nosotros en el bautismo, lo maldiga. Que la Santa Cruz a la cual Cristo, por nuestra salvación, ascendió victorioso sobre sus enemigos, lo maldiga. Que la santa y eterna madre de Dios, lo maldiga. Que San Miguel, el abogado de los santos, lo maldiga. Que todos los ángeles, los principados y arcángeles, los principados y las potestades y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan. Que sea San Juan el precursor, San Pablo y San Juan Evangelista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo juntos, lo maldigan.
"Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en dondequiera que esté, en la casa o en el campo, en el camino o en las veredas, en los bosques o en el agua, y aún en la iglesia. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando, mingiendo o cantando, y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes; en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros y en sus muñecas, en sus brazos, en sus manos y en sus dedos.
"Que sea condenado en su boca, en su pecho y en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas y en sus muslos, en sus caderas, en sus rodillas, en sus piernas, pies y en las uñas de sus pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo, desde arriba de su cabeza hasta la planta de su pie; que no haya nada bueno en él. Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levanten contra él.
"Que lo maldigan y condenen. ¡Amén! Así sea. ¡Amén!"
¿Qué tal? De piedad ni hablemos, ¿verdad? Antes, durante el proceso degradatorio, le rasparon la piel de la cabeza, la tonsura que había sido consagrada, como cristiano y sacerdote, con el santo crisma. A continuación le arrancaron la yema de los pulgares e índices de las manos que habían sido consagradas el día de la ordenación. Acto seguido, lo entregaron al gobierno español para que lo fusilaran, sin ninguna de las prerrogativas y beneficios eclesiásticos, en que antes se amparaba cualquier reo.
¿De verdad el clero católico puede aspirar a formar parte de los festejos cuando mandó matar a los próceres de la independencia, según nos ocuparemos en un siguiente comentario? ¿Usted qué opina? No podemos ver sotanas el día de las celebraciones.