La figura casi mesiánica de Javier Sicilia, quien ha logrado activar un importante movimiento social para exigir justicia, refrenda la fuerza y el incansable compromiso de otros hombres que, como Juan Gelman, componen versos.
La voz del poeta Juan Gelman, Premio Cervantes 2007, es la de un hombre que a lo largo de varias décadas ha hecho de la poesía un ejercicio de resistencia. Y está de acuerdo que, en tiempos tan violentos, sean las palabras de los poetas la mejor arma para enriquecer el espíritu y el claro testimonio de que aún existe la belleza.
¿Qué importancia tiene la poesía en estos momentos?
La poesía es un freno para los que quieren uniformar el espíritu y convertirlo en terreno fértil de cualquier autoritarismo. La poesía es resistencia, porque enriquece al lector. Pero lo importante es que la gente crea más en sí misma y en su capacidad de cambio. Si vive en la impotencia, no cambiará el mundo ni se cambiará a sí misma.
¿Cómo le hace para integrar su compromiso personal y político?
Siempre recuerdo algo que dijo Paul Éluard, el gran poeta francés. Él estaba en el partido comunista al producirse la guerra en Corea. Sus compañeros escribieron poemas contra esa guerra. Él no. Y cuando le reprocharon, Éluard les contestó que él escribía poesía sobre esos asuntos, si la circunstancia exterior coincidía con las circunstancias del corazón. Me parece una respuesta excelente. Cuando eso no ocurre y se escribe de todos modos, lo único que se logra son panfletos. A veces muy mal escritos.
¿Hay que escribir con el corazón?
Esa es mi actitud. Creo que es la actitud que más respeta al lector.
¿El Premio Cervantes cambió su vida como poeta?
Los premios son alicientes, reconocimientos, pero no escriben por uno. Cuando uno se sienta ante la hoja vacía, no dice: “¡Pero oiga! Entienda que yo soy Premio Cervantes. A ver cómo se porta”.
¿Después de los 80 años es más inseguro a la hora de escribir?
Sí. Uno se da cuenta que la escritura de la poesía es muy difícil. Bueno, pero de eso, uno se debería dar cuenta mucho antes de cumplir los 80.
¿Sigue confiando en las palabras?
Por eso estoy hablando con usted.
¿Cuál es su palabra favorita en español?
No es una sola. Hace poco leí, que en una convocatoria del Instituto Cervantes de España, la palabra más votada fue Querétaro. Supongo que por el sonido. A mí me gusta la palabra ternura, porque se refiere a todo lo que nace, y lo que nace es tierno.
¿La muerte sigue creciendo como el fuego?
¿Oyó alguna vez que la muerte dejó de existir? Si hay un lugar donde eso ocurra, por favor, dígamelo.
Pero hay maneras de dejar de existir…
Por supuesto, hay muertos con permiso, en vida…
¿Su confianza en el ser humano sigue lastimada?
Efectivamente. ¿Qué le voy a hacer? Soy un necio.
¿Por qué?
He asistido a tantos derrumbes y tantos acomodamientos, a tanto cinismo y tanta mentira y tanta traición, que la verdad... ¿Conoce el chiste o la broma que anda por ahí que dice: “Al crear al ser humano, Dios se sobreestimó”...?
Su poema “Juguetes”, comienza así: “Hoy compré una escopeta para mi hijo, hace ya tiempo que me la venía pidiendo…”.
El mundo no ha cambiado. En lo único que yo confío, es en que no se puede destruir la voluntad de soñar y la capacidad del deseo de la gente, que no se dejará por siempre que le hagan lo que le están haciendo.
¿Qué fue de aquel niño que recogía envolturas de chocolates?
Han pasado 70 años de eso, y ya no me inclino a recogerlas. Lo que nos decían a los niños entonces, es que con esas envolturas de chocolates se fundían las balas para los republicanos. Los chicos de mi barrio las juntábamos, por cierto, un barrio de inmigrantes, donde predominaba muy fuerte la simpatía por la república española. Espero que no reaparezca el franquismo en España.
¿Lleva la poesía tatuada en los huesos?
Mire, las radiografías no lo muestran.
Óscar Jiménez Manríquez