Por José Miguel Cobián
En México mucho se ha hablado de que la libertad de prensa es un mito, (como se dice que son un mito el resto de nuestras libertades), que la libertad de expresión ha sido matizada por los poderes en turno y que cuando se sobrepasan los límites establecidos de manera informal invariablemente se sufren las consecuencias.
Basta platicar con cualquier persona que trabaje en medios de comunicación para estar seguro de que la afirmación del párrafo anterior es una realidad. Varios factores inciden en ello. El primero es la propia línea editorial del negocio de comunicación dónde se publican o transmiten los contenidos. Hay medios en dónde la apología de la derecha y el ataque sistemático a sus enemigos es lo correcto, como el caso del noticiero radiofónico de Pedro Ferriz de Con. Hay otros medios dónde ocurre exactamente lo contrario como es el caso de la Jornada o la revista Proceso, independientemente de que las izquierdas o derechas tengan mayor veracidad y credibilidad ante su público.
En el intermedio hay todos los matices desde el negro absoluto hasta el blanco absoluto, incluyendo todos los colores de la paleta. Además de los intereses propios de la publicación, surgen inmediatamente los intereses de sus anunciantes, pues es normal la presión económica de quienes mantienen los medios, y que quede claro, no sólo de los gobiernos federales, estatales, municipales y dependencias públicas, sino también de los particulares. En miles de ocasiones se ha visto una protesta orquestada por anunciantes de la iniciativa privada cuando consideran afectados sus intereses o sus personas con reportajes o publicaciones. A todo lo anterior debemos añadir la presión de los poderes fácticos, que de manera más sutil también tratan de censurar, como es el caso de las iglesias, en particular de la católica mediante comentarios de sus jerarcas hacia los dueños de los medios. Y por último llegan los poderes criminales, como actualmente ha sucedido con los miembros del crimen organizado. Ellos también deciden en un momento dado lo que no debe publicarse, mediante reglas generales transmitidas mediante amenazas a reporteros y jefes de redacción, amenazas que son malinterpretadas y se llega al extremo de no publicar nada, incluso aquello que no va a ofender sino alimentar la discusión sobre la situación real del país.
Los medios de comunicación y sus integrantes no pueden ser juzgados con mano dura, ya que lo primordial es la supervivencia, física en principio y económica después. Lamentablemente esa falta de libertad de expresión lleva a que la información que se transmite al público sea sesgada y en muchos casos se convierta en verdades a medias o mentiras públicas conforme conviene a quien en ese momento dirige la voz o la pluma. Renunciar a la libertad de expresión a ese extremo lleva consecuencias graves para el propio desarrollo del país, y nos muestra la verdadera realidad del desarrollo en un país como el nuestro.
Así como los funcionarios encargados de la prevención, procuración y administración de justicia no tienen la mínima certeza de seguridad si cumplen al 100% con su función, así también los integrantes de los medios de comunicación padecen de absoluta ausencia de seguridad para cumplir con su labor. Y si queremos llegar más lejos, el 99.99% de los mexicanos sobrevivimos escondidos en la masa, sin sacar la cabeza y sin actuar como debemos en función del bien de todos, y en particular del bien de la Patria, debido a que la corrupción y la impunidad son las características más sobresalientes de nuestra sociedad.
Existe una absoluta falta de solidaridad entre los mexicanos. El arte de hacerse a un lado y no comprometerse se ha convertido en una forma de vida en nuestro país. No se puede considerar cobardía sino instinto de supervivencia, y lamentablemente esa es nuestra realidad.
Por ello, las noticias que leemos y conocemos, a fin de cuentas son limitadas, tamizadas, matizadas, y minimizadas o exageradas según la conveniencia de los verdaderos intereses que gobiernan y mandan en la nación, dejando a la población inerme, ignorante y sin capacidad de juicio para optar por el camino más conveniente para nuestro México.
Los propios mexicanos estamos llevando al país a la destrucción y balcanización. Falta que alguna potencia extranjera vea beneficios en ese posible futuro, para que se lleve a cabo. País inseguro, corrupto, injusto, reino de la impunidad, primitivo y salvaje. Así es como nos ven desde el exterior… lo más grave que nos puede ocurrir es que tengan razón los extranjeros.