Por: José Miguel Cobián
Apenas el martes 21 de febrero tuve la necesidad de visitar el municipio de Coacalco en el estado de México. Como mi auto no circula ese día, una persona allegada me prestó un carro recién adquirido que compró en la planta de la VW, y que todavía circula con permiso. Como el auto era de un ejecutivo, trae en la ventana todavía la calcomanía de la placa del estado de Puebla.
Circulando por la vía López Portillo, comentaba con mi acompañante sobre la corrupción de los policías y agentes de tránsito en el estado de México, experimentada por un servidor desde 1978, y cómo a pesar de haber transcurrido 34 años, desde mi primera experiencia, todavía las cosas siguieran igual en los municipios de ese estado. No bien terminando de platicar ese asunto, nos detuvo un policía, -ni siquiera agente de tránsito-. Con el pretexto de que el auto estaba circulando con dos registros.
Según el policía de Coacalco, las placas no estaban dadas de baja, porque él tenía enlace directo con el registro nacional de placas, y al estar circulando con un permiso provisional para CIRCULAR SIN DOCUMENTOS, estábamos duplicando el registro. Sabedor además de que el formato de baja de las placas se le queda al vendedor, me lo exigió, y ante mi imposibilidad de entregarlo, me informó que me llevaría ante el ministerio público, me tendrían detenido hasta probar que estaba dado de baja el vehículo, y me quitaría el automóvil.
Yo estaba al principio muy divertido escuchándolo, porque cuando se sabe por dónde va el agente de la ley, se disfruta la parodia y la capacidad de mentir de un funcionario público de bajo nivel, como era el caso de este comandante.
Cuando el policía vio que no me preocupaba, ni hacía intento en darle una mordida, me informó que para salir libre bajo fianza tendría que pagar treinta mil pesos. Y me invitó a ir ante el ministerio público. Yo le dije que con gusto, pero mi acompañante se asustó y se bajó del auto a hablar con el comandante, quien por cierto no era un falso policía, porque pasó la patrulla varias veces y lo saludó, al igual que compañeros que pasaron de pie y en moto. Lo cual implica que su labor de extorsión es conocida por todos y seguramente practicada por la mayoría de los policías y agentes de tránsito de Coacalco.
Mientras ignoraba las explicaciones de mi acompañante me calmé y busqué cambiar de estrategia. Comencé comentando que lo felicitaba por su capacidad para mentir con tanto aplomo. Le dije es usted un fregón en el arte de la actuación. Después le pregunté ¨respetuosamente¨, como le hacía para comunicarse telepáticamente con la planta de la VW para saber si ellos ya habían dado de baja esas placas o no, y también le comenté sobre su capacidad para legislar al vapor obligando a un particular a traer un nuevo documento como es la baja de las placas. Me alejé un momento y mi amigo insistió en no ir al ministerio público, pues seguramente estaría coludido con el policía, y se pondría más difícil la situación. Incluso me dijo que no conocíamos la zona y nos podría llevar a un lugar para asaltarnos, secuestrarnos y hasta quitarnos el carro.
Al final, le comenté que yo había sido oficial mayor y contralor en un par de ayuntamientos. Que podría denunciarlo en su municipio y ante sus superiores, pero que como era tan buen actor, no habría represalias mías, salvo la posibilidad de publicar la experiencia, sin mencionar su nombre.
A partir de ese momento me comentó que tiene familia y que el sueldo no le alcanza. Que tiene que pagar la gasolina y refacciones de su moto, y que tiene que dar cierta cantidad de dinero a sus superiores. También me dijo que allá la policía no está controlada por el crimen organizado. Y yo pensé que todo lo que hacen está organizado y es un crimen, así que allí también hay crimen organizado, pero estos son uniformados y con poder. Entendí también que siempre buscan extorsionar a personas con placas de provincia.
Me dijo que con quince mil pesos nos arreglábamos, siguió con seis mil, cinco, cuatro, tres, y al final le di doscientos pesos ante la incomodidad de seguir perdiendo el tiempo; ¨Lo que caiga es bueno¨ –me dijo-. Ya había transcurrido hora y media y la oscuridad se acercaba.
Lo felicité una vez más por su capacidad histriónica y entendí que es un mexicano más tratando de sobrevivir ante unos sueldos de miseria y ante un sistema que en su totalidad es corrupto. Así que hasta con simpatía lo miré y me despedí con afecto. Él al igual que usted y yo somos víctimas de un sistema podrido, y cada quien busca sus mejores opciones, algunos con mejor éxito y ética y otros sin ellos. Como yo creo en el perdón y el amor al prójimo, no le hago daño al no mencionar su nombre, pero ayudo a otros ¨provincianos¨ a precaverse ante un ilícito inventado en el estado de México, si es que tienen la desgracia de pasar por allí.
@jmcmex