Arturo Alcalde Justiniani
Es evidente el ambiente crítico y de
hartazgo que priva en todo el país contra los partidos políticos y los
políticos mismos. El alejamiento que han mantenido frente a la sociedad se
viene incrementando día a día, así existe una marcada resistencia a permitir
que la ciudadanía participe y decida de forma autónoma, al margen de
condicionamientos y subordinación.
La fama de los políticos suele ser
pésima y se confirma con datos e información que cotidianamente los exhiben en
su afán de utilizar sus cargos para enriquecerse y crear redes de influencia en
favor de socios o cercanos. La indignación es mayor en época de campañas, porque
su abultado costo es finalmente sufragado por una ciudadanía que diariamente
batalla para cubrir sus necesidades básicas. Ello provoca el sentimiento de que
todos los partidos son iguales.
Al añejo autoritarismo priísta se
agregan la decepción por la alternancia política panista y la reproducción de
vicios de algunos funcionarios por los que en otros tiempos votamos; el encono
se incrementa con el cinismo del Partido Verde, que sistemáticamente miente y
se burla de la ley, y cuando es acorralado y exhibido pretende distraernos
exaltando los sentimientos más bajos de venganza social, promoviendo la pena de
muerte.
Sin embargo, responder ante este
escenario con la abstención o el voto nulo no favorece el cambio, porque no
responde a un movimiento organizado y programático. Esta acción, sin quererlo,
favorece a los partidos hegemónicos y su voto duro y su ineficacia resulta
evidente porque carece de propuestas para el futuro.
Decido mi voto en favor de Morena por
varias razones; subrayo tan sólo cuatro: la primera, porque la mayoría de sus
candidatos son gente honesta. Sin duda habrá excepciones a la regla, pero es
público y notorio que quienes fundaron e impulsan este proyecto político y
social se mueven esencialmente por un interés ajeno a beneficios personales y
han puesto en el centro de su programa la búsqueda de un cambio que enfrente la
desigualdad y la injusticia. Esta probidad se confirma en el desempeño de sus
actividades públicas o privadas y, sobre todo, en el entorno de su propia vida
comunitaria, donde es imposible engañar. Esta calidad explica la razón por la
que muchas voces de prestigio en la sociedad se definen en favor de Morena, aun
cuando algunos adviertan diferencias y tengan críticas al propio partido y sus
dirigentes. Sin embargo, la honestidad no es motivo suficiente para votar por
una opción, pero sí una premisa esencial para hacerlo.
Una segunda razón es que Morena, o
gente cercana a este partido, propone un proyecto nacional que busca reducir la
desigualdad, combatir la pobreza, generar crecimiento y desarrollo sustentable.
No se trata de una ocurrencia o programa elaborado por encargo, sino que ha
sido fruto de la colaboración de mucha gente que ha aportado en el ámbito de
sus propias especialidades o experiencias, propuestas que se han integrado en
un modelo alternativo, bajo la consideración de que el actual modelo reduce la
calidad de vida de la mayoría de los mexicanos y mexicanas en un círculo
vicioso que impide la solución de los grandes problemas nacionales: pérdida de
soberanía, inadecuada orientación de la economía, pobreza extrema, inseguridad,
degradación del medio ambiente e ineficacia real del estado de derecho. Morena
ha elaborado propuestas viables y razonables para transitar por una vía que
favorezca el bienestar de los mexicanos y plantea que ésta no sea una elección
que reproduzca los mismos intereses, sino que coadyuve a un verdadero cambio.
No sólo honestidad y proyecto
necesitamos, hay un tercer motivo para decidir la votación que es fundamental:
la congruencia. Es importante que resulten electos hombres y mujeres que
acrediten en su vida diaria congruencia con principios fundamentales en materia
de ética y racionalidad. Todos los partidos hacen propuestas ideales para
atraer al electorado, el punto es valorar cómo han actuado en su vida
cotidiana, qué papel han jugado en la lucha ciudadana, qué valores han
defendido en lo privado y en lo público. ¿En los debates legislativos quiénes
son las personas que han votado por las leyes que favorecen a la mayoría
empobrecida del país? ¿En la lucha en defensa de la industria energética como
patrimonio de la nación, quién movilizó y encabezó la acción ciudadana?¿Quiénes
han promovido en los hechos, no sólo en los discursos, la mejora de salarios,
el seguro de desempleo, la pensión universal y la democracia gremial? ¿Quiénes
defendieron la propiedad social de los medios de comunicación, quiénes un
sistema de seguridad social universal? Por señalar como ejemplo algunos temas.
Sería exagerado afirmar que sólo lo han hecho militantes de Morena, pero no lo
es subrayar que buena parte de ellos orientan su energía y su trabajo en esta
línea de acción.
Un motivo adicional para razonar mi
voto en favor de Morena es que dentro de las limitaciones que conlleva la
administración de una ciudad, con recursos y tiempos acotados, muchos de estos
principios y valores guiaron la administración encabezada por Andrés Manuel
López Obrador en sus cinco años al frente del Gobierno del Distrito Federal,
razón por la que obtuvo una aprobación de más de 80 por ciento de sus
habitantes. Alejandro Encinas en este sexenio gobernó el último año con los
mismos resultados.
No sólo honestidad, congruencia y
programa de acción son suficientes, se necesita romper con la inercia propia de
la partidocracia. Morena deberá atender el descontento de la sociedad por las
actuales formas de representación que explican y justifican el rechazo a los
partidos. En el interior deberá consolidar mecanismos de debate y decisión
democrática para procesar las nuevas responsabilidades derivadas de esta
elección, tanto en el plano formal de la administración pública como en las
tareas legislativas. Todo ello en el entorno de una organización que pretende
no sólo ser partido, sino también movimiento social.
Sería un gran día si
después de la elección nos despertáramos con la noticia de que muchos mexicanos
y mexicanas votaron en favor de sus propios intereses, de sus familias y de las
próximas generaciones y no inducidos o coaccionados por los grupos que compran
la conciencia.