Fuente:
Revista Proceso
Por Julio
Scherer García
sábado, 11 de enero de 2025
LA HABANA.– Existe un equilibrio entre sus palabras y su personalidad, entre la inteligencia y su historia inverosímil. Máquina del verbo, avasalla cualquier límite cuando ha pronunciado las primeras cinco frases. Embriaga y se embriaga y disfruta de su auditorio tanto como éste de él.
Las patas de gallo, precursoras de todos los mapas posibles en el rostro, no aparecen aún en la cara de Fidel. Los ojos incandescentes son los de sus discursos. La barba es negra bajo la luz del sol, rojiza bajo la luz artificial. Sencillo y desbordado, en él se mezclan la suavidad y la firmeza.
Formalizó la
entrevista durante la fiesta que ofreció a los intelectuales que concurrieron
al Encuentro por la Soberanía de los Pueblos. Cercado por un tumulto que lo
seguía a donde fuera, impotente y dueño de la situación, dijo sin metáfora:
–Haz lo que quieras.
Horas permaneció en la marejada asfixiante del salón de recepciones del Consejo de Estado. Decorado el palacio como un pedazo de la Sierra Maestra, hasta él fue llevada la vegetación de un trópico que debe ser inconmensurablemente bello. Los helechos son gigantescos, las orquídeas tienen colores de pájaros y los árboles son de maderas suaves y dulces. Al fondo, alucina el mural de Portocarrero, famoso porque las formas son tantas que no caben en los ojos.
* * * * *
Ofreció que llegaría a la casa del viceministro de Cultura, Antonio Núñez Jiménez, poco después de las once de la noche. Se presentó a las once diez. Un reducido grupo de amigos íntimos le esperaba. Besó a las señoras en la mejilla, saludó a sus maridos con la cordialidad de un hermano y ahuyentó del rostro la sensación de acoso que es una nota en su vida.
Acostumbrados a Fidel, que agazapa el cuerpo y mira por todos lados cuando aparece en público, la naturalidad perdida, nervioso, los cubanos dicen que el comandante es tímido. Y lo ovacionan hasta el delirio.
En una sala
pequeña, impensado el lujo, se despojó del cinturón y ordenó a su ayudante que
se llevara la pistola. Pidió whiskey solo y encendió el habano con el que
jugaría toda la noche. Aún sin sentirse a sus anchas, se desabrochó el cuello
de la casaca, cruzó las piernas y se miró las negras botas relucientes.
–Un manicomio.
Preguntó a su
vez:
No esperó la respuesta. Habló del heroísmo tranquilo de los irlandeses. Ya dominaron a la muerte. Vencerán a la inquilina de Downing Street 10.
Contó historias de un valor inaudito, narradas por Tito Livio. La conversación era dispersa, pero poco a poco tomaba un rumbo.
–Mira –me dijo de pronto–, yo soy un tipo al que le gusta el desafío. Pero no es fácil dar entrevistas, porque el interrogado se ve en la necesidad de hablar de lo que quiere y muchas veces de lo que no quiere e incluso de lo que no le conviene hablar. Es la contradicción que existe entre el periodista y el político. El político tiene sus momentos y para el periodista todos los momentos son oportunos.
Ya en el marco de sus declaraciones a Proceso, dice:
“No quiero que esta entrevista la tomes como una deferencia especial, porque aprecio mi compromiso contigo en la medida en que te aprecio a ti y aprecio tu trabajo al lado de tus compañeros. Tu pluma en Excélsior fue, a nuestro juicio, una pluma justa.”
Se llevó el
whiskey a los labios.
–El primero de enero de 1959 Eisenhower era presidente de Estados Unidos y usted entró en La Habana al frente del ejército rebelde. De entonces a la fecha ¿qué ha pasado en este país? ¿Cómo fue el mundo de Eisenhower y cómo es el mundo de Reagan?
–Yo diría que en la época de Eisenhower Estados Unidos tenían una aureola, una cierta aureola como país que participó en la guerra contra el fascismo. Eisenhower fue un destacado jefe militar y un héroe para el pueblo norteamericano.
“Pero en las circunstancias relativas de esa guerra no resultaba muy difícil ser un general victorioso. Contaba Eisenhower con superabundancia de soldados y superabundancia de recursos técnicos. Contaba, sobre todo, con el precio que había pagado la Unión Soviética en su lucha contra los nazis. Ésta es una verdad histórica objetiva. Los soviéticos perdieron veintidós millones de seres humanos. Esto incluye soldados, incluye hombres, mujeres, niños que perecieron bajo la metralla, el bombardeo, los asesinatos, la represión, el frío.
“Estados Unidos perdió un número de hombres relativamente reducido (unos trescientos mil) y no perdió riqueza alguna. Por el contrario. En el periodo de la guerra acumuló el oro del mundo. Lo acaparó y terminó como acreedor de todos, su riqueza intacta, sus industrias intactas, una población que prácticamente no conoció la guerra, intacta también.
“Eisenhower, de todas maneras, era un líder indiscutible, tenía prestigio y fue electo presidente en el mejor momento político, económico y militar de su país.
“Cosechó los laureles de la guerra y cosechó las ventajas de su buena estrella. Su gestión se desenvolvió sin mayores problemas. No creo que el general dedicara muchas horas a los problemas del Estado y la administración. Le gustaba el deporte, el golf, le gustaba la distracción.
Si Eisenhower es un héroe de la victoria, Reagan es un héroe de la frustración. Se dice que utilizó el trauma que dejó a Estados Unidos la derrota en Vietnam y la desazón nacional que trajo consigo. Pero yo me pregunto: ¿cuál frustración? Porque la llamada frustración por el fracaso de Vietnam fue la consecuencia justa de un gran error histórico y de un gran crimen.
“Triunfa el hijo de la derrota en un periodo de inflación y recesión, que también había explotado con fines electorales. Pero la victoria coincide con el desarrollo tecnológico de los países occidentales, que hacen una competencia creciente a la industria y a los monopolios norteamericanos, incluidos, por supuesto, el colosal desarrollo japonés que sobrepasa la producción de automóviles de Estados Unidos, y la eficacia de la República Federal Alemana, que los obliga a abandonar las leyes clásicas de la libre empresa y el libre comercio para ampararse tras el escudo de las cuotas de importación.
“A esto se sumó la crisis de los energéticos, que tan fuertemente golpeó la conciencia de Estados Unidos, pues no obstante que es uno de los mayores productores de petróleo, gas y carbón en el mundo, encaró un hecho desconocido: en este caso específico las naciones del Tercer Mundo contaban con la fuerza suficiente para enfrentarse al imperio y al Occidente entero.
“Se agregan los acontecimientos de Irán, importantes por la humillación que infligieron al orgullo de los norteamericanos. El episodio de los rehenes liquidó a Kennedy como aspirante presidencial, pues el lanzamiento de su candidatura fue casi simultáneo con la unificación de la opinión pública alrededor del súbito problema que enfrentaba. Kennedy habría ganado las elecciones a Reagan.
Eisenhower
conoció la época de la superioridad mundial indiscutible. Reagan conoce la
época del indiscutible equilibrio de fuerzas. En favor de una plataforma
antiliberal, sueña con alterar ese equilibrio en su favor sin medir las
consecuencias terroríficas que pueden desencadenar.
“Suman 7.2 millones los cesantes en Estados Unidos y la inflación no disminuye. La promesa de equilibrar los presupuestos para 1984 no tiene posibilidad de éxito, pues el tren de gastos militares y la reducción de impuestos a los ricos sólo incrementará el déficit nacional.
“Hay un último dato a propósito de estos dos mundos, el de Reagan y el de Eisenhower: estamos hoy mucho mejor educados políticamente, más conscientes. Pese a los monopolios en los medios de información masiva, la sociedad actual es una sociedad de opiniones, conceptos y convicciones, una sociedad mejor enterada que la de los tiempos del general.
“Reagan irá al desfiladero si no modifica su conducta. A los fracasos de los demás, que catalizó admirablemente, unirá el fracaso propio.”
* * * * *
–¿Cómo fue el mundo de Batista y cómo es el de Pinochet? De Batista a Pinochet ¿qué ha pasado en América Latina?
–En el ancho río que derrocó a Machado, también se encontraba Fulgencio Batista. Apenas participó en los acontecimientos, pero tuvo la fortuna de convertirse en un caudillo del ejército.
“Pese al éxito alcanzado, no fue completo el triunfo del pueblo en aquellos días de 1933, pues el ejército, instrumento de la opresión en manos del tirano, quedó intacto. Los abusos del poder habían calado entre los soldados, pero no en sus jefes, empeñados en conservar las canonjías.
“Sin embargo, el grupo de sargentos capitalizó el descontento de la tropa. Batista no se encontraba en la primera línea, pero atisbaba, listo para el salto. A la primera oportunidad agrupó a los sargentos y dio el golpe contra la...
Fragmento del
texto publicado en la edición 0019 de la revista Proceso, correspondiente a
enero de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este
enlace.
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