Guillermo Almeyra
Quien quiera evitar ser esclavo debe tener la mente
lúcida e intentar comprender cabalmente la relación de fuerzas sociales y
cuáles son los puntos débiles y las contradicciones del capitalismo mundial.
Por eso, y en los límites de este espacio, intentaré resumir esquemáticamente
los trazos principales de la situación político-económica mundial actual.
China es la primera potencia comercial del planeta
(acaba de superar a Estados Unidos), pero es militar y políticamente débil y es
el principal sostén del dólar y de la hegemonía de Estados Unidos con sus
inversiones y sus compras de bonos estadunidenses. Además, es un país
capitalista y tiene un gobierno nacionalista y pragmático. Su economía depende
de las exportaciones a Estados Unidos y a la Unión Europea, que están en una
crisis prolongada (sobre todo la Unión Europea), y no puede desarrollar
inmediatamente su interior campesino y la productividad introduciendo alta
tecnología, que aumentaría el desempleo y las desigualdades sociales cuando
actualmente tiene 260 millones de desocupados (4.8 por ciento). Su desarrollo
industrial salvaje ha contaminado gravemente el agua, el aire, el ambiente, y
ha aumentado también la brecha entre los trabajadores que tienen salarios
miserables y los multimillonarios comunistas. La huelga actual de 40 mil
obreros en una sola empresa, en un país donde no hay sindicatos autónomos y las
huelgas son ilegales, muestra la explosividad de la situación social china.
Rusia es también un país capitalista tecnológicamente atrasado y con una
población (de apenas 165 millones de habitantes) que envejece y se reduce.
Mantiene un gran arsenal atómico, pero su economía es frágil, ya que depende
cada vez más de la exportación de recursos no renovables (gas y petróleo). La
corrupción de la burguesía rusa, nacida del despojo mafioso de los bienes
nacionales cuando el derrumbe de la Unión Soviética, así como el régimen
autocrático y represivo, basado en la nostalgia por la Rusia imperial zarista,
colocan también al gobierno de Putin del lado de la conservación del
capitalismo.
Por su parte, los demás gobiernos de los países
capitalistas llamados emergentes ni forman un bloque sólido ni tienen regímenes
progresistas o gobiernos favorables a los intereses de los trabajadores. La
prueba la tenemos en Los Pinos o en las políticas de Turquía, Sudáfrica,
Brasil. La Unión Europea, que es también una potencia comercial mundial sólo
inferior a China, política y militarmente es sierva de Estados Unidos, incluso
en un grado de sumisión tal que la lleva a actuar en contra de sus propios
intereses inmediatos, los cuales deberían inducirla a no agravar su crisis
creando un conflicto con Rusia, su abastecedora de petróleo y gas, o a buscar
un acuerdo con China para construir una moneda mundial de referencia que
desplace al dólar. De este modo, la hegemonía de Estados Unidos se debilita
desde hace décadas, pero sigue subsistiendo gracias al simple hecho de que
Washington dispone de más armamentos y fuerzas militares que todos sus
adversarios juntos y, además, ningún gobierno es antimperialista, pues el
imperialismo es la política del capital financiero al cual todos están ligados.
No hay, por consiguiente, nada más absurdo que
confiar en que el euro pueda darle un golpe mortal al dólar o que el yen lo
remplace (¡desvalorizando, de paso, todos los activos chinos en el exterior y
sus enormes reservas mismas!). No hay nada más utópico que esperar que el
debilitamiento de Washington venga de la acción coordinada de sus competidores
capitalistas emergentes (China, Rusia, India, los BRICS). La esperanza en una
supuesta acción antimperialista de los estados y los gobiernos capitalistas
progresistas –ligados, por otra parte, al mercado mundial y al capital
financiero internacional, que en los países emergentes domina la parte
fundamental de la economía– olvida los intereses vitales que unen a todos ellos
con el imperialismo y el hecho fundamental de que dichos estados y gobiernos
preservan el capitalismo, es decir, a los oligarcas, empresarios y financieros.
Aunque tengan roces con Washington, su enemigo mortal es sólo el
anticapitalismo de los trabajadores.
En los últimos 40 años el movimiento obrero ha
sufrido enormes derrotas; las izquierdas tradicionales (ex comunistas y ex
socialistas) son, como dijo León Blum, médicos de cabecera del capital y,
aunque hay más obreros y asalariados que en cualquier otra fase de la
humanidad, los grupos anticapitalistas y socialistas se cuentan en todo el
mundo apenas por decenas de millares. Todas las luchas son defensivas y la idea
misma de una revolución social parece cosa del siglo XIX… Pero hacia ese siglo
se desplaza hoy el capitalismo, reconstituyendo los horrores de la época de
Dickens con su política de hambre, sólo sostenible por la represión y con la
eliminación gradual de las conquistas sociales del siglo XX arrancadas por el
proletariado y por el miedo del capital a sus objetivos socialistas.
Este primero de mayo hubo grandes manifestaciones
sólo donde los gobiernos las organizaron, como en Rusia, Cuba, Venezuela.
Otras, en cambio, independientes de los gobiernos, como en Argentina, fueron
importantes, pero contaron sólo con decenas de miles de participantes. Pero no
por eso se puede decir adiós al proletariado ni creer, como el ideólogo
kirchnerista Laclau, que la lucha de clases ya no existe y, por lo tanto, los
obreros querrían ante todo conservar el puesto de trabajo, es decir, su propia
explotación. Las revoluciones no las hacen los revolucionarios, sino las masas
que quieren conservar, como Zapata, un mundo que el gran capital destroza y
torna cada vez más horroso. Se hacen no tanto para construir un futuro
incierto, sino para no seguir hundiéndose en la barbarie.
LA JORNADA