Aunque resulte difícil de creer, hubo un tiempo en el que la
maquinaria del aparato político estaba reluciente y aceitada. Su motor era como
el de un Ferrari; su suspensión, parecía de Alfa Romeo. Sus conductores eran
puros campeones del engaño sutil.
El aparato político –del que el llamado Partido Oficial era un
brazo operativo más, sólo una franquicia– era una serie de engranajes en los
que todos los miembros del gabinete opinaban, sugerían y solucionaban en su
terreno las frustraciones de los candidatos y todos los intentos fallidos.
Asumían las responsabilidades de las decisiones mal tomadas,
aunque en ello fuera en juego la mitad de su carrera. Eran unos profesionales
que, antes de pensar en el porvenir personal, sudaban la camiseta tricolor, con
eficiencia y pundonor.
Sí, claro, hacían negocios y se enriquecían. Pero dejaban algo
para los demás y a veces hasta para el país. Ayudaban hasta personalmente a los
pobres que se les acercaban. No se encerraban en una cueva de sicarios y
extorsionadores. Daban la cara.
Las excepciones de quienes se enriquecían a lo bruto estaban
muy señaladas: los alemanistas y los hankistas. Aunque Alemán –Valdés, no su
hijo, ese pobre diablo con nistagmus– tuvo la precaución de que sus capitanes
de negocios nunca ejercieran oficialmente en cargos públicos.
Con “El Profeta” Hank no pasó lo mismo. En el grupo Atracomulco, el prevaricato era
no sólo consigna, sino santo y seña. Al tomar posesión cualquier miembro del
gabinete estatal mexiquense, por ese solo hecho, ya estaba invitado al
“banquete de Petronio”.
Desde que los toluqueños se sentaban en su escritorio adquirían
todas las canonjías del soborno, la extorsión y el chantaje. Además, eran
habilitados como miembros efectivos de los Consejos administrativos de las
empresas proveedoras del Estado de México.
En el famoso rejuego de destruir para volver a construir y
ganarse los jugosos “moches” eran unos obsesivos. Había carreteras que, recién
inauguradas, eran “levantadas”, para volver a construir otra, con ligeras
variantes.
Lo mismo pasaba con los carros que adquirían en las
ensambladoras establecidas en ese pequeño territorio. Eran desechados con poco
kilometraje, para que el gobierno estatal adquiriera otras flotillas más
nuevas, “en mejores condiciones”, todo a cargo del torturado erario.
El enriquecimiento de los clanes alemanista y hankista no tenía
más ciencia. Metían las manos y robaban a mansalva, sin algún falso pudor, sin
recato, sin compasión por el “por supuesto”, perdón, el presupuesto.
A los políticos que en ese sexenio, ya no les tocaba “hueso”,
ni con$ideraciones, se conformaban con ser invitados a la celebración anual del
cumpleaños de “El Profe”, en su rancho San Catarino, donde eran objeto de
tratos suavecitos, golpecitos en la espalda, un “ya iremos viendo cómo se
cargan los dados”..y tan tán.
A López Mateos, lo
querían; a De Gaulle, lo necesitaban
Pero era otro carro. Eran otros López. El aparato político
nacional, suplía y complementaba esos fraudes maquinados. Eran tiempos en los
que, a una sola ocurrencia, por ejemplo, de recibir al presidente africano que
aterrizaba mañana…
… el aparato solito de la CNOP del D.F., “convocaba”, en sólo
unas horas, a cientos de miles de ambulantes, taxistas, vivienderos,
tianguistas, y todo tipo de favorecidos con mínimas concesiones de un metro de
banqueta…
… y acudían, como un solo hombre, en cientos de miles, a
vitorear, con una sinceridad y emoción que de fuera parecía real a los
“distinguidos invitados”, aunque los huéspedes fueran caciques atrabiliarios en
las estepas africanas o en las montañas asiáticas o sabanas latinoamericanas,
bajo su mando macabro.
Largas filas, desde el Aeropuerto capitalino, en cuyas gradas
sólo se sentaban los jefes, los operadores de la gigantesca multitud, repleta
la avenida Fray Servando, y ya no se diga el Zócalo capitalino, donde el
barullo llegaba a ser ensordecedor y disciplinado.
Los visitantes “distinguidos” jamás habían visto una cosa igual,
en cualquier parte del mundo que hubieran visitado. A los pocos días, llegaba
una comitiva, enviada ex profeso a aprender y asimilar las técnicas de
“persuasión” de masas, de “buen gobierno”. Era imposible.
Así paso con Sukarno, Tito, Nyerere, Sengor, De Gaulle, Kennedy
y quién usted se imagine. El trato principesco y hasta rayando en lo divino,
que les daban los “acarreados” de México, era, simplemente enloquecedor.
Al preguntarle De Gaulle a López Mateos, cómo lograba que la
gente se comportara de ese modo, el mexiquense le contestó –mientras saludaba a
la multitud con sus característicos ademanes–, la mirada al infinito:
“Es que a mí la gente de México me quiere, mi General”.
El héroe de la resistencia gala, perplejo ante tal desplante,
sólo pudo contestarle:
” A mí en Francia no me quieren, sólo me necesitan, señor
Presidente”.
Presas del delirio, los
Presidentes creían sus mentiras
Esta anécdota, que le dio la vuelta al mundo, lo reflejaba todo.
Los mandatarios, presas del delirio se creían sus propias mentiras, y hasta se
engañaban con una realidad prefabricada, que nunca reflejó el fondo de los
malestares, menos de las necesidades inaplazables.
En los tiempos dorados, las elecciones, ganadas de antemano,
hasta asegurando el número de votos que se obtendrían en cada entidad y en cada
región. Los candidatos de la “oposición”, designados previamente, sabían días
antes hasta por cuántos votos iban seguramente a perder, en favor de las
cuentas del “elegido”.
El voto corporativo estaba “amarrado”, mejor que en cualquier
dictadura de piojito. Los caciques regionales, subvencionados por los aparatos
crediticios oficiales, eran implacables en su eficiencia electoral y de
movilización.
Los gobernadores eran sólo los responsables de que “no se
alborotara la gallera “en los “palenques” de sus terruños. Pero también eran
gente que se dejaba ayudar y tenían la gracia de contar con dos dedos de
frente.
Los responsables sabían mover “los hilos del poder”. Ejecutores
del “toma y daca”, de la gracia y el castigo, de la ley de premios y
recompensas políticas. Parecía que gobernaba un aparato infalible.
El pueblo mexicano “raso” tenía un comportamiento parecido a los
animalitos sujetos a los experimentos de Pavlov. Ante cualquier estímulo
secretaba aires de futuro, esperanzas de ascenso, muchas veces truncadas desde
el inicio.
Pero los políticos sabían engañar, lo hacían hasta con poses
prosopopéyicas y palabras dignas de un Demóstenes. En nombre de “la
Revolución”, todo se podía hacer, nadie podía alegar contra ese argumento, que
funcionaba como freno de mano, y como palanca de amenazas.
Y todavía venden hasta
lo que no es suyo
Pero, “tanto va el cántaro al agua, hasta que se rompe”. Los
gobernantes, elegidos entre la casta de los hijos de los hijos, se tornaron
soberbios, se creyeron inmunes, se perdieron en los laberintos del halago y el
frenesí del poder omnímodo.
Llegó el momento en que hasta una mujer despechada, como Carmen
Romano de López Portillo, llegó a ordenar a sus ayudantes que le escrituraran
el inmueble de la sala Ollin Yoliztli…
… al fin y al cabo ella había tocado el piano, en sus años mozos
de extra cinematográfica..Como ese ejemplo, muchos (hasta la fecha, en que los
rematadores de lo que no es suyo, confunden vender un mechero, con una zona
geográfica de exploración y explotación petrolera).
Lo hacía, bajo el argumento de que “nadie podía decirle que no…
al cabo era la primera dama, la esposa del mero Presidente de la República”.
Esto, que pudiera parecer ficción, fue relatado por su jefe de finanzas,
treinta y cinco años después, todavía presa de la aflicción.
Pareciera que EPN trae
encima la espada de Damocles
Cuando ganaron los panistas, fueron cautivos de la molicie y la
sangre, tronaron para no volver jamás, afortunadamente. Las patéticas escenas
de la noche de “El Grito” en Palacio Nacional, el pasado 15 de septiembre, son
el “fin de fiesta” de esa tragedia política.
Unos cientos de “acarreados” de los suburbios de Ecatepec y
Chalco –del Estado de México, but
of course— gritando “a medio gas”, consignas insulsas. Un mandatario
temeroso, con los ojos saltones, exageradamente maquillado, desganado, teniendo
que leer en el teleprompter hasta cada uno de los nombres de los héroes
nacionales, sin posibilidad física de entusiasmar al respetable.
Rogando a Dios que pasaran rápido los 15 minutos de exposición
pública, precedidos de infames parodias televisivas, protagonizadas por los
actores de telenovelas fresitas, con vedettes de la casa, disfrazadas de
“adelitas”. Una vergüenza internacional, captada a toda cámara por
corresponsales extranjeros.
Un Presidente que parece que trae sobre su testa la pavorosa
“espada de Damocles”. Desconfiado hasta de su propia sombra en los pasillos del
“Salón de Embajadores” del Palacio Nacional, al que casi nunca puede ir, por
aquello del “no te avientes que está hondo”, como decía “Pichoseco”, el oráculo
tlacotalpeño.
¿Qué sigue?
Esa es la pregunta ante la crisis terminal del Estado mexicano…
Índice Flamígero: El punto de vista femenino, a cargo de Rosi L.N.: “Desde que
abrieron las puertas al Presidente, ‘La Gaviota’ saludando con la mano. Fuera
de protocolo. Él entro bien, saludando únicamente con la cabeza. Igual le
llamaron la atención a ‘La Gaviota’ porque no soltó al Presidente en TODO el
evento. Le ponía el brazo atrás o le agarraba la mano. ¡RIDÍCULO! Ni para
aplaudir lo soltó. Prefirió quedarse agarrada de su ‘amado’. La cámara tomo
vistas por atrás para que viéramos que cariñosa es su esposa… Él muy serio…”.
Gracias Rosi.