Carta al Papa Francisco.
Estimado Papa Francisco:
No tengo el gusto de conocerlo personalmente, pero lo he seguido
atenta desde su designación y encuentro noticias sobre usted casi a diario. Ahora
que llega a México quisiera darle unos consejos que pueden servirle de guía.
La primera es que cuando asista a Palacio Nacional cuide su
cartera. Desde hace tiempo ese lugar es una cueva de ladrones. Con tantas
reformas estructurales si se descuida podrían cambiarle el ADN y someterlo a
subasta con reglas no siempre claras.
No crea que le escribe una atea. Hasta la adolescencia quería
ser monja y alimentar a niños hambrientos en la India, iba a misa a los
domingos y marchaba contra el aborto. El periodismo me salvó del camino
piadoso. Digamos que acercarme a cubrir a cardenales y obispos me hizo ver la
luz, la cual estaba en otra parte.
Conocí a administradores de la Basílica de Guadalupe que no
creían en la existencia de la Virgen, pero recibían las limosnas de sus
peregrinos, constaté el lucro de las otras visitas papales y los golpes bajos
en el Episcopado.
Obvio, entré en conflicto de fe. Era tan piadosa que me parecía
de infieles entrevistar al cardenal Rivera al terminar su misa dominical, hasta
que me acostumbré a mirarlo de cerca, lo que no gustó a uno de sus escoltas que
me aplicó un toque eléctrico en una pierna. Ya ve, las trampas de la fe. Rivera
era amigo del padre Maciel y es émulo del cardenal de Boston. Él también
protegió a curas pederastas cambiándolos de destino. Pregúntele por el padre
Nicolás, a ver qué cara pone, y en seguida pídale detalles de la boda de Peña y
la Gaviota.
A pesar de la iglesia mi fe sigue viva gracias a curas, monjas,
teólogos y laicos comprometidos que se juegan el pellejo en la Tarahumara, o
viven con obreros que siempre pierden la partida, o comparten la suerte de los
indígenas en los cafetales chiapanecos o con los despojados del mundo en las
vías del tren.
Continúo entonces. Quizás no se dio cuenta, pero a los desaparecidos
los desaparecieron de su agenda. Hubo polémica en los medios por esa decisión a
contracorriente de las palabras de Jesús del “Dejad que se acerquen a mí”, pero
los organizadores no dejaron ni primera fila a las miles de familias que viven
el viacrucis cotidiano de buscar a un hijo. Usted conoce muchas, Argentina era
nuestra referencia, pero hoy México es el foco de la epidemia con más de 27 mil
personas que extrañamos.
Sé que irá a Ecatepec, territorio comanche ahora reconocido por
la inseguridad y la desaparición y asesinato de niñas y adolescentes. En San
Cristóbal de las Casas, por si no se enteró, hubo un intento de sentarlo con
indígenas postizos y no con los catequistas que desde tiempos de Don Samuel
sembraron la conciencia rebelde, y abrieron los ojos a otros de que pobreza no
significa santidad y que no hay que esperar ser saciado en la Vida Eterna sino
a construir la justicia en esta.
Encontrará a teólogos de la Liberación entre la tropa de la
iglesia, como los curas villeros que conocía en Argentina, pero a pocos obispos
con esa ideología, pues casi ni uno sobrevivió a la purga que hizo un nuncio
amigo del poder y de varios poderosos.
No sé si le hablen de los sacerdotes y monjas que sufren, son
perseguidos, y viven bajo amenaza en territorios donde el narco ordena y manda
matar con facilidad. Seguro sabe que México es el país con más curas asesinados
(nota: también existe una cacería en contra de periodistas; apenas hace unos
días asesinaron a una reportera, se llamaba Anabel, era de Veracruz y mamá de
dos niños).
Ciudad Juárez llegó a ser el epicentro del horror durante el
inicio de nuestra “narcoguerra” y es el falso emblema de la reconstrucción.
Aunque bajaron los homicidios aún no se reconstruyen los corazones.
Michoacán era un lugar pintoresco hasta el granadazo en una
fiesta patria. Es cuna de los enfrentamientos de autodefensas contra
narcotraficantes y lugar de la traición gubernamental porque, aunque a los
primeros se les pidió volver a la vida civil, luego se les masacró.
Conociendo a los diplomáticos mexicanos sé que presionaron mucho
para que usted vea el México maquillado. Pero como usted le encanta romper
protocolos, por favor, hágase el perdedizo, meta reversa al Papamóvil, olvídese
de su agenda, camine, coma tacos en alguna esquina (cuidado con el picante),
métase a una cantina, recorra sin guías.
No se conforme con el México hospitalario de los mariachis, la
piedad popular y los bailables. Este no es más el país de las cintas de
Cantinflas, ahora se parece más a la película El Infierno, donde cadáveres dan
la bienvenida en los puentes. Usted llega a un país donde la guerra no ha
acabado porque no cambia la estrategia quesque “antidrogas” que causa tantas
víctimas.
Cuando se vaya, por favor, hable de este país secuestrado por
sus gobernantes y las mafias que cogobiernan. Y rece por nosotros.
Escrito
por Marcela Turati